LIBROS POR PATRICIA SCHAEFER RÖDER

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miércoles, 27 de agosto de 2014

VACÍO


una montaña insorteable
se mueve delante de mí
antecediéndome en todo momento
no puedo escapar de ella
ni siquiera puedo dejar de mirarla
descarada, se burla
aplastándome en sus abismos
la montaña es hueca
me grita que salte
caigo en el espejismo
siento la ausencia de calor
también la ausencia de frío
sucumbo en un volumen que no es
no hay luz ni oscuridad
a ratos me invade el temor
todo está repleto de piezas viejas
sin instrucciones para armar el rompecabezas
quinientos mil colores se posan sobre el gris
intentando definir alguna silueta peregrina
que huye a medio terminar
un millón de acordes se cuelgan de las cuerdas del pentagrama
es inútil, la montaña los absorbe sin dejarlos salir
pareciera hecha de corcho
el silencio me comprime
novecientas dieciocho formas geométricas
llenan las páginas en blanco de mi memoria
sin poder llegar a ser un dibujo
la montaña se tragó el cuaderno
setecientos aromas en coloridos tonos
inundan aquel aire que me apresa sin dejarme respirar
estoy presa en el espacio
la montaña no me permite avanzar
no me abandona
ni se desintegra en mi mente
es un titán omnipresente
los recuerdos se derraman sin remedio por la habitación
inundan la casa
salen hacia la calle
buscando inútilmente una red que los atrape
entre fragmentos de desechos
que flotan río abajo
a mis pies
el manantial está en la montaña
ella cuida fantasmas
suelta demonios
nutre miedos
inseguridades
no puedo ver más allá
es contundente
refractaria
se carcajea de mis sueños
haciendo trizas el ímpetu
las oportunidades
la montaña está delante de mí
no me dará paso
implacable, se mete en mi cabeza
haciendo confeti de mis planes
quiere invadir mi espíritu
y estrujar cuanto deseo quede
la montaña se cree invencible
dueña de mi destino
pero olvida que soy cantera
y mi paciencia es infinita…


©2014 PSR

miércoles, 19 de junio de 2013

C A M I N O



Con los pies firmes
afincados al suelo
gano terreno.

Abriendo paso
el futuro espera
de mil colores.

Muchos senderos
me llevan a la meta
por sus parajes.

Iré al frente
corazón en la mano
tendida al otro.

Nunca pararé
mi destino es andar
tarareando.

Otra vereda
desafío divino
¡te conquistaré!


©2013 PSR


miércoles, 8 de agosto de 2012

LA FUENTE

Al fin la había encontrado. Era una fuente nueva, diferente de todas las otras que había visto hasta entonces. De la más preciosa porcelana, tenía una forma hermosa; delicada, suave, y sin embargo era espaciosa. Su boca generosa tenía un borde en extremo sensual. Cual arco iris plácido y deslumbrante al mismo tiempo, su textura era una amalgama de nácar y talco fino. Era perfecta. Tantas cualidades me atrajeron sin remedio y, seducida por completo, deposité toda mi confianza en ella sin parpadear. La hice mía, la cuidaba con el más puro amor. Se convirtió en la fuente que guardaba mis sueños, mis deseos, mis sentimientos y mis metas. Así fui feliz, hasta que de pronto, y a pesar de mi esmero por evitar su deterioro por la fuerza de los elementos, tan gentil fuente se agrietó. La fractura fue contundente; miles de piezas de todos los tamaños se separaron, esparciéndose alrededor mis anhelos y mi confianza. Enamorada de mi preciosa fuente, en un intento por recuperarla y protegerla, recogí los fragmentos con el mayor de los cuidados, tomé el mejor pegamento y comencé a armarla de nuevo, cual rompecabezas elegante y desafiante que una vez listo, me daría la mayor de las recompensas. Poco a poco fui encontrando trozos grandes que, al juntarlos, ayudaban a reconocer los rasgos de la fuente. Las piezas medianas hacían lo posible por calzar entre las grandes, pero quedaban un tanto tirantes al intentar ajustarlas con las pequeñas, porque al romperse, unas partes quedaron reducidas a un sutil polvo que se esparció por todos lados, perdiéndose de vista. Una vez más, como siempre en mi vida, hice lo mejor que pude con lo que tenía a mano. Entonces, al terminar de arreglar mi preciada fuente, pude comprobar que, a pesar de que la forma y el color se parecían bastante a los de mi fuente original, ya no podría guardar más mis esperanzas en ella. Tenía demasiadas grietas imposibles de sellar. De mi fuente perfecta quedaba solo el recuerdo; sabía que esta versión reparada nunca sería igual. La había perdido.
 
©2012 PSR 
  
  

jueves, 7 de mayo de 2009

LAS MADRES TAMBIÉN SOMOS SERES HUMANOS

(Sí, ya sé; no sólo las madres somos seres humanos, también los padres lo son. Pero en esta oportunidad me ocuparé sólo de las madres, en vista de que soy una de ellas).

