LIBROS POR PATRICIA SCHAEFER RÖDER

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miércoles, 23 de marzo de 2016

ELENA


Eres corazón
que late preocupado
y no descansa.

Lluvia que empapa
han sido tus lágrimas
de dicha y dolor.

Estrena hermosa
alegrías dormidas
déjalas salir.

No hay excusa
usa tu mejor traje
baila en el tiempo.

Álzate firme
sonriente y perfumada
todo estará bien.


© 2016 PSR


miércoles, 10 de julio de 2013

RUIDO



Un hilo transparente me hala
enredándose en mí
unas veces sutil
otras, más bien febril
siempre sin cuartel
poco a poco
con la fuerza
de quien se sabe vencedor.

Un hilo transparente se hace malla
alrededor de mis sentidos
entumeciéndolos sin remedio
disuadiéndome de escapar
impidiendo cualquier movimiento
incluso el de mis párpados.

Un hilo transparente me contiene
el alma no puede despegar
está anclada entre aquellas hebras tejidas
aturdida de inutilidad.

Un hilo transparente
sin final ni comienzo
me aprieta cada vez más
subyugando mis pensamientos.
Implacable
a dentelladas violentas
rasga los recuerdos
de días llenos de luz
sin ataduras.

Un hilo transparente
hecho tela sobre mi piel
cubre cada uno de los poros
sin dejarme respirar
aquel ruido que ensordece
me comprime
quedando sin aliento
sin olfato
ciega.
Así
sin sentir más nada
al fin me vuelvo aire
…y escapo.


©2013 PSR


miércoles, 20 de febrero de 2013

El espantapájaros




Atardecía. Otro día se acababa en el campo. La calma reinaba al ponerse el sol suavemente en el horizonte tenue de principios de primavera. Todos regresaban a sus casas, a sus establos, a sus madrigueras. Todos se disponían a descansar junto a los suyos. Todos, menos el espantapájaros.

Siempre había sido así; a nadie se le hubiera ocurrido que fuese de otro modo. Pero esa tarde, algo se notaba distinto en el ambiente. Después de tanto tiempo, el espantapájaros se dio cuenta por primera vez de su existencia.

Comenzó a verse a sí mismo como un ser independiente de su entorno. Hasta ese momento se había sentido como un artefacto más de la granja, haciendo su trabajo rutinario, inmóvil, con los brazos extendidos lado a lado, los ojos apuntando siempre en la misma dirección y los pies enterrados en el suelo del campo. Le parecía normal ser tan sólo una parte del mobiliario, de las instalaciones agrícolas de la región. Sin embargo, un no sé qué lo sacó de su letargo de estatua utilitaria y al fin sintió. De pronto, aquella tierra fértil que hasta entonces lo sostenía, ahora lo aprisionaba. El viento que solía arrullarlo hasta dejarlo dormido, ahora lo helaba por dentro. Y la noche que antes le brindaba paz para descansar del trabajo diario, ahora lo hacía percatarse de su inmensa soledad.

Así pasó el tiempo, aumentando cada día la tristeza del espantapájaros. No comprendía por qué estaba solo, si era tan bueno en su labor y siempre cumplía con su deber cabalmente. ¿Por qué nadie querría ser su amigo?

Entonces, una noche de verano, al ver el rostro pétreo de la luna saliendo enorme por el este, el espantapájaros juntó todas sus fuerzas y logró zafarse de su grillete de arcilla y humus, un pie a la vez. Para evitar que lo reconocieran, se quitó las ropas. Caminó por los sembradíos buscando a alguien, a cualquiera, pero fue inútil. El campo estaba desierto.

Siguió avanzando hasta llegar al borde del bosque. Con los brazos caídos igual que su ánimo, se sintió más solo que nunca y deseó con todas las fuerzas pertenecer a una familia; no importaba a cuál. Anhelaba ser un miembro vivo e importante de un grupo; necesitaba sentirse orgulloso de su existencia y no quería que ningún ser le tuviera miedo.

Cansado, arrastró los pies por el bosque oscuro en busca de refugio y abrigo. En un claro, vio los enormes abetos que tocaban las estrellas con sus ramas y se emocionó profundamente. Mientras más los detallaba, más se maravillaba. Una desconocida sensación lo llenaba de paz. De pronto, para su propio asombro y sin querer evitarlo, sus brazos comenzaron a levantarse de nuevo, llenándose de una extraña energía. Los pies cansados se proyectaron hacia abajo, perforando el suelo del bosque, y aquel cuerpo de heno se fue fortaleciendo en una gruesa corteza parda de la cual nacía musgo verdiblanco. La felicidad lo embargó cuando de los brazos, pecho y cabeza brotaron ramas con hojas.

Amanecía. Las aves del bosque revoloteaban entre el follaje, posándose alegres sobre el nuevo gran abeto. Buscaban alimento y lugar para construir sus nidos. Había un rumor extático en el ambiente. Y en su interior, él sonreía.


