LIBROS POR PATRICIA SCHAEFER RÖDER

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miércoles, 11 de mayo de 2016

SER (II)


Siempre atentos
sentidos fieles a mí
muestran el mundo.

Éxtasis total
mis fibras estremecen
en lluvia y viento.

Risa y ternura
llenan mi respiración
dándome la paz.


© 2016 PSR


miércoles, 11 de marzo de 2015

P I E L


Plena de vida
inundas mis sentidos
vicio divino.

Íntimo placer
me regalas tu calor
en un abrazo.

Ébano y marfil
suave aroma y sabor
crema y canela.

Luz de mi tacto
escapo la rutina
envuélveme en paz.


©2015 PSR


miércoles, 28 de enero de 2015

SOY

Siento y existo
mi mente se levanta
de las cenizas.
 
Otra no seré
máscaras y etiquetas
presta destruiré.
 
Ya habita mi alma
el éter más brillante
del tiempo sin fin.


©2015 PSR


miércoles, 31 de julio de 2013

SOLA


Sola soy en el tiempo
abrigando recuerdos vivos
que cimientan mi existencia.

Sola estuve y sigo estando
en medio de mil colores cambiantes.
Con besos suaves
acaricio el efímero presente
escondido en la línea
de mi propia silueta.

Sola llegué al mundo
sin percatarme de día ni hora.
Mis veinte sentidos
nacieron en un cuerpo prestado
que, terco
se afana en demostrarse dueño de sí
sabiendo en lo más profundo
que sólo es un soporte
para llenar el concepto de vivir.

Sola siempre entre los demás
una ola de brazos y pechos
han cobijado mi torso a ratos
pero libre, como todo
mi alma agradecida sabe que debe avanzar
que los instantes se perciben en la piel
en la lengua propia
nunca en manos ajenas.

Sola seguiré
yo conmigo
yo hasta el fin.
Nadie puede respirar por mí
ni ocupar el volumen
que llena mis zapatos.
No alquilo los pensamientos de otros
mis aciertos y fracasos
se vuelven parte de mi carapacho
me edifican.

Sola
no soy de nadie
nadie es de mí
el futuro está abierto ante mis ojos
percibo su aroma de madera y flores
el sabor a brisa salada
confiada me adentro en él
sólo yo… sola.


©2013 PSR


miércoles, 10 de julio de 2013

RUIDO



Un hilo transparente me hala
enredándose en mí
unas veces sutil
otras, más bien febril
siempre sin cuartel
poco a poco
con la fuerza
de quien se sabe vencedor.

Un hilo transparente se hace malla
alrededor de mis sentidos
entumeciéndolos sin remedio
disuadiéndome de escapar
impidiendo cualquier movimiento
incluso el de mis párpados.

Un hilo transparente me contiene
el alma no puede despegar
está anclada entre aquellas hebras tejidas
aturdida de inutilidad.

Un hilo transparente
sin final ni comienzo
me aprieta cada vez más
subyugando mis pensamientos.
Implacable
a dentelladas violentas
rasga los recuerdos
de días llenos de luz
sin ataduras.

Un hilo transparente
hecho tela sobre mi piel
cubre cada uno de los poros
sin dejarme respirar
aquel ruido que ensordece
me comprime
quedando sin aliento
sin olfato
ciega.
Así
sin sentir más nada
al fin me vuelvo aire
…y escapo.


©2013 PSR


jueves, 23 de diciembre de 2010

TRAZOS

Trazo líneas sobre el papel
más largas, más cortas
gruesas, finas
en pequeños grupos
…o más grandes
las organizo de muchas formas
particulares
precisas.

Las reúno
las separo
las combino
de tantas maneras distintas
las creo y las destruyo
dándoles o quitándoles
aliento
vida
diferentes siluetas
infinitos sentidos
con mil significados
eternidad de rumbos
en todos los horizontes.

Trazo a trazo
dibujo con mi pluma encantada
contornos mágicos de sueños
deseos no pronunciados
conceptos, hechos
realidades
verdades contundentes
ideas que fluyen libres
por los ríos de la mente
desde aquel manantial del alma
cayendo sin prisa
gota a gota
en este folio nevado.

