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miércoles, 25 de noviembre de 2015

TOLERANCIA


Todos hermanos
cachorros de la vida
sentimos igual.

Odios impuestos
por otros desde niños
matan el mundo.

Libertad y paz
son colores innatos
del espíritu.

Enfermos están
aniquilan nuestro aire
en un suspiro.

Razas, colores  
flotan en la cubierta
engañándonos.

Artes de vida
cultura y tradiciones
son pisoteadas.

Nacimos puros
corazón escarlata
los huesos blancos.

Credos, doctrinas
enfrentan a los dioses
luchan a muerte.

Ideologías
que esclavizan la mente
pariendo robots.

Abierta el alma
el espacio es eterno
todos cabemos.


©2015 PSR


miércoles, 4 de septiembre de 2013

BARAHÚNDA

 
Calladita te ves más bonita… Eso no se dice, Papá te pega… No puedes porque eres niña… Dios te va a castigar… Haz caso y no preguntes… Quien obedece no se equivoca… Los varones que tienen muchas novias son machos, las niñas no pueden tener muchos amigos porque son putas… Los varones que gritan tienen carácter, las niñas que gritan son histéricas… El hombre es el cerebro y la mujer el corazón… Cuando te cases, toma un curso de “cómo ser una buena esposa” para aprender a atenderlo como él se merece… Cumple siempre con tu deber de esposa sin objetar nunca nada… No molestes a tu esposo con tus tonterías cuando él llegue cansado del trabajo, más bien atiéndelo como se merece; sírvele un trago, luego la cena y déjalo ver televisión en paz… Al fin y al cabo, el trabajo de la casa no es nada y es tu deber tener todo limpio y recogido, los niños listos y la comida hecha… Debes complacer siempre cualquier antojo que se le ocurra a tu esposo… Para el esposo, la mujer debe ser una santa frente a los demás y una puta en la cama… Debes vestirte como le guste a él, llevar el cabello como él quiera y si te lo pide, agrandarte los senos también… Debes mantenerte siempre bella y en forma sólo para él, aunque él mismo se ponga viejo y gordo; recuerda que “el hombre es como el oso”, pero tú no… No puedes tener amigos hombres, únicamente amigas mujeres… No puede existir amistad entre un hombre y una mujer… Tu esposo es la representación de Dios en el hogar, la cabeza de la familia y el jefe de la casa, es tu dueño y es quien decide lo que debe hacerse… Las hijas deben ayudar en los quehaceres del hogar porque son tareas de mujeres… A los varones siempre hay que servirles… Cuando el hombre habla, la mujer calla… La mujer siempre debe obedecer sin objetar nada… Por el pecado original, la mujer pare con dolor y su deseo la arrastra al marido… Eva hizo que Adán probara la fruta prohibida… Las mujeres son sucias y pecadoras por naturaleza… Las mujeres son la perdición de los hombres… La mujer debe soportar cualquier vicio, humillación o infidelidad de su marido y debe perdonarlo siempre, porque los hombres tienen otro carácter y otras necesidades diferentes de las mujeres… La verdad es que las mujeres no tienen necesidades… La buena esposa debe sacrificar su vida por su marido, sin importar la suya; debe seguirlo en cualquier circunstancia, en toda situación y momento… La mujer se debe por entero a su esposo y su familia; su familia es la prioridad mayor, quedando ella misma en último lugar… La mujer es inferior al hombre… Al fin y al cabo, la mujer depende del marido porque ella misma es incapaz de lograr nada… La mujer necesita del marido para que la mantenga… La mujer no tiene el carácter, la fuerza ni la resistencia para alcanzar el éxito en el trabajo… A la mujer hay que ponerla en su lugar para que respete, para que sepa quién manda… Lo que pasa es que él es muy impetuoso y tiene mal carácter… Nunca pongas en tela de juicio las enseñanzas, las tradiciones, la cultura y la religión; todas ellas están por encima de ti y siempre ha sido así… No se puede cambiar algo que ya lleva tantos años instituido… Lo que ha unido Dios en el cielo, que no lo separe ningún hombre en la tierra… El matrimonio es un vínculo indisoluble, aún en caso de maltrato, engaño, falta de amor, odio… Te mereces el marido que tienes, Dios te lo mandó por algo… Cada quien debe llevar su carga a cuestas, y la tuya es tu marido… Más vale malo conocido que bueno por conocer… Acostúmbrate, mira que todas pasamos por eso… Si te grita es porque es muy hombre… Si te cela es porque le importas… Si te pega es porque te quiere… Cuando te insulte, no te lo tomes a pecho; sabes que no es eso lo que quiere decir… Él te golpea, pero en el fondo te ama; el pobre no sabe expresar sus sentimientos… No importa lo que te haya hecho, él dice que te adora, que le des otra oportunidad, que no lo volverá a hacer… Debes salvar tu matrimonio a toda costa… No te quejes; puede que no seas feliz, pero al menos tienes marido…

