LIBROS POR PATRICIA SCHAEFER RÖDER

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miércoles, 27 de marzo de 2013

ESTUDIANTES



Entre el gran pueblo
bulle una masa unida
de almas puras.

Solos al frente
no temen a las armas
van adelante.

Tozudos luchan
por su patria hermosa
…la de nosotros.

Universales
siempre democráticos
sus ideales.

Dignos y libres
defensores de la paz
en plena guerra.

Imaginación
y más creatividad
que no termina.

Alegres sueñan
con un futuro pleno
de cosas buenas.

Nada los para
debemos apoyarlos
como uno solo.

Tristeza a un lado
cerrarán las heridas
todos ganarán.

Exigen verdad
respeto y educación
para la gente.

Sigan la senda
del doce de febrero
¡a La Victoria!

  
©2013 PSR


miércoles, 23 de febrero de 2011

PALABRAS... EN TODOS LOS IDIOMAS

Son infinitas. Nacen, se transforman, evolucionan, decaen, crecen, se mueven, se pelean, se aceptan, se imponen… Son señales que utilizamos para comunicarnos con los demás; las piezas fundamentales del lenguaje verbal que representan nuestras ideas: son las palabras.

Las palabras son el vehículo por el cual los recuerdos perduran, transmitiéndose de generación en generación. Son maravillosas; moldeables, ágiles, dinámicas, se ajustan a lo que deseamos transmitir. Son bellas; tienen una armonía y ritmo propios que las hacen flotar inmersas en una música perenne. Son versátiles; sirven para absolutamente todo, y cumplen sus funciones a la perfección. Son un instrumento contundente que posee toda la fuerza y la precisión que se le quiera dar, de la manera exacta que se desee hacerlo. Por eso hay que aprender a usarlas, para aprovechar todo el potencial y el esplendor que encierran.

No trato aquí de quitarle mérito a las acciones o a los hechos, ni tampoco al valor del silencio. Hay momentos en que las palabras no tienen cabida, unas veces porque no se necesitan, y otras porque no se desean. Es cierto, una imagen puede decir más que mil palabras y un hecho puede contarnos más que toda una enciclopedia, pero en general, el uso de las palabras nos ayuda a razonar, a comprender y a explicar las cosas que suceden a nuestro alrededor.

Las palabras no son buenas ni malas, su significado varía según el contexto en que se encuentren y la intención con que se expresen. No existen palabras prohibidas, lo que hay son conceptos que nos perturban. El mejor o peor significado que pueda tener una palabra viene solo por la idea que nos hayamos acostumbrado a asociarle. Las palabras se inventan para expresar cuanto pensamos, sentimos, deseamos, soñamos. Tan solo están allí, neutras, esperando que las usemos. De nosotros depende lo que hagamos con ellas.

Por eso no concibo las guerras. Estoy convencida de que cualquier conflicto debe poder solucionarse por la vía diplomática; para eso están los embajadores, a quienes por cierto se les paga muy bien. Automáticamente recuerdo aquel dicho popular que nos enseña que “hablando se entiende la gente”. Si el ser humano fuese de verdad tan civilizado como alardea —o como pretende convencerse a sí mismo de serlo, desarrollando las ciencias y las tecnologías al límite—, no habría necesidad alguna de que los pueblos se enfrentaran entre sí, ya que utilizarían el mejor recurso que nos diferencia de los animales: la palabra.

Mi trabajo me exige estar en contacto constante con las palabras. Como traductora y editora manejo las palabras de los demás, ayudando a darles el sentido que cada autor les quiera dar. Pero a pesar de que es mi oficio y debo ocuparme de ellas de manera profesional, no me canso de admirarlas. Me atraen con una fuerza increíble, sé que estoy enganchada sin remedio alguno y disfruto este idilio de la forma más intensa.