En realidad, casi todas las mujeres tenemos algo de madres. Está en nuestra naturaleza cuidar de alguna manera de alguien o de algo. No hay que tener hijos para poseer este instinto y desarrollarlo. Vaya entonces este escrito a todas aquellas mujeres que son madres en el sentido más amplio de la palabra.

Antes que nada, las madres somos mujeres. La gran mayoría de nosotras fuimos mujeres antes de ser madres. Teníamos una vida propia con metas personales, sueños y anhelos, entre los que también figuraba, en muchos casos, formar una familia. Aquellas mujeres que tenemos una familia sabemos lo difícil que puede resultar encontrar unos minutos de tranquilidad para una misma, en una etapa de la vida en la que todas las responsabilidades parecieran girar alrededor de nosotras como una espiral descendente, cayendo al final con todo su peso justo encima de nuestras cabezas ya embotadas por las preocupaciones diarias.

Somos madres y queremos a nuestras familias. Los hijos, la pareja, los familiares –padres, hermanos, abuelos, tíos y otros– forman parte de nuestras vidas y son importantes para nosotras. Tenemos el deber de atender a sus necesidades y de estar allí para ellos, y generalmente lo hacemos con gusto. Sentimos la obligación de ayudarles en todo lo que se proponen, criamos a nuestros hijos de la mejor manera que podemos y cuidamos de niños y ancianos con el mismo esmero. Además de todo eso, generalmente nos toca mantener el orden en la casa y la familia. Y como todo el mundo sabe, el trabajo de la casa no termina nunca; ni siquiera cuando se tiene ayuda para ello. Siempre hay mil cosas de las cuales debemos estar pendientes: las necesidades básicas de alimentación y vestido, el orden de la casa, la salud, las cuentas, la escuela, las tareas, el ocio sano, el esparcimiento y los compromisos de todo tipo. Obviamente, para que todo esto funcione se requiere una buena organización del tiempo. Ah, el tiempo… El tiempo es el recurso que por lo general tiende a escasear más en la vida diaria de cualquier persona citadina como yo.

Somos muchas las mujeres que aparte del trabajo del hogar también desempeñamos un trabajo profesional. En estos casos la distribución del tiempo resulta vital si queremos mantener algún rastro de cordura en nuestras vidas. Tenemos que estar bien organizadas para poder hacerle frente al día a día de manera eficaz. Todas sabemos que no es fácil; si no tenemos cuidado, la calidad de nuestra labor puede verse afectada, ya sea en el hogar o en el trabajo. Y como esto no nos gusta, hacemos de tripas corazón para que nos rinda el valioso tiempo, el recurso no renovable más importante que tenemos. Resulta importante entonces definir nuestras prioridades para decidir qué cantidad de tiempo podemos concederle a los diferentes aspectos de nuestras vidas: la familia, la pareja, el trabajo y la casa. Así, organizamos las horas de que disponemos en la forma más justa que encontramos, y vivimos de esa manera y a ese ritmo por una temporada que puede ser más o menos larga, hasta que nos damos cuenta de que hay un problema con la ecuación anterior: ¡no nos incluimos a nosotras a la hora de repartir el tiempo!
Es muy fácil olvidarse de una misma cuando se tienen mil obligaciones diarias y sólo se dispone de 24 horas cada día para resolverlas. Generalmente se tiende a dar mayor prioridad a las cosas de los demás y a dejar las de una para “cuando tenga más tiempo”. Ésa es la trampa más frecuente del ritmo de vida acelerado que llevamos las mujeres de las ciudades: creer que más tarde tendremos tiempo para nosotras. Resulta que ‘más tarde’ suceden otras cosas que requieren nuestra atención, y así volvemos a perder la oportunidad de hacer lo que teníamos pensado inicialmente.

Necesitamos tener un tiempo para respirar en paz. La falta de tiempo causa estrés, ansiedad y angustia. Cuando sentimos que aumenta la presión, nos ponemos más nerviosas y perdemos la paciencia con mayor facilidad, pudiendo incluso llegar a experimentar una sensación de hastío. Admito que esto me sucede de vez en cuando, sobre todo cuando tengo mucho trabajo y me tengo que trasnochar varias veces seguidas. Estoy consciente de que me encuentro lejos de ser la madre perfecta, pero también sé que intento hacer todo de la mejor manera que puedo. Al igual que el resto de la gente, las madres necesitamos aire. Tenemos que poder disfrutar de ratos libres para hacer catarsis, o para utilizarlos en actividades creativas o de esparcimiento. Nosotras también nos merecemos un tiempo propio en el que podamos decidir simplemente no hacer nada, si eso es lo que se nos antoja. Tenemos el derecho a realizarnos y a ser felices sin necesidad de sentirnos culpables. No por esto dejaremos de querer y de cuidar a nuestras familias. Al fin y al cabo, las madres también somos seres humanos.


©2005 PSR