No podía pensar en nada. Demasiado ruido, demasiados años viviendo con toda esa interferencia de fondo que me producía un cortocircuito perenne en la mente, anestesiando mi alma. La mujer en el espejo me miraba sin entender y yo no era capaz de sostenerle la mirada; mucho menos de ordenar mis ideas para explicarle siquiera el comienzo. Despertando respiro a respiro de aquel letargo, mi vista comenzaba a perderse entre los surcos de su cutis buscando desesperada mi propia verdad, cuando de pronto suspiró, me sonrió con gran dulzura, dio la vuelta y se marchó. Y yo la seguí.


©2013 PSR


miércoles, 27 de julio de 2011

CARACAS

Julio 2011. Apenas llego a Caracas e instantáneamente comienza a rebobinarse mi memoria junto a mis sentimientos. A pesar de que suelo visitar a mi familia casi cada año, cada vez que vengo, siento que regreso después de pasar una vida entera afuera. Recuerdo claramente que antes, la sola idea de vivir en otra parte que no fuese Venezuela era algo insólito para mí; nunca me vi siquiera protagonizando ningún sueño parecido. Es así, simplemente soy venezolana; una caraqueña que no puede y no quiere eliminar la semilla de concreto y monte que persiste en ella después de cien siglos y a pesar de incontables nuevas vivencias. Si bien es cierto que me sé tan venezolana como cualquiera, con demasiada frecuencia se me quería hacer sentir extranjera aquí mismo, en mi propia tierra. Y aunque intentaba no darle mucha importancia a tantas palabras sin sentido, no puedo negar que de vez en cuando me haya tropezado dentro con esas vetas de confusión y molestia. Así es la vida; ahora que llevo tantos años viviendo afuera, donde realmente soy extranjera, me siento cómoda: toda una ciudadana de un mundo que cada vez se encoge más.

Soy caraqueña y siempre lo seré. Aún puedo decir que he vivido la mayor parte de mi vida aquí, en este pedacito de trópico. Mi infancia tranquila, llena de mañanas frescas y tardes soleadas al aire libre, mangos maduros y paseos por parques verdes, llena de escuela y amigas que continúan siéndolo. Mi adolescencia y mis veintes casi enteros, apasionados de amor y cultura, de cines y museos, de fiestas, de cafés, de subidas al Ávila y salidas en grupo.

Eso fue hace tiempo ya. El destino me llevó a vivir en varios países diferentes y estoy segura de que aún me tocará establecerme en otros lugares más. Pero a pesar de los kilómetros y los años de ausencia, desde que regresé a casa por primera vez, siempre me sucede lo mismo: salgo del avión y mi alma vuela atrás en el tiempo, escapando veloz rumbo a una época luminosa, tan fácil de vivir, tan genuina, intensa, plena… De pronto me veo reencontrándome conmigo misma, redescubriendo una vez más mi familia, mi casa, mi ciudad y mi país.

