LIBROS POR PATRICIA SCHAEFER RÖDER

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miércoles, 12 de junio de 2013

F A M I L I A



Felices vamos
buscando las raíces
casi olvidadas.

Armados de sol
iluminamos vidas
entrelazadas.

Mujeres y hombres
forman aquellas redes
de los ancestros.

Iridiscentes
brillan fuertes los tonos
puros del alma.

La sangre es gruesa
y nunca se diluye
en la memoria.
 
Iremos siempre
pisando el futuro
desde el pasado.
 
Abierta mi alma
entre brazos cálidos
respiro en paz.
 
 
©2013 PSR


miércoles, 19 de diciembre de 2012

EL REGALO


La vio por primera vez cuando era niña. Tendría unos seis años el día que la descubrió en el cuarto de su madre, colocada en el lugar más especial de la repisa de sus tesoros. Era una cajita cilíndrica, un tanto chata, que asemejaba una pequeña sombrerera. Al igual que la tapa, la caja estaba hecha de una sola pieza de madera tornasolada finamente pulida, toda labrada en arabescos que, al recibir serenos el abrazo de la luz, reflejaban tonos cálidos y amables. Las dos partes calzaban a la perfección, quedando cerrada con un lazo de cuero. Su madre la llamaba con cariño “el regalo”.
Desde ese instante, quedó fascinada con el regalo. Aunque siempre había estado allí, ella se percató de su existencia esa mañana sabatina de mayo.
—Mamá, ¿qué es esta cajita? —quiso saber, curiosa.
—En esta cajita está el regalo —respondió la madre con una sonrisa.
—¿Un regalo? ¿Y quién te lo dio?
—Me lo dio la abuela hace años. Es linda, ¿verdad?
—Sí; me gusta mucho. Mamá, estos dibujos parecen hojas, ¿por qué esta cajita parece un árbol?
—Es una cajita muy vieja, de nuestros antepasados. A ellos les gustaba adornarlo todo con flores, hojas y frutas. Para ellos los árboles eran muy importantes.
—A mí también me gustan mucho los árboles, Mamá.
—Lo sé, mi amor, lo sé.
Una y otra vez, a lo largo de los años, al preguntarle a la madre por el regalo, ella le contaba sobre el material, el significado del diseño y la manera en que había llegado a sus manos.

Llegó el día en que terminó la escuela. Había decidido estudiar en la universidad, lejos de su pueblo, en el ombligo del mundo. Mientras preparaba su equipaje, caminaba por la casa fijándose muy bien en todo; formas, colores, sonidos, aromas, adornos… Quería absorber de nuevo, consciente, con fuerza, todo aquello que la hacía ser la persona que era. Necesitaba llenarse de tantos recuerdos, de las experiencias, los sentimientos y las emociones que la hacían ser única. Así, paseaba de cuarto en cuarto reviviendo escenas, diálogos, momentos irrepetibles. Al llegar a la habitación de sus padres, encontró a su madre sentada sobre la cama, esperándola.
—Te estás despidiendo, ¿cierto? —quería comprobar la madre.
—Sí. Es toda una vida…
—Acércate hija, tengo algo para ti.
—¿Para mí? ¿Qué es?
—Es hora de darte el regalo.
—¿Un regalo? ¿Cuál regalo es ese? —preguntó ella, ansiosa.
—Mi madre me dio el regalo cuando tenía tu edad y me preparaba para ser independiente, así como tú lo estás haciendo ahora —dijo la madre con suavidad mientras extendía la mano, ofreciéndole aquella cajita de madera noble.
—No sé qué decir… es tu regalo… la abuela te lo dio a ti… No puedo aceptarlo.
—Debes aceptarlo hija, ha sido la tradición por muchas generaciones. El regalo ha llegado hasta aquí desde nuestros antepasados. Hoy lo recibes tú, y deberás entregárselo a tu hija el día que ella se vuelva independiente. Ábrelo.
Ella tomó la cajita entre sus manos con especial reverencia. Mientras deshacía el lazo de cuero, la madre continuó hablando:
— El mayor regalo que se nos ha dado es la vida, y con ella, el libre albedrío. Siempre, la decisión está en nuestras manos y siempre tenemos el privilegio de actuar de la manera que queramos. Tenemos el poder de decidir qué hacer, cuándo y cómo, en dónde y con quién, y eso solo porque somos libres para ello. Del mismo modo, podemos negarnos a hacer lo que no deseemos. Solo nosotras tenemos la última palabra y solo nosotras somos responsables de nuestros actos. Nosotras corremos con las consecuencias de aquello que hagamos o dejemos de hacer. Hacemos cosas para que se nos acepte o para impedir el rechazo; a veces incluso por miedo, pero las hacemos siempre porque queremos, porque perseguimos algún fin. La decisión es nuestra, y eso nadie lo puede cambiar.
Al abrir la cajita, ella sintió la fragancia de la madera de eucalipto. Instintivamente, cerró los ojos y aspiró profundo.
—Mientras puedas respirar, sabrás que estás viva —dijo la madre—. Y mientras estés viva, serás libre para decidir por ti misma. No lo olvides nunca.

Entonces, ella abrazó a su madre y comprendió.



©2012 PSR