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miércoles, 7 de noviembre de 2012

AUXILIO



Alarma urgente
otra catástrofe más
nos ha golpeado.

Unión y fuerza
juntos nos impondremos
sobre el desastre.

Xenofobia, ¡no!
todos somos hermanos
cuando sufrimos.

Impulso innato
alimento y abrigo
solidaridad.

Luz, esperanza
bálsamo efectivo
para el alma.

Inmensa labor
por el bien de los demás
necesitados.

Ondas de vida
abrazan fuertemente
desde el corazón.


©2012 PSR



miércoles, 18 de enero de 2012

M E N T I R A


Miles de veces
te ves en el espejo
sin saberte tú.

Entraste en pena
la hipocresía duele
…la propia aún más.

No hay salida
la falsedad nos mata
si no se enfrenta.

Te engañas a ti
los cuentos son cómodos
no quieres sufrir.

Inventas verdad
siempre manipulada
tan disfrazada.

Recitas farsas
con melodías bellas
encantadoras.

Allá atrás viene
tu alma esclavizada
deseando partir…



©2012 PSR


miércoles, 17 de agosto de 2011

M U J E R E S

Mujeres todas
penando sin justicia
sufren calladas.

Un instante más
el tiempo se termina
mueren de nuevo.

Jóvenes, viejas
plenitud de la vida
en el infierno.

Entre escombros
recogen sus despojos
alma en muñón.

Reencarnan ya
siempre poco a poco
indestructibles.

Ellas, valientes
se limpian las heridas
van adelante.

Sus esperanzas
son morir dignamente
a corto plazo.



©2011 PSR

miércoles, 18 de agosto de 2010

CELEBRACIÓN

vamos a celebrar
juntos al fin
la vida
el amor
las cosas buenas del mundo
de nosotros
de los demás
a pesar de todo
a pesar de ellos
a pesar nuestro.

vamos a celebrar
sin importar la fecha
el lugar
la ocasión
tan sólo seamos felices
mientras existamos
mientras vivamos
mientras perduremos
en medio de los obstáculos
imponiéndonos sobre ellos
sobreponiéndonos al dolor
venciendo el sufrimiento
sembrando esperanza
sonriendo
riendo
aunque sea por unos momentos
un minuto de risa
es una ganancia infinita.

vamos a celebrar
que aún podemos encontrarnos
aquí, allá
en otro lugar
que todavía estamos
respiramos
pensamos
y si queremos
podemos soñar.

vamos a celebrar
nuestro abrazo sincero
fuerte, estrecho
cálido, eterno…
una caricia en la mejilla
un apretón de manos
la suavidad de tus palmas
el brillo en la mirada
la melodía de una voz
tan conocida
tan esperada
…siempre.

vamos a celebrar
que pase lo que pase
nadie nunca
nos podrá vencer
ni doblegar
¡somos más fuertes
que mil titanes
enfurecidos!
perseverantes
perseguimos nuestros ideales
insistentemente.

vamos a celebrar
una vez más
cantemos
brindemos
bailemos
sin parar
en esta celebración
que no debe terminar.



©2010 PSR

miércoles, 19 de mayo de 2010

HERMANOS

Mil rutas
nos traen aquí
cada quien llega
por su cuenta
a su tiempo
momento exacto
ni antes
ni después.

Vidas solapadas
vidas compartidas
más años
menos años
a veces
tan sólo meses
otras ni siquiera eso…
mas compartir sí, ¡claro!
dar y recibir
más bien
tomar al mismo tiempo
ese juguete
una galleta
aquella mano grande
madura
amorosa
hacerse uno
o intentar hacerse
de lo que todos quieren
para sí mismos.

Crecemos juntos
a pesar de nosotros
en medio del resto
abriéndonos paso
como podemos
en la más genuina competencia
la más feroz de las carreras
supervivencia del más apto
…o del más consentido
aquel que supo tocar la música
con las teclas precisas
para encantar a los demás.

Maduramos
cada uno a su manera
cada quien a su ritmo
tantos sabores somos
como cachorros inquietos
de la misma camada.