Al volar hacia el pasado por ese túnel del tiempo improvisado que me lleva desde el avión hasta el terminal del aeropuerto, las imágenes de Caracas que evoca mi mente no encuentran su reflejo en mis pupilas. Me invade un desconcierto total. Después de unos instantes de pánico vuelvo a comprobar que la ciudad sigue viva y cambia con cada respiro que da. Mi bella Caracas ha pasado por tantas situaciones, unas veces amables y otras extremas, que la han hecho madurar a la fuerza y crecer desesperadamente, sin poder encontrar la relación sana entre los dos eventos, abandonándose más bien al crecimiento hueco y a la maduración tardía de un gigante con problemas serios de aprendizaje. Sin duda es una ciudad con muchísimos desafíos, con infinitos contrastes que le dan un aire pesado de metrópoli apocalíptica por un lado y una tenue brisa fresca, vanguardista y tropical, por el otro. Desde siempre, mi ciudad ha tenido problemas de memoria, desechando las cosas buenas que tradicionalmente han funcionado, para aventurarse a tantas innovaciones desconocidas y de calidad dudosa. Para quien no la comprende, Caracas se asemeja a una criatura quimérica, llena de fragmentos más o menos acabados que no guardan relación entre sí. Sin embargo, quienes la conocemos y amamos, sabemos que la ciudad en su valle y sus alrededores es tan noble que recibe cualquier adquisición sin chistar, ajustándose de buena gana a la prótesis de turno.

A Caracas la han engañado demasiadas veces y no se cansan de hacerlo a cada instante. Prometen limpiarle las heridas que le causan quienes tanto la maltratan, mientras le pintan futuros próximos y lejanos de mil colores estridentes que la enceguecen y la dejan delirando en sueños ansiosos, baratos. Ciega por tanto humo e ilusiones vanas se vuelve mi ciudad, sin escuchar consejos ni razones. La verdad es que cada vez escucha menos; más pronto que tarde la ciudad se está quedando sorda, yaciendo inmersa en sí misma, una colmena enorme que no puede apagar el zumbido de fondo que la enloquece poco a poco. Muchas veces le duele la cabeza cuando sin cesar intenta que su lado derecho e izquierdo cooperen y trabajen juntos para lograr una tarea, frecuentemente sin llegar a ningún resultado. La madre leona ruge de impotencia cada vez que alguien es víctima de la delincuencia y el crimen, cuando el temor envuelve a sus crías, y se frustra al ver que el pánico perenne las vuelve indolentes o agresivas. Se ha hecho adicta a los antidepresivos y los calmantes para sobrellevar los tiempos turbulentos que la arrastran sin piedad.

Hoy, mi amada Caracas está maquillada para el aniversario de la Independencia. Con un colorete ligero refrescaron el rostro de la Sultana de 444 años recién cumplidos, le hicieron un nuevo peinado y una caricia en la mejilla. Remozada por fuera, la bella matrona sufre de mala circulación. Sus venas y arterias están taponadas y a veces el cuerpo no quiere hacerle caso, pero al igual que toda Venezuela, su sangre es color vinotinto y tan solo eso le basta para hacer latir fuertemente su corazón.

En estos momentos, Caracas tiene tantas cosas en su contra que a veces la gente no sabe qué responder cuando le pregunto qué es lo que más le gusta de ella. Para mí, sin embargo, la respuesta sigue siendo muy fácil: el Ávila, que no se rinde y sigue acompañando a su amada pase lo que pase, la vida cultural que llena el espíritu de quienes se dejan envolver por su manto, y sobre todo mi gente; los de siempre, los de ahora: todos aquellos que me iluminan, me mueven y me hacen sonreír, son lo mejor de mi ciudad.

No me canso de comprobar que a lo largo del tiempo la historia se revela cíclica, con altos y bajos… Así, tengo la certeza de que en un futuro no muy lejano, Caracas se recuperará y saldrá airosa de lo que la aqueja. Como todo, esto también pasará.


©2011 PSR

miércoles, 6 de abril de 2011

COÑO

Es curioso cómo una palabra puede descalabrar a la gente de un país, y no hacerle absolutamente nada a otras personas de lugares distintos, aunque hablen el mismo idioma. Independientemente de su significado literal, la respuesta está en los valores y costumbres que compartan o no aquellas culturas.

Según la Real Academia Española de la Lengua, el término “coño” es una voz malsonante que se refiere a la parte externa del aparato genital de la hembra, y se usa frecuentemente como interjección. La verdad es que nunca he usado esa palabra con su acepción; tal vez porque no tiendo a ser una persona “mal hablada”. En general le doy a cada término todo el peso que tiene, usándolo según su significado, y conozco maneras menos peyorativas para referirme a esa parte del cuerpo femenino. En mi caso, la palabra “coño” es una excepción; la uso exclusivamente como expresión de asombro, positivo o negativo.

