Una vez más sucede. Una vez más es inevitable, contundente. De nuevo cae la tarde bajo el aplastante peso de una noche que la empuja desde arriba, aniquilándola sin remedio. Cae la tarde. Una vez más, cae. Cae, cae como siempre. Minuto a minuto se van perdiendo los naranjas, amarillos, verdes y todos los azules en medio del desenfrenado cantar de miles de coquíes llamando a su pareja. Las nubes se convierten en sombras alquitranadas que parecen no lograr decidirse entre huir o dejarse asimilar por la oscuridad que se lo va tragando todo sin misericordia. Una vez más anhelo que te descuides igual que esas mismas nubes para atraparte como lo hace la noche cuando cubre todo con su manto opaco, cual red implacable. Sonríes. Una vez más alargo la mano para tocar tu cabello y dejarla bajar temblorosa, dibujando tu pecho. Todo ocurre de nuevo y sin embargo lo siento como si fuese la primera vez; la única vez. Respiro profundamente y al abrir los ojos compruebo de pronto que no hay nada más que pensar, nada más que ver, nada que sentir. Nada. Ningún color ni silueta, ninguna presencia… ni siquiera la mía. Porque mi espíritu volvió a irse tras de ti, dejando mi cuerpo vacío, desalojando mi alma. Sucedió de nuevo, en el momento previsto, como siempre. No puede ser de otra forma. Una vez más regresaste junto a tu familia, relegándome al último plano, justo donde pertenezco.
©2010 PSR
EL AGUA NOS DA VIDA, NOS CALMA, NOS NUTRE, NOS ENVUELVE, NOS PURIFICA Y NOS LIBERA ...Y A VECES CAE SOBRE NOSOTROS COMO GOTAS DE SOL Y LUNA
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LIBROS POR PATRICIA SCHAEFER RÖDER
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sábado, 3 de julio de 2010
miércoles, 17 de febrero de 2010
LA MÁSCARA
Se levantó a la misma hora de siempre, se aseó y se puso su versátil disfraz de todos los días, escogió la máscara del momento para que sus hijos supieran quién era, se ocupó del desayuno, los llevó a la escuela y luego se dirigió al trabajo; en el auto se cambió la máscara por aquella que le permitiría entrar a la oficina y tratar con los empleados y los clientes; en la hora del almuerzo se puso la máscara de la amistad y la camaradería y de regreso en la oficina la volvió a colocar en el mismo lugar donde la tiene guardada para esos casos especiales; al final de la jornada recogió a los niños con la máscara pertinente, llegó a casa y rápidamente se la cambió por otra para que su pareja se sintiera feliz de verle; antes de la cena se colocó la máscara de la vida familiar, luego llevó a los niños a la cama y se volvió a poner la máscara complementaria de su pareja, compartieron el mismo rato de siempre, el conocido beso de buenas noches y se comenzó a preparar para dormir; se cepilló los dientes, se peinó, se salió del disfraz, se quitó la máscara y al mirar al espejo se percató de que no había nadie.
Copyright ©2009 PSR
Copyright ©2009 PSR
* "La máscara" fue llevado a las tablas como un ejercicio de teatro, requisito para la graduación de las modelos en la academia SModeling Studio en Arecibo, Puerto Rico, a cargo de la Prof. Helena Colome el viernes 10 de junio de 2011.
"La máscara"
aparece en la antología Yara y otras historias, de Patricia Schaefer
Röder.
Ediciones
Scriba NYC
ISBN 978-0-9845727-0-0
ISBN 978-0-9845727-0-0
miércoles, 12 de agosto de 2009
PASOS
Amigo
acércate
háblame
abre mi mente
libera mi risa
entra en mi corazón
Amante
ven a mí
descubre mi cuerpo
palmo a palmo
ábrete paso
por cada ruta
conquístame
quédate esta noche
Amor
invádeme
abre mi alma
decórala de ti
ven a vivir
en ella
para siempre
llévame
al punto más alto
elévame más aún
aún más, ¡sí!
entonces
libera mi espíritu
que alcance
la paz
déjalo desear
lo que quiera
flotando plácido
de cara al viento
sin amarras
sin sombras
así deseará
aquello que tiene
y nada más.