Amor, dolor
penas, alegrías
repartidas por igual.
Pan dulce, leche
divinas tajadas
acaparadas por un tenedor
demasiado veloz
cien motivos de pelea
en la mesa del comedor.

En los otros
que son los nuestros
ubicamos exactamente
dónde están las cicatrices
de la piel
y del alma
los queremos
cuanto podemos
nos conocemos
todos
a fondo
no hay máscaras
ni antifaces
detrás de los cuales
logremos escondernos.
Cada gesto
es un comentario directo
toda mueca
cualquier sonrisa
el tono preciso
para decir
esa frase dulce
o hiriente.
Rostros eternos
formas amigas
rasgos memorizados
en infinitas
líneas naturales
obvias, perennes
¿dónde más podrían estar?
¿de qué otra forma podrían ser
si no fuesen así
perfectas?
Sabemos quiénes somos
desde siempre
soportamos los defectos
admiramos las virtudes
sufrimos juntos
celebramos la vida
y lo que ella nos trae.
Siempre seremos pichones
del mismo nido.

Todos por su cuenta
siguen caminos únicos
parten del mismo origen
con mapas originales.
Tenemos rasgos iguales
y somos tan diferentes
agua, vino, aceite
crema y pomada
gritos y silencios.
Compartimos un pasado
revivimos los recuerdos
sensaciones
sentimientos
cada quien como quiere
como puede
al fin y al cabo
son la única realidad.

Nuestros ojos se hacen eco
de una buena carcajada
risa divina
por aquella anécdota divertida
de ese entonces lejano.
Luego los cerramos
para evitar desbordar
aquel río que trae consigo
la remembranza de quien ya no está.

Querida hermana
hermano amado
gracias por hacerme sentir
que al pasar de la vida
en medio de todo
aún siguen a mi lado.



©2010 PSR

miércoles, 12 de mayo de 2010

DICHA (DES) DICHA

“…Aparece como una enorme ola en medio de la noche sin luna. Una pared monstruosa, infranqueable, que arrasa con lo que encuentra a su paso; una aplanadora que viaja dentro de nosotros, destrozándonos el alma y mutilando nuestro espíritu. De pronto sentimos que la parte posterior de la lengua se vuelve muy sensible y pesada al mismo tiempo, presionando nuestra garganta hacia abajo, mientras el corazón desgarrado en el pecho ardiente, congelado, busca inútilmente una salida por el cuello, que resulta demasiado estrecho para aquel órgano hinchado por no poder latir. El estómago se retuerce, su acidez se desborda quemándonos las entrañas en ondas punzantes, lacerantes. Los músculos de nuestro rostro y mandíbula quedan paralizados en una mueca incontrolada y contusa…”.

Hay quienes piensan que el sufrimiento es el único medio gracias al cual tenemos conciencia de existir. Lo dijo primero Oscar Wilde y no lo comparto. A pesar de que es cierto que el dolor nos sacude por dentro, no puedo evitar rebelarme ante esta afirmación tan tajante y me niego rotundamente a justificarla. Prefiero definirme, saberme y sentirme viva a través del amor y la felicidad plena, no del dolor y el sufrimiento. Por otro lado, Charles Dickens dijo una vez: “el destino nos dio la vida con la condición de defenderla valientemente hasta el último momento”. Estoy totalmente de acuerdo y amplío este aforismo con una frase de Gertrude Atherton, quien escribió: “la vida nos fue dada para disfrutar la máxima felicidad de la que somos capaces individualmente, sin importar qué otras cosas estemos obligados a soportar”. En otras palabras: vivamos felices y defendamos esa felicidad a toda costa, sobreponiéndonos al sufrimiento.

La vida es un viaje lleno de aventuras en cuyo trayecto crecemos y maduramos. Conocemos gente y nos movemos en un medio más o menos amplio, participando en sucesos o presenciándolos, registrando infinidad de sentimientos y sensaciones. A ratos la ruta es plácida y fácil, otras veces se torna escarpada y complicada. Pero por más curvas y recovecos que tenga el camino, la vida siempre nos lleva hacia adelante, nunca hacia atrás. Esa maravillosa travesía está hecha de momentos, infinidad de ellos, que agrupamos en episodios. Por supuesto, hay episodios muy buenos y otros que no lo son tanto; épocas llenas de luz y fases sombrías. Y de igual manera que suceden aquellas cosas que nos dan felicidad y que tanto disfrutamos, también aparecen las que nos traen sufrimiento. Es inevitable. La felicidad y el sufrimiento son piezas complementarias acopladas que hacen andar el motor de nuestra existencia. La dicha y el dolor moran dentro de nosotros, sólo basta descubrirlos. Sé que ambos son reales, pero debo confesar que prefiero coleccionar piezas de felicidad y me inclino descaradamente por ella.