©2013 PSR


"El espantapájaros" aparece en A la sombra del mango por Patricia Schaefer Röder 
Ediciones Scriba NYC 2019 
ISBN 9781732676756 

Mención de Honor en los ILBA 2020 
 



miércoles, 13 de febrero de 2013

SIN PRISA



sin prisa
ahora
en medio del vacío
oscuro y frío
miras alrededor
buscando tu vida.

paso a paso
continuarás
siempre hacia delante
haciendo caminos
donde nunca los hubo
con pisadas firmes
enfrentando vientos y temblores
venciéndolos.

una vez más
brotará el agua salada
desde tus cuencas cristalinas
rodando sin detenerse
hasta los labios tristes
entonces
la beberás presta
calmando todas las tristezas
y volverás a descubrir
en el espejo
tu bella imagen.

un momento a la vez
en la catástrofe
te harás más fuerte
cuando sientas que no puedes más
alzarás la vista
percibiendo de nuevo los colores
las formas perfectas.

en cada instante
de esta noche que parece no acabar
te moverás por las sombras
iluminando el sendero
con el destello inmortal
que emana de tu alma.

un día tras otro
lamerás pacientemente tus heridas
limpiándolas por completo
hasta sanarlas
para seguir avanzando
viviendo
amando.

más pronto que tarde
recordarás quién fuiste
quién sigues siendo…
respirando libremente
latirás al ritmo de tu propia melodía
sintiendo los aromas más dulces
cuan profundos suspiros
para al fin dejarte atrapar
en el anhelado abrazo.

sin prisa
enciende tus ojos bellos
con la claridad prístina del cielo
entre tanta maravilla
encontrarás la paz
que mucho anhelas
naciendo plena en tu sonrisa.


©2013 PSR


miércoles, 2 de mayo de 2012

G R A C I A S



Gala divina
privilegio hermoso
tener su amistad.

Ríos de dolor
con su ayuda reencaucé
al delta final.

Abrieron brazos
corazones y manos
para apoyarme.

Cuántas sonrisas
en el rostro cansado
me dibujaron…

Impulsos grandes
mi vida apuntalaron
con frases y hechos.

A todos quienes
me dieron su ánimo
les debo mi paz.

Sola no estoy
lo sé, siempre lo supe
…gracias de nuevo.


©2012 PSR


miércoles, 14 de septiembre de 2011

T R I S T E Z A

Tanto que soñar
cosas maravillosas
inalcanzables…

Ronda mi alma
íngrima, solitaria
vagando inerte.

Ida por vuelta
felicidad, tristeza
dos caras juntas.

Siempre al frente
arrastrando la vida
¿qué más me queda?

Tengo miedo, sí
el camino es largo
sombrío, frío.

En medio del ser
la delicada llama
se niega a morir…

Zarpa mi nave
horizonte abierto
velas al viento.

Abro los brazos
llega la felicidad
para no irse más.


©2011 PSR

jueves, 14 de julio de 2011

YA ERA HORA...

mi vida es un espejismo
de colores brillantes
reflejándose alegres
desde el envoltorio rugoso
de esta coraza estéril
indigente de cariño.
bajo tus condiciones
cuento contigo
siempre
…lo sé.
estás allí
al resguardo
donde te dejo
cada día
donde te encuentro
cada noche
donde te escondo
de todos
donde aguardas
pacientemente
con esa certeza contundente
de que vendré a ti
una vez más.
llevas dentro
el genio perverso
que tanto abusa
de mi soledad.
soy tan frágil
como me han hecho
una a una
cientos de astillas
esquirlas punzantes
en medio del alma.
eres la perfección total
para mí
un cuerpo perfecto
hermoso
sumamente manejable
con una sola mano
grácil y tan resistente
a la vez.
acerco tu boca a la mía
mil veces
eres el alivio inmediato
puntual
fugaz
para mi tristeza continua
cotidiana
inmensa…
llevas el néctar precioso y alado
que generoso llena este espíritu flaco
a cambio de mi voluntad
demolida.
solo tú contienes el elíxir mágico
la fuente interminable
que transforma mis sueños
en imposibles
arañándolos en jirones
de músculo palpitante.
por ti
mis fracasos son plenos
mis temores justificados
…todos
dejo que me dominen
mil demonios
torturándome
alimentando esas penas planificadas
disfrutándolas
clandestina
masoquistamente.
a ti te pertenezco
toma mis posesiones
mis anhelos
y conviértelo todo en mil tristezas.
eres el grito de libertad
efímera
la carcajada sin control
los ojos desorbitados
el llanto por el golpe
de súbita conciencia.
eres la mentira que ofrece
más de lo que espera
para luego dejarme en la ruina.
juegas sádicamente
con la angustia
de no tenerte.
no te cansas de timarme
una y otra vez.
ahora
mi vista está apagada
y sin embargo
defino todo con claridad.
no quiero desearte
así
con todas mis fuerzas
…ya no
no me esperes nunca más
aunque el corazón se detenga
el mío
deshilachado en tu desamor
este corazón que ahora se desviste
de ti
un trapo de mal consuelo
que estrecho lo arropabas brevemente
ahogándolo sin piedad.
hoy lo entendí al fin
ya era hora…
sé que no te necesito.


©2011 PSR

miércoles, 2 de marzo de 2011

REPARACIONES

En mi estudio hay un rincón donde se amontonan poco a poco, uno por uno, los objetos rotos de mi casa. Son aquellas cosas que por mucho usarlas, por descuido, por el paso del tiempo, por rabia o sin querer se van deteriorando. A veces tan solo han cambiado de apariencia; se ven viejos y desvencijados, y en otros casos están tan afectados que ya no pueden cumplir su tarea correctamente.