Tal vez un día
alguien sepa darle uso
a esos trazos espontáneos
líneas curvas naturales
rectas
sinuosas
que emergen de mi mano
en un halo de polvo de estrellas.

Pinto tiempos en mi tiempo
unos que no conozco
sitios desconocidos
momentos que aparecen de pronto
...y desaparecen en el vacío.

Formo nuevos universos
lentamente
poco a poco
mundos que están conmigo
otros a los que yo emigro
buscando tal vez
un punto
geográfico
ortográfico
biográfico
cronográfico
…siempre gráfico
en el que sienta
que la vida puede ser
lo que mi pluma quiera.

Tantas rayas
marcas
rasgos
tantos signos
se dibujan
con vida propia
a través de mi mano
sorprendida
escurriéndose luego
entre las líneas
como un sueño en la alborada
una lágrima en la mejilla.

En un instante cualquiera
sin aviso previo
los trazos
las formas
vuelven a convertirse en línea pura
todo regresa a su esencia
recobrando de nuevo
color
carácter
silueta.

Las palabras se desdibujan
en mi memoria
delicadas
frágiles
el papel las guarda con celo
para que no escapen
no se pierdan
ni se escondan
para mostrártelas
en sueños compartidos
y juntos
de paseo por su senda
volar al infinito...


©1993 PSR

miércoles, 29 de septiembre de 2010

RITUAL DEL BAÑO

Hay un lugar en la casa donde se pierden las dimensiones y los parámetros. Cada vez que entro en mi baño me sucede algo muy raro. Es como si el mundo cambiara súbitamente; las paredes giran entre el piso y el techo, distorsionando el espacio y torciendo el mobiliario. Me siento insegura y a veces hasta pierdo el equilibrio.

Parece un universo paralelo. Apenas cierro la puerta tras de mí, las rectas comienzan a doblarse, lentas pero seguras, derritiéndose cual obra de Dalí. Los vértices del techo pierden la continuidad, haciendo que su rígida plataforma se suavice; moviéndose como una gran bandeja invertida que oscila inclinada sobre un eje invisible. En las paredes, las baldosas vibran a un ritmo y la bañera a otro. Las plantas se estiran y encogen como si fuesen de goma. La luz encubre algunos objetos a la vez que descubre formas geométricas nuevas para mí. Hay en el espacio una calma atrapada en el aire de recambio, como un fluido en suspensión dentro de otro más pesado; alumbrado por la mezcla de neón y luz natural que se cuela por la ventana.

El tiempo va y viene en muchos sentidos. Se pierde la estructura horaria, descosiéndose en un haz infinito de instantes que se mueven al ritmo de mis párpados hacia adentro y hacia afuera, de un lado a otro, de arriba hacia abajo, al futuro y al pasado. A veces se vuelve circular, otras veces se transforma en una espiral, pero no fluye; más bien lo invade todo instantáneamente; suave e implacable.

En ese espacio y ese tiempo trastocados, las ideas entran y salen de mi cabeza, siguiendo el pulso de los objetos inmersos en el ambiente intratemporal. Mi mente se deja llevar por el tráfico desordenado de pensamientos que se agolpan en cada resquicio de materia gris para intentar ver la luz a través de mis ojos. Ni me tomo la molestia de intentar organizarlos, prefiero dejarme llevar por ellos y participar en esa suerte de malabarismo caótico que me empujará a descubrir algo inimaginado hasta ese mismo momento.

Mucho más que un refugio del pensamiento, el baño se ha convertido en mi celestina espiritual y física. Es allí donde me encuentro con mi amante. Me visita cada noche, escondido en algún lugar de la casa, donde nadie lo puede encontrar. Paciente, espera el instante en que entro al baño, siguiéndome de cerca pero sin que lo perciba. Dejo la puerta entreabierta en una invitación perenne, segura de que no me defraudará.

Mi ritual del baño es lo más importante del día. Es la oportunidad de olvidar por un rato la rutina del diario vivir; de deshacerme y volverme a hacer a mí misma. La bañera se convierte en mi pedacito de mar particular; el inverso perfecto de una isla privada, bordeada por velas que regalan la luz precisa para el descanso del espíritu. La taza de té caliente exhala su aroma a vainilla desde el saliente izquierdo, y sobre el derecho descansan dos trufas de chocolate amargo. Todo está listo. Abandono las ropas que me atrapan inclementes y, solemne, entro a la bañera, donde aguarda el elemento sanador.