Una de mis grandes pasiones es jugar con mis propias palabras. Puede hacerse todo con ellas; crear y destruir, propagar amor y sembrar odio, elevar y deprimir, cultivar sueños o romperlos, aclarar, confundir, contar algo y desmentir otro tanto, decir la verdad y engañar, manipular… Las palabras son sumamente importantes; de su mano podemos ir camino a la cordura o perdernos en los laberintos de la insensatez. Pueden darnos seguridad, pero también pueden ser muy peligrosas. Podemos usarlas para defendernos, pueden sanar nuestro cuerpo y nuestra alma devolviéndonos la vida o la libertad, y por otro lado pueden recluirnos o herirnos de muerte. Son un escudo y un arma a la vez; son extremadamente poderosas.

Amo las palabras y el poder ilimitado que tienen. Con las palabras adecuadas podemos abrirnos, contar nuestra verdad y decirlo todo, llegando adonde queremos… o no decir nada y dar mil vueltas en círculos.

Cada palabra tiene una fonética precisa que la hace especial. Me gusta mucho lo que siento con las letras m, n, s, r, d, l, y sobre todo con la ñ. Me seduce la melodía de las palabras. Las diferentes combinaciones de sonidos las convierten en acordes impecables de notas puras en tiempos perfectos. Las palabras adecuadas susurradas al oído me estremecen hasta el tuétano. Así, coincido por completo con Isabel Allende cuando dice que el verdadero punto G está en el oído.

Las palabras escritas tienen una belleza estética única, sobre todo cuando leemos algo escrito en letra cursiva. Tienen una impecable armonía áurea y sin embargo están llenas de carácter, personalidad y esa magia que hace que nos imaginemos su timbre inigualable, su voz propia. ¡Qué delicia leer ciertas palabras que van raudas como flechas, directo al alma! Sí, en mi caso estoy convencida de que también tengo una extensión del punto aquel en la vista…

Más que fascinada, me siento unida irremediable y divinamente a las palabras. Sin embargo, en los últimos tiempos y en contra de mi voluntad, las palabras se me están escondiendo. De pronto se desvanecen en el aire, no las puedo atajar cuando se desprenden de las ideas, liberándose violentas, perdiéndose rumbo a otros horizontes. Las busco sin éxito debajo de las pilas de sueños amontonados, empolvados, amarillentos del sol que entra por mis pupilas. Sobre todo las primeras palabras, las más evidentes, se están volviendo tan escurridizas como una serpiente marina.

Espero encontrar pronto el hilo perdido de las palabras para poder respirar de nuevo en paz. Lo admito, estoy profundamente enamorada de ellas. ¿La palabra que más me gusta? Pasión.


