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…Veo los fuegos artificiales. Me
estremezco hasta el tuétano, se me revuelven las emociones y de pronto empiezo
a llorar. No puedo evitar maravillarme ante algo tan hermoso creado por la mano
humana. Pienso que si somos capaces de fabricarlo, si somos sensibles para
soñar, inventar y diseñar obras de arte tan sublimes, ¿por qué nos empeñamos en
destruir el mundo, en lugar de llenarlo de cosas bellas? Busco los barcos en la
oscura lejanía del río. Desde aquellas pequeñas plataformas espaciales
improvisadas despegan los cohetes que pintan de luz y color la bóveda tiznada. Mis
ojos me permiten colarme entre los cordones de seguridad y llegar al barco que
está más al norte. Como una temeraria acróbata de circo, me sujeto a un cohete
grande que está a punto de despegar. La mecha se va quemando y de pronto
subimos a una velocidad loca, hacia el lienzo plomizo donde sucede la
gigantesca función. Nos elevamos cada vez más y justamente antes de estallar en
todo su esplendor, suelto el vehículo que me liberó de la gravedad. Al fin
llegué. Me extasío viendo esas estrellas a mi alrededor que revientan rojas,
blancas, doradas, verdes y violetas, unas dentro de otras, algunas más que se
mueven en círculos, o que parecen reptar dibujando ondas en el espacio. Toda
esta fiesta hace bailar a mi espíritu como lo hizo aquella madrugada de abril,
nueve años atrás, cuando Rafael me besó por primera vez en esa divina salida de
campo de la universidad bajo el manto del cometa Halley. Tomo su mano. Me mira
y sonrío. Hoy soy yo quien lo besa desde el firmamento lleno de cometas fugaces
pero tan reales…
“…La luna llena ilumina la jungla con hilos plateados que se
reflejan en el río y la laguna, a cuya orilla se encuentra el campamento. De
pronto siento la atracción de la luna en el agua. Algo me llama con
insistencia. Escucho el canto de las toninas y los manatíes que nadan en la
claridad de la medianoche del día en que volví a nacer. Vuelvo a percibir el
delicioso cosquilleo en la base de mi cabeza y sé que tengo que hacer algo. Me
levanto de la hamaca sin pensar y me acerco a la orilla. Ahí está la luna, esperándome
vibrante en el espejo metálico y oscuro del agua. Una brisa cálida acaricia mi
rostro cuando levanto la mirada para verla de frente en el cielo. Hay una calma
llena de voces que parecen decir mi nombre a gritos. Me desnudo en un acto de
respeto a la naturaleza que me rodea y, solemne, dejo mis ropas en la playa. Ya
no las necesito.
Entro lentamente en las tibias aguas del
remanso que forma la laguna. No tengo ninguna prisa, soy dueña del tiempo.
Deseo arroparme en su fluido dulce y peligroso mientras corre por la zona más
antigua de la Tierra. Bebo el líquido del cual una vez bebieron mis antepasados
hasta saciarse. Hoy es mi turno. Me sumerjo dejando que el agua penetre todos
los pliegues de mi piel; extremidades, manos, pies, cuello, cabello. Al fin soy
una con la naturaleza; la siento como parte de mí en un éxtasis total. Mi
emoción se traduce en un placer infinito que no pienso dejar ir jamás.
Nado. Nado contra la corriente, haciendo
fuerza para conquistar el río dueño de las aguas. Cuando me canso, me dejo
llevar un trecho hacia atrás y vuelvo a emprender mi ascenso. Minuto a minuto
me voy alejando de la orilla. Ningún ser humano me puede ver, y yo misma me
siento parte del paisaje primitivo y embrujado. Nado más. Nado. Sigo nadando,
pero el río gana. Abandono la lucha, dejando que el torrente me arrastre a su
antojo. Las aguas me llevan hacia el fondo, donde no hay corriente alguna. Es
el lugar de la paz. Instintivamente intento subir a la superficie para respirar
y de nuevo me atrapan las aguas del rápido, que se ha vuelto más estrecho.
Entre los remolinos logro tomar aire y moverme hacia un grupo de rocas que
sobresalen del agua. Estoy a salvo.
Escucho algo que asemeja el canto de un
manatí, pero es mucho más grave que el de esta tarde. Miro hacia la orilla y en
medio del oscuro y brillante paisaje distingo la cabeza de un gran macho
plateado que me observa con interés. Hacemos contacto con la mirada y me
percato de que mi campo de visión se hace más amplio. Una vez más siento el
hormigueo en la nuca y sé que debo continuar. A pesar de que la noche es
cálida, un extraño frío recorre mi cuerpo. Me siento pesada sobre esta piedra;
lo mejor es que regrese al agua…”.