©2008 PSR
acércate
háblame
abre mi mente
libera mi risa
entra en mi corazón
Amante
ven a mí
descubre mi cuerpo
palmo a palmo
ábrete paso
por cada ruta
conquístame
quédate esta noche
Amor
invádeme
abre mi alma
decórala de ti
ven a vivir
en ella
para siempre
llévame
al punto más alto
elévame más aún
aún más, ¡sí!
entonces
libera mi espíritu
que alcance
la paz
déjalo desear
lo que quiera
flotando plácido
de cara al viento
sin amarras
sin sombras
así deseará
aquello que tiene
y nada más.
©2008 PSR
miércoles, 27 de mayo de 2009
FUE BUENO
© 2007 PSR
** "Fue bueno" obtuvo Mención de Honor en el 1er. Certamen Nacional de Poesía, Cuento y Ensayo de la American University of Puerto Rico en Manatí, Puerto Rico 2009.
"Fue bueno" aparece en Yara y otras historias, por Patricia Schaefer Röder
©2010 PSR
©2010 PSR
Ediciones Scriba NYC, 2010
ISBN 9781732676718
A la venta en Amazon.com
Etiquetas:
2010,
abuso,
audioliteratura,
fue bueno,
maltrato,
pareja,
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violencia de genero,
violencia domestica,
yara y otras historias
jueves, 7 de mayo de 2009
LAS MADRES TAMBIÉN SOMOS SERES HUMANOS
(Sí, ya sé; no sólo las madres somos seres humanos, también los padres lo son. Pero en esta oportunidad me ocuparé sólo de las madres, en vista de que soy una de ellas).
En realidad, casi todas las mujeres tenemos algo de madres. Está en nuestra naturaleza cuidar de alguna manera de alguien o de algo. No hay que tener hijos para poseer este instinto y desarrollarlo. Vaya entonces este escrito a todas aquellas mujeres que son madres en el sentido más amplio de la palabra.
Antes que nada, las madres somos mujeres. La gran mayoría de nosotras fuimos mujeres antes de ser madres. Teníamos una vida propia con metas personales, sueños y anhelos, entre los que también figuraba, en muchos casos, formar una familia. Aquellas mujeres que tenemos una familia sabemos lo difícil que puede resultar encontrar unos minutos de tranquilidad para una misma, en una etapa de la vida en la que todas las responsabilidades parecieran girar alrededor de nosotras como una espiral descendente, cayendo al final con todo su peso justo encima de nuestras cabezas ya embotadas por las preocupaciones diarias.
Somos madres y queremos a nuestras familias. Los hijos, la pareja, los familiares –padres, hermanos, abuelos, tíos y otros– forman parte de nuestras vidas y son importantes para nosotras. Tenemos el deber de atender a sus necesidades y de estar allí para ellos, y generalmente lo hacemos con gusto. Sentimos la obligación de ayudarles en todo lo que se proponen, criamos a nuestros hijos de la mejor manera que podemos y cuidamos de niños y ancianos con el mismo esmero. Además de todo eso, generalmente nos toca mantener el orden en la casa y la familia. Y como todo el mundo sabe, el trabajo de la casa no termina nunca; ni siquiera cuando se tiene ayuda para ello. Siempre hay mil cosas de las cuales debemos estar pendientes: las necesidades básicas de alimentación y vestido, el orden de la casa, la salud, las cuentas, la escuela, las tareas, el ocio sano, el esparcimiento y los compromisos de todo tipo. Obviamente, para que todo esto funcione se requiere una buena organización del tiempo. Ah, el tiempo… El tiempo es el recurso que por lo general tiende a escasear más en la vida diaria de cualquier persona citadina como yo.
