LIBROS POR PATRICIA SCHAEFER RÖDER

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miércoles, 5 de diciembre de 2012

R E S P E T O



Radiante brillas
digna de admiración
mujer completa.

Especial siempre
entre todos los seres
de la creación.

Señora, dama
no dejes que te humillen
fingiendo amor.

Pides cariño
quien ama reverencia
no te esclaviza.

Eres esencia  
del sentimiento limpio
¡no más insultos!

Toda la vida
obedeciendo ciega
es demasiado…

Oye tu instinto
quiérete tú primero
hazte respetar.



©2012 PSR


miércoles, 3 de agosto de 2011

YARA Y YO

Dicen por ahí que no existen las casualidades, que el universo tiene el mando y el destino la última palabra. Tal vez eso sea lo que nos sucedió a Yara y a mí; de alguna manera estaba escrito que nuestros caminos se cruzaran en esta época de la vida.

Desde siempre he sabido de la existencia de Yara, aunque no la conocía en persona. Ella es la mujer verde que se sabe parte del mundo natural y espiritual, y siente en su propia carne el desgarramiento doloroso que van sufriendo instintos, intelecto y espíritu, deshumanizando su esencia. Yara es el alma libre que necesita regresar a la naturaleza para fundirse entera en ella.

Por mi parte, solo puedo decir que Patricia Schaefer Röder es una mujer. Una mujer con todo lo que eso implica; una diversidad de facetas, como siempre nos ha tocado desempeñarlas y nos seguirá tocando. Comenzamos siendo hijas, hermanas, sobrinas, primas, amigas y compañeras. Más adelante vamos agregando ingredientes y nos volvemos profesionales, parejas, madres, tías, suegras, abuelas; algunas incluso se vuelven jefes. En mi caso, todas estas realidades se mueven en medio de la esencia de una mujer apasionada que siente de manera muy intensa cada instante de su vida, aunque no siempre lo muestre. Una mujer que no se define a sí misma por ninguna de sus facetas en particular, sino como un ser que va más allá incluso de la suma de todas esas realidades: el alma libre de Artemisa o Diana La Cazadora. Y en ese punto exacto, que abarca toda mi esencia, Yara y yo nos volvemos una. Ahora me doy cuenta de que siempre ha sido así. Quizás sea por eso que algunos dicen que yo soy Yara e incluso me llaman por ese nombre…

Yara me ha mostrado una parte de mí que desconocía; la capacidad para difundir un mensaje, mi mensaje, a un público interesado. Me ha animado a hacer mil cosas que nunca antes me pasaron por la mente; entretener a un gran número de personas y darles algo en qué pensar; tal vez incluso ayudarlos a conocerse mejor. He hablado sobre temas insospechados, he mirado dentro de mí para responder alguna pregunta y tenido el privilegio de escuchar las anécdotas de los demás. Y todo esto sucede en sitios especiales donde nunca hubiera imaginado hablar en público algún día. Definitivamente le agradezco a Yara haber disfrutado momentos interesantes, placenteros y hermosos junto a tanta gente bella.

Yara es la maravillosa compañera de viaje con quien he traspasado muchas fronteras –físicas y espirituales– acercándome a personas fascinantes y desconocidas para mí, pero que también ha propiciado mi reencuentro con gente importante y querida de los diferentes capítulos en la novela de mi vida.

Junto a Yara he vuelto a descubrir en primera persona que de una u otra manera, necesito respirar en libertad para ser feliz. Yara me ha servido de eco y espejo, mostrándome las melodías y los reflejos genuinos, esenciales, de mi propio ser. Para mí, Yara es la aventura que se vive apasionadamente, sin llegar nunca al final.


©2011 PSR


**Ya pueden ver las fotos de la presentación del libro en Facebook http://on.fb.me/nRaGMU o en Picasa http://bit.ly/rnlXmf

jueves, 7 de mayo de 2009

LAS MADRES TAMBIÉN SOMOS SERES HUMANOS

(Sí, ya sé; no sólo las madres somos seres humanos, también los padres lo son. Pero en esta oportunidad me ocuparé sólo de las madres, en vista de que soy una de ellas).

En realidad, casi todas las mujeres tenemos algo de madres. Está en nuestra naturaleza cuidar de alguna manera de alguien o de algo. No hay que tener hijos para poseer este instinto y desarrollarlo. Vaya entonces este escrito a todas aquellas mujeres que son madres en el sentido más amplio de la palabra.