De vez en cuando decido hacer un alto en mi eterna carrera contra el reloj, y me siento a componer lo que se fue acumulando. Inevitablemente, cuando lo hago pienso en mi padre. Me parece verlo a él sentado reparando cualquiera de los artefactos que se descomponían en la cocina de mi casa de la niñez. Mis padres, alemanes al fin, fueron educados para ser cuidadosos con las cosas porque era necesario que “duraran toda la vida”, y el hecho de que tuvieran que vivir la Segunda Guerra Mundial en carne propia evidentemente reforzó esa actitud. En casa no se tiraba nada a la basura si aún servía; antes se regalaba a alguien que lo pudiera usar. Lo que había se mantenía en las mejores condiciones posibles y siempre se intentó rescatar lo que se averiara, usándolo y guardándolo solamente si quedaba bien reparado, funcionando adecuadamente. Si no, había que desecharlo. Personalmente lo veo como el respeto que puede sentirse hacia quien fabricó el objeto y hacia el objeto en sí, como obra de manufactura. Lo otro que me sucede, es que de alguna manera siento que cada cosa usada trae consigo su pasado; recuerdos que pueden ser mejores o peores, y no puedo evitar relacionarlas con esos instantes de vida en que vienen envueltas. Una vez alguien me dijo “en tu casa cada cosa tiene una historia”. Es cierto. Y me encanta. Claro que eso no significa que los objetos deban acumularse indiscriminada, ilimitada e indefinidamente. Aunque grande, la casa también es un objeto, y por lo tanto hay que mantenerla en buen estado. Por eso, entre otras cosas, limpiamos, recogemos, organizamos, nos deshacemos de lo que no nos interesa y reparamos lo que haga falta. Así mantenemos la armonía del espacio en que vivimos.

Hoy en día, en el país en que vivo, es imposible encontrar alguien que repare artefactos eléctricos o electrónicos; lo único que puede hacerse es enviarlos de vuelta a los fabricantes. Los estándares de producción son suficientemente bajos para darle a los aparatos una vida media de unos pocos años, y los costos de envío de los mismos a los fabricantes para tal vez cambiar una pieza son tan altos que resulta más barato comprar un artículo nuevo. Lo que interesa ahora es la producción y la venta; a ninguna empresa le conviene que sus productos sean duraderos. No puedo negar que esta actitud me molesta mucho, sobre todo cuando pienso en la inmensa cantidad de desechos innecesarios que se producen tan solo por la codicia corporativa. Yo misma no puedo ni sé reparar equipos eléctricos ni electrónicos, así que he optado por devolverlos a los fabricantes, para que dispongan de ellos de la mejor manera que puedan.

Lo más natural es cuidar lo que tenemos; sabemos que generalmente nosotros o alguien más ha invertido energía, tiempo y dinero en crearlo o adquirirlo. Pero a pesar del cariño y la atención que le demos a las cosas, el tiempo pasa y su uso hace ineludible el desgaste. Sucede de igual manera con cualquier objeto, lugar, relación, trabajo, organización, sistema y país. Incluso con nosotros mismos; debemos estar atentos a nuestra salud física, emocional y espiritual. La gente sonríe cuando les comento que a mí las cosas “me duran mucho”, y mientras yo sonrío de vuelta, irremediablemente pienso que esa marca indeleble me la dejaron mis padres. Las cosas que no deseo y que están en buen estado las dono a quien pueda necesitarlas.

Cuando tomamos la decisión de arreglar un problema serio en nuestras vidas, tendemos a comenzar por poner orden en nuestras casas. Vaciamos armarios, sótanos, desvanes y cajas almacenadas; revisamos lo que tenemos, lo clasificamos y decidimos con qué nos quedamos y con qué no. Realizamos un trabajo físico y espiritual que puede resultar agotador, pero al final nos sentimos profundamente satisfechos. El afán de arreglar nuestra vida demuestra que nos mueve el deseo de ser felices y de seguir adelante en paz.

Últimamente me he dado cuenta de que cada vez soy más diestra en arreglar los objetos que se van estropeando. Y siempre que lo hago, vuelvo a comprobar que darse a la tarea de reparar algo me resulta una actividad terapéutica y sanadora. Tomar la decisión de conservar algo averiado con la intención de restaurarlo implica que tengo la voluntad de enmendar, de corregir. Encontrar el tiempo y sentarme a poner manos a la obra es dar los pasos necesarios para convertir ese deseo en realidad. Reparar algo es un acto de amor, respeto y humildad que implica el renacer de ese objeto. En las cosas con historia puedo sentir el cariño, la indiferencia o el rencor que traen asociados; eso me ayuda a decidir si quiero conservarlas o no.

Los objetos pueden desgastarse y romperse de infinitas maneras, requiriendo distintos arreglos. Cuando reparamos algo, dejamos de ser simples observadores o usuarios circunstanciales y nos acercamos más para entrar en su intimidad. Poco a poco vamos conociendo mejor el artefacto, entendemos el problema y podemos decidir cómo componerlo. Hay cosas que sólo requieren el cambio de una pieza para volver a funcionar igual que antes, hay otras que necesitan un poco de cariño y mantenimiento, y hay otras más que se encuentran destartaladas pero decidimos volver a armarlas, como si fuesen un rompecabezas. La idea de restaurar un objeto es bella e implica un esfuerzo, pero puede que no siempre rinda los frutos esperados. Hay veces que el arreglo es sencillo y completo y el artefacto vuelve a funcionar igual que antes, pero en ocasiones no es así. Aunque no se note a simple vista, un objeto restaurado no es el mismo, algo cambió en su esencia. Incluso es posible que funcione mejor que antes, pero nunca será el mismo. Puede que un jarrón pegado no gotee, pero siempre conservará alguna cicatriz.

