LIBROS POR PATRICIA SCHAEFER RÖDER

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miércoles, 29 de julio de 2009

ENCUENTRO

Un sinfín de estrellas en dos cuencas
se desbordan raudas
apartando tristezas
dolor, miserias
pasando entre las rutinas
escurriéndose por deseos
no cumplidos
dejando atrás penas
de desamor e indiferencia

Mechuzos chispeantes
contagian aquellas compuertas
ondeantes
entreabiertas
una sobre la otra
otra bajo la primera
portal horizontal que abre curvo
amplio
cóncavo en todo su esplendor
mostrando las blancas perlas
de la felicidad espontánea

¡Ven, alegría!
asómate a mis pupilas
y marca mis retinas
por una eternidad.


Copyright © 2008 PSR

miércoles, 22 de julio de 2009

ENAMORÁNDOME...

"...De pronto me di cuenta de que estaba pasando por un episodio de enamoramiento puro. Mis enamoramientos son una droga divina, y son perfectamente lícitos. Y en esto yo me reconozco como la más viciosa del mundo. Es inevitable; cuando me lanzo, lo hago de cabeza, me sumerjo hasta el fondo y me dejo llenar por completo.

Mi alma se enamora constantemente. Todos los días me enamoro de algo o alguien, sin importar si se trata de un ser animado o inanimado. Lo único que no puedo hacer es enamorarme de un ser desanimado; iría totalmente en contra de lo que me mueve. Sería como tener una mala conexión a tierra, por la que escaparía mi energía para dejarme completamente vacía.

En ese estado delicioso de enamoramiento perenne –siempre en la parte ascendente de la relación– todo es fuegos artificiales, campanas y estrellitas de colores. Es un descubrir infinitos detalles uno a uno; más rápido, más lento, dependiendo de cómo reaccione el objeto de mi enamoramiento y del tipo de relación que tenga con él al momento en que mi alma decida levantar la barra para darle la bienvenida.

Siempre he sido así, desde pequeña. Me apasiono por cosas y personas; quiero entenderlas a fondo, explorarlas hasta el límite; su mente y su corazón, conocer su alma sentimiento por sentimiento, llenarme de ellas hasta desbordar la represa, adentrarme en sus ideas y sueños, compartir emociones y luego estrecharlas fuertemente y abrir los brazos para soltarlas a su destino.

Enamorarse es engancharse de amor por algo. Cuando me enamoro, lo hago en cuerpo y alma. No sé pensar en otra cosa sino en aquello a lo que me enganche, o que me haya enganchado a mí. Me alimento de eso; lo respiro, lo bebo, me visto de ello y me dejo envolver como las hojas por el rocío mañanero. Y por las noches, el objeto de mi enamoramiento se convierte en el pensamiento que me lleva de la vigilia al sueño.

Enamorarse es soltar las amarras y elevarse por encima de todo; poner al espíritu en libertad total y dejar que el alma se hinche de emoción. Enamorarse es alimentarnos de cosas hermosas y regalar amor. Me enamoro de mi familia, de mis amigos, de las palabras, de mis escritos. Me enamoro de mis proyectos y de mi trabajo. Me enamoro de mis países, mis ciudades y mi isla; del Ávila, del Castillo de Heidelberg, de Central Park y del Castillo del Morro. Me enamoro de quienes puedo aprender algo; de las buenas personas, las generosas, las inteligentes y las divertidas; de los que son ocurrentes y me hacen reír, y también de muchos otros que se han abierto conmigo para mostrarme sus sentimientos. Me enamoro de la gente creativa y creadora, de la apasionada y visceral; de los que son auténticos, genuinos, sin importarles lo que los demás piensen de ellos. Me enamoro de las personas tolerantes y compasivas; de las sencillas y las humildes de corazón. Me enamoro de la gente con una moral y una ética humanas. Me enamoro de quienes buscan ayudar a los demás y de aquellos que siempre intentan hacer felices a todos los que les rodean. Me enamoro de las personas que transmiten cosas positivas; de las que me dan tranquilidad, de las que me regalan paz y de las que me hacen sentir bien. Me enamoro de las almas luminosas que llegan a mi vida para ayudarme a disipar las sombras…"

© 2008 PSR

miércoles, 15 de julio de 2009

2045

En la orilla norte del río Guaire hay una anciana que invoca a los espíritus. Vive no muy lejos del nuevo parque residencial de buses habitacionales, en una casa de friso blanco y techo de tejas rojas.

