LIBROS POR PATRICIA SCHAEFER RÖDER

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miércoles, 14 de mayo de 2014

EL EVENTO, Patricia Schaefer Röder



        Lo había planeado todo con el mayor de los cuidados. Tuvo la idea un miércoles por la noche, cuando todos dormían cansados la rutina de la media semana. Antes había visto el anuncio en Internet, pero en aquel entonces no se atrevía a soñar algo tan audaz. Sin embargo, esa noche del miércoles, la envolvió un halo dulce y luminoso que ella identificó como el alma de la libertad, olvidada hacía demasiado tiempo. Esa caricia tibia, infinitamente placentera, le hizo abrir los ojos como nunca antes. En medio de la oscuridad de su estrecha vida, de pronto lo veía todo; podía discernir entre las cosas verdaderas y las apariencias, y el espíritu preso se percató de que aquel cerrojo tenía llave…y la llave la esperaba encima de la repisa, junto a todas las demás. Embelesada, disfrutó aquella sensación emancipadora en lo que quedaba de noche, y a la mañana siguiente se sintió más viva que nunca. Con una sonrisa amplia y brillante, se vistió y se arregló, soñando con el evento. Sabía que sería grandioso, que si asistía, sería una experiencia inolvidable. El ánimo la tenía flotando muy por encima de los cúmulos y nimbos, más allá aun de los cirros. Sintiendo sobre su piel ese sueño divino, la mente se le despejó y comenzó a analizar la situación. Serían sólo tres noches. Tres noches y cuatro días en los que le pediría a la niñera que durmiera en casa para acompañar a los chicos. Les dejaría varias comidas preparadas para facilitarles su ausencia. Un taxi la llevaría y la recogería del aeropuerto. Ella se quedaría con una amiga; aún le quedaban varias buenas amistades de la época en que vivió en aquella ciudad, más de diez años atrás. Entre varias líneas aéreas buscó la mejor tarifa en pasajes a Nueva York, hasta que encontró los que se ajustaban a su horario y su bolsillo. Así se fue acercando poco a poco a la meta. Resolvió todas las diligencias que tenía en lista desde hacía tiempo, escogió la ropa perfecta para el viaje, alistó todo en casa y dejó a los niños preparados. Llegado el momento de abordar el avión, suspiró pensando en sus hijos, pero al mismo tiempo tranquila de saber que ellos estaban bien y que se alegraban de que su madre al fin se decidiera a hacer algo solamente para ella. Aprovechó el vuelo para descansar su emoción de niña con juguete nuevo y al llegar a la Gran Manzana estaba llena de energía como cuando era adolescente. Aprovechó el tiempo al máximo; sólo hacía lo que quisiera. Estuvo consigo misma, disfrutando de su propia compañía. Recordó viejos tiempos y se aventuró a pensar en el futuro. Las ideas burbujeaban en su cabeza como la última sopa que había preparado tan sólo unos días atrás en casa. En medio del peor frío invernal, caminó por las amplias aceras de aquella ciudad que, a pesar del tiempo y la distancia, seguía siendo suya. Una por una fue encontrándose con sus amigas, reviviendo anécdotas, poniéndose al día con sus vidas, escuchando atenta y contando episodios de la suya. Probó algunos restaurantes nuevos y repitió en otros conocidos mientras se acercaba el instante que tanto había esperado. Una ansiedad primordial la embargaba; no recordaba haberse sentido así en demasiados años. Se dirigió al lugar con bastante antelación, hizo la fila junto a muchos más que tenían la misma meta esa noche. Después de pasar un rato observando en detalle todo cuanto la rodeaba, los porteros indicaron que la espera había llegado a su fin y la dejaron entrar al recinto en medio de la vaguada humana en la que casi se ahogaba. Llegó hasta su asiento, se quitó el abrigo, acomodó sus cosas de la mejor manera y se entregó a la butaca que la recibía amable. Miró todo; no quería perderse de nada. Deseaba que cada segundo, aquellas formas y colores quedaran impresos en sus retinas. Sentada allí, se dio cuenta de que los años no la habían cambiado, que su naturaleza era más fuerte que las circunstancias y que su esencia seguía intacta. Esos momentos la hicieron descubrirse de nuevo como la mujer apasionada que siempre le había caído tan bien; aquella a la que le brillaban los ojos tan solo por la emoción de vivir cada día. En medio de tantas sensaciones juntas, el corazón se estremeció con suavidad mientras el alma sonreía, satisfecha. De pronto, todo oscureció. Unos acordes triunfales inundaron la sala cubriendo todas las superficies, entrando por ranuras, pliegues y poros, haciendo temblar todos los músculos de su cuerpo. Entonces, el evento comenzó.
 