El agua salada y tibia relaja mis sentidos, limpiándolos de cualquier resto de sensación que haya quedado atrapada en mi cuerpo por error. La luz tenue y el divino maná tranquilizan mi alma, desahogándose entera en un hondo suspiro.

Es entonces cuando mi amante viene a mí. La única intromisión permitida en mi nirvana. Sutil, se desviste y entra a hacerme compañía en mi paraíso acuático. Se me acerca por la espalda, despacio, recorriéndola de abajo hacia arriba con las manos abiertas en abanico. Me abraza luego por los hombros y, ceñido a mí, besa suavemente mi cuello una y otra vez. Con cada beso, la piel de todo mi cuerpo se va erizando más y más, imitando una tunera brava en flor. El placer es tal, que por un momento nos convertimos en tortugas marinas y danzamos al compás de los tímidos cirios de la noche.

Mi amante no me da tregua; me ataca y me cuida, besándome, acariciándome, abrazándome con todas sus fuerzas para después soltarme, gentil y delicado, seguro de que regresaré inmediatamente a buscar refugio en su pecho. Jugamos, reímos, sentimos, amamos. Compartimos la relación más profunda y honesta, sin condición ni préstamo de emociones. Nos volvemos energía pura en la intimidad del baño, mientras que en el resto de la casa la rutina continúa su camino, inclemente, definiendo las vidas de quienes se dejan llevar por ella. Me alivia saber que eso no me sucederá a mí. En ese rato existimos sólo dos, y nos deja sin cuidado cualquier otra cosa que pueda suceder.

Al final, extasiados y llenos de vida, mi amante secreto se despide en silencio, los ojos prometiéndome que volverá mañana. Luego se desvanece, dejando en la alfombra sólo sus huellas mojadas junto a las mías. Una vez más, he recobrado mi alma.



©2005 PSR
fragmento tomado de un trabajo en proceso

miércoles, 12 de mayo de 2010

DICHA (DES) DICHA

“…Aparece como una enorme ola en medio de la noche sin luna. Una pared monstruosa, infranqueable, que arrasa con lo que encuentra a su paso; una aplanadora que viaja dentro de nosotros, destrozándonos el alma y mutilando nuestro espíritu. De pronto sentimos que la parte posterior de la lengua se vuelve muy sensible y pesada al mismo tiempo, presionando nuestra garganta hacia abajo, mientras el corazón desgarrado en el pecho ardiente, congelado, busca inútilmente una salida por el cuello, que resulta demasiado estrecho para aquel órgano hinchado por no poder latir. El estómago se retuerce, su acidez se desborda quemándonos las entrañas en ondas punzantes, lacerantes. Los músculos de nuestro rostro y mandíbula quedan paralizados en una mueca incontrolada y contusa…”.

Hay quienes piensan que el sufrimiento es el único medio gracias al cual tenemos conciencia de existir. Lo dijo primero Oscar Wilde y no lo comparto. A pesar de que es cierto que el dolor nos sacude por dentro, no puedo evitar rebelarme ante esta afirmación tan tajante y me niego rotundamente a justificarla. Prefiero definirme, saberme y sentirme viva a través del amor y la felicidad plena, no del dolor y el sufrimiento. Por otro lado, Charles Dickens dijo una vez: “el destino nos dio la vida con la condición de defenderla valientemente hasta el último momento”. Estoy totalmente de acuerdo y amplío este aforismo con una frase de Gertrude Atherton, quien escribió: “la vida nos fue dada para disfrutar la máxima felicidad de la que somos capaces individualmente, sin importar qué otras cosas estemos obligados a soportar”. En otras palabras: vivamos felices y defendamos esa felicidad a toda costa, sobreponiéndonos al sufrimiento.