En los últimos meses me he visto a menudo componiendo una cantidad de cosas, siempre con la mejor de las intenciones y la consideración que merecen. Y mientras lo hago, no puedo dejar de comparar esos objetos físicos con lo que sucede alrededor, en mi vida, y adentro, en mi alma. Allí, muy al fondo, hay una esquina en la que voy acumulando sentimientos desgastados, a veces magullados y otras destruidos; de vez en cuando un rasguño, un desgarramiento, una herida punzo penetrante, una cortada en medio del corazón. Cada cierto tiempo el espíritu me sacude molesto, obligándome a recoger, limpiar y clasificar todas las alegrías, satisfacciones, placeres, tristezas, temores, rencores e indiferencias que en algún momento he dejado entrar por voluntad propia. Debo entonces deshacerme de lo que me estorba o me hace daño y renovar lo que tiene remedio. La tarea de arreglar sentimientos, relaciones, situaciones y malos entendidos es vital, pero al mismo tiempo ardua e incluso puede llegar a ser muy dolorosa. Hay que tener mucho valor cuando se trata de reparar el alma. Componer nuestra alma es el primer paso para restaurar nuestra vida. Y recordar lo verdaderamente importante de nuestras vidas es esencial para salvar a nuestro país.


©2011 PSR

miércoles, 6 de octubre de 2010

ENSUEÑOS NOCTURNOS

La tarde se recuesta
entre las montañas.
Mil tonos dorados
se escurren por el cielo
llegan a mí
entibiando mi piel.

El cielo se torna naranja.
Rayos ocres salen de los montes
hasta el azul profundo
del cielo sembrado de nubes.

Lentamente la oscuridad
se apodera del ambiente.
Totalmente.
Poco a poco desaparece el sol
abriéndose paso otra luz
esa que se hace más oscura
y nos permite ver todo
de diferente manera.

La claridad de la noche
está en los ojos que la ven.
Hay quienes no saben verla.
Pero está allí
tranquila, quieta, solemne
como las palabras nunca dichas
los gestos furtivos
las miradas...

La noche me pertenece.
En ella sueño tranquila
dejándome llevar donde sea.
La imaginación no tiene límites
sólo los que nosotros definimos.

Plácida y oscura
brillante y luminosa
a su manera.
Puedo adueñarme de su luz
y de su silencio a gritos
puedo andar por senderos
intrincados o desiertos
y encontrarme contigo
cuando lo deseo.

No temas.
La noche es buena compañía
para el alma.
Reflexiono.
De nuevo me percato
de la felicidad
que me brinda generosa
su paz
lealtad.
Siempre vuelve a acompañarme
regalándome nuevamente
todos los secretos.
Yo los voy descubriendo
poco a poco
con calma
fascinada
maravillada.

La luz proyecta sombras
de distinta intensidad.
En mi alma
se cobijan claroscuros
de tristezas y alegrías
por igual.
Pero aquí en la oscuridad
los colores se parecen
y todo puede ser gris.

En lo profundo de la noche
soy dueña de mi vida...
Señora del tiempo
situaciones
seres materiales
etéreos
y de muchas otras cosas.

El mundo me pertenece
por entero
suave y dulcemente
en la oscuridad infinita
de la noche
en el negro de tus ojos
profundo, inalcanzable
amable...

Poco a poco
muy despacio
con cuidado
comienzan a mostrarse
cada vez más grises
que, delicados
se transforman
de nuevo
en mil tonos
índigos y naranjas.

Sonriente, decidido
el sol empuja
todos los amarillos del mundo
hacia el infinito
y de regreso
inundando el vacío
con una tierna claridad.

Atrás quedan
las sombras nocturnas.
En su lugar llegan
con una cierta timidez
las sombras del nuevo día
que está naciendo...


©1992 PSR

miércoles, 8 de septiembre de 2010

VIGILIA

La conocí una noche, cuando intentaba lanzarse a los rieles del metro. La detuve a tiempo, impidiéndole que se quitara la vida. No había más nadie en la estación, así que mi acción heroica pasó inadvertida, al igual que tantas otras...

Logré convencerla de abandonar la idea del suicidio al menos por esa noche, mientras habláramos. Sabía que con algo de tiempo podría ayudarla a vencer esa gran depresión que irradiaba.

Debía sacarla de la estación lo más rápido posible. Salimos a la calle y la llevé a un café cercano. Nos sentamos y pedí algo de tomar. En medio de su depresión seguía alterada. Le ofrecí un caramelo de los que suelo llevar siempre conmigo. Lo aceptó. En ese instante supe que estábamos avanzando, y que había posibilidades de lograr algo bueno después de todo.

Le hablé con suavidad y firmeza a la vez. Le dije que me disculpara porque, aunque sabía que en realidad no debería meterme en sus problemas, sentía una fuerte necesidad de hacerlo. Así que seguí hablándole durante un rato. Le conté acerca de mi vida, y me di cuenta de que mientras lo hacía, trataba con desesperación que la historia sonara más interesante. Tal vez lo hice para que no se aburriera. Además, corría el riesgo de deprimirme yo también, y eso era lo que ella menos necesitaba en aquel momento.

Cuando ya me estaba tomando confianza, comenzó a hacer comentarios cortos sobre lo que le contaba. Sus intervenciones se fueron volviendo cada vez más largas y completas, hasta que tomó las riendas de su propia historia y me llevó a conocerla a través de su relato.

Era un ser atormentado, como los hay tantos. El pertenecer al gran montón la agobiaba aún más. No soportaba la idea de ser parte del común denominador. Ni siquiera su tormento la hacía destacarse de entre el resto, simplemente porque en esta ciudad pululan las personas con problemas. Basta con mirar los rostros de la gente; sus expresiones son un reflejo de lo dura y difícil que resulta la supervivencia en un lugar tan inhóspito.