 
©2014 PSR
 
 
"El evento" aparece en A la sombra del mango, relatos de Patricia Schaefer Röder
 
A la sombra del mango, Patricia Schaefer Röder  
Ediciones Scriba NYC – Colección Tinglar 
ISBN: 9781732676756 
 
 
Mención de Honor en los ILBA 2020 
 
 

miércoles, 17 de marzo de 2010

SONRISA

Hace mucho tiempo, no recuerdo exactamente dónde, leí una de esas frases de moda de la filosofía popular que me dejó marcada profundamente: “Una sonrisa no cuesta nada y vale mucho”. Sospechándome hoy en día casi la última representante de la corriente del “paz y amor” y del nacimiento de la era de acuario, recuerdo haber sentido en ese instante cómo todo el mundo a mi alrededor de pronto se iluminaba y me permitía comprenderlo mejor. Mi corazón se quedó quieto un instante y desde adentro algo golpeó mi pecho y mi garganta, y en mi piel había un cosquilleo tibio y delicioso. Totalmente identificada con la frase, la hice mía y la pongo a prueba todos los días de mi vida.

La sonrisa es una de esas cosas maravillosas que tenemos los seres humanos. Me encanta ver a la gente sonreír y reír; es una experiencia profunda y placentera que me da mucho más que un largo discurso sobre la paz o la alegría. Disfruto una sonrisa como quien aprecia una obra de arte; me maravillo ante ella, la detallo, interactúo con ella y me dejo invadir por lo que me transmita: felicidad, placer, sosiego, alegría, aceptación, seguridad, paz, afirmación, complicidad, incluso nerviosismo, incomodidad o algo de vergüenza. Mi ser reacciona ante una bella sonrisa desde adentro hacia afuera; el pulso se acelera levemente y siento la sangre tibia fluyendo por todo el cuerpo, desde los dedos hacia el tronco, concentrándose alrededor del corazón, subiendo por el pecho y cuello a la cabeza y quedándose allí, llenando cada resquicio. Entonces, a ambos lados de mi rostro tibio, la reacción es inminente y me dejo llevar por toda esa delicia, sonriendo yo también.

Siempre me he fijado mucho en la sonrisa de la gente. Como todos, en mi vida me he topado con infinidad de sonrisas distintas. Las sonrisas son como nuestras huellas digitales, características y únicas; vienen determinadas por la genética y la imitación de los gestos de quienes nos rodean cuando niños. Pero a pesar de que fisonómica y anatómicamente el estilo de sonrisa de cada uno se mantenga a grandes rasgos, nunca hay dos sonrisas iguales, simplemente porque cada quien tiene un repertorio de sonrisas según lo que sienta o quiera comunicar en cada instante. A veces una mirada se convierte en sonrisa y luego en abrazo; en otras oportunidades cambia por completo el orden de conversión, y hay casos en los que podemos sonreír con los ojos o los brazos, abrazar con una sonrisa o con los ojos, o mirar con los brazos. De hecho, existen sonrisas que primero son abrazos y luego miradas…

Hay quienes tienen la sonrisa como carisma o don divino en beneficio de los demás, aun sin saberlo. Puede que estén conscientes de que tienen una bella sonrisa, pero no todos conocen sus propiedades. La sonrisa puede ser terapéutica tanto para el que la da como para quien la recibe. Cuando sonreímos, iluminamos todo a nuestro alrededor y eso nos complace, elevando nuestro espíritu. Y cuando alguien nos sonríe, esa misma luz llega a nosotros y nos envuelve en su calor sublime, regalándonos amor. Es como participar en un acto de magia pero sin el truco, porque todo es absolutamente real.

Al sonreír —y al reír— nos llenamos de emoción e incluso nos permitimos escapar de nosotros mismos por un instante. En una sonrisa sincera y espontánea, nuestros ojos, piel, sangre y brazos se contagian de ese sentimiento y participan en un concierto maravilloso dirigido por el corazón de quien sonríe hacia el corazón del que recibe la sonrisa. La sonrisa es el preludio delicioso de la risa, el primer paso en la liberación del espíritu.