La mujer hace aparecer a los difuntos en la pantalla de un antiguo televisor de tubos catódicos; una especie de bola mágica encerrada en un vejestorio de finales del siglo pasado. Se trata de un clásico Sony de 23 pulgadas con mando a control remoto. ¡Cómo me divertí viendo películas en uno de esos cuando era niño!

Qué tiempos aquellos, cuando teníamos todo y no lo sabíamos. En cambio ahora, cincuenta años más tarde y viviendo en un mundo privado de electricidad, los chicos no sabrían qué hacer con un televisor como ése, sino desarmarlo y usar sus partes para construir aparatos mecánicos, o hasta para hacer esculturas. ¡Qué diferencia con la infancia de mi generación! Muchísimos de nuestros juguetes y aparatos de uso diario funcionaban con baterías o electricidad: autos, computadoras, teléfonos, cámaras, aparatos de música, artefactos del hogar. Las cosas divertidas o importantes andaban con corriente. En mi época todo dependía de la energía eléctrica y todo giraba alrededor de ella; la economía, la política, los empleos. Quien poseía la energía, tenía algo que decir. Ahora es distinto. El meteorito aquel del 2025 desvió para siempre el curso de la humanidad, regresándola de golpe a una vida artesanal y rudimentaria, después de haber experimentado adelantos técnicos casi inimaginables para el hombre. Me resulta un tanto irónico que ahora, en pleno 2045, nos encontremos en medio de este renacimiento que nos impuso el destino. Al menos las artes y las humanidades están cobrando nueva fuerza, a raíz del descubrimiento obligado del espíritu dormido. Religión, ciencias ocultas, metafísica; todo está avanzando a pasos agigantados. El mundo entró en una nueva etapa mística, y la mística se fue colando poco a poco en la gran mayoría de la gente.

Muchas personas le han pedido ayuda a la anciana del Guaire para establecer contacto con seres queridos que ya no están entre nosotros. Dicen que es capaz de invocar cualquier espíritu y que además les habla con confianza, como una amiga. Hace poco fui a ver a la anciana también. Quería comunicarme con mi esposa, que se había quitado la vida dos años antes, víctima de depresiones. Aunque no estaba totalmente seguro de que la anciana me pudiera ayudar, decidí intentarlo. Necesitaba saber que Isabel estaba bien; le quería decir que la seguía amando y que la recordaba todos los días.

Llegué en mi vieja bicicleta bajo el abrasador sol del mediodía. Mi ropa está totalmente embebida en sudor; algo a lo que aún no me termino de acostumbrar, pero con lo que he tenido que vivir forzosamente por falta de aire acondicionado. Me seco y me pongo otra camisa para estar más presentable.

La casa está huérfana en un camino de tierra cercano a la orilla del río. Sólo la acompañan las ruinas desmembradas de una vieja torre eléctrica. Se nota que fue construida hace muchísimo tiempo, pero nadie sabe con certeza cuándo. Toda esa zona solía estar prácticamente deshabitada hasta hace poco, pero ahora el gobierno local decidió llevar cincuenta módulos de buses-casas refaccionados para crear un elegante complejo vacacional en las cercanías.

Aunque no está en su mejor momento, la casa me recuerda aquellas sobrias construcciones coloniales del siglo diecinueve, con sus paredes blancas y los techos rojos a dos aguas, altos y elegantes. Sus ventanas largas, adornadas con rejas de hierro forjado, dan a un pasillo abierto y techado que corre alrededor de la casa, regalándole frescura al interior. Parecería la casa grande de alguna hacienda que no pudo sobrevivir a la industrialización, o tal vez a la globalización; quién sabe.

Me acerco titubeante al porche. La pesada puerta de madera está entreabierta. Llamo y escucho una voz en la lejanía que me dice que entre. Muevo un poco la puerta para pasar. La diferencia de luz me ciega por un instante. Mis ojos se van acostumbrando poco a poco, hasta que logro ver los pesados muebles distribuidos por el salón. La luz del sol entra por las ventanas que dan al patio interno, iluminando el interior a través de ligeras cortinas de encaje color crema. Un mantel desteñido por los años cubre la mesa del comedor, y en la vitrina las copas lucen opacas y la platería manchada. Los cojines de terciopelo de los sillones se ven gastados. Todo está en ese orden particular que tienen las casas abandonadas hace mucho tiempo. Parece que no hubiera nadie, y sin embargo sé que la anciana vive aquí. Además, me dijo que entrara, ¿pero dónde estará?