A pesar de tener una vida relativamente cómoda, estaba insatisfecha consigo misma. No tenía una razón real para vivir. Nunca tuvo que luchar por nada en la vida porque siempre le dieron todo. Tampoco sabía cómo alcanzar una meta, tal vez porque jamás llegó a tener ninguna por delante. Era una de esas personas a las que nunca se les permitió tomar decisiones; ni pequeñas, ni mucho menos grandes. Todo estuvo siempre pensado, organizado y arreglado para su comodidad. Siempre había alguien haciéndose cargo de ella. Y sin embargo, se sentía desamparada y sola.

No le gustaba el ambiente en el que le tocaba interaccionar. Más aún, lo detestaba. A veces demostraba su rebeldía vistiéndose extravagantemente y maquillándose como una difunta. Quería llamar la atención a como diera lugar. Con su aspecto personal pedía a gritos hacerse notar, aunque fuera sólo por las apariencias. Pero ni siquiera eso lograba. Después de observarla durante menos de medio minuto, la gente la ignoraba por completo. Era como si no existiera.

Sin embargo, y a pesar de una vida llena de fracasos, de vez en cuando, muy de vez en cuando —me confesó— creía percibir cómo su rostro se serenaba con la vaga idea de poder lograr algún día, quizás, un poco de felicidad. Pero lamentablemente, como ella misma admitía, el tema de la dicha en su vida era sólo una utopía; algo imposible que rayaba casi en lo absurdo. Era la personificación del tormento y la amargura en un cuerpo de mujer.

Pasaban las horas y los capítulos de su vida, y nuestra conversación no parecía tener intenciones de acabar en un buen tiempo. A medida que continuaba relatándome hechos aislados en forma anacrónica, crecía una especie de vago alivio en su voz. Estaba liberándose de una gran carga cuyo peso parecía no sólo cansarla, sino más bien abrumarla mortalmente. De cierta manera me tranquilizaba, porque nos estábamos comenzando a entender. O al menos —y lo que era más importante— yo la estaba empezando a comprender mejor a ella.

Era ya muy tarde cuando le propuse caminar en dirección a su casa. El café había cerrado un par de horas antes; afuera sólo quedaban las mesas desiertas. La ciudad estaba durmiendo el sueño cansado de mediados de semana. Los anuncios publicitarios llevaban ya varias horas apagados, los edificios parecían deshabitados, las calles tenían el mismo aire de desolación que tenían sus ojos cuando le impedí que cometiera lo que para mí era una locura, pero que para ella fue sólo otro fracaso más que agregaría a su interminable lista.

Mientras caminábamos a través de la noche me di cuenta de que, al fin y al cabo, estaba dando el paseo que tenía planeado cuando salí de mi casa tantas horas antes. Sólo que todo había dado un giro inesperado y ahora iba en compañía de esta mujer que, a pesar de ser una total desconocida, dependía de mí. Y por supuesto, no le podía fallar.

Había una extraña armonía en el ambiente. Era una noche tranquila que exhibía un cielo increíblemente despejado en el que las estrellas contrastaban más resplandecientes que nunca sobre la negra inmensidad. No hacía frío; más bien era una noche cálida, con una agradable brisa que parecía tener el poder de llevarse los problemas y las preocupaciones a otra parte. “Definitivamente” —pensé— “ésta no es una noche como para morir”. Así que me propuse asegurarme de que desechara por completo la idea del suicidio.

Vivía en un vecindario elegante; no porque tuviese los medios para ello, sino más bien porque su familia la mantenía. Para ella sería imposible vivir en otro lugar, y para su familia sería tan bochornoso, que tampoco la dejarían. Pero en el fondo, ella sabía que al fin y al cabo ni siquiera le correspondía estar donde estaba. No sabía ganarse la vida. Conocía y justificaba sus limitaciones, que eran todas las que puede tener un ser humano. Se aferraba a su colección de sueños castrados y comprendía que mientras siguiera viviendo de la caridad y la lástima de los demás —en especial de su propia familia— le sería imposible respetarse a sí misma, y mucho menos hacerse respetar por nadie. Sin embargo, aún en los ratos de lucidez en los que se percataba de todo eso, no encontraba el camino para tomar la decisión de rebelarse contra su destino y sacudirse el peso aplastante de la vida fútil que llevaba.

A medida que nos acercábamos a su casa, pasando por calles y avenidas pobremente iluminadas, percibía un aumento en su angustia. Cuando ya faltaba poco para llegar noté que su voz se quebraba y que su mirada se enturbiaba. Parecía como si se transformara en otra persona. Su cara tenía la misma expresión que me partió el alma cuando la vi en el metro. Todo el esfuerzo que había invertido en despejarle la mente y calmarla se iba por el caño.

Finalmente llegamos. Por fuera la casa se veía como cualquier otra. Al principio titubeó respecto a dejarme entrar, pero después de todo lo que me había confiado, no parecía haber ningún motivo por el cual no pudiera hacerlo. Al fin y al cabo, ¿qué podía haber allí que fuese tan diferente de lo que ya sabía?

