con el alma hinchada
de emoción
una vez más
llegué a ti
hoy
vengo de muy lejos
para visitarte
compartir contigo
de nuevo
gran amiga de siempre
hermosa sin igual.
hace tanto tiempo ya
crecimos juntas
despreocupadas
sembrando recuerdos
ahora lejanos
…demasiado.
amable y digna
te conocen
te sabemos
entre las demás.
compañera de la niñez
caminando por la playa
confidente de mi adolescencia
dibujando florecitas
en los cuadernos de clases
celestina de mis veintes
invitándome a soñar bonito
me dabas alas
volando juntas entre las nubes
lejos, muy lejos
y más aún
viviendo aventuras bellas
para siempre regresar.
hoy que al fin te abrazo
otra vez
te veo
querida amiga
distinta
lejana
gris
ese color nunca te lo había visto…
vas caminando
entre tus propias sombras
opaca
tu brillo se melló
poquito a poco
sin que recuerdes dónde
ni cuándo.
tanto has cambiado
casi ni te reconozco
tu mirada
un tanto perdida
te delata
no quieres admitirlo
mueres de miedo
en el fondo
sabes que él te odia
sólo quiere dominarte
¿cómo te enamoraste de él?
¿cómo empezó tu tortura?
¿cómo no lo viste antes?
¿cómo pudo engañarte?
¿cómo pudo suceder todo tan rápido?
¿cómo puedes soportar tanto daño?
¿cómo sigues viviendo este infierno?
¿cómo vas a liberarte ahora
si te tiene prisionera
en tu propia casa?
dime: ¿cómo?
…¿cómo?
y sobre todo: ¿hasta cuándo?
un ojo hinchado
moreteado
rojo cardenal
en medio de tu eterno gris
“tiene razón, debí tener la cena lista”
“tiene razón; el bebé no para de llorar
es su temperamento”
“tiene razón porque le sonreí al gringo
es muy celoso”
“él es así pero en el fondo me quiere”
sólo son más excusas
que inventas
justificando su violencia
esa ira desmedida
cada día
siempre más excusas
para disculpar tu pasividad
paralizante
aterrada
aterrorizada
gélida y abrasadora a la vez.
cabizbaja
exprimes tu existencia
la arrastras por trozos
día a día
entre puños al alma
a la cara
al cuerpo indefenso
en nombre del amor
que dice sentir.
mes a mes
eternamente
pagas rencores
ajenos
el irrespeto es perenne
sabiéndote madre
descuida tus necesidades
no tienes hogar
te quita el sustento
se acaba el alimento
sigues sentada en la oscuridad
sola
seca
desamparada
mientras él te deja
atrapada
maniatada
el corazón amordazado
la voz silenciada
en mil gritos ahogados
castrando tu libre albedrío
mutilando tus sueños
uno por uno
lento pero seguro
entre empujones modernos
vejaciones creativas
innovadoras
mil insultos
odios inmerecidos
viscerales
despiadados.
año tras año
grita que te ama
luego te azota
viola tus derechos
todos
violenta tu humanidad
entera
una y otra vez
para después regalarte
cualquier prenda
de fantasía
barata.
encerrada
temes salir
es mejor no hacerlo
nunca se sabe
si regresarás
con vida
si te encuentran.
la pandilla entera
te engaña
prometen todo
el cielo en la tierra
palabras huecas
frases recicladas
clichés eternos
todo es mentira
nada es real
sólo el hambre
en tus entrañas
que resuenan vacías
en medio de la lluvia
la misma lluvia eterna
que amenaza con arrastrar
tu vida
y la mía.
ilusa te maquillas
quieres siempre ser bella
qué difícil es tapar
tantos golpes
profundos
demasiadas magulladuras
lilas
verdes
negras
nuevos colores
demasiado tristes
no puedes disfrazar
mil cicatrices
con una sonrisa
trémula
torcida
que en cualquier momento
se convierte
en mueca pavorosa
de terror.
envuelta en miseria
y miedo
todavía crees
aquellos cuentos de hadas
que suenan incesantes
en tu memoria
tú, la princesa bella
protagonista eterna
sí, es cierto
eres la actriz principal
mas en esta historia triste
nadie desea actuar.
con chantaje
manipulación
quien se dice tu amante mayor
cada día sin falta
te hace beber veneno
mientras reprime severo
las arcadas
para evitar que lo devuelvas
tanta maldad hacia ti
sin razón
una y otra vez
castigos injustificados
miedos
horror.
tranquila
más bien resignada
sabes que esta noche
te dará lo que dice que mereces
una dosis de violencia
caramelos de rencor
cubiertos de veneno.
noble como pocas
todos te admiraron
siempre
en el fondo
saben que eres fuerte
estoica
valiente a la vez
persistente
nada te parece demasiado
cuando te sacrificas
a cada momento
por tus hijos
enfermos
deprimidos
tristes
amargados
divididos.