Así como nadie puede vivir nuestra vida, es imposible que alguien sienta nuestra felicidad o sufra nuestro dolor. Si un grupo de personas comen de una misma fruta, no habrá dos de ellas que perciban igual sabor, aroma, textura y color en esa misma experiencia. Aunque al celebrar o desahogarnos expresemos de mil formas la alegría o el pesar que nos causa algo —contagiando incluso en cierto grado a otros—, siempre será una vivencia interior, íntima, que nadie más puede sentir. Todos somos únicos y cada quien tiene su propia realidad, así que reaccionamos de diferente manera a los estímulos y situaciones que nos trae la vida. De nuestra actitud dependerá cómo sobrellevemos el tormento y qué tanto disfrutemos la felicidad. La dicha plena nos eleva, hinchándonos de emociones positivas, mejora nuestra salud, nos pone una sonrisa en el rostro y otra en el alma y nos llena de paz. Contrario a esto, a veces el sufrimiento psíquico se vuelve dolor físico, pudiendo incluso enfermar y hasta matar de pena. Y así como existen incontables piezas de felicidad que coleccionar —que todos conocemos muy bien—, también hay infinitos motivos de tormento; podemos sufrir por intolerancia, odio, mentiras, celos, envidia, ignorancia, desesperación, frustración, falta de compasión, pobreza, hambre, enfermedad, incapacidad, muerte, desastres, guerras, separación, problemas laborales, falta de realización, indiferencia, soledad, amor… son demasiadas causas, lamentablemente. Mientras el dolor físico es una señal innegable de que algo anda mal, generalmente en nuestro cuerpo, muchas veces el sufrimiento psíquico lo creamos nosotros mismos cuando sabemos que hay algo que nos impide alcanzar una meta. En ambos casos, el primer paso para sobreponernos a una situación dolorosa es admitir que estamos sufriendo y que debemos actuar. Es entonces cuando buscamos soluciones y las ponemos en práctica.

Aunque en el fondo sabemos que las cosas más importantes de la vida son también las más simples en su naturaleza —como nuestra alma, que alberga tanto a la dicha como al tormento—, hay varios elementos que se confabulan para agravar el sufrimiento. Uno de ellos es el sentimiento de culpa, que nos tortura y nos incapacita para ser felices. Desde que somos niños nos enseñan que ya nacemos pecadores. Lo lamento, pero no creo en el pecado original. Simplemente no existe, porque ya Dios expulsó a Eva y Adán del Paraíso como castigo suficiente y necesario por comer del árbol de la sabiduría; cosa por la cual les estoy además profundamente agradecida, ya que con ello me dieron el raciocinio y el libre albedrío. Después, Jesús se convirtió en mártir para lograr el perdón de los pecados de la humanidad. Y como si todo esto fuese poco somos bautizados, eliminando así de nuevo el pecado original. ¿Por qué tanta insistencia en reparar algo que ya fue arreglado por el mismo Dios en el Libro del Génesis? Lo que Dios hace, lo hace perfecto, así que no debemos limpiar sobre limpio, sencillamente no hace falta. Sin embargo, ese sentimiento de culpa nos marca como mancha de acero, acompañándonos innecesariamente a lo largo de nuestras vidas, haciéndonos sentir que a pesar de todo, nunca estaremos completamente libres de pecado y por lo tanto nunca podremos optar a la felicidad plena. No, de nuevo, no. El pecado tan sólo es falta de amor, y es esa falta de amor lo que origina el sufrimiento. Cuando nacemos no le negamos nuestro amor a nadie, por lo tanto no pecamos. Así que no debemos ser demasiado duros con nosotros mismos. En cualquier caso, somos inocentes de todo pecado hasta que se compruebe lo contrario, y no a la inversa. Tenemos que darnos la oportunidad de ser felices de verdad. Tampoco comparto el concepto de que venimos a este mundo a sufrir. Es absurdo pensar algo así; entonces la gente querría morir pronto para pasar al próximo mundo, donde supuestamente no hay tormento. Simplemente no soporto la idea de sufrir, así como tampoco soporto ver o hacer sufrir a nadie. Debemos luchar por nuestra salvación del sufrimiento, del dolor y del desamor en esta vida, y eso lo logramos cuando trabajamos nuestros tormentos y nos imponemos sobre ellos. Somos muy afortunados si tenemos algo o alguien que en medio de nuestro dolor nos consuele, nos arrope, nos tranquilice y nos de paz; para unos puede ser Dios, para otros quizás un amigo, y habrá quienes lo logren haciendo introspección o meditando.