Cuando abrió la puerta, comprendí de golpe todas las cosas que no había terminado de entender durante nuestra larga conversación. La casa parecía abandonada desde hacía siglos. No advertí la presencia de nadie más en ese momento. El lugar estaba cargado y era apabullante. Al entrar, sentí que pasaba a un mundo en el que los conceptos de tiempo, espacio, orden, sonido y luz estaban redefinidos de una manera aberrada, sin ningún parámetro ni patrón fijos. De todas partes llegaba el olor del polvo añejo que se fue acumulando durante décadas, mezclado con una fragancia de perfume importado y el olor de decenas de diferentes animales domésticos. Parecía el palacio de un noble ropavejero. No se podía caminar; más bien había que escalar por entre el inútil mobiliario arrumbado. Los pasillos estaban completamente invadidos de muebles, cuadros, cajas, ropa, libros, fotografías y toda clase de artefactos, entre ellos muchas antigüedades y algunas cosas de valor. No se podían ver las paredes, y a veces ni siquiera era posible entrar a las habitaciones debido a la gran montaña de objetos que bloqueaban las puertas. Había una oscuridad casi total y un silencio denso que sólo se interrumpía de vez en cuando por el ruido de alguno de los animales. Era una cueva fantasmagórica aquella casa en la que vivía, llena de recuerdos amontonados de un pasado opaco y triste.

De pronto sentí que una tristeza enorme me invadía. Dondequiera que miraba sólo veía ideas abortadas, proyectos inconclusos, espejismos de deseos insatisfechos, metas no llevadas a cabo. Frustración. Eso era lo que se respiraba en esa casa. La impotencia flotaba en el ambiente, llenando todos los rincones y dejando su huella en aquella mujer que trataba de habitar el lugar. Pero lo más terrible era saber que lo que impregnaba a la casa de todo ese carácter fúnebre lo emitía ella misma. Era un sistema cerrado que se retroalimentaba, potenciándose cada vez más.

Ella se fue apagando mientras estuvimos en su casa. No la podía dejar en ese estado; sería peligroso. Era imposible abandonarla a su suerte en ese sitio que le hacía tanto daño, así que busqué una excusa para llevármela de allí. Nunca supe con certeza por qué me sentía tan responsable de ella; tal vez era porque unas cuantas horas antes le había salvado la vida, pero hasta el día de hoy no lo sé.

Después de haber hablado sobre tantas cosas, me puse a pensar qué le podría parecer suficientemente interesante para que quisiera acompañarme a otra parte. Tenía que ser un lugar que yo considerara más seguro que ese sitio que sólo evocaba el gran desastre que siempre fue su vida. Me vino a la mente la colección de plumas fuente que tengo en casa, y le propuse que podía enseñársela en ese mismo instante, mientras tomáramos algo que nos relajara. Cuando accedió, le pedí que no llevara nada. Los objetos nos traen a la memoria situaciones, personas y hasta otros objetos. A veces lo más sano es deshacerse de las cosas que nos traen recuerdos penosos. En este caso preferí que dejara todos los objetos personales en su casa, encerrados bajo llave. Al fin y al cabo, mientras estuviera conmigo no necesitaría nada.

Comencé a sentirme mejor en el mismo instante en que salí de esa catacumba. Nos dirigimos a mi casa por la vía más corta posible. Durante el trayecto me contó acerca de su matrimonio, que había sido arreglado desde que era casi una niña. Era natural que estuviera destinado al fracaso, ya que al hombre que fue su esposo, nunca le había pasado por la mente ni la más remota idea de casarse con ella. Y sin embargo fue obligado a hacerlo. Después de cinco años y tres niños, la abandonó y nunca quiso saber más nada de ellos.

Lo primero que hice al llegar fue encender todas las luces. Quería que mi casa le transmitiera algo opuesto a lo que transmitía la suya. Preparé té y le mostré mi apartamento. Quedó impresionada por lo que ella consideraba “orden”, pero que para mí no era más que el mantenimiento promedio que puede tener cualquier vivienda. Se veía más serena, lo que me tranquilizaba. Parecía muy interesada en las plumas fuente que le enseñaba. Habló de que le hubiese gustado ser escritora, pero nunca tuvo la oportunidad ni el valor de intentarlo. Otra derrota para su lista.

Aposté todo a los efectos relajantes del té que había escogido para ella. Encontré unas galletas dulces en la alacena y esperaba que el azúcar también hiciera su parte en tranquilizar a esa pobre mujer. Seguía relatándome partes de su vida y yo escuchaba atentamente, mientras pasaban las horas, las tazas de té y las galletas.

Ya casi al amanecer me confesó con dolor que también había fallado rotundamente como madre, pero no quiso entrar en detalles. La traté de consolar diciéndole que yo pensaba que esa debía ser una de las tareas más difíciles en el mundo, pero no me hizo mucho caso. Sólo me dijo que arruinó por completo las vidas de sus hijos, y que no sabía cómo reparar el daño que les había hecho. Le pregunté por sus paraderos, y me contestó que vivían con ella en esa casa. Preferí dejarlo así.

Amaneció al fin y seguíamos hablando en mi cocina. Ella continuaba liberándose de toda la carga de derrotas que acarreaba, y yo sentía que era mi deber ayudarla. En el fondo sabía que era una de las pocas personas que le prestaron algo de atención en toda su vida. Nuestra conversación había tenido efectos positivos en ella, y para ese momento la idea de suicidarse no rondaba más su cabeza. La pesadilla había llegado a su fin. Ya la noche se había ido y la luz del día le traería pensamientos más positivos. Así sucedía conmigo.

Desayunamos y me alisté para ir a trabajar. Ella estaba mucho más calmada y hasta algo contenta, cosa que me aliviaba. Mientras conversábamos noté un cierto aire de paz que se asomaba a su rostro. Había exorcizado la calamidad de su existencia y logramos pasar a otros temas.