insistes en soñar
que a la larga todo cambiará
por sí solo
prefieres creerlo
te resulta más cómodo
“más vale malo conocido
que bueno por conocer”
comentas
mientras diligente
atiendes tus heridas
infectadas
profundas
demasiado recientes.
cuánta pena me causa
tu dolor constante
diario
tan sólo dime, querida
qué puedo hacer ahora
mientras espero impaciente
que caigas en cuenta
de la triste realidad
en la que te dejaste arrastrar
por inexperiencia en el vivir.
con el alma partida en dos
me encuentro aquí
viéndote
abrazándote
queriendo convencerte
de que sí hay una salida
antes de que sea demasiado tarde
¡no claudiques, por favor!
te quiero tanto, amiga mía
eres parte de mi vida
siempre lo serás
aunque la distancia
se esfuerce tanto en desteñir
la voluntad de mi presencia
perenne
junto a ti.
©2010 PSR
EL AGUA NOS DA VIDA, NOS CALMA, NOS NUTRE, NOS ENVUELVE, NOS PURIFICA Y NOS LIBERA ...Y A VECES CAE SOBRE NOSOTROS COMO GOTAS DE SOL Y LUNA
VISITA MIS OTROS BLOGS
LIBROS POR PATRICIA SCHAEFER RÖDER
¡Atrévete! Regala libros originales: A la sombra del mango; relatos breves. Yara y otras historias; 34 relatos, 34 sorpresas. Divina: la mujer en veinte voces; antología latinoamericana de cuentos. Andares; cuentos de viajes. Siglema 575: poesía minimalista; una nueva manera de vivir la poesía. Di lo que quieres decir: Antología de siglemas 575; resultados de los Certámenes Internacionales de Siglema 575. Por la ruta escarlata, novela de Amanda Hale traducida por Patricia Schaefer Röder. El mundo oculto, novela de Shamim Sarif traducida por Patricia Schaefer Röder. Por la ruta escarlata y Mi dulce curiosidad, novelas de Amanda Hale traducidas por Patricia Schaefer Röder, ganadoras de Premios en Traducción en los International Latino Book Awards 2019 y 2020. A la venta en amazon.com y librerías.
Mostrando entradas con la etiqueta abandono. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta abandono. Mostrar todas las entradas
miércoles, 1 de septiembre de 2010
VENECIANA
Etiquetas:
abandono,
abuso,
condiciones de vida,
crimen,
derechos,
dolor,
engaño,
heridas,
infancia,
injusticia,
irrespeto,
maltrato,
miedo,
mordaza,
mujer,
odio,
rencor,
terror,
venezuela,
violencia
miércoles, 24 de febrero de 2010
APRENDIZAJE
Ayúdate, que Dios te ayudará.
“Rezar siempre ayuda. Rezar es la solución para todos los problemas; es el mejor remedio para todos los males. Si estás en apuros, reza”, decía mi madre. Era muy santa, mi madre. Y muy sabia. Santa y sabia, sí señor. Mi madre decía que todos los días se aprendía algo. Y tenía razón. Así mismito es. Hoy me tocó aprender esto a mí. Así mismo. Toda la vida fui una persona devota que asistió a la misa diaria de las seis de la mañana. Fui creyente y practicante desde que tenía memoria; así me crió mi madre. Y así crié yo a mis hijos también. Josué mi marido también era religioso. Nos conocíamos desde que éramos unos chamaquitos y pasamos toda la vida juntos. Toda la vida, en verdad. Nunca nos separamos, siempre nos quedamos en este pueblo. Aquí nacieron nuestros cinco hijos, en nuestro pueblo, que era también el pueblo de nuestros padres. De nuestras familias. De nuestros antepasados. En este pueblo; este mismo pueblo pacífico que no huyó del ejército que venía del norte. Nos habían dicho que nos fuéramos, pero no quisimos abandonar nuestros hogares. Ya sabíamos que bajaban, pero la verdad era que ellos no tenían nada que buscar aquí. Como nosotros no habíamos hecho nada malo, no teníamos nada que temer. Así que nos quedamos, rezamos mucho y confiamos en que no vendrían a nuestro pueblo. Seguro se desviarían y pasarían por otro lado. Los pueblos vecinos se iban vaciando, y nosotros orábamos para que no llegaran al nuestro. Pero esta mañana sentimos el olor a pólvora y sudor cayendo pesado como la bruma del norte. Y en medio de la nube fueron apareciendo como una jauría salvaje. Un enjambre armado y loco. Hombres que parecían animales, con las ropas sucias y las caras manchadas, mostrando los dientes en una ira centellante que brotaba diabólicamente de sus ojos enardecidos. Pero sabíamos que eran seres humanos como nosotros. Al verlos, oramos en silencio por sus almas. Eran soldados. Soldados que llegaban y mataban todo lo que se moviera. No preguntaban de qué bando era cada quien. Sólo disparaban y quemaban lo que había a su alrededor. Era como si el infierno se hubiera adueñado de la tierra y todos nosotros hubiésemos sido condenados por pecadores. Josué y yo reunimos a nuestra familia para rezar, seguros de que la oración nos salvaría. Su madre, mi padre, mi hermana Matilde y los chamaquitos; todos oramos. Oramos cuando oímos a los soldados acercarse gritando. Seguimos orando mientras el ejército bloqueaba nuestra casa. Rezamos al oler la gasolina que echaban por las paredes. Rezamos con más fervor cuando los soldados le prendieron fuego por las cuatro esquinas y el techo. Rezamos al sentir la temperatura subir y rodearnos, cubriéndonos como una frazada de lana en pleno verano. Oramos a pesar de que nuestras gargantas ardían secas y nuestra vista se nublaba. No dejamos de rezar mientras, tomados de las manos, nos ahogábamos en el humo negro, tosiendo y con los ojos llenos de lágrimas. Rezamos mientras nuestras ropas y nuestra carne se chamuscaban, nuestro cabello derritiéndose como plástico. Oramos más aún. Rezamos con más fuerza que nunca. Uno a uno fuimos cayendo. Seguíamos rezando, humillados ante las llamas enormes y desbocadas que consumían lo poco que teníamos. Nuestras cosas. Nuestro aire. Nuestra vida. Oramos hasta perder el conocimiento. Hasta perderlo todo. Rezamos hasta comprender al fin que, a veces, rezar no sirve de nada.