Una de las causas de sufrimiento más inauditas es el amor, o mejor dicho, la falta de éste. Aunque muchos estén convencidos de que los sentimientos tienen vida propia y hacen con nosotros lo que desean, no pudiendo someterlos a lo que la conciencia aconseje o decida, es muy cierto que hay maneras de canalizarlos positivamente para ser felices. Los amores no correspondidos e incluso los amores imposibles se pueden sublimar, transformándolos en algo mucho más grande y poderoso que una simple relación romántica y carnal. Por otro lado, el amor que destruye evidentemente no es amor; es todo lo opuesto a él. La persona que nos hace sufrir no nos ama, es así de simple. El amor nos eleva, nunca nos hace caer ni nos daña. Así que bajo ningún concepto debemos sufrir por amor. No hay excusa que valga; el amor debe ser parte de las piezas de felicidad que coleccionemos, nunca del sufrimiento. Y como sólo podemos vivir nuestra vida y no la de los demás, debemos querernos y respetarnos, no permitiendo que otros nos manejen en ningún aspecto. Quienes nos rodean sólo pueden hacernos daño si nosotros lo aceptamos, si de alguna manera consciente o inconsciente estamos de acuerdo en eso. Así que cada quien es responsable de sus actos y de su felicidad, y debe correr con las consecuencias de ellos.

Sabemos que las cosas no siempre son como queremos o esperamos que sean, simplemente porque sólo una minúscula parte de lo que nos rodea depende de nosotros. Más bien debemos querer a las personas y cosas por lo que son, en lugar de vivir entre los escombros de anhelos rotos. En este sentido, el sufrimiento nos enseña a ser humildes. Funciona como una bofetada moral que en muchas ocasiones nos hace regresar súbitamente a un nivel de arrogancia menor. Cuando sufrimos intensamente por algo muy grave nos sentimos sacudidos y comenzamos a ver aquello que antes no veíamos por estar distraídos con esas cosas que nos ocupan, pero que realmente no tienen ninguna trascendencia. Entonces comenzamos a darle valor a las cosas verdaderas e importantes de la vida, abriendo los sentidos y el corazón a cuanto y a quienes nos rodean. Incluso en muchos casos reconocemos que estábamos equivocados con respecto a una situación, a otra persona o a nosotros mismos, haciéndonos reflexionar y tomar medidas para corregir lo que podamos. Así, si todo esto sucede de manera genuina, habremos ganado en humildad y con ello estaremos más dispuestos a buscar consuelo y soluciones a la situación que nos produce el sufrimiento, y también estaremos más abiertos a recibir la ayuda de quienes nos rodean.

Mi padre solía recordarme que debemos aprovechar toda oportunidad de hacer felices a los demás. Ya de adulta, tomé esto como una máxima para mi vida. De la misma forma, Dios siempre quiere nuestra felicidad. Dios nos ama, nos consuela y nos guía; no nos castiga. El castigo divino no existe, así que dejemos de achacarle a Dios la responsabilidad de las cosas negativas que pasan. No es justo que insistamos en conferirle ese lado oscuro que simplemente no es parte de su naturaleza. Sí, las cosas malas suceden, pero hay una razón para ello, y no es precisamente que Dios las envíe o las permita por algún motivo sombrío; sencillamente hay cosas que ni siquiera Dios puede controlar, como por ejemplo el libre albedrío. También está el equilibrio cósmico: en el universo existe la energía positiva o creadora y la energía negativa o destructora. Es por la interacción entre ellas que suceden todos los fenómenos naturales, desde el choque de estrellas hasta la liberación de un electrón en el proceso de la respiración. Así, Dios es la energía positiva, creadora, que se encuentra en constante tensión con la energía inversa y complementaria en un equilibrio dinámico universal.