Hablamos sobre arte durante algo más de media hora. Cuando llegó el momento de irnos le ofrecí llevarla a su casa, pero ella me aseguró que no era necesario. Quería dar un paseo para disfrutar del bello día que comenzaba. Luego iría a su casa a encargarse de sus hijos y de su vida. Quería poner orden, reparar su magullado espíritu, encontrar los fragmentos de anhelos dispersos en la madriguera que habitaba y soldarlos de nuevo para rescatar tanto como fuese posible. Prometió que comenzaría otra etapa, y yo asentí, apoyándola. Al fin la mujer tenía una meta en la vida, y esa meta era absolutamente superlativa. Mi esfuerzo no había sido en vano.

Salimos del edificio y caminamos un rato en la misma dirección, bordeando el río. Cuando llegó el momento de despedirnos me abrazó con fuerza y me dio las gracias por todo lo que había hecho por ella. También yo la abracé. Me puse a la orden y le dije que me llamara cuando quisiera, a lo que contestó con una sonrisa. La única sonrisa que llegué a ver en su rostro.

Ella continuó a lo largo del río y yo me desvié hacia una avenida cercana donde tomaría el autobús que me llevara al trabajo. La mañana estaba fresca y despejada, y la luz del sol se asomaba tímida a las calles. A pesar de la extraña noche que pasé, estaba feliz porque sabía que había logrado algo bueno. Me llenaba una satisfacción inmensa y no podía evitar sentir un cierto orgullo por lo que había hecho.

Durante todo el día estuve pensando en esa mujer. La imaginaba arreglando el chiquero en que vivía, animando a sus hijos y contándoles acerca del cambio que vendría en cuanto la casa estuviese lista. La imaginaba sonriente y al fin contenta, luchando por la gran empresa que tenía por delante.

Ese día trabajé con más ánimo que nunca. Me complacía ser una persona productiva en el trabajo y útil respecto al tema de ayudar a otros. Seguía pensando en ella; no podía sacarme su imagen de la mente.

Ya era de noche cuando regresé a mi casa, después de una jornada bastante ocupada. Tenía un gran cansancio encima y el sueño acumulado de dos días de vigilia. Me merecía un buen descanso. Cené algo ligero mientras veía una película en la televisión. Necesitaba distraerme un poco de lo que había sucedido la noche anterior, pero me resultó imposible. Era inevitable recordarla después de todo lo que me había contado, y más aún, después de lo que vi. Su voz quebrada seguía retumbando en mis oídos, reverberando tantas cosas grises, tantas decepciones. Había en mí una cierta inquietud que no me dejaba en paz. ¿Pero por qué motivo, si ya yo sabía que estaba tranquila y a salvo de sí misma? La verdad era que me estaba preocupando por nada. Ella me había dicho que iba a resolver su situación, y se merecía al menos un voto de confianza de mi parte. Sin duda mis temores eran infundados. El reflexionar sobre esto me tranquilizó, pero no impidió que siguiera pensando en ella. ¿Qué estaría haciendo en ese momento? ¿Cómo se sentiría? Decidí llamarla al día siguiente para saber cómo estaba. Después de todo, ya la conocía lo suficiente como para mantenernos en contacto, y quién sabe, tal vez hasta podríamos desarrollar una amistad más adelante.

A la mañana siguiente me levanté y me fui a trabajar como siempre. Compré el periódico en el puesto de revistas que está al lado de la parada del autobús, y de pronto la vi. Su fotografía estaba en la última página, con los titulares: “MUJER NO IDENTIFICADA SE LANZA DE PUENTE Y MUERE AHOGADA”... “El hecho se registró aproximadamente a las 11:00 A.M. del día de ayer”... “Varios testigos vieron a la mujer en la mañana de ayer paseando sola a orillas del río”... “El cadáver no llevaba ningún tipo de identificación”... “Se desconocen las causas que originaron el hecho”... “La policía agradece cualquier información que sirva para establecer la identidad de la víctima”...

“¡Dios mío!” —pensé— “¿Por qué lo habrá hecho, si parecía que ya estaba bien?” Pero luego comprendí que fue su manera de tener éxito en la única tarea de su vida que, a pesar de haber resultado frustrada como todas las demás, aún podía salvar del fracaso total: su suicidio.

Lo lamenté profundamente. Fui a la policía y les dije de quién se trataba. Sólo espero que su familia se haga cargo de ella una vez más.



