LIBROS POR PATRICIA SCHAEFER RÖDER

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miércoles, 12 de marzo de 2014

EN LA OFICINA...


“…La rutina diaria en la oficina me aburre. Dentro de todo, prefiero los viajes para cerrar contratos. Al menos conozco lugares nuevos y salgo un poco de la claustrofobia que me produce este laberinto de hormigón y acero. Aquí, entre intrigas y resentimientos camuflados hábilmente con la fingida amabilidad que impone la etiqueta empresarial, lo único que florece son las plantas de plástico que adornan la recepción y el cubículo de la contabilista. Pero cuando estoy fuera, ocupándome de un contrato, me siento más real, más tangible que en el día a día del piso 13 de aquel rascacielos, rodeada de marionetas chupatintas sin libre albedrío, como la que me lanza el espejo en el baño de damas. Irónicamente, los dos lugares más acogedores en la empresa son mi oficina, con su gran ventana, y el baño de damas. Siempre he necesitado poder ver hacia afuera; los espacios cerrados me ahogan. Pero lo que pasa con el baño no lo termino de entender. Tal vez sea por aquella fuentecita eléctrica adornada con piedras que mantiene el agua corriendo eternamente. Lo cierto es que cuando entro en ese sitio, me invade un cierto sosiego que por momentos me hace olvidar incluso la mezcla pestilente de cloro y amoníaco que se asoma insistente a través del “bouquet” industrial y barato. Definitivamente, tengo que comprar una fuentecita de ésas para mi oficina. El sonido del agua que corre por las piedras me tranquiliza y me relaja; hace que pueda sobrellevar las presiones del trabajo y me mejora el humor. Recuerdo que cuando niña, el agua me producía una sensación indescriptible. Era como si invadiera mis sentidos por dentro y por fuera. Igual me pasaba con la lluvia y el viento; eran parte de mi esencia natural. Nadie entendía cuando lo trataba de explicar en la escuela; mis amigas me miraban como si estuviera loca. Pero de eso hace mucho. Tantos años han pasado desde la última vez que fui a nadar, que temo que el agua me rechace…”.


Fragmento de "Yara" ©2006 PSR 
"Yara" aparece en la antología Yara y otras historias, de Patricia Schaefer Röder.
Ediciones Scriba NYC
ISBN 978-0-9845727-0-0

miércoles, 29 de septiembre de 2010

RITUAL DEL BAÑO

Hay un lugar en la casa donde se pierden las dimensiones y los parámetros. Cada vez que entro en mi baño me sucede algo muy raro. Es como si el mundo cambiara súbitamente; las paredes giran entre el piso y el techo, distorsionando el espacio y torciendo el mobiliario. Me siento insegura y a veces hasta pierdo el equilibrio.

Parece un universo paralelo. Apenas cierro la puerta tras de mí, las rectas comienzan a doblarse, lentas pero seguras, derritiéndose cual obra de Dalí. Los vértices del techo pierden la continuidad, haciendo que su rígida plataforma se suavice; moviéndose como una gran bandeja invertida que oscila inclinada sobre un eje invisible. En las paredes, las baldosas vibran a un ritmo y la bañera a otro. Las plantas se estiran y encogen como si fuesen de goma. La luz encubre algunos objetos a la vez que descubre formas geométricas nuevas para mí. Hay en el espacio una calma atrapada en el aire de recambio, como un fluido en suspensión dentro de otro más pesado; alumbrado por la mezcla de neón y luz natural que se cuela por la ventana.

El tiempo va y viene en muchos sentidos. Se pierde la estructura horaria, descosiéndose en un haz infinito de instantes que se mueven al ritmo de mis párpados hacia adentro y hacia afuera, de un lado a otro, de arriba hacia abajo, al futuro y al pasado. A veces se vuelve circular, otras veces se transforma en una espiral, pero no fluye; más bien lo invade todo instantáneamente; suave e implacable.

En ese espacio y ese tiempo trastocados, las ideas entran y salen de mi cabeza, siguiendo el pulso de los objetos inmersos en el ambiente intratemporal. Mi mente se deja llevar por el tráfico desordenado de pensamientos que se agolpan en cada resquicio de materia gris para intentar ver la luz a través de mis ojos. Ni me tomo la molestia de intentar organizarlos, prefiero dejarme llevar por ellos y participar en esa suerte de malabarismo caótico que me empujará a descubrir algo inimaginado hasta ese mismo momento.

Mucho más que un refugio del pensamiento, el baño se ha convertido en mi celestina espiritual y física. Es allí donde me encuentro con mi amante. Me visita cada noche, escondido en algún lugar de la casa, donde nadie lo puede encontrar. Paciente, espera el instante en que entro al baño, siguiéndome de cerca pero sin que lo perciba. Dejo la puerta entreabierta en una invitación perenne, segura de que no me defraudará.

Mi ritual del baño es lo más importante del día. Es la oportunidad de olvidar por un rato la rutina del diario vivir; de deshacerme y volverme a hacer a mí misma. La bañera se convierte en mi pedacito de mar particular; el inverso perfecto de una isla privada, bordeada por velas que regalan la luz precisa para el descanso del espíritu. La taza de té caliente exhala su aroma a vainilla desde el saliente izquierdo, y sobre el derecho descansan dos trufas de chocolate amargo. Todo está listo. Abandono las ropas que me atrapan inclementes y, solemne, entro a la bañera, donde aguarda el elemento sanador.

El agua salada y tibia relaja mis sentidos, limpiándolos de cualquier resto de sensación que haya quedado atrapada en mi cuerpo por error. La luz tenue y el divino maná tranquilizan mi alma, desahogándose entera en un hondo suspiro.

Es entonces cuando mi amante viene a mí. La única intromisión permitida en mi nirvana. Sutil, se desviste y entra a hacerme compañía en mi paraíso acuático. Se me acerca por la espalda, despacio, recorriéndola de abajo hacia arriba con las manos abiertas en abanico. Me abraza luego por los hombros y, ceñido a mí, besa suavemente mi cuello una y otra vez. Con cada beso, la piel de todo mi cuerpo se va erizando más y más, imitando una tunera brava en flor. El placer es tal, que por un momento nos convertimos en tortugas marinas y danzamos al compás de los tímidos cirios de la noche.

Mi amante no me da tregua; me ataca y me cuida, besándome, acariciándome, abrazándome con todas sus fuerzas para después soltarme, gentil y delicado, seguro de que regresaré inmediatamente a buscar refugio en su pecho. Jugamos, reímos, sentimos, amamos. Compartimos la relación más profunda y honesta, sin condición ni préstamo de emociones. Nos volvemos energía pura en la intimidad del baño, mientras que en el resto de la casa la rutina continúa su camino, inclemente, definiendo las vidas de quienes se dejan llevar por ella. Me alivia saber que eso no me sucederá a mí. En ese rato existimos sólo dos, y nos deja sin cuidado cualquier otra cosa que pueda suceder.

Al final, extasiados y llenos de vida, mi amante secreto se despide en silencio, los ojos prometiéndome que volverá mañana. Luego se desvanece, dejando en la alfombra sólo sus huellas mojadas junto a las mías. Una vez más, he recobrado mi alma.



©2005 PSR
fragmento tomado de un trabajo en proceso