©2007 PSR
“Rezar siempre ayuda. Rezar es la solución para todos los problemas; es el mejor remedio para todos los males. Si estás en apuros, reza”, decía mi madre. Era muy santa, mi madre. Y muy sabia. Santa y sabia, sí señor. Mi madre decía que todos los días se aprendía algo. Y tenía razón. Así mismito es. Hoy me tocó aprender esto a mí. Así mismo. Toda la vida fui una persona devota que asistió a la misa diaria de las seis de la mañana. Fui creyente y practicante desde que tenía memoria; así me crió mi madre. Y así crié yo a mis hijos también. Josué mi marido también era religioso. Nos conocíamos desde que éramos unos chamaquitos y pasamos toda la vida juntos. Toda la vida, en verdad. Nunca nos separamos, siempre nos quedamos en este pueblo. Aquí nacieron nuestros cinco hijos, en nuestro pueblo, que era también el pueblo de nuestros padres. De nuestras familias. De nuestros antepasados. En este pueblo; este mismo pueblo pacífico que no huyó del ejército que venía del norte. Nos habían dicho que nos fuéramos, pero no quisimos abandonar nuestros hogares. Ya sabíamos que bajaban, pero la verdad era que ellos no tenían nada que buscar aquí. Como nosotros no habíamos hecho nada malo, no teníamos nada que temer. Así que nos quedamos, rezamos mucho y confiamos en que no vendrían a nuestro pueblo. Seguro se desviarían y pasarían por otro lado. Los pueblos vecinos se iban vaciando, y nosotros orábamos para que no llegaran al nuestro. Pero esta mañana sentimos el olor a pólvora y sudor cayendo pesado como la bruma del norte. Y en medio de la nube fueron apareciendo como una jauría salvaje. Un enjambre armado y loco. Hombres que parecían animales, con las ropas sucias y las caras manchadas, mostrando los dientes en una ira centellante que brotaba diabólicamente de sus ojos enardecidos. Pero sabíamos que eran seres humanos como nosotros. Al verlos, oramos en silencio por sus almas. Eran soldados. Soldados que llegaban y mataban todo lo que se moviera. No preguntaban de qué bando era cada quien. Sólo disparaban y quemaban lo que había a su alrededor. Era como si el infierno se hubiera adueñado de la tierra y todos nosotros hubiésemos sido condenados por pecadores. Josué y yo reunimos a nuestra familia para rezar, seguros de que la oración nos salvaría. Su madre, mi padre, mi hermana Matilde y los chamaquitos; todos oramos. Oramos cuando oímos a los soldados acercarse gritando. Seguimos orando mientras el ejército bloqueaba nuestra casa. Rezamos al oler la gasolina que echaban por las paredes. Rezamos con más fervor cuando los soldados le prendieron fuego por las cuatro esquinas y el techo. Rezamos al sentir la temperatura subir y rodearnos, cubriéndonos como una frazada de lana en pleno verano. Oramos a pesar de que nuestras gargantas ardían secas y nuestra vista se nublaba. No dejamos de rezar mientras, tomados de las manos, nos ahogábamos en el humo negro, tosiendo y con los ojos llenos de lágrimas. Rezamos mientras nuestras ropas y nuestra carne se chamuscaban, nuestro cabello derritiéndose como plástico. Oramos más aún. Rezamos con más fuerza que nunca. Uno a uno fuimos cayendo. Seguíamos rezando, humillados ante las llamas enormes y desbocadas que consumían lo poco que teníamos. Nuestras cosas. Nuestro aire. Nuestra vida. Oramos hasta perder el conocimiento. Hasta perderlo todo. Rezamos hasta comprender al fin que, a veces, rezar no sirve de nada.
©2007 PSR
Suscribirse a:
Entradas (Atom)