© 2011 PSR

miércoles, 15 de diciembre de 2010

des-ESPERANZA


No es fácil plasmar en unas líneas la ansiedad y la angustia que a veces llevamos dentro. No es fácil, porque los sentimientos se encuentran muy en el fondo y no siempre logran salir a flote.
No es fácil luchar contra la corriente cuando esta nos arrastra sin piedad.
No es fácil amar a alguien cuando no sabemos si somos correspondidos.
No es fácil correr a ti si tus brazos no están abiertos, esperando estrecharme en ellos.
No es fácil decir lo que se piensa y se siente, ni gritar a viva voz lo que se oculta en las profundidades de nuestro ser y se ahoga en el mar de nuestra alma.
No es fácil escuchar los silencios de otro cuando existen tantos ruidos de fondo.
No es fácil oír lo que otros hablan y entender lo que realmente quieren decir.
No es fácil creer en los demás si reiteradamente somos engañados.
No es fácil pensar que todo anda bien y que al fin habrá paz, si a nuestro alrededor el egoísmo y el odio son más fuertes que el amor.
No es fácil celebrar algo bello y alegrarnos con esa idea, mientras vemos que en el mundo pasean tranquilos el hambre, la miseria, la guerra y la indiferencia.
No es fácil sonreír, y mucho menos hacer sonreír a otro, cuando sentimos que nos hacen daño.
No es fácil hacer buenas obras si nuestra llama interna se apaga.
No es fácil amar sin condiciones y ser amado de igual manera por la misma persona.
No es fácil ser transparente cuando se vive en un mundo desprovisto de tolerancia.
No es fácil hablar con franqueza y esperar de los demás la misma sinceridad que nosotros regalamos.
No es fácil sentirnos realizados y plenos cuando sabemos que no somos aceptados.
No es fácil caminar por esta vida dura y complicada que nos somete a tantas subidas y bajadas.
No es fácil soñar con el futuro cuando tenemos dificultad en sobrevivir el presente.
No es fácil liberar nuestro espíritu cuando nos hemos ocupado de encadenarlo irremediablemente a la rutina.
No es fácil extasiarse ante un paisaje contaminado y corroído, destruido por la avaricia y la desidia.
No es fácil palpar algo que no existe sino en nuestra imaginación; saborear el delicioso néctar de flores mágicas que crecen en los campos tranquilos y apacibles del alma.
No es fácil respirar el aire que tú respiras sin acercarme demasiado para que no te des cuenta, para que no adviertas mi corazón desbocado al sentir tu cercanía.
No es fácil cubrir la tierra de amor y llenar de alegría el mundo, si no tenemos ni un segundo de paz interior.
No es fácil esperar algo de los demás cuando sabemos que son pocos a quienes les gusta dar.
No es fácil cantarle al viento las verdades grandes y hermosas, los sueños y las fantasías que llevo en mi alma.
No es fácil construir sobre escombros, edificar sobre suelo blando, sanar algo podrido o arreglar un cristal hecho añicos.
No es fácil buscar lo que se nos esconde, encontrar algo perdido, visitar lugares prohibidos, si no estás a mi lado para alcanzar esos sitios donde sólo dos personas, juntas, pueden alguna vez llegar.
No es fácil abrir nuestras alas al viento y volar sin que una turbulencia amenace con llevarnos adonde no queremos.
No es fácil ver la luz en los ojos de quien ha muerto, percibir el aliento de un ser que no respira, sentir el calor de un cuerpo helado y latir junto a un corazón que no palpita.
No es fácil llamarte entre la multitud y hacerme oír por ti cuando lo que está a tu alrededor te quita la atención y te distrae.
No es fácil apoyarme en tu hombro ni llorar en tu pecho si no estás aquí.
No es fácil entregarte mi vida, abrir mi ser a ti, volar en tu alma si no me dejas, si no te importo.
No es fácil esperar en mi ventana por alguien que ni sé si existe o si va a llegar algún día.
No es fácil andar entre las sombras, deslizarse por la niebla ni correr sobre brasas para alcanzarte.
No es fácil volar por encima de las nubes, llegar al pico más alto y abandonarlo todo para llegar a ti.
No es fácil. No, no lo es.
No es fácil, y sé que debo intentarlo.
No es fácil, pero venceré.


©1993 PSR

miércoles, 24 de febrero de 2010

APRENDIZAJE

Ayúdate, que Dios te ayudará.

