LIBROS POR PATRICIA SCHAEFER RÖDER

¡Atrévete! Regala libros originales: A la sombra del mango; relatos breves. Yara y otras historias; 34 relatos, 34 sorpresas. Divina: la mujer en veinte voces; antología latinoamericana de cuentos. Andares; cuentos de viajes. Siglema 575: poesía minimalista; una nueva manera de vivir la poesía. Di lo que quieres decir: Antología de siglemas 575; resultados de los Certámenes Internacionales de Siglema 575. Por la ruta escarlata, novela de Amanda Hale traducida por Patricia Schaefer Röder. El mundo oculto, novela de Shamim Sarif traducida por Patricia Schaefer Röder. Por la ruta escarlata y Mi dulce curiosidad, novelas de Amanda Hale traducidas por Patricia Schaefer Röder, ganadoras de Premios en Traducción en los International Latino Book Awards 2019 y 2020. A la venta en amazon.com y librerías.

¡Encuentra mis libros en el área metro de San Juan, Puerto Rico! Librería Norberto González, Plaza Las Américas y Río Piedras; Aeropuerto Luis Muñoz Marín, Carolina.

Mostrando entradas con la etiqueta calidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta calidad. Mostrar todas las entradas

miércoles, 6 de abril de 2011

COÑO

Es curioso cómo una palabra puede descalabrar a la gente de un país, y no hacerle absolutamente nada a otras personas de lugares distintos, aunque hablen el mismo idioma. Independientemente de su significado literal, la respuesta está en los valores y costumbres que compartan o no aquellas culturas.

Según la Real Academia Española de la Lengua, el término “coño” es una voz malsonante que se refiere a la parte externa del aparato genital de la hembra, y se usa frecuentemente como interjección. La verdad es que nunca he usado esa palabra con su acepción; tal vez porque no tiendo a ser una persona “mal hablada”. En general le doy a cada término todo el peso que tiene, usándolo según su significado, y conozco maneras menos peyorativas para referirme a esa parte del cuerpo femenino. En mi caso, la palabra “coño” es una excepción; la uso exclusivamente como expresión de asombro, positivo o negativo.

Me fascinan las palabras; son mis amigas íntimas. Puedo hacer malabarismos con ellas y me siento como una maga; las invento, las hago aparecer y desaparecer, les doy la connotación que deseo, el significado que quiero, la fuerza que me place, la intención, la sutileza; descubro la belleza que guardan en sus acordes cuando las pronuncio y me deleito en ello. Las palabras también se pueden convertir en fuentes de error; las utilizamos para informar o desinformar, para engañar, tergiversar, improvisar, crear, salir de aprietos, para sobrevivir o sucumbir, para embellecer, animar, destruir e incluso matar.

Ciertamente, cada palabra tiene una carga, un valor. Pero ese valor y ese peso solamente aparecen cuando la persona que entra en contacto con ella le da un significado y reacciona de alguna manera. Cada idioma es un mundo y posee un vocabulario propio. Aunque distintas lenguas compartan las mismas raíces, las palabras no tienen por qué repetirse necesariamente, y de hacerlo, su significado no siempre es igual. Incluso en culturas que hablan el mismo idioma, hay términos con acepciones y valores distintos. Por eso compruebo una y otra vez que no hay palabras buenas ni malas; todo depende de la intención con que se digan, del peso que se les atribuya y la cualidad que les den quienes las reciban. Cuando yo digo “coño”, simplemente estoy exclamando, sea por extrañeza, felicidad o desagrado; nada más.

Siempre he disfrutado con las palabras. Me gusta usarlas por la manera como suenan; puedo escuchar la armonía que todas juntas aportan a la melodía del lenguaje hablado. Hace tiempo me di cuenta de que con frecuencia digo la palabra “coño”. Podrá parecer gracioso, pero me gusta mucho su fonética. De hecho, prefiero escucharla y sobre todo decirla, más que leerla. Me parece que el sonido fuerte de la c le da carácter, mientras que la ñ la suaviza y le da esa personalidad seductora e inimitablemente hispana, y la o le imprime esa dosis de interjección y asombro, que hacen esa palabra tan versátil. Es así; la expresión “¡coño!” se puede usar en casi cualquier situación, si se le da la entonación adecuada. Definitivamente, mi intención al utilizarla es solo manifestar sorpresa.

