LIBROS POR PATRICIA SCHAEFER RÖDER

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miércoles, 24 de abril de 2013

TEMPORAL (...todo en la vida lo es)

Despierto de golpe, con el corazón en la boca y bañada en sudor. ¿Qué me pasa? Bebo un gran sorbo de agua. Mi piel empapada se seca despacio bajo una fina escarcha salada, dejando en el lecho el mapa de mi cuerpo. Tengo frío; lo único que me cubre es un lienzo de hilo. No suelo necesitar más; las noches aquí son cálidas y el contacto directo del yo vulnerable con las sábanas me consiente en una sensualidad liberadora. Pero hoy es diferente; el aire se siente pesado y gélido.

La luna blanca y redonda entrando por la ventana tampoco me ayuda a encontrar la paz. Los coquíes, que normalmente me acunan en un delicioso sueño con su canto amoroso, hoy parecen más exaltados que nunca. Las sombras de las palmeras agitadas en la pared de mi habitación y el barrido de las ramas sobre los muros de la casa me dicen que se avecina una borrasca. En un acto premonitorio, el perro ladra y entra por el acceso de la cocina.

Entonces, sucede. El cielo cae con todo su peso sobre el mundo que encuentra a su paso, subyugándolo, envolviéndolo en un manto líquido, grueso y limpio. Las enormes gotas chocan contundentes contra árboles, techos, paredes, suelo. Contra el espíritu atrapado en la armadura aquella. Contra el alma que teme marchitarse. El viento sopla cada vez con más fuerza, como queriendo arrasar la rutina acumulada en mil años de una existencia corriente. Agua, viento. Más agua. Más viento. Las ventanas se comban, estremeciéndose ante la presión de las ráfagas que se vuelven casi continuas e impredecibles en la penumbra. Los vidrios parecen de goma, tan elásticos resultaron ser. El golpeteo creciente de la lluvia se mezcla con el atropello de las plantas, zarandeadas en todas direcciones por rachas enloquecidas que parecieran buscar una salida en medio de lo abierto. El agua se escurre brillante por techos, muros y ventanas. Por árboles, palmeras y trinitarias. Por los objetos que forman parte de mi vida y la de mi familia, que se quedaron a la intemperie, indefensos, aquella noche que no debía llover. Por las pendientes del jardín y el patio. Por mi mente, que no quiere darme un respiro. Como tantas otras cosas en la vida, lo que comenzó como un concierto grandioso, se transformó en un ruido asonante; una manifestación iracunda de la hostilidad de Huracán, el Dios del Mal en el Caribe, en su insistente afán de arrasar con lo que no le pertenece.

Así, con tanta furia contenida en su naturaleza, va destrozando sin clemencia cuanto descubre a su paso. Árboles, postes de luz, cosechas, casas, industrias. Todo cae. Al desmoronarse el mundo, los restos quedan esparcidos en un gran charco universal, reducidos a su mínima expresión. El pánico se apodera de quienes no estaban preparados para tal suceso, pero en medio del desastre, reciben el apoyo de desconocidos que les tienden la mano.

Al fin, después de un tiempo que parece interminable, el estruendo se debilita. El viento cede. El agua cesa. Una vez más, el infierno resultó ser momentáneo. Poco a poco sobreviene la calma, con la esperanza que trae la nueva mañana. La experiencia me dice que el arco iris está a punto de aparecer. Volveremos a edificar nuestras vidas, lo sé. Mientras tanto, nos ayudaremos como hermanos, recogiendo los escombros para allanar el camino al futuro.   

miércoles, 14 de noviembre de 2012

AYUDA

Al primer grito
del hermano querido
reaccionamos.

Yermos los campos
terremoto y huracán
quieren destruirnos.

Un día a la vez
sobre ruinas y escombros
caminaremos.

Donde hubo llanto
brillará un gran arco iris
paz y esperanza.

Almas al viento
corazones abiertos
apoyo mutuo.



©2012 PSR



miércoles, 7 de noviembre de 2012

AUXILIO



Alarma urgente
otra catástrofe más
nos ha golpeado.

Unión y fuerza
juntos nos impondremos
sobre el desastre.

Xenofobia, ¡no!
todos somos hermanos
cuando sufrimos.

Impulso innato
alimento y abrigo
solidaridad.

Luz, esperanza
bálsamo efectivo
para el alma.

Inmensa labor
por el bien de los demás
necesitados.

Ondas de vida
abrazan fuertemente
desde el corazón.