Me fascinan las palabras; son mis amigas íntimas. Puedo hacer malabarismos con ellas y me siento como una maga; las invento, las hago aparecer y desaparecer, les doy la connotación que deseo, el significado que quiero, la fuerza que me place, la intención, la sutileza; descubro la belleza que guardan en sus acordes cuando las pronuncio y me deleito en ello. Las palabras también se pueden convertir en fuentes de error; las utilizamos para informar o desinformar, para engañar, tergiversar, improvisar, crear, salir de aprietos, para sobrevivir o sucumbir, para embellecer, animar, destruir e incluso matar.

Ciertamente, cada palabra tiene una carga, un valor. Pero ese valor y ese peso solamente aparecen cuando la persona que entra en contacto con ella le da un significado y reacciona de alguna manera. Cada idioma es un mundo y posee un vocabulario propio. Aunque distintas lenguas compartan las mismas raíces, las palabras no tienen por qué repetirse necesariamente, y de hacerlo, su significado no siempre es igual. Incluso en culturas que hablan el mismo idioma, hay términos con acepciones y valores distintos. Por eso compruebo una y otra vez que no hay palabras buenas ni malas; todo depende de la intención con que se digan, del peso que se les atribuya y la cualidad que les den quienes las reciban. Cuando yo digo “coño”, simplemente estoy exclamando, sea por extrañeza, felicidad o desagrado; nada más.

Siempre he disfrutado con las palabras. Me gusta usarlas por la manera como suenan; puedo escuchar la armonía que todas juntas aportan a la melodía del lenguaje hablado. Hace tiempo me di cuenta de que con frecuencia digo la palabra “coño”. Podrá parecer gracioso, pero me gusta mucho su fonética. De hecho, prefiero escucharla y sobre todo decirla, más que leerla. Me parece que el sonido fuerte de la c le da carácter, mientras que la ñ la suaviza y le da esa personalidad seductora e inimitablemente hispana, y la o le imprime esa dosis de interjección y asombro, que hacen esa palabra tan versátil. Es así; la expresión “¡coño!” se puede usar en casi cualquier situación, si se le da la entonación adecuada. Definitivamente, mi intención al utilizarla es solo manifestar sorpresa.

Cuando mi hija tenía cinco años recibí una nota de su maestra de primer grado, en la que se quejaba de que la niña había dicho una mala palabra en clase. Fui a la escuela a hablar con la maestra y le dije que lo sentía mucho y que me aseguraría de que no volviera a suceder. La maestra no parecía molesta, más bien me comentó que estaba asombrada, “no tanto por la palabra que había usado la niña, sino porque la dijo unas dos o tres veces, todas en contextos válidos; la niña la usaba cuando se le caía algo y se molestaba”. La maestra me comentó que, cuando le preguntó a la niña por qué había dicho esa palabra, ella simple y seriamente le respondió que era porque se le había caído algo al suelo. Entonces, la maestra se dio cuenta de que mi hija no veía esa palabra como mala y que la usaba solamente para expresar disgusto. Sin embargo, debía corregirla. Así, cuando le hablé a mi hija para explicarle que hay palabras que no deben decirse, ella simplemente me dijo: “Mamá, ¿para qué inventan las palabras si después no se pueden usar? Las palabras existen para usarlas, ¿no?”. Cuando escuché esto, no pude evitar que se me dibujara una enorme sonrisa por dentro, porque me encantó comprobar que mi hija razonaba lógicamente. Pero claro, ahora debía decirle algo que fuese suficientemente lógico para que ella comprendiera que no podía usar esa palabra por ahí, y que mejor la sustituyera por otra que no ofendiera a nadie. Y eso fue justamente lo que le dije; que hay palabras que ofenden a la gente. Ella lo entendió y no volvió a decirla más, al menos de pequeña.