Somos muchas las mujeres que aparte del trabajo del hogar también desempeñamos un trabajo profesional. En estos casos la distribución del tiempo resulta vital si queremos mantener algún rastro de cordura en nuestras vidas. Tenemos que estar bien organizadas para poder hacerle frente al día a día de manera eficaz. Todas sabemos que no es fácil; si no tenemos cuidado, la calidad de nuestra labor puede verse afectada, ya sea en el hogar o en el trabajo. Y como esto no nos gusta, hacemos de tripas corazón para que nos rinda el valioso tiempo, el recurso no renovable más importante que tenemos. Resulta importante entonces definir nuestras prioridades para decidir qué cantidad de tiempo podemos concederle a los diferentes aspectos de nuestras vidas: la familia, la pareja, el trabajo y la casa. Así, organizamos las horas de que disponemos en la forma más justa que encontramos, y vivimos de esa manera y a ese ritmo por una temporada que puede ser más o menos larga, hasta que nos damos cuenta de que hay un problema con la ecuación anterior: ¡no nos incluimos a nosotras a la hora de repartir el tiempo!
Es muy fácil olvidarse de una misma cuando se tienen mil obligaciones diarias y sólo se dispone de 24 horas cada día para resolverlas. Generalmente se tiende a dar mayor prioridad a las cosas de los demás y a dejar las de una para “cuando tenga más tiempo”. Ésa es la trampa más frecuente del ritmo de vida acelerado que llevamos las mujeres de las ciudades: creer que más tarde tendremos tiempo para nosotras. Resulta que ‘más tarde’ suceden otras cosas que requieren nuestra atención, y así volvemos a perder la oportunidad de hacer lo que teníamos pensado inicialmente.
Necesitamos tener un tiempo para respirar en paz. La falta de tiempo causa estrés, ansiedad y angustia. Cuando sentimos que aumenta la presión, nos ponemos más nerviosas y perdemos la paciencia con mayor facilidad, pudiendo incluso llegar a experimentar una sensación de hastío. Admito que esto me sucede de vez en cuando, sobre todo cuando tengo mucho trabajo y me tengo que trasnochar varias veces seguidas. Estoy consciente de que me encuentro lejos de ser la madre perfecta, pero también sé que intento hacer todo de la mejor manera que puedo. Al igual que el resto de la gente, las madres necesitamos aire. Tenemos que poder disfrutar de ratos libres para hacer catarsis, o para utilizarlos en actividades creativas o de esparcimiento. Nosotras también nos merecemos un tiempo propio en el que podamos decidir simplemente no hacer nada, si eso es lo que se nos antoja. Tenemos el derecho a realizarnos y a ser felices sin necesidad de sentirnos culpables. No por esto dejaremos de querer y de cuidar a nuestras familias. Al fin y al cabo, las madres también somos seres humanos.
©2005 PSR
En realidad, casi todas las mujeres tenemos algo de madres. Está en nuestra naturaleza cuidar de alguna manera de alguien o de algo. No hay que tener hijos para poseer este instinto y desarrollarlo. Vaya entonces este escrito a todas aquellas mujeres que son madres en el sentido más amplio de la palabra.
Antes que nada, las madres somos mujeres. La gran mayoría de nosotras fuimos mujeres antes de ser madres. Teníamos una vida propia con metas personales, sueños y anhelos, entre los que también figuraba, en muchos casos, formar una familia. Aquellas mujeres que tenemos una familia sabemos lo difícil que puede resultar encontrar unos minutos de tranquilidad para una misma, en una etapa de la vida en la que todas las responsabilidades parecieran girar alrededor de nosotras como una espiral descendente, cayendo al final con todo su peso justo encima de nuestras cabezas ya embotadas por las preocupaciones diarias.