Por supuesto, a mí me encanta sonreír y reír; disfruto al máximo la rara oportunidad en que alguien quiera sacarme una buena risa, ya que pareciera que nadie tiene tiempo para esas faenas en estos días (todos estamos ocupados intentando ganarle la carrera al tiempo, sin saber que la perdimos inexorablemente desde el mismo instante en que accedimos a competir), cuando en realidad esas son las mejores cosas de la vida, los momentos en que damos y recibimos alegría. Con respecto a mi sencilla sonrisa de labios cerrados, sé que no es precisamente de las arrebatadoras, y aunque tal vez sea plácida para algunos, ciertamente no es una gran sonrisa, pero es la que tengo y la que puedo compartir. Y pensando en ese dar y recibir, me percato que desde siempre me ha gustado hacer reír a la gente. De alguna manera siento que tengo la facultad de darle algo de alegría a quienes me rodean, y eso para mí es invaluable. Como la inmensa mayoría, no soporto ver sufrir a nadie; tal vez por eso busque constantemente darle la vuelta a las cosas, a veces de la forma común, y otras veces de alguna otra manera inesperada que sorprende a los demás. En todo caso, no es algo premeditado ni ensayado; quienes me conocen saben que sencillamente soy así por naturaleza. Por suerte, a la gente le parecen cómicas algunas cosas que hago o digo, y así los hago sonreír y reír; eso me tranquiliza y me hace feliz.

Hay sonrisas que relajan, otras que apasionan; unas deslumbran y otras abrigan. Las sonrisas pueden consolar, liberar, elevar, alegrar, apaciguar, solazar, alentar, emocionar, perdonar, disipar la oscuridad, vencer el miedo y dar paz. La paz… algo tan importante que llevamos dentro y sin embargo a veces se nos hace tan difícil de encontrar. Últimamente ando buscando paz como quien busca un trocito de pan. Mi alma vaga íngrima, huérfana de tranquilidad, andando y desandando mil caminos cada día en busca de paz, pero todo lo que encuentra son fragmentos desiguales esparcidos por doquier, que no parecen pertenecer a ninguna figura conocida. De vez en cuando he tenido suerte, ya que a lo largo de la ruta he encontrado algunas personas que tienen el maravilloso efecto de darme algo de paz, de tranquilizarme, de calmarme, y me he dado cuenta de que todas ellas son dueñas de una gran sonrisa. Supongo que ambas vienen juntas en el mismo paquete: la cualidad calmante y la sonrisa. Esa sonrisa sanadora me ilumina, me da sosiego, me tranquiliza, me arropa y me abraza, dándome calor y protegiéndome de todo, a veces incluso de mí misma; me hincha de emoción y me da alas para volar muy alto. Es una sonrisa curativa que me regala parte de la paz que tanto anhelo. Y aunque no todo el mundo posee una sonrisa así, que tenga ese efecto medicinal sobre mí, he tenido la enorme suerte de disfrutarla y estoy infinitamente agradecida por ello. Es el mejor regalo que puedo recibir en cualquier momento; no se gasta ni estorba, no se llena de polvo, no envejece y siempre me hace feliz. Si no tengo cuidado, me volveré adicta a esa sonrisa y tendré que hacer algo por verla todos los días de mi vida, sea cual sea el precio. Pero por fortuna, una sonrisa no cuesta nada y vale mucho…


CARISMA

Voy buscando sosiego
concentrada
con los párpados apretados.
A veces
muy rara vez
creo sentirlo cerca
abro los ojos para descubrirlo
pero no…
es inútil
vuelve a evaporarse
se me esconde
mis pasos perdieron su pista
hace mil años
en la oscuridad.

Voy camino a la locura
inevitablemente.
Voy buscando un remedio
para mi alma golpeada
mi ser deshidratado
seco, árido, salado
disecado en jirones fríos
alrededor
de aquel corazón sangrante
que no logra cicatrizar
por la ausencia
de aire y luz.

Pasa el tiempo
avanzan mis pasos
a ciegas
a tropezones
a rastras
a saltos
a duras penas…

Sigo el sendero
de mi destino
en piloto automático.
De pronto
sin aviso ni señal
en medio de tu rostro
atento
dos líneas horizontales
ajustadas entre sí
ligeramente sinuosas
intersectan mi ruta cansada
prolongándose raudas
siempre juntas
a cada lado
enviándome prestas
en direcciones opuestas
simultáneamente
sin final.
Comienzo a divisar
tenue, ligero
un primer intento
destello inocente
deseando ingenuo
convertirse en rayo.