“Rezar siempre ayuda. Rezar es la solución para todos los problemas; es el mejor remedio para todos los males. Si estás en apuros, reza”, decía mi madre. Era muy santa, mi madre. Y muy sabia. Santa y sabia, sí señor. Mi madre decía que todos los días se aprendía algo. Y tenía razón. Así mismito es. Hoy me tocó aprender esto a mí. Así mismo. Toda la vida fui una persona devota que asistió a la misa diaria de las seis de la mañana. Fui creyente y practicante desde que tenía memoria; así me crió mi madre. Y así crié yo a mis hijos también. Josué mi marido también era religioso. Nos conocíamos desde que éramos unos chamaquitos y pasamos toda la vida juntos. Toda la vida, en verdad. Nunca nos separamos, siempre nos quedamos en este pueblo. Aquí nacieron nuestros cinco hijos, en nuestro pueblo, que era también el pueblo de nuestros padres. De nuestras familias. De nuestros antepasados. En este pueblo; este mismo pueblo pacífico que no huyó del ejército que venía del norte. Nos habían dicho que nos fuéramos, pero no quisimos abandonar nuestros hogares. Ya sabíamos que bajaban, pero la verdad era que ellos no tenían nada que buscar aquí. Como nosotros no habíamos hecho nada malo, no teníamos nada que temer. Así que nos quedamos, rezamos mucho y confiamos en que no vendrían a nuestro pueblo. Seguro se desviarían y pasarían por otro lado. Los pueblos vecinos se iban vaciando, y nosotros orábamos para que no llegaran al nuestro. Pero esta mañana sentimos el olor a pólvora y sudor cayendo pesado como la bruma del norte. Y en medio de la nube fueron apareciendo como una jauría salvaje. Un enjambre armado y loco. Hombres que parecían animales, con las ropas sucias y las caras manchadas, mostrando los dientes en una ira centellante que brotaba diabólicamente de sus ojos enardecidos. Pero sabíamos que eran seres humanos como nosotros. Al verlos, oramos en silencio por sus almas. Eran soldados. Soldados que llegaban y mataban todo lo que se moviera. No preguntaban de qué bando era cada quien. Sólo disparaban y quemaban lo que había a su alrededor. Era como si el infierno se hubiera adueñado de la tierra y todos nosotros hubiésemos sido condenados por pecadores. Josué y yo reunimos a nuestra familia para rezar, seguros de que la oración nos salvaría. Su madre, mi padre, mi hermana Matilde y los chamaquitos; todos oramos. Oramos cuando oímos a los soldados acercarse gritando. Seguimos orando mientras el ejército bloqueaba nuestra casa. Rezamos al oler la gasolina que echaban por las paredes. Rezamos con más fervor cuando los soldados le prendieron fuego por las cuatro esquinas y el techo. Rezamos al sentir la temperatura subir y rodearnos, cubriéndonos como una frazada de lana en pleno verano. Oramos a pesar de que nuestras gargantas ardían secas y nuestra vista se nublaba. No dejamos de rezar mientras, tomados de las manos, nos ahogábamos en el humo negro, tosiendo y con los ojos llenos de lágrimas. Rezamos mientras nuestras ropas y nuestra carne se chamuscaban, nuestro cabello derritiéndose como plástico. Oramos más aún. Rezamos con más fuerza que nunca. Uno a uno fuimos cayendo. Seguíamos rezando, humillados ante las llamas enormes y desbocadas que consumían lo poco que teníamos. Nuestras cosas. Nuestro aire. Nuestra vida. Oramos hasta perder el conocimiento. Hasta perderlo todo. Rezamos hasta comprender al fin que, a veces, rezar no sirve de nada.


©2007 PSR

sábado, 25 de abril de 2009

TODOS SOMOS EXTRANJEROS... CASI EN TODAS PARTES

Toda la vida he sido extranjera; en el país de mis hijos, en el de mis padres y en todos los demás. Incluso en mi propio país. De alguna manera mi nombre siempre va acompañado del adjetivo de algún país. En Venezuela soy “Patricia la alemana”, y en Alemania soy “Patricia la venezolana”. Aquí en Puerto Rico he sido ambas, igual que en Nueva York. Soy de varias partes y no soy de ninguna. Pero lo importante es que, como quiera que sea, soy. Soy una mezcla de culturas, de pasiones y de historia. Valga esta reflexión personal para explicar lo que pueden sentir tantas personas como yo, que no llegan nunca a ser consideradas de algún lugar en particular.

La humanidad está comenzando el siglo XXI de la era común. A lo largo de la historia hemos ido desarrollando la cultura humana: las ciencias naturales, la tecnología, la medicina, la filosofía, la religión y las artes. Pero, ¿qué hay del desarrollo social de la humanidad? Algunos hablarían sobre la evolución de las sociedades como grupos aislados, desde el momento en que se pronunció la primera palabra en la estepa africana, hasta el instante en que escribo estas líneas en la computadora. Yo, en cambio, me refiero al desarrollo social del género humano como un todo formado por cada una de las personas que habitan nuestro planeta. En este aspecto, difícilmente podría decirse que hemos superado nuestros instintos más básicos de primates territoriales.