La vida es un viaje lleno de aventuras en cuyo trayecto crecemos y maduramos. Conocemos gente y nos movemos en un medio más o menos amplio, participando en sucesos o presenciándolos, registrando infinidad de sentimientos y sensaciones. A ratos la ruta es plácida y fácil, otras veces se torna escarpada y complicada. Pero por más curvas y recovecos que tenga el camino, la vida siempre nos lleva hacia adelante, nunca hacia atrás. Esa maravillosa travesía está hecha de momentos, infinidad de ellos, que agrupamos en episodios. Por supuesto, hay episodios muy buenos y otros que no lo son tanto; épocas llenas de luz y fases sombrías. Y de igual manera que suceden aquellas cosas que nos dan felicidad y que tanto disfrutamos, también aparecen las que nos traen sufrimiento. Es inevitable. La felicidad y el sufrimiento son piezas complementarias acopladas que hacen andar el motor de nuestra existencia. La dicha y el dolor moran dentro de nosotros, sólo basta descubrirlos. Sé que ambos son reales, pero debo confesar que prefiero coleccionar piezas de felicidad y me inclino descaradamente por ella.

Así como nadie puede vivir nuestra vida, es imposible que alguien sienta nuestra felicidad o sufra nuestro dolor. Si un grupo de personas comen de una misma fruta, no habrá dos de ellas que perciban igual sabor, aroma, textura y color en esa misma experiencia. Aunque al celebrar o desahogarnos expresemos de mil formas la alegría o el pesar que nos causa algo —contagiando incluso en cierto grado a otros—, siempre será una vivencia interior, íntima, que nadie más puede sentir. Todos somos únicos y cada quien tiene su propia realidad, así que reaccionamos de diferente manera a los estímulos y situaciones que nos trae la vida. De nuestra actitud dependerá cómo sobrellevemos el tormento y qué tanto disfrutemos la felicidad. La dicha plena nos eleva, hinchándonos de emociones positivas, mejora nuestra salud, nos pone una sonrisa en el rostro y otra en el alma y nos llena de paz. Contrario a esto, a veces el sufrimiento psíquico se vuelve dolor físico, pudiendo incluso enfermar y hasta matar de pena. Y así como existen incontables piezas de felicidad que coleccionar —que todos conocemos muy bien—, también hay infinitos motivos de tormento; podemos sufrir por intolerancia, odio, mentiras, celos, envidia, ignorancia, desesperación, frustración, falta de compasión, pobreza, hambre, enfermedad, incapacidad, muerte, desastres, guerras, separación, problemas laborales, falta de realización, indiferencia, soledad, amor… son demasiadas causas, lamentablemente. Mientras el dolor físico es una señal innegable de que algo anda mal, generalmente en nuestro cuerpo, muchas veces el sufrimiento psíquico lo creamos nosotros mismos cuando sabemos que hay algo que nos impide alcanzar una meta. En ambos casos, el primer paso para sobreponernos a una situación dolorosa es admitir que estamos sufriendo y que debemos actuar. Es entonces cuando buscamos soluciones y las ponemos en práctica.