Por otro lado, no debemos olvidar que vinimos a este mundo y estamos en él para ser felices. La felicidad mora en nuestro fuero interno; tan sólo debemos encontrarla y disfrutarla. ¿Pero hasta qué punto podemos perseguir algo que creemos nos hará felices, si con ello perjudicamos a alguien más? ¿Cuál felicidad es más valiosa, la nuestra o la del otro? Recordemos que tan sólo somos seres humanos, llenos de defectos y virtudes. Tendemos a ser egoístas e insaciables, sobre todo con aquello que nos da placer o nos hace dichosos. Así, muchas veces cuando corremos detrás de lo que pensamos nos dará felicidad, en nuestro afán por atrapar eso que se nos antoja —en ocasiones tan sólo por satisfacer un capricho momentáneo— nos llevamos por delante a otros, atropellándolos mientras tropezamos con su existencia, desordenándolo todo, como sucede en aquella escena de persecución en medio de un mercado en una película de acción. Cuando esto pasa, la sensación de felicidad que logramos generalmente resulta efímera y se ve enturbiada por el halo de remordimiento que trae consigo el haber sido la causa de la desdicha ajena. Esa culpa se enquista entonces en un lugar de nuestra alma, de donde sólo podrá salir a su vez con dolor. Así no vale la pena todo el enredo, porque lo que creemos que nos hará felices no nos podrá llenar por completo; nunca llegaremos a tener la paz que se necesita para lograr la tan ansiada dicha y en su lugar mantendremos encendidos los tizones del sufrimiento.

En realidad no necesitamos de nadie ni de nada para ser felices; el estado de felicidad plena se logra cuando estamos satisfechos y en paz con nosotros mismos y con el resto del mundo. Y en ese estado, el sufrimiento se reduce tan sólo a un concepto teórico que no nos tocará más.

“…Como suave rocío, gotita a gotita se va colando en nuestro ser, sin pedir permiso y sin avisar siquiera. Poquito a poco, discreta, plácida, sonriente y luminosa, va empapando nuestra alma como un fluido precioso; un maná cálido y fresco a la vez que llega a todos los resquicios de nuestra conciencia, trayendo consigo el alivio del mejor tónico existente. Comenzamos a ver la belleza del crepúsculo con todos los tonos naranjas del mundo, escuchamos el concierto perfecto en el susurro de la brisa y el agua, el canto de las aves, el llamado de los animales y las hojas de los árboles cuando el viento juega con ellas. De pronto nos maravillamos ante una minúscula flor que aparece entre la nieve de la primavera temprana y ante los dedos perfectos en las manos de un bebé. Sentimos el alivio de la lluvia sobre la tierra seca, cubriéndola para hacerla reverdecer y fructificar una vez más. Nos dejamos contagiar por una sonrisa y con ello contribuimos a propagar la luz que nace en las almas buenas. Lenta pero segura, nuestra conciencia va descubriéndose a sí misma, comprendiéndonos como humanos, con todo lo que ello implica y aprendiendo a querernos tal como somos. Entonces, paso a paso, comenzamos a entender el mundo que nos rodea, con todas las personas y cosas que hay en él, hasta llegar a un estado de paz espiritual en el que nos sentimos en armonía con nosotros mismos y con el universo…”.