©2012 PSR



miércoles, 16 de marzo de 2011

VIDA

La vida es un suspiro divino que nos deja sin habla. Es lo más importante que tenemos; inusitadamente frágil y enormemente compleja. El instante de tiempo en que transcurre nuestra vida es tan breve pero tan intenso que bien vale la pena defenderla hasta las últimas consecuencias.

Es la propia vida lo que nos define en este mundo. Somos porque vivimos, y al mismo tiempo, la vida es un regalo que recibimos. El más importante, porque es lo que nos constituye; aquello de lo que estamos hechos. La vida es eso absolutamente invaluable que generalmente consideramos obvio, quizá tan solo porque no podemos imaginamos el mundo sin nosotros. Pero la vida nos fue dada, no la adquirimos. Alguien más nos engendró; no fue nuestra idea y mucho menos consecuencia de algo en lo que pudiéramos influir, ni de nada que hayamos hecho; no es nuestra por mérito propio. Nadie pide venir al mundo, mas una vez aquí, luchamos por mantenernos bien y ser dichosos. Así, deberíamos estar agradecidos por tal precioso don y concentrarnos en buscar la felicidad, el estado anímico que mejor le va a ese estado físico que llamamos “vida”. Somos los únicos responsables de nuestra felicidad y, al mismo tiempo, debemos aprovechar todas las oportunidades que tenemos para hacer felices a quienes nos rodean.

Sin lugar a dudas, la vida es bella. Es maravilloso estar conscientes de que podemos ir en pos de la justicia, de la paz y la dicha, de nuestra salud, prosperidad, tranquilidad, de aquello que necesitamos, que deseamos, que soñamos. Sabemos que aunque la situación se vuelva difícil, cuando pareciera que se acaban el camino o las opciones, siempre podremos luchar más y más por las cosas que nos mueven, por lo que es realmente importante. Somos vencedores en cuanto nos enfrentamos a nuestros miedos y decidimos dar la batalla, cuando damos el primer paso que nos llevará al desenlace. La vida seguirá siendo bella, a pesar de que siempre aparezcan quienes quieran arruinárnosla. De nosotros depende que no lo logren; debemos ser más inteligentes y más perseverantes que ellos. El odio, la intolerancia, la envidia, el rencor y la codicia son fuerzas humanas capaces de destruir pueblos completos, naciones enteras, y si no les hacemos frente, a la larga sufrimos las consecuencias a menor o mayor escala. Esos sentimientos negativos nos hacen más salvajes que cualquier animal de rapiña, cuando se supone que la especie humana posee raciocinio y conciencia de sí misma, que deberían ayudarla a vivir en armonía con sus congéneres en el ambiente que la rodea. Pero no es así. Lamentablemente, las características humanas como la espiritualidad, el amor, el perdón, la misericordia, el respeto, la solidaridad y la caridad no se han desarrollado al mismo ritmo que la ciencia y la técnica, quedando rezagadas al principio del camino. La tecnología avanza veloz en todas direcciones, pero los resultados no siempre son seguros ni positivos; en demasiadas ocasiones son extremadamente perjudiciales. El mundo está llegando al límite de su capacidad de carga y aún no se nos ocurre siquiera buscar la palanca del freno. A veces parecemos olvidar que nuestro planeta está vivo y debemos cuidarlo porque, al igual que nuestra vida, es uno solo y no tiene repuesto…

En los últimos años, la Tierra pareciera estar incómoda. Es como si quisiera encontrar una posición más confortable al estirarse en todas direcciones. Cuando lo hace, nos muestra la enorme fuerza que duerme en su interior, haciendo que recordemos lo infinitamente minúsculos que somos. Ciertamente, no podemos hacer nada por impedir las catástrofes naturales, pero sí podemos comportarnos de manera más consciente y respetuosa con el mundo y nuestros semejantes. Podemos dejar actuar a nuestro lado humano, que aún necesita ejercitarse y crecer. Cada quien sabe cómo ayudar, o al menos, a quién preguntarle de qué forma puede ser útil a la hora de mostrar solidaridad y caridad a sus semejantes.