Antes que nada, las madres somos mujeres. La gran mayoría de nosotras fuimos mujeres antes de ser madres. Teníamos una vida propia con metas personales, sueños y anhelos, entre los que también figuraba, en muchos casos, formar una familia. Aquellas mujeres que tenemos una familia sabemos lo difícil que puede resultar encontrar unos minutos de tranquilidad para una misma, en una etapa de la vida en la que todas las responsabilidades parecieran girar alrededor de nosotras como una espiral descendente, cayendo al final con todo su peso justo encima de nuestras cabezas ya embotadas por las preocupaciones diarias.

Somos madres y queremos a nuestras familias. Los hijos, la pareja, los familiares –padres, hermanos, abuelos, tíos y otros– forman parte de nuestras vidas y son importantes para nosotras. Tenemos el deber de atender a sus necesidades y de estar allí para ellos, y generalmente lo hacemos con gusto. Sentimos la obligación de ayudarles en todo lo que se proponen, criamos a nuestros hijos de la mejor manera que podemos y cuidamos de niños y ancianos con el mismo esmero. Además de todo eso, generalmente nos toca mantener el orden en la casa y la familia. Y como todo el mundo sabe, el trabajo de la casa no termina nunca; ni siquiera cuando se tiene ayuda para ello. Siempre hay mil cosas de las cuales debemos estar pendientes: las necesidades básicas de alimentación y vestido, el orden de la casa, la salud, las cuentas, la escuela, las tareas, el ocio sano, el esparcimiento y los compromisos de todo tipo. Obviamente, para que todo esto funcione se requiere una buena organización del tiempo. Ah, el tiempo… El tiempo es el recurso que por lo general tiende a escasear más en la vida diaria de cualquier persona citadina como yo.

Somos muchas las mujeres que aparte del trabajo del hogar también desempeñamos un trabajo profesional. En estos casos la distribución del tiempo resulta vital si queremos mantener algún rastro de cordura en nuestras vidas. Tenemos que estar bien organizadas para poder hacerle frente al día a día de manera eficaz. Todas sabemos que no es fácil; si no tenemos cuidado, la calidad de nuestra labor puede verse afectada, ya sea en el hogar o en el trabajo. Y como esto no nos gusta, hacemos de tripas corazón para que nos rinda el valioso tiempo, el recurso no renovable más importante que tenemos. Resulta importante entonces definir nuestras prioridades para decidir qué cantidad de tiempo podemos concederle a los diferentes aspectos de nuestras vidas: la familia, la pareja, el trabajo y la casa. Así, organizamos las horas de que disponemos en la forma más justa que encontramos, y vivimos de esa manera y a ese ritmo por una temporada que puede ser más o menos larga, hasta que nos damos cuenta de que hay un problema con la ecuación anterior: ¡no nos incluimos a nosotras a la hora de repartir el tiempo!
Es muy fácil olvidarse de una misma cuando se tienen mil obligaciones diarias y sólo se dispone de 24 horas cada día para resolverlas. Generalmente se tiende a dar mayor prioridad a las cosas de los demás y a dejar las de una para “cuando tenga más tiempo”. Ésa es la trampa más frecuente del ritmo de vida acelerado que llevamos las mujeres de las ciudades: creer que más tarde tendremos tiempo para nosotras. Resulta que ‘más tarde’ suceden otras cosas que requieren nuestra atención, y así volvemos a perder la oportunidad de hacer lo que teníamos pensado inicialmente.

Necesitamos tener un tiempo para respirar en paz. La falta de tiempo causa estrés, ansiedad y angustia. Cuando sentimos que aumenta la presión, nos ponemos más nerviosas y perdemos la paciencia con mayor facilidad, pudiendo incluso llegar a experimentar una sensación de hastío. Admito que esto me sucede de vez en cuando, sobre todo cuando tengo mucho trabajo y me tengo que trasnochar varias veces seguidas. Estoy consciente de que me encuentro lejos de ser la madre perfecta, pero también sé que intento hacer todo de la mejor manera que puedo. Al igual que el resto de la gente, las madres necesitamos aire. Tenemos que poder disfrutar de ratos libres para hacer catarsis, o para utilizarlos en actividades creativas o de esparcimiento. Nosotras también nos merecemos un tiempo propio en el que podamos decidir simplemente no hacer nada, si eso es lo que se nos antoja. Tenemos el derecho a realizarnos y a ser felices sin necesidad de sentirnos culpables. No por esto dejaremos de querer y de cuidar a nuestras familias. Al fin y al cabo, las madres también somos seres humanos.


©2005 PSR