©2010 PSR

viernes, 2 de abril de 2010

CAMINO AL CALVARIO

Camino al Calvario, un Jesús golpeado, herido y agotado veía a las multitudes curiosas que se acercaban para mirarlo de cerca. Muchos lo insultaban, algunos se compadecían y a muy pocos les dolía verlo cargando la pesada cruz en la que sería clavado. De pronto entre la gente, Jesús fijó la mirada sobre Ahmed, un hombre joven de grandes ojos negros que lo veía preocupado desde lo alto de un muro aledaño.
—Sígueme —le dijo Jesús al joven.
Por un momento, Ahmed pensó que el sol ardiente le estaba jugando una mala pasada, pero al notar los ojos de Jesús clavados insistentemente en los suyos, reaccionó. Sorprendido de que aquel tristemente célebre condenado a muerte le hubiese hablado, se abrió paso entre la muchedumbre, acercándosele.
—Señor, quieres que te siga… pero tú vas rumbo al Monte Calvario —le respondió aún desde la distancia, sin entender.
—¿Es que puede haber otro camino? —dijo Jesús, y prosiguió hacia adelante por la vereda pedregosa.
Aquella frase pronunciada por la voz cansada de Jesús resonó en los oídos incrédulos de Ahmed como un soplo de viento que rápidamente se convertiría en tormenta, haciendo que las piernas del joven lo llevaran instintivamente a su vera. Ansioso y conmovido, le dijo:
—Maestro, ¿qué puedo hacer por ti ahora? ¿No es demasiado tarde ya?
—Nunca es tarde para los puros de corazón como tú, Ahmed. Eres un hombre respetuoso de las Leyes, buen padre y esposo. Sígueme por la ruta de tu vida como lo has hecho hasta ahora, eso es lo que de ti espero.
—Pero Señor, ¿cómo he de acompañarte si cada quien tiene su propio destino? Tu camino ahora es el del sufrimiento. ¿No se supone que debemos buscar la felicidad?
—La felicidad y el sufrimiento son parte de la vida. Busca siempre la felicidad y sé consciente de su valor. Aprovecha también cada oportunidad que tengas de hacer feliz a tu hermano. Es la falta de amor hacia el prójimo lo que trae consigo su sufrimiento.
—¿Y por qué Dios te castiga así? ¿Acaso tu Padre no te ama?
—Dios nos ama y quiere que seamos felices. Dios no nos castiga, pero el sufrimiento es inevitable; las cosas malas suceden. Todo tiene una razón, pero Dios nunca nos envía dolor.
—Maestro, tengo miedo de sufrir.
—Todos temen al sufrimiento, Ahmed, a mí también me pasó. Tienes que aprender a aceptar que no eres perfecto. Pasarás por épocas duras y sentirás dolor, pero deberás enfrentarlo y sobreponerte a él.
—Si yo siempre he cumplido las Leyes, ¿por qué he de sufrir?
—Hay muchas cosas que nos hacen sufrir; ellas existen y nos salen al encuentro sin poder hacer mucho por esquivarlas. El sufrimiento es distinto para cada uno, pero el resultado es el mismo: ver a Dios. El dolor nos hace reaccionar y madurar, nos vuelve más fuertes y al mismo tiempo, más humildes. Los humildes de corazón son quienes moran en el Cielo.
—Si yo no soy orgulloso, ¿qué tanto deberé sufrir?
—Recuerda que todo sufrimiento es pasajero, pero la paz que te da Dios es eterna. ¿Acaso no viene la calma después de la tormenta? ¿No paren las mujeres a sus hijos con dolor? Después del intenso dolor de parto, la madre recibe al hijo y el hijo comienza la vida en esta tierra. El sufrimiento nos enseña a valorar las cosas que nos traen felicidad, pequeñas y grandes. Piensa en tu mujer, en tus hijos y en los puros de corazón. Mira el sol cómo lo llena todo con su luz. Mira el cielo azul intenso y el verdor de los campos. Mira los árboles en flor que llevan la esperanza de los próximos frutos y siente el alivio de la tierra cuando la lluvia la cubre.
—Entonces Señor, ¿qué debo hacer?
—Confía siempre en Dios, Ahmed. Nuestro Padre nos da fuerzas y valor, nos consuela, protege nuestras almas y nos salva en el sufrimiento. Recuerda mis palabras. Cumple las Leyes, cree en Dios, ten compasión y ama a tu enemigo. Siempre estaré contigo, no te abandonaré jamás. Y esta noche, cuando todo haya pasado, mira las estrellas. Allí estará mi Padre, velando por mí y por ti.
Dicho esto, Jesús tomó aliento, reacomodó la cruz sobre su hombro y siguió hacia adelante, caminando entre piedras y flores.
 
