LIBROS POR PATRICIA SCHAEFER RÖDER

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miércoles, 16 de mayo de 2012

APÓSTROFE


¡Qué día! Al levantarme, tuve que convencer a mi sombra para que se saliera de las sábanas. Una vez en el baño, el reflejo en el espejo me miró burlonamente y me preguntó que quién me creía yo para arreglarme tanto, que igual no tenía remedio. Ya en la cocina, mi estómago me regañaba por no alimentarme con algo saludable. En el carro, el inquilino de mi pecho criticaba cada una de las maniobras que hacía casi en modo de piloto automático: que no acelerara tanto, que tuviera cuidado al burlar los semáforos y que no les tocara la bocina a quienes insistían en bloquearme el camino a paso de tortuga. Luego, en el trabajo, la voz en mi cabeza se reía a carcajadas cada vez que tomaba una decisión y me espetaba que cualquiera podía hacer el mismo trabajo que yo, solo que mil veces mejor. Mi estómago estaba por recordarme que debía tirarle algo, el corazón latía aburrido y la voz en mi cabeza no paraba de transmitir sandeces. Sin más, entré en el baño, donde mi sombra cansada se multiplicó por las luces en diferentes posiciones y los espejos en ángulo potenciaban mi reflejo hasta el infinito. Así, los presenté unos a otros y se pusieron a criticarme a sus anchas hasta que pronto comenzaron a pelearse. Entonces, los dejé encerrados a todos y me fui a tomar un café.


©2011 PSR 


miércoles, 10 de junio de 2009

CAMILA


“Se hechan las cartas. Se dán vaños y despojos”
.

—Oiga, ¿y cómo es eso? —Camila le preguntó a la mujer más vieja sentada en aquel tarantín del mercado, señalando el anuncio escrito a mano sobre un cartón torcido.
—Buenos días —dijeron las dos mujeres.
—Buenos días —respondió Camila, intentando esconder un tanto de vergüenza en una sonrisa nerviosa—, ¿cómo les va?
—Bien, gracias a Dio’ —dijeron a una voz.
—Mire, es que tengo una duda: ¿cuáles cartas echan y cómo lo hacen?
—Bueno, nosotras usamo’ la baraja española. Primero le echamo’ las cartas pa’ ve’ su suerte y luego le damo’ baños o despojos, según lo que necesite —contestó.
—¿Y quién lo hace?
—Lo hace mi hija —dijo la vieja, señalando a la mujer más joven sentada a su derecha—. Yo no practico.
—Yo lo hago. Yo echo las cartas —afirmó la joven de unos veinticinco años—. Yo digo to’ lo que veo. Uno tiene que contá’ to’ lo que ve; to’, todito, to’.
—¿Y usted tiene algún poder especial?
—Sí; yo tengo poderes y mi mae también. Mi hermano también nació con ellos —dijo.
—¿Y cómo sabe una que tiene poderes? ¿Se siente algo especial?
—Bueno, eso se sae’ po’que se ven cosas.
—¿Como clarividencia?
—Sí; así mismo e’.
—Mire, yo le pregunto porque mi mamá era clarividente, y yo no sé si tengo los poderes. Sí sé que he visto cosas del futuro, pero como no es muy frecuente, no estoy segura.
—Bueno, esos poderes o se tienen o no se tienen. Si usté’ los tiene y yo le echo las cartas, se van a juntá’ nuestros poderes y van a subí’ a la cabeza.
—¿Como si estuviéramos más iluminadas?
—Así mismo e’.
—¡Qué bien! ¿Y las velas para qué son?
—Son pa’ pedile’ a los santos. Cada vela es pa’ un santo. Nosotras sólo hacemo’ magia buena —dijo la vieja, señalando una pared cubierta de velones votivos de todos los colores—. Tengo el agua corriendo pa’ que se lleve la mala energía, las cosas malas.
—¿Y en esas botellas qué hay?
—Esencias pa’ la suerte, pal’ amor, pa’ la salú’, pal’ dinero y pal’ trabajo. Lo de siempre, pue’. To’ el mundo busca lo mismo. Y nosotras no hacemo’ magia negra.
—Ya veo… ¿Y esas latitas pequeñas que tiene ahí en la esquina? ¿Qué son? No las puedo ver bien de lejos.
—Son polvos de personalidá’ —dijo la joven, mostrando las pequeñas cajitas de metal con etiquetas que decían “Rosa”, “Gilberto”, “Margarita”, “Ponciano” y “Eleuterio”.
—¿Y eso qué es? ¿Por qué tienen nombres de personas?
—Tienen el nombre de la personalidá’ que les va mejó’. Por ejemplo, Rosa es apasioná’, Margarita es natural y Ponciano es sencillo.
—¿Y para qué sirven?
—Esos son pa’ la gente que siente que le hace falta algo de eso. O pa’ la gente que quiere cambiá’ su manera de ser.
—¡Qué maravilla! ¿Y funcionan bien?
—Claro que sí. Aquí to’ funciona bien.
—¿Y usted por qué no practica? —le preguntó Camila a la vieja, que se había levantado de la silla y se estiraba sobre los talones.
—Yo no practico po’que cuando estaba en el vientre e’ mi amá, lloré. Eso me hizo perdé’ poderes desde antes de nacé’ —explicó la vieja, que tendría cerca de sesenta años.
—Entiendo —dijo Camila, y mirando a la joven, le propuso—: ¿será que me puede echar las cartas ahora?
—Si usté’ lo desea, así será. ¿Está prepará’?
—Como nunca antes —afirmó Camila, y desaparecieron juntas detrás de la cortina negra.
Era un cuartucho improvisado, oscuro, con dos sillas plegables y una mesa pequeña cubierta con un trapo negro. Se escuchaba el rumor del agua que corría incesante por una fuentecita portátil. Algunas velas rompían la oscuridad con su tímida luz y su olor se mezclaba con el del incienso y ciertas esencias indefinidas que le daban al ambiente una dimensión totalmente desconocida para Camila. Le tomó unos instantes acostumbrarse al cambio de luz.
—¿Cuál es su nombre?
—Camila.
—Pue’ siéntese aquí, Camila, que ya vamo’ a empezá’.
Las dos mujeres tomaron asiento. Camila respiró profundamente y dejó salir un fuerte suspiro. En verdad estaba preparada. Siempre había sentido la curiosidad de entrar en ese mundo extraño para ella y hoy era su oportunidad.
—Corte la baraja, Camila. Vamo’ a ve’ qué hay aquí. Hmm… no veo ná’, no veo ná’…
—¿Cómo que no ve nada? Algo tiene que haber ahí.
—Eso pasa a vece’.
—¿Sí? ¿Y por qué? ¿Qué significa?
—No puedo ve’ ná’ po’que sus poderes me lo tapan.
—¿O sea que sí tengo poderes? Pero no los sé usar…
—No importa que no sepa; sí los tiene. Ahora es el momento. ¡Rápido, déme las manos!
Emocionada, Camila entregó sus manos a la joven. Cuando hicieron contacto, una tremenda descarga de energía que salía de la mulata fulminó a Camila instantáneamente, dejando sólo una fina ceniza esparcida sobre silla y suelo.
Unos instantes después, la joven se estiró en su asiento y llamó a su hermano.
—¡Eustaquio, trai una lata! ¡Tenemo’ polvo e’ Camila!


© 2007 PSR