Curiosamente, el concepto de “humanidad” incluye, entre otras acepciones, la naturaleza y el género humanos, así como también la sensibilidad ante las desgracias de nuestros semejantes. Sin embargo, vemos que quienes defienden el supuesto desarrollo social y cultural de la humanidad no pueden explicar lo que pasa con las relaciones humanas y la tolerancia. Se supone que el progreso debería conllevar a un mayor respeto por el prójimo. Lamentablemente, esto no sucede. ¿Por qué? Simplemente porque el ser humano sigue siendo un animal territorial.

Al igual que en las demás especies de animales, está en la naturaleza del ser humano buscar su bienestar. Es un asunto de supervivencia. Nómada o sedentario, el ser humano lucha por perdurar. Cada quien hace lo que puede para echar adelante. Las personas migran por diversas razones: una vida mejor, libertad, amor y mejores oportunidades de conseguir empleo. El movimiento de los diversos pueblos ha tenido lugar a lo largo de la historia. El clima, la guerra, las enfermedades y la escasez de alimento están entre los factores principales que influyen en dichas migraciones. Existen grupos étnicos que migran con mayor frecuencia que otros, adaptándose con mayor facilidad a su nuevo ambiente. En general, los grupos del Mediterráneo muestran una mejor adaptación a lugares nuevos, asimilándose con mayor rapidez a la cultura, las costumbres y las ideas, mientras que los ingleses y asiáticos son más conservadores y por lo tanto no se adaptan con tanta facilidad.

Debido al flujo en la población, las ciudades tienden a crecer, mientras que en el campo la cantidad de habitantes disminuye. Este movimiento de gente puede ocurrir en el mismo país, así como también entre diferentes países. Las grandes ciudades siempre han sido destinos migratorios importantes para muchos. Así, encontramos personas quienes a pesar de tener la misma nacionalidad y hablar el mismo idioma, también son “extraños” en estas ciudades grandes. Sin embargo, es evidente que la gente que viene de afuera casi siempre es más conspicua que aquellos que migran dentro del mismo país. Los extranjeros no hablan como las personas originarias de ese país; tienen una cultura, valores y maneras de pensar diferentes, y a veces incluso son físicamente distintos de la población a la que llegan.

La primera generación de inmigrantes –aquellos que dejan su tierra natal– tiene que enfrentarse a muchos obstáculos para adaptarse y ser aceptados por el resto de la población. A veces, la cultura a la que llegan no es muy abierta a las costumbres de los inmigrantes; así que, en general, la primera generación hará todo lo posible por hacer el camino para ellos y sus hijos, incluso a costa de dejar de lado su propia cultura e idioma. (No es este el caso en los guetos, donde las personas de un mismo origen, raza o religión viven marginadas del resto de la sociedad y no hacen ningún esfuerzo por asimilarse).