 
©2010 PSR
 
 
 
 
 

miércoles, 10 de marzo de 2010

SAGA

Samuel Sánchez se secaba seguro, satisfecho. Sentía su sudor salado salpicado sobre sienes, surcos, sotabarba. Sereno, Samuel sabía ser soez si su semblante se sofocaba sufriendo. Súbitamente se soltaba su sueño, solo, sosegándolo suavemente. Samuel soñaba solamente si sucumbía selectivamente Sandra, su sabia sierva sordomuda. Sentada solemne sobre su sábana, Sandra seleccionaba su secreta serie sensual sin saber sumarla siquiera; sólo se sabía señora sacerdotisa sacrificando su sacramento sacrílego saciado sádicamente. Seguido, Samuel, Sandra, saldrían saltando solos, sacudidos, subiendo sus salarios sumamente someros sin ser sobrinos, socios, simpáticos satélites. Sus seguidores, sarnosas sabandijas sabatinas, serían seleccionados sufridores sabihondos, saboteadores, secuestrados secretamente. Siempre saludable, saboreando salitre, sangre, saliva, Sergio, sublime sabandija suprema, sorbía sus secreciones silenciosamente sin sajar salero, salteando salmuera salubre sobre sus señores seniles. Sergio saludó. Samuel, Sandra se sorprendieron saqueados, salvajemente salvados sin ser santos. Secretamente separados sintieron sarcasmo sin sátira, sartén sin satinar, sauna sin savia, sol sin sequedad. “Sólo son sectas secretas, sin seguidores seculares” sospecharon, siguiendo siempre serios, sencillos: Sandra sirviendo, Samuel sembrando sorgo, setas, semillas; sincronizando sublimes sonetos sencillos. Señalados, sentenciados, seducidos, sentían sobremanera severidad sesgada sañosa, siamesa, sicópata. Sidra, siesta, sidra, sidra, sidra, siesta, sidra… Sergio signaba su suerte simbólicamente subiendo sillas, sillones, sofás. Sigiloso, simpático, seguía sonriendo solo, sin saber sopesar sicológicamente siquiera su setentona sequedad servil. Simultáneamente, Sandra, Samuel, Sergio silbaban serenatas sin sílabas, sin sonidos, silentes; signos simples, simpares, simétricos, simulando sigilosos secretos sofocantes. Seguido, sobresaltados, soportaron solícitos, sonrientes, sin sonrojarse, su solitaria solución, surgida súbitamente sin sospechar sordidez subconsciente. Subdesarrollo sublevado, sustentado, subyugado, subvencionado; solamente Sergio seguía siendo subordinado, sumiso, suplicante, sólo sin saberlo. Súbitamente, Samuel suplantó solidario su sollozante soplón sin someterlo, simulando simpatía simultáneamente. Sergio, sugestionado, suicidose suplicante, supersticioso, sobreviviendo sin suplicio. Suspiró, susurró sutilezas surtidas supurando suspicacias; Sergio se sumió sucio, sin su sotana sobre Samuel, sepultándolo seguro sin sol, sin sufrimiento, soportando su somier sobre su sesera sangrante, suave, supina, soterrada, señalando salidas selladas. Superada, Sandra sabía ser suficientemente sentimental sin Samuel, su sesudo señor. Secretamente siguió sazonando sañuda su suculenta sopa sedante, sulfúrica, sublimada, séptica, sin saberlo Sergio. Sirvió serena semejante sustancia sintética, sinérgica, sobreentendiendo segura su sentencia súbita si Sergio se salvaba seguido. Seis soles surgieron sobre Sergio, segmentando su sistema, seccionándolo, segándolo saturninamente. Sandra, silenciosa, simbolizó soberbio sinsabor social: sucio, soñoliento, solapado, sordo. Siete siglos subsiguientes, seguidos, Sandra, setentona, sigue siendo suave sirvienta sosa, supersticiosa, sospechosa…



©2009 PSR