Atardecía. Otro día se acababa en el
campo. La calma reinaba al ponerse el sol suavemente en el horizonte tenue de principios
de primavera. Todos regresaban a sus casas, a sus establos, a sus madrigueras.
Todos se disponían a descansar junto a los suyos. Todos, menos el
espantapájaros.
Siempre había sido así; a nadie se le
hubiera ocurrido que fuese de otro modo. Pero esa tarde, algo se notaba
distinto en el ambiente. Después de tanto tiempo, el espantapájaros se dio
cuenta por primera vez de su existencia.
Comenzó a verse a sí mismo como un ser
independiente de su entorno. Hasta ese momento se había sentido como un
artefacto más de la granja, haciendo su trabajo rutinario, inmóvil, con los
brazos extendidos lado a lado, los ojos apuntando siempre en la misma dirección
y los pies enterrados en el suelo del campo. Le parecía normal ser tan sólo una
parte del mobiliario, de las instalaciones agrícolas de la región. Sin embargo,
un no sé qué lo sacó de su letargo de estatua utilitaria y al fin sintió. De pronto, aquella tierra fértil que hasta entonces lo sostenía, ahora
lo aprisionaba. El viento que solía arrullarlo hasta dejarlo dormido, ahora lo
helaba por dentro. Y la noche que antes le brindaba paz para descansar del
trabajo diario, ahora lo hacía percatarse de su inmensa soledad.
Así pasó el tiempo, aumentando cada día
la tristeza del espantapájaros. No comprendía por qué estaba solo, si era tan
bueno en su labor y siempre cumplía con su deber cabalmente. ¿Por qué nadie
querría ser su amigo?
Entonces, una noche de verano, al ver el
rostro pétreo de la luna saliendo enorme por el este, el espantapájaros juntó
todas sus fuerzas y logró zafarse de su grillete de arcilla y humus, un pie a
la vez. Para evitar que lo reconocieran, se quitó las ropas. Caminó por los
sembradíos buscando a alguien, a cualquiera, pero fue inútil. El campo estaba
desierto.
Siguió avanzando hasta llegar al borde
del bosque. Con los brazos caídos igual que su ánimo, se sintió más solo que
nunca y deseó con todas las fuerzas pertenecer a una familia; no importaba a cuál.
Anhelaba ser un miembro vivo e importante de un grupo; necesitaba sentirse
orgulloso de su existencia y no quería que ningún ser le tuviera miedo.
Cansado, arrastró los pies por el bosque
oscuro en busca de refugio y abrigo. En un claro, vio los enormes abetos que
tocaban las estrellas con sus ramas y se emocionó profundamente. Mientras más
los detallaba, más se maravillaba. Una desconocida sensación lo llenaba de paz.
De pronto, para su propio asombro y sin querer evitarlo, sus brazos comenzaron
a levantarse de nuevo, llenándose de una extraña energía. Los pies cansados se
proyectaron hacia abajo, perforando el suelo del bosque, y aquel cuerpo de heno
se fue fortaleciendo en una gruesa corteza parda de la cual nacía musgo verdiblanco. La felicidad lo embargó cuando de los brazos, pecho y cabeza brotaron
ramas con hojas.
Amanecía. Las aves del bosque
revoloteaban entre el follaje, posándose alegres sobre el nuevo gran abeto.
Buscaban alimento y lugar para construir sus nidos. Había un rumor extático en
el ambiente. Y en su interior, él sonreía.