Avanzo hacia la siguiente sala buscando la voz que me dio paso. De pronto la escucho detrás de mí. Me presento y me disculpo por irrumpir en la tranquilidad de su casa. Ella me mira serena y dice que no me preocupe.

Es una mujer de aspecto agradable y sencillo. Lleva puesta una bata blanca con estampado de florecitas. Su contextura es delgada, de baja estatura y tez morena. Tiene el cabello gris, recogido justo detrás de las orejas, en un moño que asemeja una cebolla. Me mira a través de sus lentes con unos ojos grandes y negros, muy expresivos, al igual que las líneas que definen su rostro. Tendrá unos setenta años, pero se conserva muy bien. ¿Será que esta anciana vive sola en una casa tan grande?

La anciana comenta que me parezco a su hijo, que debe tener más o menos mi edad. Le pregunto si vive con él y dice que no. Se fue de la casa hace veinte años, justo después del meteorito. Me cuenta que lleva tiempo esperando que su hijo venga a verla. Lo extraña mucho, pero él no la visita nunca. Pensé en mi madre, ¡cómo me gustaría poder visitarla! Pero ella también había abandonado este mundo, igual que Isabel. Se me ocurrió que si todo salía bien hoy, tal vez podría pedirle ayuda a esta mujer para comunicarme con mi madre en otra oportunidad.

Pasamos a la pequeña sala donde está el televisor. Preguntó si había traído algún objeto de Isabel para establecer el contacto, y yo le di un pañuelo bordado que ella siempre llevaba consigo. La mujer tomó el pañuelo en una mano y posó la otra sobre el televisor durante unos minutos, cerrando los ojos mientras decía: “Isabel, Isabel… Querida Isabel, ¿estás ahí? Nicolás te vino a visitar”.

De pronto comenzaron a verse unos destellos brillantes en la negra pantalla del televisor. Una voz conocida salía de los altavoces. Era Isabel que me hablaba, a la vez que los destellos vibraban y cambiaban de color. Se le oía tranquila, apacible. La nostalgia me estremeció. Le dije que la amaba y que siempre pensaba en ella. Ella lo sabía. Siempre lo había sabido, pero a mí me gustaba decírselo. Era como un juego; repetíamos el mismo diálogo una y otra vez, hasta que uno de los dos se daba por vencido. Hoy la dejé ganar a ella. Una emoción inmensa invadió mi pecho cuando dijo que ella también me seguía queriendo. Las lágrimas se derramaron mudas por mis mejillas y al rato me despedí de ella, dejándola regresar a su nuevo sitio.

Le agradecí a la anciana desde el fondo de mi corazón. Camino a la puerta, le pregunté qué le podía dar a cambio por tan inmenso favor. Se limitó a decirme que no podía hacer nada con los bienes materiales, y que lo único que ella deseaba era que su hijo la viniera a visitar. Cómo me hubiera gustado ayudarla con eso; pero nunca me dijo su nombre ni dónde lo podía encontrar.

En el camino de regreso vi a un grupo de personas que se dirigían a la casa de la anciana. Es verdad que la mujer es famosa, pero lo que más me impresionó fue su gran generosidad.

Tres semanas después se cumplían cinco años de la muerte de mi madre y decidí ir a la casa de la anciana, a ver si podía ponerme en contacto con ella. De nuevo me recibió con mucha amabilidad y pasamos a la salita del televisor. Estaba a punto de darle el rosario de mi madre para que la invocara, cuando escuché a alguien entrar en la casa. La mujer dio un salto y exclamó: “¡Mi hijo! ¡Al fin vino!”. Volteé la cabeza en dirección a la puerta, y vi venir a un hombre corpulento de unos sesenta años que compartía las facciones de la anciana. Parecía no entender qué hacía yo allí, sentado frente al televisor con un rosario en la mano. Me preguntó quién era y por qué había entrado en su casa. Intenté explicarle que su madre había sido tan amable de ayudarme unas semanas atrás con el asunto de mi esposa, y que ahora me estaba ayudando a ponerme en contacto con mi propia madre. El hombre me miraba perplejo e insistía en que yo había entrado sin permiso en una propiedad privada, a lo que le contesté que su madre me había dejado entrar, igual que a tantas otras personas que venían a pedirle ayuda todo el tiempo.