Aunque en el fondo sabemos que las cosas más importantes de la vida son también las más simples en su naturaleza —como nuestra alma, que alberga tanto a la dicha como al tormento—, hay varios elementos que se confabulan para agravar el sufrimiento. Uno de ellos es el sentimiento de culpa, que nos tortura y nos incapacita para ser felices. Desde que somos niños nos enseñan que ya nacemos pecadores. Lo lamento, pero no creo en el pecado original. Simplemente no existe, porque ya Dios expulsó a Eva y Adán del Paraíso como castigo suficiente y necesario por comer del árbol de la sabiduría; cosa por la cual les estoy además profundamente agradecida, ya que con ello me dieron el raciocinio y el libre albedrío. Después, Jesús se convirtió en mártir para lograr el perdón de los pecados de la humanidad. Y como si todo esto fuese poco somos bautizados, eliminando así de nuevo el pecado original. ¿Por qué tanta insistencia en reparar algo que ya fue arreglado por el mismo Dios en el Libro del Génesis? Lo que Dios hace, lo hace perfecto, así que no debemos limpiar sobre limpio, sencillamente no hace falta. Sin embargo, ese sentimiento de culpa nos marca como mancha de acero, acompañándonos innecesariamente a lo largo de nuestras vidas, haciéndonos sentir que a pesar de todo, nunca estaremos completamente libres de pecado y por lo tanto nunca podremos optar a la felicidad plena. No, de nuevo, no. El pecado tan sólo es falta de amor, y es esa falta de amor lo que origina el sufrimiento. Cuando nacemos no le negamos nuestro amor a nadie, por lo tanto no pecamos. Así que no debemos ser demasiado duros con nosotros mismos. En cualquier caso, somos inocentes de todo pecado hasta que se compruebe lo contrario, y no a la inversa. Tenemos que darnos la oportunidad de ser felices de verdad. Tampoco comparto el concepto de que venimos a este mundo a sufrir. Es absurdo pensar algo así; entonces la gente querría morir pronto para pasar al próximo mundo, donde supuestamente no hay tormento. Simplemente no soporto la idea de sufrir, así como tampoco soporto ver o hacer sufrir a nadie. Debemos luchar por nuestra salvación del sufrimiento, del dolor y del desamor en esta vida, y eso lo logramos cuando trabajamos nuestros tormentos y nos imponemos sobre ellos. Somos muy afortunados si tenemos algo o alguien que en medio de nuestro dolor nos consuele, nos arrope, nos tranquilice y nos de paz; para unos puede ser Dios, para otros quizás un amigo, y habrá quienes lo logren haciendo introspección o meditando.

Una de las causas de sufrimiento más inauditas es el amor, o mejor dicho, la falta de éste. Aunque muchos estén convencidos de que los sentimientos tienen vida propia y hacen con nosotros lo que desean, no pudiendo someterlos a lo que la conciencia aconseje o decida, es muy cierto que hay maneras de canalizarlos positivamente para ser felices. Los amores no correspondidos e incluso los amores imposibles se pueden sublimar, transformándolos en algo mucho más grande y poderoso que una simple relación romántica y carnal. Por otro lado, el amor que destruye evidentemente no es amor; es todo lo opuesto a él. La persona que nos hace sufrir no nos ama, es así de simple. El amor nos eleva, nunca nos hace caer ni nos daña. Así que bajo ningún concepto debemos sufrir por amor. No hay excusa que valga; el amor debe ser parte de las piezas de felicidad que coleccionemos, nunca del sufrimiento. Y como sólo podemos vivir nuestra vida y no la de los demás, debemos querernos y respetarnos, no permitiendo que otros nos manejen en ningún aspecto. Quienes nos rodean sólo pueden hacernos daño si nosotros lo aceptamos, si de alguna manera consciente o inconsciente estamos de acuerdo en eso. Así que cada quien es responsable de sus actos y de su felicidad, y debe correr con las consecuencias de ellos.

Sabemos que las cosas no siempre son como queremos o esperamos que sean, simplemente porque sólo una minúscula parte de lo que nos rodea depende de nosotros. Más bien debemos querer a las personas y cosas por lo que son, en lugar de vivir entre los escombros de anhelos rotos. En este sentido, el sufrimiento nos enseña a ser humildes. Funciona como una bofetada moral que en muchas ocasiones nos hace regresar súbitamente a un nivel de arrogancia menor. Cuando sufrimos intensamente por algo muy grave nos sentimos sacudidos y comenzamos a ver aquello que antes no veíamos por estar distraídos con esas cosas que nos ocupan, pero que realmente no tienen ninguna trascendencia. Entonces comenzamos a darle valor a las cosas verdaderas e importantes de la vida, abriendo los sentidos y el corazón a cuanto y a quienes nos rodean. Incluso en muchos casos reconocemos que estábamos equivocados con respecto a una situación, a otra persona o a nosotros mismos, haciéndonos reflexionar y tomar medidas para corregir lo que podamos. Así, si todo esto sucede de manera genuina, habremos ganado en humildad y con ello estaremos más dispuestos a buscar consuelo y soluciones a la situación que nos produce el sufrimiento, y también estaremos más abiertos a recibir la ayuda de quienes nos rodean.