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viernes, 2 de abril de 2010

CAMINO AL CALVARIO

Camino al Calvario, un Jesús golpeado, herido y agotado veía a las multitudes curiosas que se acercaban para mirarlo de cerca. Muchos lo insultaban, algunos se compadecían y a muy pocos les dolía verlo cargando la pesada cruz en la que sería clavado. De pronto entre la gente, Jesús fijó la mirada sobre Ahmed, un hombre joven de grandes ojos negros que lo veía preocupado desde lo alto de un muro aledaño.
—Sígueme —le dijo Jesús al joven.
Por un momento, Ahmed pensó que el sol ardiente le estaba jugando una mala pasada, pero al notar los ojos de Jesús clavados insistentemente en los suyos, reaccionó. Sorprendido de que aquel tristemente célebre condenado a muerte le hubiese hablado, se abrió paso entre la muchedumbre, acercándosele.
—Señor, quieres que te siga… pero tú vas rumbo al Monte Calvario —le respondió aún desde la distancia, sin entender.
—¿Es que puede haber otro camino? —dijo Jesús, y prosiguió hacia adelante por la vereda pedregosa.
Aquella frase pronunciada por la voz cansada de Jesús resonó en los oídos incrédulos de Ahmed como un soplo de viento que rápidamente se convertiría en tormenta, haciendo que las piernas del joven lo llevaran instintivamente a su vera. Ansioso y conmovido, le dijo:
—Maestro, ¿qué puedo hacer por ti ahora? ¿No es demasiado tarde ya?
—Nunca es tarde para los puros de corazón como tú, Ahmed. Eres un hombre respetuoso de las Leyes, buen padre y esposo. Sígueme por la ruta de tu vida como lo has hecho hasta ahora, eso es lo que de ti espero.
—Pero Señor, ¿cómo he de acompañarte si cada quien tiene su propio destino? Tu camino ahora es el del sufrimiento. ¿No se supone que debemos buscar la felicidad?
—La felicidad y el sufrimiento son parte de la vida. Busca siempre la felicidad y sé consciente de su valor. Aprovecha también cada oportunidad que tengas de hacer feliz a tu hermano. Es la falta de amor hacia el prójimo lo que trae consigo su sufrimiento.
—¿Y por qué Dios te castiga así? ¿Acaso tu Padre no te ama?
—Dios nos ama y quiere que seamos felices. Dios no nos castiga, pero el sufrimiento es inevitable; las cosas malas suceden. Todo tiene una razón, pero Dios nunca nos envía dolor.
—Maestro, tengo miedo de sufrir.
—Todos temen al sufrimiento, Ahmed, a mí también me pasó. Tienes que aprender a aceptar que no eres perfecto. Pasarás por épocas duras y sentirás dolor, pero deberás enfrentarlo y sobreponerte a él.
—Si yo siempre he cumplido las Leyes, ¿por qué he de sufrir?
—Hay muchas cosas que nos hacen sufrir; ellas existen y nos salen al encuentro sin poder hacer mucho por esquivarlas. El sufrimiento es distinto para cada uno, pero el resultado es el mismo: ver a Dios. El dolor nos hace reaccionar y madurar, nos vuelve más fuertes y al mismo tiempo, más humildes. Los humildes de corazón son quienes moran en el Cielo.
—Si yo no soy orgulloso, ¿qué tanto deberé sufrir?
—Recuerda que todo sufrimiento es pasajero, pero la paz que te da Dios es eterna. ¿Acaso no viene la calma después de la tormenta? ¿No paren las mujeres a sus hijos con dolor? Después del intenso dolor de parto, la madre recibe al hijo y el hijo comienza la vida en esta tierra. El sufrimiento nos enseña a valorar las cosas que nos traen felicidad, pequeñas y grandes. Piensa en tu mujer, en tus hijos y en los puros de corazón. Mira el sol cómo lo llena todo con su luz. Mira el cielo azul intenso y el verdor de los campos. Mira los árboles en flor que llevan la esperanza de los próximos frutos y siente el alivio de la tierra cuando la lluvia la cubre.
—Entonces Señor, ¿qué debo hacer?
—Confía siempre en Dios, Ahmed. Nuestro Padre nos da fuerzas y valor, nos consuela, protege nuestras almas y nos salva en el sufrimiento. Recuerda mis palabras. Cumple las Leyes, cree en Dios, ten compasión y ama a tu enemigo. Siempre estaré contigo, no te abandonaré jamás. Y esta noche, cuando todo haya pasado, mira las estrellas. Allí estará mi Padre, velando por mí y por ti.
Dicho esto, Jesús tomó aliento, reacomodó la cruz sobre su hombro y siguió hacia adelante, caminando entre piedras y flores.
 
 
©2010 PSR
 
 
 
 
 

miércoles, 23 de septiembre de 2009

CUÉNTAME ALGO

Cuéntame algo
algo bonito
que me sorprenda
y refresque mi vida.

Cuéntame algo
una historia mágica
que me entretenga
y me distraiga
de grilletes perennes
cadenas que día a día
aplastan al ser
inmerso en la rutina.

Olvidemos
por un momento
menos corto
más largo
el dolor
que trae la sal
en las heridas
la impotencia
por las injusticias
la angustia
que llena los vacíos
y la desesperanza
tan amiga de las tristezas.

Llévame de la mano
por la senda del sueño
los ojos vendados
con una cinta de luz.
Quiero reconocerme de nuevo
en tu relato místico
y finalmente
encontrar la paz.

Háblame
de algo bello
que me haga suspirar
sonríe alegre
recordando
esa misma anécdota
que nos hace reír.
Confía en mí
comparte tus deseos
aquellos anhelos
ésos
los más secretos
para llevarlos a cabo.

Abre el corazón
dejando escapar
mil miedos
inseguridades
angustias mutilantes.
Todo es mentira
nada existe.
Si lo cuentas
rompes el hechizo
¡no lo olvides!

Cuéntame algo
algo hermoso
que me haga soñar
liberando mi espíritu
saciando el alma
hambrienta.
Y siempre
que me cuentes algo
tómate tu tiempo
al menos
por un momento
eterno.


©2009 PSR

miércoles, 29 de julio de 2009

ENCUENTRO

Un sinfín de estrellas en dos cuencas
se desbordan raudas
apartando tristezas
dolor, miserias
pasando entre las rutinas
escurriéndose por deseos
no cumplidos
dejando atrás penas
de desamor e indiferencia

Mechuzos chispeantes
contagian aquellas compuertas
ondeantes
entreabiertas
una sobre la otra
otra bajo la primera
portal horizontal que abre curvo
amplio
cóncavo en todo su esplendor
mostrando las blancas perlas
de la felicidad espontánea

¡Ven, alegría!
asómate a mis pupilas
y marca mis retinas
por una eternidad.


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