Cuando mi hija tenía cinco años recibí una nota de su maestra de primer grado, en la que se quejaba de que la niña había dicho una mala palabra en clase. Fui a la escuela a hablar con la maestra y le dije que lo sentía mucho y que me aseguraría de que no volviera a suceder. La maestra no parecía molesta, más bien me comentó que estaba asombrada, “no tanto por la palabra que había usado la niña, sino porque la dijo unas dos o tres veces, todas en contextos válidos; la niña la usaba cuando se le caía algo y se molestaba”. La maestra me comentó que, cuando le preguntó a la niña por qué había dicho esa palabra, ella simple y seriamente le respondió que era porque se le había caído algo al suelo. Entonces, la maestra se dio cuenta de que mi hija no veía esa palabra como mala y que la usaba solamente para expresar disgusto. Sin embargo, debía corregirla. Así, cuando le hablé a mi hija para explicarle que hay palabras que no deben decirse, ella simplemente me dijo: “Mamá, ¿para qué inventan las palabras si después no se pueden usar? Las palabras existen para usarlas, ¿no?”. Cuando escuché esto, no pude evitar que se me dibujara una enorme sonrisa por dentro, porque me encantó comprobar que mi hija razonaba lógicamente. Pero claro, ahora debía decirle algo que fuese suficientemente lógico para que ella comprendiera que no podía usar esa palabra por ahí, y que mejor la sustituyera por otra que no ofendiera a nadie. Y eso fue justamente lo que le dije; que hay palabras que ofenden a la gente. Ella lo entendió y no volvió a decirla más, al menos de pequeña.

El asunto con las palabras soeces es muy simple. En realidad, no es cuestión de pronunciarlas o no; más bien se trata de entender su significado, saber usarlas y comprender la intención con que vienen. Como todo, si existen es porque alguien las ha creado, y si es así, alguna función han de tener; solo hay que saber cuál es. Ellas ocupan un espacio en el vocabulario de todos nosotros, que quizás sea teórico y pequeño, y tal vez nunca llegue a ser necesario utilizarlas. Sin embargo, es bueno conocerlas para poder decidir qué hacer con ellas. En mi caso, pasará mucho tiempo antes de que me tope con una palabra “buena” que sustituya en todas sus funciones a la expresión “coño” y sobre todo, que me guste más en cuanto a su fonética. Y aunque sinceramente no la estoy buscando, el día que por casualidad me la encuentre, lo pensaré bastante antes de cambiarla, ¡coño!