El asunto con las palabras soeces es muy simple. En realidad, no es cuestión de pronunciarlas o no; más bien se trata de entender su significado, saber usarlas y comprender la intención con que vienen. Como todo, si existen es porque alguien las ha creado, y si es así, alguna función han de tener; solo hay que saber cuál es. Ellas ocupan un espacio en el vocabulario de todos nosotros, que quizás sea teórico y pequeño, y tal vez nunca llegue a ser necesario utilizarlas. Sin embargo, es bueno conocerlas para poder decidir qué hacer con ellas. En mi caso, pasará mucho tiempo antes de que me tope con una palabra “buena” que sustituya en todas sus funciones a la expresión “coño” y sobre todo, que me guste más en cuanto a su fonética. Y aunque sinceramente no la estoy buscando, el día que por casualidad me la encuentre, lo pensaré bastante antes de cambiarla, ¡coño!


©2011 PSR

miércoles, 28 de julio de 2010

COCINA

Completamente consciente, Clara contemplaba con cruda crispación cómo Carla conocía compromisos culturales culinarios. Creyéndose crédula, Carolina cocía con condimentos celestiales, cultivados contracorriente como cuerpos conspicuos. Ceremonioso, cacique César comía contento cuanto cocinaban con cuidado, con carnes, caballas, crustáceos, cremas, compotas, cítricos, castañas, cerezas, calabacines, cebollas, cilantrillo, cúrcuma, colines, cacao, cerveza, café… Contra colosales cajas cuadradas, Carlos cernía cien cereales completos con cautela ceremonial. Cecilia consumía celosa, concentrada, cuanta cosa comestible conseguía; certera, capaz, contumaz. Consultó Carmen, curiosa: “¿Cuánta cosecha compraron con cuatrocientos centavos?”. Cleto contestó: “¡Cinco!”. Cansada, Claudia cerró caja, contando cualquier comensal cebado, curtido. Corina claudicó con coraje comprobando cómo, casualmente, Clara componía cuentos ciegos con canciones cutres clandestinas. Cuando clamaban clero, cinco caballeros cubrieron con cueros callos, calvas, cicatrices, cabello. “¡Cocinemos, compañeros!” coincidieron concomitantes, congratulándose, confabulándose. Como correctivo, coronaron corpóreamente cerdos colorados, corredores, cojos, con cuchillos, cucharas, condimentos, coincidiendo compulsivamente con ciertos cubiertos corroídos. Con completa certeza cogieron cabras, cazuelas, cacerolas, consomé, cuidando cortar cabezas, colas cabalmente. Calamitosos, calcularon calderas candentes con calentadores calificados, calibrados. Criada célebre, calmosa, Calixta calzaba canesú, cofia, cubriendo concienzuda cuerpo, cuello, cabeza, cuando con clamor cándido, Cristóbal cantaba cautivadoramente cazando cangrejos con conchas celestes. Calixta chanceó contenta. Camarera, camarero, contaron casi cien carbones, candelabros caros, canastas, colocando cuanto cabía con carencias. Con cachetes color carmín, Carla cargaba chanchos cuestionables, ciegos, cebones, carnavalescos, carnosos, castigados; cacos confesos con cortadas coaguladas, culatazos craneales contundentes. Cuando Cleto compró cuarenta crías, Carlos consiguió cajones cuadriculados con cuantiosas celdas ceñidas, cuales cuerpos consolidados. “¡Cleto! ¡Coloca cinco crías con cuidado, caramba!” chilló Carla, caminando cuesta corta con culinaria culpa. Consumiendo chocolate caliente, caramelo, contraída, cumplida, consciente, Clara continuaba contemplando cíclicamente con crecida conmoción cómo Carla comunicaba conocidas confidencias culinarias con colmado cariño característico; consecuente, completamente consumado, cabalmente cursi…


© 2010 PSR

sábado, 25 de abril de 2009

TODOS SOMOS EXTRANJEROS... CASI EN TODAS PARTES

Toda la vida he sido extranjera; en el país de mis hijos, en el de mis padres y en todos los demás. Incluso en mi propio país. De alguna manera mi nombre siempre va acompañado del adjetivo de algún país. En Venezuela soy “Patricia la alemana”, y en Alemania soy “Patricia la venezolana”. Aquí en Puerto Rico he sido ambas, igual que en Nueva York. Soy de varias partes y no soy de ninguna. Pero lo importante es que, como quiera que sea, soy. Soy una mezcla de culturas, de pasiones y de historia. Valga esta reflexión personal para explicar lo que pueden sentir tantas personas como yo, que no llegan nunca a ser consideradas de algún lugar en particular.