Mi padre solía recordarme que debemos aprovechar toda oportunidad de hacer felices a los demás. Ya de adulta, tomé esto como una máxima para mi vida. De la misma forma, Dios siempre quiere nuestra felicidad. Dios nos ama, nos consuela y nos guía; no nos castiga. El castigo divino no existe, así que dejemos de achacarle a Dios la responsabilidad de las cosas negativas que pasan. No es justo que insistamos en conferirle ese lado oscuro que simplemente no es parte de su naturaleza. Sí, las cosas malas suceden, pero hay una razón para ello, y no es precisamente que Dios las envíe o las permita por algún motivo sombrío; sencillamente hay cosas que ni siquiera Dios puede controlar, como por ejemplo el libre albedrío. También está el equilibrio cósmico: en el universo existe la energía positiva o creadora y la energía negativa o destructora. Es por la interacción entre ellas que suceden todos los fenómenos naturales, desde el choque de estrellas hasta la liberación de un electrón en el proceso de la respiración. Así, Dios es la energía positiva, creadora, que se encuentra en constante tensión con la energía inversa y complementaria en un equilibrio dinámico universal.

Por otro lado, no debemos olvidar que vinimos a este mundo y estamos en él para ser felices. La felicidad mora en nuestro fuero interno; tan sólo debemos encontrarla y disfrutarla. ¿Pero hasta qué punto podemos perseguir algo que creemos nos hará felices, si con ello perjudicamos a alguien más? ¿Cuál felicidad es más valiosa, la nuestra o la del otro? Recordemos que tan sólo somos seres humanos, llenos de defectos y virtudes. Tendemos a ser egoístas e insaciables, sobre todo con aquello que nos da placer o nos hace dichosos. Así, muchas veces cuando corremos detrás de lo que pensamos nos dará felicidad, en nuestro afán por atrapar eso que se nos antoja —en ocasiones tan sólo por satisfacer un capricho momentáneo— nos llevamos por delante a otros, atropellándolos mientras tropezamos con su existencia, desordenándolo todo, como sucede en aquella escena de persecución en medio de un mercado en una película de acción. Cuando esto pasa, la sensación de felicidad que logramos generalmente resulta efímera y se ve enturbiada por el halo de remordimiento que trae consigo el haber sido la causa de la desdicha ajena. Esa culpa se enquista entonces en un lugar de nuestra alma, de donde sólo podrá salir a su vez con dolor. Así no vale la pena todo el enredo, porque lo que creemos que nos hará felices no nos podrá llenar por completo; nunca llegaremos a tener la paz que se necesita para lograr la tan ansiada dicha y en su lugar mantendremos encendidos los tizones del sufrimiento.

En realidad no necesitamos de nadie ni de nada para ser felices; el estado de felicidad plena se logra cuando estamos satisfechos y en paz con nosotros mismos y con el resto del mundo. Y en ese estado, el sufrimiento se reduce tan sólo a un concepto teórico que no nos tocará más.

“…Como suave rocío, gotita a gotita se va colando en nuestro ser, sin pedir permiso y sin avisar siquiera. Poquito a poco, discreta, plácida, sonriente y luminosa, va empapando nuestra alma como un fluido precioso; un maná cálido y fresco a la vez que llega a todos los resquicios de nuestra conciencia, trayendo consigo el alivio del mejor tónico existente. Comenzamos a ver la belleza del crepúsculo con todos los tonos naranjas del mundo, escuchamos el concierto perfecto en el susurro de la brisa y el agua, el canto de las aves, el llamado de los animales y las hojas de los árboles cuando el viento juega con ellas. De pronto nos maravillamos ante una minúscula flor que aparece entre la nieve de la primavera temprana y ante los dedos perfectos en las manos de un bebé. Sentimos el alivio de la lluvia sobre la tierra seca, cubriéndola para hacerla reverdecer y fructificar una vez más. Nos dejamos contagiar por una sonrisa y con ello contribuimos a propagar la luz que nace en las almas buenas. Lenta pero segura, nuestra conciencia va descubriéndose a sí misma, comprendiéndonos como humanos, con todo lo que ello implica y aprendiendo a querernos tal como somos. Entonces, paso a paso, comenzamos a entender el mundo que nos rodea, con todas las personas y cosas que hay en él, hasta llegar a un estado de paz espiritual en el que nos sentimos en armonía con nosotros mismos y con el universo…”.



©2010 PSR