©2011 PSR

miércoles, 14 de abril de 2010

INTERCAMBIO

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil. Los jóvenes viajeros, que visitan otro país durante un tiempo algo más prolongado del que se suele dedicar a un simple viaje turístico, se convierten en embajadores de sus culturas y tradiciones en otras tierras que los reciben y, a su vez, amplían sus horizontes conociendo nuevos puntos de vista, valores y maneras de vivir. Todo esto contribuye al aumento de la tolerancia entre los pueblos: resulta más fácil comprender lo que se conoce, lo que se ha vivido. La experiencia propia en el aprendizaje vale más que todas las teorías del mundo.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil, emocionada porque iba a conocer gente diferente, lugares distintos, costumbres particulares que no guardan relación con las que ella practica. Estaba contenta de tener la oportunidad de enseñarles a los europeos algo de su cultura y su idiosincrasia. Sabía que aquel intercambio sólo podía ser positivo para ambas partes.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil con el alma llena de flores. Llegó allá entusiasmada, maravillándose por todo lo que descubría distinto de cualquier experiencia que ella trajera consigo y, al mismo tiempo, comentando las diferencias, grandes y pequeñas, con la patria que ella amaba tanto y de la que se sentía tan orgullosa.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil a vivir con una familia europea promedio. No pasaron muchos días y la muchacha se empezó a percatar de que las diferencias no eran sólo culturales; la manera de vivir la vida allá era otra. Aunque le encantaba todo lo que veía, extrañaba a su familia y los llamaba por teléfono, contándoles asombrada de aquel mundo paralelo que tenía la suerte de explorar.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil y comenzó a vivir la vida normal de una familia europea promedio. Poco a poco se fue acostumbrando a la realidad cotidiana de aquella familia en una ciudad europea y se dio cuenta de que, en el fondo, todo lo que a ella le maravillaba tanto, era tan sólo la manera más natural de vivir la vida, no únicamente en Europa, sino en cualquier lugar del mundo. No hacía falta racionar la electricidad ni el agua porque las industrias, la infraestructura y los equipos correspondientes estaban a cargo de personas responsables que se ocupaban de su debido mantenimiento, además de que la gente había sido educada desde siempre para amar la naturaleza y no despilfarrar los recursos naturales.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil y fue cayendo en cuenta de que la calidad de vida normal de aquella familia promedio en esa ciudad europea estaba muy por encima de lo que ella había vivido siempre en su querida patria. De pronto se sintió segura caminando por las calles a cualquier hora del día, sin la paranoia de que le fueran a arrancar la cadenita, los zarcillos o el reloj. Le comenzó a parecer obvio que podía regresar de noche sola a casa sin temer ser asaltada o violada. Ya no se asombraba de que los servicios públicos funcionaran bien, esa era la manera en que debía ser y no otra. Cuando visitó a su profesora que acababa de tener a su bebé en el hospital público, pensó que se trataba de una clínica privada, pero no le costó entender que en otros países se le da prioridad a la salud.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil con una familia promedio tomando clases en una escuela pública a la que asistían todos los muchachos del vecindario, excelentemente dotada de recursos y donde recibían la mejor educación en un ambiente positivo y agradable. Todos los días iba y regresaba de la escuela en bicicleta por calles limpias y sin huecos, sin temer ser atropellada por algún conductor que no respetara una luz roja o que manejara contra el tránsito. Al cabo de muy poco tiempo esto también le pareció natural.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil y le gustó mucho vivir la vida normal de una familia europea promedio. Se dio cuenta de que nadie le preguntaba sobre su postura política y que a nadie le interesaba cuánto dinero ganaban sus padres ni dónde vivían. Más bien querían saber qué tenía pensado hacer en el futuro, cuáles eran sus metas y sus ideales. Se percató de que la gente allá tenía tiempo para ocuparse del ambiente, la política, la ciencia y el arte, todo de manera seria, pero sin llegar a insultarse ni agredirse. Pagaban sus impuestos, trabajaban para su comunidad y hacían labores sociales por los menos afortunados. Y nadie se debía vestir de un color u otro para ello.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil y aprendió muy rápido a vivir la vida normal de una familia europea promedio. Tenía acceso a todos los medios de comunicación y libertad para ver, escuchar o leer lo que quisiera. En la televisión nunca se encontró con programas interminables donde alguien hablara durante horas solamente por el placer de escucharse a sí mismo, interrumpiendo de manera sistemática la programación de todos los canales de señal abierta. De inmediato sintió el trato respetuoso con que los políticos se dirigían a la gente y se relacionaban entre ellos, concientes de que son ellos quienes sirven al pueblo y no al revés.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil y disfrutó naturalmente aquella vida normal de una familia europea promedio, ayudando en casa en las labores del hogar. Cuando debía ir al supermercado, llevaba bolsos de tela para evitar usar bolsas plásticas que contaminaran el ambiente. Encontraba los anaqueles llenos de mercancía de toda clase; nunca faltaba nada, mucho menos los alimentos básicos. Por supuesto, eso le pareció lógico, como debe ser. También fue normal que nadie le preguntara su nombre, dirección y número de cédula de identidad a la hora de pagar por lo que compraba. Luego aprendió a reciclar para conservar el mundo en que vivimos todos, no sólo ella y su familia, y esto también era algo completamente natural.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil y se dio cuenta de que prácticamente todos los padres de sus compañeros de clase tenían empleo y que muchos de sus amigos y amigas trabajaban durante el verano para ganarse un dinerito extra. La ciudad tenía una economía sana que contaba con producción propia e inversiones en industrias y servicios, haciéndola sustentable e independiente.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil y aprovechó al máximo vivir la vida natural de una familia europea promedio. Un día llamó a sus padres y les preguntó qué hacían ellos en un país donde la vida diaria no era normal: “Por qué cuesta tanto trabajo intentar vivir bien y de manera decente allá?”, dijo. “No es normal pasarse la vida atormentados, con miedo, insultados, en una constante penuria, teniendo que luchar a brazo partido por hacer respetar nuestros derechos y por exigir cualquier cosa que debería estar a disposición a través de los impuestos que se pagan. No, eso no es normal”.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil y durante ese tiempo logró vivir, por primera vez, la vida normal de una familia promedio en cualquier lugar del resto del mundo civilizado. Abrió los ojos y el alma a lo que realmente era una vida normal, y a pesar de que en el fondo no quería regresar, tuvo que hacerlo. Aprendió una gran lección que recordaría el resto de su vida. Por su parte, el intercambio estudiantil fue todo un éxito.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil. ¿Y qué pasó con el estudiante europeo que iría a Venezuela a cambio de ella? Pues nunca fue, porque aquel país suspendió esa parte del programa debido al problema de la inseguridad...



©2008 PSR
©2010 PSR