Normalmente, la segunda generación se adaptará mejor como consecuencia de crecer en el nuevo ambiente, el cual le resulta natural. Ellos compartirán la herencia cultural de sus ancestros –incluso el idioma– así como también las nuevas costumbres que aprendan. Así, hablarán ambas lenguas con naturalidad, sin ningún acento que los pueda hacer distintos del resto de la población. Usualmente la segunda generación se verá a sí misma como oriunda del lugar, pero tendrá sentimientos mezclados cuando se le pregunte “¿de dónde vienes?” o “¿de dónde es originalmente tu familia?” ya que aún está en la fase de transición que comenzó con sus padres. No ayuda para nada que los lugareños los sigan considerando “extranjeros”, sin terminar de aceptarlos sólo por el hecho de que llevan un apellido raro, o que sus abuelos no sembraron esa tierra. La tierra. El territorio y su dominio son más fuertes que la tolerancia; siempre aparecen en algún momento. Lo he podido comprobar una y otra vez a lo largo de mi vida como hija de inmigrantes, y como inmigrante de primera generación. Nunca se termina de admitir una crítica que venga por parte de un “llegado”, aunque tenga muchísimos años de haberlo hecho. Igual pasa con sus hijos; todo está bien mientras mantengan la boca cerrada y sus opiniones silentes. A muchos se les olvida que aquellos que van a otro lugar, generalmente resuelven hacer de ese sitio su nuevo hogar. Se convierten en “lugareños por decisión”, no porque les tocó nacer allí. Le toman cariño, lo viven y se alegran o sufren por las cosas que allí suceden. Allí echan raíces, allí tienen a sus hijos. Todo muy bien, todo bello; pero si se les ocurre decir algo que no esté totalmente de acuerdo con lo que los demás quieren escuchar, rápidamente salta alguien con la trillada frase: “Si no te gusta, vete”. No es tan fácil. “¿Por qué me voy a ir, si yo también soy de aquí? A mí también me afecta lo que pasa, igual que a ti. Si tú hubieras hecho el comentario, todo estaría bien. Pero lo hice yo. Entonces, ¿cuál es la razón por la que me echas de mi tierra?”. De nuevo la tierra. No podemos escapar de nuestra naturaleza territorial.

Una vez que la segunda generación se casa con alguien autóctono, los hijos no tendrán ningún problema con su identidad. Al fin y al cabo, aunque llevan la carga cultural de sus ancestros, ellos son de ese lugar, igual que sus padres, pero resultan aceptados con mayor facilidad por el resto de la población. Dependiendo de cada persona, le darán más o menos importancia a la herencia foránea en su vida diaria, y criarán a sus hijos principalmente de la manera autóctona. En este sentido, la mezcla de las culturas ya ha comenzado, resultando a largo plazo en una civilización más rica en ingredientes universales que serán asimilados de forma natural por todos.

Por otro lado, a nivel social, aunque el resultado de las migraciones puede ser muy positivo, eventualmente pueden ocurrir choques como consecuencia indirecta de diversos problemas que enfrentan los países destino y que resultan, entre otros, en una mayor carga que lleva al aumento de los impuestos para la población. Normalmente el acercamiento entre las culturas propicia la tolerancia hacia las distintas razas y religiones, pero cuando se pasa por dificultades como el desempleo y la falta de dinero para los programas de seguridad social, comienzan los resentimientos. Nuevamente aflora el instinto de territorialidad. La escasez de recursos ocasiona conflictos entre la población oriunda del lugar y los inmigrantes, aumentando la tensión a la vez que se reduce la tolerancia, tan importante para mantener la paz en el mundo de ahora y en el de nuestros hijos. Los problemas culturales –el rechazo al posible aporte foráneo– pueden llevar a la xenofobia y al racismo, expresiones más exacerbadas de la territorialidad primitiva y la ignorancia, que no aportan nada al desarrollo social de la humanidad, sino que más bien producen en la población una sensación de angustia y desasosiego, además de un malestar generalizado que puede crear fisuras insalvables.

Es preciso ver las migraciones como una oportunidad para el enriquecimiento de las culturas, la ocasión de crecer de ambas partes, en lugar de tener temor a que se nos despoje de algo. La tolerancia es crucial en las buenas relaciones entre los individuos y entre los pueblos. La intolerancia conduce al odio y la violencia, y estos a su vez llevan a problemas más graves que incluso pueden terminar en guerras. Es hora de pensar en el ser humano como un “ciudadano del mundo”, olvidando las diferencias en el origen de cada quien. Por el bien de la humanidad, debemos ser tolerantes, abiertos, sencillos y suficientemente humildes para aceptar que los demás no necesariamente tienen que ser iguales a nosotros. De esto dependerá que podamos vivir en armonía.


©2005 PSR

** "Todos somos extranjeros...casi en todas partes" mereció el Segundo Premio en el 1er. Certamen Nacional de Poesía, Cuento y Ensayo de la American University of Puerto Rico en Manatí, Puerto Rico 2009.