Peores aún son los desastres humanos ocasionados por la implacable intolerancia de las ideologías extremistas y fundamentalistas, que solo traen consigo dolor y pesar. El ser humano es egoísta y nunca falta quien se aproveche de los momentos de debilidad espiritual de los demás para beneficiarse o imponer sus ideas. Debemos combatir y hacer todo por erradicar aquellos sentimientos de maldad, avaricia y violencia que llevan a la desmoralización y la destrucción de los pueblos. Como sociedad que quiere llamarse “civilizada”, se hace necesario ser abiertos y aceptar que existen miles de opiniones y más de una manera de hacer las cosas. Todos tenemos el mismo derecho a ser felices; nadie nos lo puede quitar porque sí. No hay quien pueda encadenarnos el espíritu sin nuestro consentimiento; nosotros somos los responsables de nuestra libertad y los autores de nuestra dicha.

Así como la vida es hermosa, el mundo también lo es. Saber que podemos disfrutar de ambos a lo largo de nuestro tiempo es algo maravilloso y por eso los protegemos instintivamente, para mantenernos felices. Al fin y al cabo, vinimos al mundo con la única misión de encontrar la felicidad y vivir en ella.

Sentirnos vivos y plenos es algo inmensamente hermoso, y sucede cuando somos dichosos. Las emociones fuertes de cualquier naturaleza nos hacen recordar que estamos aquí ahora. No sabemos cuándo cambiaremos de dimensión, pero mientras estemos en este mundo, con todas sus imperfecciones, sus bondades, sus defectos y virtudes, estamos en la obligación de buscar aquello que nos llene de satisfacción y sosiego, que nos siembre una sonrisa en el rostro que sea imposible de borrar. Ese nirvana sólo lo podemos encontrar en nosotros mismos, cuando nuestro espíritu nos eleva por encima de los problemas, los objetos y las situaciones terrenales.

En medio de cualquier circunstancia plácida o extrema, comprobamos que cada mañana sigue saliendo el sol, iluminando a todos por igual. De noche, la luna y las estrellas están en el firmamento para quien desee admirarlas, tomándose un respiro nocturno. Lo mismo sucede con la lluvia, el viento y los demás elementos; no son propiedad de nadie, y al mismo tiempo, son de todos los seres que habitamos este planeta. Cuánta perfección hay en las alas de una mariposa, en los pétalos de una flor silvestre, en las miles de hojas de aquel árbol que nos brinda su sombra al mediodía, en el perro sin dueño que va cojeando sin darse por vencido y agradece los huesos que sobran de una parrilla en el parque. Cuánta paz hay cuando encontramos un momento para adueñarnos del tiempo y sentarnos junto al mar, escuchando tan solo el arrullo de las olas y dejando que el viento acaricie nuestro rostro, despeinándonos. Cuánta belleza hay en las piedras pulidas que encontramos a la orilla de un río, en las conchas marinas, en las piñas de las secuoyas, en el diseño de una ballena, en las sombras que vamos haciendo al caer la tarde. Cuánta energía hay en el fuego, en un tornado, en un terremoto… A veces la Tierra nos llama la atención para recordarnos que sigue siendo inmensamente más fuerte y poderosa que nosotros, para que no dejemos de ser humildes.

Nadie sabe con certeza cuánto tiempo tiene, pero durante el mío, seguiré amando la vida y el mundo de la única manera que conozco: con todas mis fuerzas. Siento la vida presente en cada célula de mi cuerpo, haciéndome quien soy y permitiéndome disfrutar de la dicha que habita dentro de mí. Me deleito ante los animales fantásticos que se esconden en las nubes del cielo azul intenso mientras saboreo el mango más delicioso y rozagante en una tarde fresca de mayo. Cuando lo deseo, encuentro el momento de tranquilidad para sentarme a escuchar el rumor del riachuelo que está cerca de mi casa. Me dejo envolver por el olor de la tierra después de la lluvia, del café recién colado, de las palabras ancladas en el papel de un libro nuevo. Soy feliz cada vez que tengo la oportunidad de pintar una sonrisa en el rostro de alguien, aunque sea por unos instantes. Me llena el alma recibir el abrazo perfecto en el instante justo, cuando más lo necesito. Poder compartir mis inquietudes y escuchar las de otros es algo muy especial que me mueve por dentro. Llenar mis pulmones ante un paisaje majestuoso, asombrarme una y otra vez al descubrir la perfección del cuerpo humano, de los animales y las plantas, y maravillarme frente a la energía y belleza de un rayo en una tormenta son cosas que nadie puede hacer por mí. Me encanta lo que siento cuando suspiro; respiro hondo para dejar entrar en mí todo lo hermoso que me rodea, lo guardo adentro un instante para llenarme de ello y luego lo dejo salir de golpe, haciendo que regrese donde estaba para que me siga envolviendo. Así mismo es la vida, un suspiro…



©2011 PSR