regálame una sonrisa de libertad
al amarnos
regálame tu paz
total
verdadera
regálame tu misterio
y te entregaré mis sueños
regálame el tremor más genuino
que se esconde en tu alma
regálame tu ternura
y mis dedos
dibujarán tu rostro
dulcemente
regálame tu aliento tibio
enlazado con el mío
respirándonos
regálame el deseo que guardas
convertido en lengua y manos
insaciables
regálame tu fragancia
de perfume y sudor
regálame el anhelo
de una caricia interminable
tuya
regálame tus cabellos
y deja que mis dedos
se pierdan en su espesura
regálame la pasión
de un encuentro esperado
desde siempre
regálame tu pecho
para cobijarme en él
arrullada en tus latidos
rendida por completo
a ti
regálame tu fuerza
ímpetu indomable
te mostraré la mía
plena de emoción
regálame tu tiempo
valioso tesoro
a cambio
yo te daré entera
mi vida
regálame tu voz
tus gemidos
tu silencio
te recompensaré rebosante
de puro cariño
regálame tu mirada limpia
sin dudas
ni temores
regálame un abrazo perfecto
que me arrope
me guarde
me seduzca profundamente
para no querer soltarme
nunca más
regálame tu cuerpo
hambriento de mis labios
húmedos
regálame tu boca
manantial divino
quiero saciar la sed eterna
que de ti tengo
regálame tu piel ardiente
erguida alerta
en infinitas puntas
ansiosas
regálame tu oído
para hablarte quedo
susurrando mil secretos
regálame tu risa fácil
que hincha mi espíritu
hasta reventar
regálame tu amor
colócalo en mis alas
para volar alto
contigo
hacia la inmensidad
siempre mirando al frente
brillante
regálame un suspiro tuyo
uno mío
al unísono
regálame todas tus noches
para no dormir contigo.
La tarde se recuesta
entre las montañas.
Mil tonos dorados
se escurren por el cielo
llegan a mí
entibiando mi piel.
El cielo se torna naranja.
Rayos ocres salen de los montes
hasta el azul profundo
del cielo sembrado de nubes.
Lentamente la oscuridad
se apodera del ambiente.
Totalmente.
Poco a poco desaparece el sol
abriéndose paso otra luz
esa que se hace más oscura
y nos permite ver todo
de diferente manera.
La claridad de la noche
está en los ojos que la ven.
Hay quienes no saben verla.
Pero está allí
tranquila, quieta, solemne
como las palabras nunca dichas
los gestos furtivos
las miradas...
La noche me pertenece.
En ella sueño tranquila
dejándome llevar donde sea.
La imaginación no tiene límites
sólo los que nosotros definimos.
Plácida y oscura
brillante y luminosa
a su manera.
Puedo adueñarme de su luz
y de su silencio a gritos
puedo andar por senderos
intrincados o desiertos
y encontrarme contigo
cuando lo deseo.
No temas.
La noche es buena compañía
para el alma.
Reflexiono.
De nuevo me percato
de la felicidad
que me brinda generosa
su paz
lealtad.
Siempre vuelve a acompañarme
regalándome nuevamente
todos los secretos.
Yo los voy descubriendo
poco a poco
con calma
fascinada
maravillada.
La luz proyecta sombras
de distinta intensidad.
En mi alma
se cobijan claroscuros
de tristezas y alegrías
por igual.
Pero aquí en la oscuridad
los colores se parecen
y todo puede ser gris.
En lo profundo de la noche
soy dueña de mi vida...
Señora del tiempo
situaciones
seres materiales
etéreos
y de muchas otras cosas.
El mundo me pertenece
por entero
suave y dulcemente
en la oscuridad infinita
de la noche
en el negro de tus ojos
profundo, inalcanzable
amable...
Poco a poco
muy despacio
con cuidado
comienzan a mostrarse
cada vez más grises
que, delicados
se transforman
de nuevo
en mil tonos
índigos y naranjas.
Sonriente, decidido
el sol empuja
todos los amarillos del mundo
hacia el infinito
y de regreso
inundando el vacío
con una tierna claridad.
Atrás quedan
las sombras nocturnas.
En su lugar llegan
con una cierta timidez
las sombras del nuevo día
que está naciendo...
Una vez más sucede. Una vez más es inevitable, contundente. De nuevo cae la tarde bajo el aplastante peso de una noche que la empuja desde arriba, aniquilándola sin remedio. Cae la tarde. Una vez más, cae. Cae, cae como siempre. Minuto a minuto se van perdiendo los naranjas, amarillos, verdes y todos los azules en medio del desenfrenado cantar de miles de coquíes llamando a su pareja. Las nubes se convierten en sombras alquitranadas que parecen no lograr decidirse entre huir o dejarse asimilar por la oscuridad que se lo va tragando todo sin misericordia. Una vez más anhelo que te descuides igual que esas mismas nubes para atraparte como lo hace la noche cuando cubre todo con su manto opaco, cual red implacable. Sonríes. Una vez más alargo la mano para tocar tu cabello y dejarla bajar temblorosa, dibujando tu pecho. Todo ocurre de nuevo y sin embargo lo siento como si fuese la primera vez; la única vez. Respiro profundamente y al abrir los ojos compruebo de pronto que no hay nada más que pensar, nada más que ver, nada que sentir. Nada. Ningún color ni silueta, ninguna presencia… ni siquiera la mía. Porque mi espíritu volvió a irse tras de ti, dejando mi cuerpo vacío, desalojando mi alma. Sucedió de nuevo, en el momento previsto, como siempre. No puede ser de otra forma. Una vez más regresaste junto a tu familia, relegándome al último plano, justo donde pertenezco.