Poco a poco
justo sobre la barbilla
aquellos dos trazos llenos
paralelos perfectos
suaves
amables
serpentean leves
tímidos
breves
infinitamente hermosos
dulces
abriéndose lentamente
o quizá más rápido.
Dos bordes delicados
sutiles
espontáneos
se separan curvos
cóncavos
dando paso
ineludible
infalible
al reflejo de mil soles
y una luna ardiente.

Entonces
al fin
me invade plena
la calma…



©2009 PSR

miércoles, 24 de junio de 2009

ENSUEÑOS MUSICALES: QUINTA ANAUCO

Puedo cerrar los ojos y evadirme cuando lo deseo. De las zarabandas a las fantasías musicales sólo hay un paso, y a veces, mucho menos que eso. Me desprendo de mi ser físico y de mi estar allí, y puedo esconderme en un acorde de cualquiera de los instrumentos que suenan.

Los movimientos constantes de las personas a mi alrededor me molestan, así como el ruido de la puerta que se abre y se cierra con fuerza, y el de los brazos abanicando con el programa de turno por el intenso sopor. Prefiero huir una y otra vez; y tantas veces como sea necesario, dejando mi cuerpo allí, y volando con mi alma a otro lugar lejano.

Es como la consumación de un viaje astral; la separación del ente físico y el espiritual, flotando por espacios multicolores y multidimensionales. No puedo detenerme ni siquiera para aplaudir; lo inmaterial de mi ser quiere seguir meciéndose en ese vacío pleno de sensaciones visuales, auditivas y hasta táctiles; porque es como si la música me tocara por dentro y revolviera mis entrañas, dando afinación a cada una de las fibras de mi alma.

Bulle en mí una necesidad imperiosa de liberar todos esos sentimientos que normalmente naufragan en mi ser y que siento que en algún momento me van a destrozar el pecho y la mente. Así que, aunque lo quiera o no, debo dejarlos salir a flote para que se salven y a la vez me ayuden a salvarme a mí misma de las tinieblas de la incertidumbre y el desamor.

La música llena todos mis espacios; internos y externos, reales e imaginarios. Me llena por completo sin dejar ningún resquicio que escape a ello. Es magia. Mi cuerpo se encuentra atrapado en esta pequeña sala llena de gente, cada uno con su pasado, sus problemas y su futuro incierto. Mi cuerpo tiene calor y no puede salir en este instante a tomar agua ni aire fresco. Pero mi espíritu se eleva por encima de las cabezas de las demás personas y se deleita danzando al compás de esta celestial música del Renacimiento y del Barroco temprano, perfecta para relajarnos en cuerpo y mente, y escapar momentáneamente de todas las ataduras terrenales que a veces nosotros mismos nos creamos.

El salón en el que está mi cuerpo es muy pequeño, con insuficiente espacio para albergar a tantas personas que decidieron darse cita hoy para compartir la antigua música de mis antepasados. El próximo concierto lo deberían dar en un sitio más grande, porque ya sea por curiosidad o conocimiento, se sabe que hay mucha gente interesada en pasar un rato deleitándose con estas ancestrales melodías tan bellamente interpretadas por estos magníficos músicos.

Sin embargo, en la intimidad de este recinto y a pesar de la gente a mi alrededor siento mi alma renacer, reconstituirse y elevarse hasta las más altas cumbres, y más allá aún, para ser una con el sol y las estrellas. En ese momento, plena de energía veo a mi alrededor y me percato de que la felicidad está donde queremos que esté; somos nosotros quienes la llevamos de un lado a otro en nuestros corazones, siempre en nuestro ser formando parte de la esencia misma de la vida. ¡Pero cuán difícil se nos hace a veces encontrarla, reconocerla! Cuántas veces la hemos tenido cerca y no la hemos visto; no siempre fuimos capaces de acercarnos y tomarla de la mano, y dejar que se expandiera dentro del espíritu, del alma tan magullada en algunas oportunidades.

Por eso me desentiendo de mi cuerpo y de mi entorno al escuchar estas melodías, por eso soy tan afortunada de encontrarme aquí y ahora con la felicidad que a veces se me quiere esconder en el camino, que de vez en cuando pareciera querer jugarme una mala pasada y hacerse la desentendida conmigo. Pero en este instante, al flotar junto a ella en mi universo musical, llego a creer que no la dejaré escapar nunca más...

Patricia Schaefer Röder
18 abril 1993
Museo de Arte Colonial Quinta Anauco, Caracas
© 1993 PSR