La humanidad está comenzando el siglo XXI de la era común. A lo largo de la historia hemos ido desarrollando la cultura humana: las ciencias naturales, la tecnología, la medicina, la filosofía, la religión y las artes. Pero, ¿qué hay del desarrollo social de la humanidad? Algunos hablarían sobre la evolución de las sociedades como grupos aislados, desde el momento en que se pronunció la primera palabra en la estepa africana, hasta el instante en que escribo estas líneas en la computadora. Yo, en cambio, me refiero al desarrollo social del género humano como un todo formado por cada una de las personas que habitan nuestro planeta. En este aspecto, difícilmente podría decirse que hemos superado nuestros instintos más básicos de primates territoriales.

Curiosamente, el concepto de “humanidad” incluye, entre otras acepciones, la naturaleza y el género humanos, así como también la sensibilidad ante las desgracias de nuestros semejantes. Sin embargo, vemos que quienes defienden el supuesto desarrollo social y cultural de la humanidad no pueden explicar lo que pasa con las relaciones humanas y la tolerancia. Se supone que el progreso debería conllevar a un mayor respeto por el prójimo. Lamentablemente, esto no sucede. ¿Por qué? Simplemente porque el ser humano sigue siendo un animal territorial.

Al igual que en las demás especies de animales, está en la naturaleza del ser humano buscar su bienestar. Es un asunto de supervivencia. Nómada o sedentario, el ser humano lucha por perdurar. Cada quien hace lo que puede para echar adelante. Las personas migran por diversas razones: una vida mejor, libertad, amor y mejores oportunidades de conseguir empleo. El movimiento de los diversos pueblos ha tenido lugar a lo largo de la historia. El clima, la guerra, las enfermedades y la escasez de alimento están entre los factores principales que influyen en dichas migraciones. Existen grupos étnicos que migran con mayor frecuencia que otros, adaptándose con mayor facilidad a su nuevo ambiente. En general, los grupos del Mediterráneo muestran una mejor adaptación a lugares nuevos, asimilándose con mayor rapidez a la cultura, las costumbres y las ideas, mientras que los ingleses y asiáticos son más conservadores y por lo tanto no se adaptan con tanta facilidad.

Debido al flujo en la población, las ciudades tienden a crecer, mientras que en el campo la cantidad de habitantes disminuye. Este movimiento de gente puede ocurrir en el mismo país, así como también entre diferentes países. Las grandes ciudades siempre han sido destinos migratorios importantes para muchos. Así, encontramos personas quienes a pesar de tener la misma nacionalidad y hablar el mismo idioma, también son “extraños” en estas ciudades grandes. Sin embargo, es evidente que la gente que viene de afuera casi siempre es más conspicua que aquellos que migran dentro del mismo país. Los extranjeros no hablan como las personas originarias de ese país; tienen una cultura, valores y maneras de pensar diferentes, y a veces incluso son físicamente distintos de la población a la que llegan.

La primera generación de inmigrantes –aquellos que dejan su tierra natal– tiene que enfrentarse a muchos obstáculos para adaptarse y ser aceptados por el resto de la población. A veces, la cultura a la que llegan no es muy abierta a las costumbres de los inmigrantes; así que, en general, la primera generación hará todo lo posible por hacer el camino para ellos y sus hijos, incluso a costa de dejar de lado su propia cultura e idioma. (No es este el caso en los guetos, donde las personas de un mismo origen, raza o religión viven marginadas del resto de la sociedad y no hacen ningún esfuerzo por asimilarse).

