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Muchachito con
la jeringuilla, recostado torpemente en los escalones de aquella iglesia
preparándote la próxima dosis, la que necesitas ahora mismo y que resultó
interrumpida cuando salí del edificio. Muchacho joven con la vida hecha añicos,
con los sueños deshilachados igual que el trapo que traías en la mano.
Veintipocos años, demasiado pocos para malgastarte el futuro de esa manera,
muchachito que un día fuiste guapo, pero que ahora no eres ni tu propia sombra
en el charco que está a tu lado.
Niño sin
porvenir, no sabes que al placer máximo se le llega por otra vía; no, no lo sabes…
y nunca lo sabrás. Sentiste vergüenza cuando tuve que pasar por encima de ti
para salir de aquel pasillo; yo, llaves en mano rumbo a mi carro y tú con los
sesos derretidos, la jeringuilla en la mano izquierda y el fondo virado de la
lata de refresco en la derecha, recogiendo la última gota que te faltaba. La
pena es grande y compartida, entre tú y quienes te rodean, aunque cada quien la
viva a su manera. Pareciera que te gusta darle pena a los demás… pero eso no
dura mucho; al fin y al cabo, lo importante es lo que viene ahora que ya llegué
al carro y estás solo de nuevo.
Tu mirada
vidriosa y vacía, sin percibir lo que está a tu alrededor, me hace pensar que nunca
aprendiste que tan solo tienes un número fijo de neuronas que puedes fundir, que
aún no sabes que tus otros órganos jamás se recuperan por completo de cada culatazo
que les das cuando te impulsas emocionado al querer volar. Muchachito, ya sabes
cómo es despegar, y cómo te sientes cuando aterrizas. Sin embargo, lo intentas
de nuevo y te vuelves a dar duro. No te importa nada más, solo la oportunidad
de sentir por unos momentos un placer escurridizo y cada vez más devaluado. En
esos instantes brevísimos alzas tímido el vuelo, solo para chocar contra un
muro blindado del más puro cristal antibalas. Otra vez te desmoronas y caes,
como un mamotreto barato y destrozado. Te convertiste en un garabato, agotado
de sueños, de sentimientos, de dignidad… ya ni tu propia sombra te respeta.
Muchacho con la
jeringuilla, te estás dando un tiro fatal en cámara lenta. Y esa bala va
directo al blanco, sin escapatoria, a menos que te sacudas y la dejes pasar de
largo. Pareciera que ya tomaste tu decisión y estás en tu derecho. Has de
sentirte muy valiente, capaz de todo, pero tú y yo sabemos que a nadie le gusta
sufrir. Lo irónico es que, habiendo tantas maneras de suicidarse, tú hayas escogido
esta, la más cruel…
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