Te deseo lo mejor en tu cumpleaños...
un sol radiante
un día esplendoroso y una noche estrellada
mucha suerte y felicidad
salud y serenidad
el amor que te mereces
aire limpio y la atmósfera tranquila
sonrisas alegres de los que te quieren
vivos colores de flores
suave canto de aves
y mucha paz.
Piensa en lo mucho que vale un día,
y en especial, éste.
Y mira el atardecer,
...ése te lo regalo yo.
“…Saliendo por la montaña, la luna me saluda burlona, como siempre. Sabe que mientras pueda sonreírme directamente a la cara, yo no podré dormir. Cada mes, durante las dos semanas que la luna yace sobre su quijada, mostrándome su risa que se vuelve cada vez más grosera y redonda, hasta llegar a una carcajada selenita de proporciones continentales, y luego de vuelta al rostro menos escandaloso pero más cínico, mi parte instintiva se resiste a bajar la guardia. No sé qué se trae entre manos; llevamos ya muchos años jugando el mismo juego y aún no se da por satisfecha. La tiene tomada conmigo; no me deja en paz ni una sola noche. Tal vez extraña nuestras interminables charlas de adolescencia, cuando aceptaba su invitación a salir a jugar en medio del silencio nocturno. Jugar y charlar, eso era lo que hacíamos en aquel entonces. Pero hoy ya tengo otros amigos con quienes charlar y jugar de noche, y pareciera que ella no lo quiere entender. Es muy persistente; hasta más que yo. Porque los nuevos amigos han aparecido y desaparecido de mi vida, pero ella sigue ahí, fiel a nuestra extraña relación. No niego que la aprecie; no niego que la quiera también, pero es un querer que viene con un no querer implícito, un estar a gusto y a disgusto a la vez. Al fin y al cabo, sabe todo sobre mí y no le cuenta nada a nadie. Es mi celestina propia; discreta y complaciente con mis locuras. No puedo vivir con ella, pero tampoco puedo sobrevivir sin saber que está pendiente de mí. Y creo que a ella le pasa algo parecido también; si no, ¿por qué tanta insistencia?
Las nubes no hacen su trabajo; en lugar de ponerse delante de la luna para darme al menos la oportunidad de relajarme y quedarme dormida, se congregan alrededor de ella, rodeándola en un círculo de apoyo para que me alumbre directamente la cara. Se siente guapa y aupada por las nubes cómplices que participan en nuestro juego sin que nadie se los pida. Más aún, sin que yo esté de acuerdo. Y sin embargo, las nubes parcializadas insisten en formar un anillo alrededor de mi torturadora, rindiéndole tributo a quien me martiriza noche a noche durante la mitad de mi vida. Al menos hoy no me sacó de la cama…”.
–Federico… Federico… Estás roncando… ¿Te acordaste de tomar el antiácido y el antialérgico antes de acostarte? Mejor te los tomas ahora… Gracias mi cielo…
–Federico… Estás roncando otra vez… Federico, no puedo dormir… Muévete un poco, a ver si así no roncas… Gracias…
–Federico… Federico… Estás roncando… Ponte boca abajo para que dejes de roncar… Gracias mi amor…
–Federico… Federico… Estás roncando mucho… A ver, ¿por qué no te pones una de esas tiritas para la nariz? Gracias…
–Federico… Federico… Estás roncando… Échate el spray antirronquidos que te compré hoy en la farmacia… Gracias mi vida…
–Federico… Federico… Estás roncando de nuevo… ¿Por qué no intentas con una almohada más, para que estés en una posición inclinada? Gracias…
–Federico… Estás roncando… Federico, no puedo dormir, me despiertas de golpe… Haz algo, pero deja ya de roncar, ¡por favor! Tal vez si te doy la espalda no se oiga tanto…
–Federico… Federico… ¡Estás roncando cada vez más fuerte! ¡Esto no lo aguanta nadie! ¡No he podido dormir en toda la noche! ¿Y cómo haces para comenzar a roncar justo cuando cierro los ojos? Apenas los abro, ya no haces ruido... Federico… Federico… Pero… ¿dónde estás…? ¿Cuándo te fuiste…?