Somos madres y queremos a nuestras familias. Los hijos, la pareja, los familiares –padres, hermanos, abuelos, tíos y otros– forman parte de nuestras vidas y son importantes para nosotras. Tenemos el deber de atender a sus necesidades y de estar allí para ellos, y generalmente lo hacemos con gusto. Sentimos la obligación de ayudarles en todo lo que se proponen, criamos a nuestros hijos de la mejor manera que podemos y cuidamos de niños y ancianos con el mismo esmero. Además de todo eso, generalmente nos toca mantener el orden en la casa y la familia. Y como todo el mundo sabe, el trabajo de la casa no termina nunca; ni siquiera cuando se tiene ayuda para ello. Siempre hay mil cosas de las cuales debemos estar pendientes: las necesidades básicas de alimentación y vestido, el orden de la casa, la salud, las cuentas, la escuela, las tareas, el ocio sano, el esparcimiento y los compromisos de todo tipo. Obviamente, para que todo esto funcione se requiere una buena organización del tiempo. Ah, el tiempo… El tiempo es el recurso que por lo general tiende a escasear más en la vida diaria de cualquier persona citadina como yo.
Somos muchas las mujeres que aparte del trabajo del hogar también desempeñamos un trabajo profesional. En estos casos la distribución del tiempo resulta vital si queremos mantener algún rastro de cordura en nuestras vidas. Tenemos que estar bien organizadas para poder hacerle frente al día a día de manera eficaz. Todas sabemos que no es fácil; si no tenemos cuidado, la calidad de nuestra labor puede verse afectada, ya sea en el hogar o en el trabajo. Y como esto no nos gusta, hacemos de tripas corazón para que nos rinda el valioso tiempo, el recurso no renovable más importante que tenemos. Resulta importante entonces definir nuestras prioridades para decidir qué cantidad de tiempo podemos concederle a los diferentes aspectos de nuestras vidas: la familia, la pareja, el trabajo y la casa. Así, organizamos las horas de que disponemos en la forma más justa que encontramos, y vivimos de esa manera y a ese ritmo por una temporada que puede ser más o menos larga, hasta que nos damos cuenta de que hay un problema con la ecuación anterior: ¡no nos incluimos a nosotras a la hora de repartir el tiempo!
Es muy fácil olvidarse de una misma cuando se tienen mil obligaciones diarias y sólo se dispone de 24 horas cada día para resolverlas. Generalmente se tiende a dar mayor prioridad a las cosas de los demás y a dejar las de una para “cuando tenga más tiempo”. Ésa es la trampa más frecuente del ritmo de vida acelerado que llevamos las mujeres de las ciudades: creer que más tarde tendremos tiempo para nosotras. Resulta que ‘más tarde’ suceden otras cosas que requieren nuestra atención, y así volvemos a perder la oportunidad de hacer lo que teníamos pensado inicialmente.
Necesitamos tener un tiempo para respirar en paz. La falta de tiempo causa estrés, ansiedad y angustia. Cuando sentimos que aumenta la presión, nos ponemos más nerviosas y perdemos la paciencia con mayor facilidad, pudiendo incluso llegar a experimentar una sensación de hastío. Admito que esto me sucede de vez en cuando, sobre todo cuando tengo mucho trabajo y me tengo que trasnochar varias veces seguidas. Estoy consciente de que me encuentro lejos de ser la madre perfecta, pero también sé que intento hacer todo de la mejor manera que puedo. Al igual que el resto de la gente, las madres necesitamos aire. Tenemos que poder disfrutar de ratos libres para hacer catarsis, o para utilizarlos en actividades creativas o de esparcimiento. Nosotras también nos merecemos un tiempo propio en el que podamos decidir simplemente no hacer nada, si eso es lo que se nos antoja. Tenemos el derecho a realizarnos y a ser felices sin necesidad de sentirnos culpables. No por esto dejaremos de querer y de cuidar a nuestras familias. Al fin y al cabo, las madres también somos seres humanos.
©2005 PSR
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