Todo el día correteaba a los niños más
pequeños por el patio de la escuela. Les arrebataba los juguetes y los
destrozaba. Presos del pánico, los arriaba hacia una esquina. Allí los
insultaba, les escupía, los empujaba, los pateaba y los amenazaba con
golpearlos hasta reventarse los nudillos. De lunes a viernes ejercitaba sus
dotes sádicas, inclemente, alimentándose del miedo que sembraba en aquellos
chicos. Y cuando una vez su mejor amigo le preguntó por qué lo hacía,
simplemente contestó sonriendo: “¡Porque puedo!”.
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