Silencio. Los días eran iguales para Jay: despertador, ropa,
cereal, escuela. Allí Nikki, como siempre, esperaba en la escalera. Era la
única razón para no faltar. Almas puras, se tenían el cariño más grande
compartido en saludos largos y miradas furtivas. Silencio. Nadie entendía; los torturaban
haciéndoles comer hojas verdes de los arbustos. Silencio. Entonces, el último
día en pleno patio, recibieron puños volviéndoles papilla, quedando solo dos
masas palpitantes. Silencio. De pronto, dos espadas se abrieron paso por las
masas, desplegándose alas preciosas que orgullosas alzaron vuelo por el cielo
azul de la tarde, burlando al fin el silencio.
©2011 PSR