Normalmente, la segunda generación se adaptará mejor como consecuencia de crecer en el nuevo ambiente, el cual le resulta natural. Ellos compartirán la herencia cultural de sus ancestros –incluso el idioma– así como también las nuevas costumbres que aprendan. Así, hablarán ambas lenguas con naturalidad, sin ningún acento que los pueda hacer distintos del resto de la población. Usualmente la segunda generación se verá a sí misma como oriunda del lugar, pero tendrá sentimientos mezclados cuando se le pregunte “¿de dónde vienes?” o “¿de dónde es originalmente tu familia?” ya que aún está en la fase de transición que comenzó con sus padres. No ayuda para nada que los lugareños los sigan considerando “extranjeros”, sin terminar de aceptarlos sólo por el hecho de que llevan un apellido raro, o que sus abuelos no sembraron esa tierra. La tierra. El territorio y su dominio son más fuertes que la tolerancia; siempre aparecen en algún momento. Lo he podido comprobar una y otra vez a lo largo de mi vida como hija de inmigrantes, y como inmigrante de primera generación. Nunca se termina de admitir una crítica que venga por parte de un “llegado”, aunque tenga muchísimos años de haberlo hecho. Igual pasa con sus hijos; todo está bien mientras mantengan la boca cerrada y sus opiniones silentes. A muchos se les olvida que aquellos que van a otro lugar, generalmente resuelven hacer de ese sitio su nuevo hogar. Se convierten en “lugareños por decisión”, no porque les tocó nacer allí. Le toman cariño, lo viven y se alegran o sufren por las cosas que allí suceden. Allí echan raíces, allí tienen a sus hijos. Todo muy bien, todo bello; pero si se les ocurre decir algo que no esté totalmente de acuerdo con lo que los demás quieren escuchar, rápidamente salta alguien con la trillada frase: “Si no te gusta, vete”. No es tan fácil. “¿Por qué me voy a ir, si yo también soy de aquí? A mí también me afecta lo que pasa, igual que a ti. Si tú hubieras hecho el comentario, todo estaría bien. Pero lo hice yo. Entonces, ¿cuál es la razón por la que me echas de mi tierra?”. De nuevo la tierra. No podemos escapar de nuestra naturaleza territorial.

Una vez que la segunda generación se casa con alguien autóctono, los hijos no tendrán ningún problema con su identidad. Al fin y al cabo, aunque llevan la carga cultural de sus ancestros, ellos son de ese lugar, igual que sus padres, pero resultan aceptados con mayor facilidad por el resto de la población. Dependiendo de cada persona, le darán más o menos importancia a la herencia foránea en su vida diaria, y criarán a sus hijos principalmente de la manera autóctona. En este sentido, la mezcla de las culturas ya ha comenzado, resultando a largo plazo en una civilización más rica en ingredientes universales que serán asimilados de forma natural por todos.

Por otro lado, a nivel social, aunque el resultado de las migraciones puede ser muy positivo, eventualmente pueden ocurrir choques como consecuencia indirecta de diversos problemas que enfrentan los países destino y que resultan, entre otros, en una mayor carga que lleva al aumento de los impuestos para la población. Normalmente el acercamiento entre las culturas propicia la tolerancia hacia las distintas razas y religiones, pero cuando se pasa por dificultades como el desempleo y la falta de dinero para los programas de seguridad social, comienzan los resentimientos. Nuevamente aflora el instinto de territorialidad. La escasez de recursos ocasiona conflictos entre la población oriunda del lugar y los inmigrantes, aumentando la tensión a la vez que se reduce la tolerancia, tan importante para mantener la paz en el mundo de ahora y en el de nuestros hijos. Los problemas culturales –el rechazo al posible aporte foráneo– pueden llevar a la xenofobia y al racismo, expresiones más exacerbadas de la territorialidad primitiva y la ignorancia, que no aportan nada al desarrollo social de la humanidad, sino que más bien producen en la población una sensación de angustia y desasosiego, además de un malestar generalizado que puede crear fisuras insalvables.

Es preciso ver las migraciones como una oportunidad para el enriquecimiento de las culturas, la ocasión de crecer de ambas partes, en lugar de tener temor a que se nos despoje de algo. La tolerancia es crucial en las buenas relaciones entre los individuos y entre los pueblos. La intolerancia conduce al odio y la violencia, y estos a su vez llevan a problemas más graves que incluso pueden terminar en guerras. Es hora de pensar en el ser humano como un “ciudadano del mundo”, olvidando las diferencias en el origen de cada quien. Por el bien de la humanidad, debemos ser tolerantes, abiertos, sencillos y suficientemente humildes para aceptar que los demás no necesariamente tienen que ser iguales a nosotros. De esto dependerá que podamos vivir en armonía.


©2005 PSR

** "Todos somos extranjeros...casi en todas partes" mereció el Segundo Premio en el 1er. Certamen Nacional de Poesía, Cuento y Ensayo de la American University of Puerto Rico en Manatí, Puerto Rico 2009.