“¡¿Pero de qué cuernos me habla usted?! ¡Esta casa ha estado cerrada desde hace veinte años! ¡Aquí no vive nadie!” gritó, mientras buscaba algo en una gaveta del recibidor. Sacó una foto a blanco y negro de una tumba en la que se leía claramente: Idalisa Vegas, 1955-2025. “¡Mi madre murió hace veinte años. Se electrocutó durante el choque del meteorito, mientras buscaba el canal de las noticias en la televisión! ¡Ahora lárguese de aquí!”.

Furioso, se dirigió hacia la puerta, donde su madre lo esperaba con los brazos abiertos, y pasó a través de la anciana que se quedó inmóvil, llorando el llanto quedo de los que se han tenido que conformar.


© 2007 PSR

 
** "2045" obtuvo el Tercer Premio en el 16 Concurso Literario del Instituto de Cultura Peruana en Miami, Estados Unidos, en 2007. 

"2045" aparece en la antología Yara y otras historias de Patricia Schaefer Röder 
Ediciones Scriba NYC 
ISBN 978-0-9845727-0-0 


  

miércoles, 8 de julio de 2009

JORGE

Eres el superhéroe
de mi infancia
convertido
en símbolo de lucha
perenne.

Eres un amigo
enamorado de la vida
que tocó tantas otras
y muchas más
cual rayo positivo
brillante.

Eres el canto
y la alegría
de la dicha plena.
Brillan tus ojos
color esperanza
en medio de la multitud
que te rodea.

Eres la fuerza
y la nobleza
en la sencillez
de la sabana
en la tranquilidad
de una noche estrellada.
Eres la gracia
en las sonrisas
que provocas
entre los tuyos.

Eres ejemplo de convicción
gaviota serena
estoica
desafiando el huracán
de dificultades
que irrumpe en nuestros días
sin permiso.

Eres el sol
y la lluvia
de mi existencia eterna
por siempre.


© 2009 PSR

miércoles, 1 de julio de 2009

FAMILIA

Bienvenidos somos todos
al gran encuentro
a corazón abierto
sin bypass.

Mosaico de colores
mezcla estrecha
y amplia a la vez
rasgos rasgados en piel
desgarrados en el alma
mancha de acero
marca natal
innata.

Un millón de risas
resuenan estruendosas
armoniosas
disonantes en concordancia
melodías opuestas
contrapuntos
pot pourri de acentos
lenguas
emociones
y llantos.

Senderos infinitos
hacen los ríos
para llegar al mar
como la sangre
que nunca descansa
siempre corriendo
desde su origen
milenario
puntual
desdoblándose
extendiéndose
multiplicándose
combinándose infinitamente
en cada generación
que se acerca a la meta.

Todas las texturas
todas las líneas
todos los tamaños
formas y tallas.
Collage de rostros
narices, ojos
orejas y bocas
salpicados de cabello
a veces sin adornar.

Mil expresiones heredadas
del abuelo o la tía
unas saltan una generación
otras se repiten
año tras año
día tras día.

Danza al ritmo de la comparsa
en este carnaval familiar
toda emoción
toda nostalgia
convertidas en ritmo
rima y canción.

Gira presto el disco
de cuentas preciosas
en el caleidoscopio
de los sentimientos.
Recuerda tiempos pasados
felices
menos complicados
anécdotas históricas
personajes imborrables
imprescindibles
eternos
como aquel chiste
que contamos una vez más.

Fabriquemos ahora
los recuerdos del futuro
con hilos brillantes
de cuentos reales
propios
vivos.
Somos todos piezas
del rompecabezas
de nuestra historia.
Si faltara una sola
no podríamos resolverlo.

Bailemos todos
felices juntos.
Una vez más estamos aquí
para celebrar la vida.
Brindemos por el camino recorrido
por la ruta actual
interminable.
Cada reunión es un reencuentro
de antepasados
y posfuturos.
Cada encuentro es una ocasión
para el recuerdo
y la planificación.
Cada oportunidad es una gracia
de la vida y el amor
por siempre.
¡Ven hermano, tío, prima!
Quiero abrazarlos largo y fuerte
llenar de familia
corazón y piel
poros y pupilas
deseando que pronto
en otra gran fiesta
tengamos la dicha
de encontrarnos de nuevo.

Doblemos las rutas paralelas
crucemos las divergentes
dame la mano, Mamá
que hoy he venido a verte.


© 2009 PSR
16–25 mayo 2009, Caracas