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miércoles, 23 de marzo de 2016

ELENA


Eres corazón
que late preocupado
y no descansa.

Lluvia que empapa
han sido tus lágrimas
de dicha y dolor.

Estrena hermosa
alegrías dormidas
déjalas salir.

No hay excusa
usa tu mejor traje
baila en el tiempo.

Álzate firme
sonriente y perfumada
todo estará bien.


© 2016 PSR


miércoles, 27 de enero de 2016

DICHA


Dentro del alma
la alegría se ensancha
casi a reventar.

Íntima risa
nadie sabe la razón
yo la disfruto.

Corazón lleno
de mil flores silvestres
gemas preciosas.

Hoy el sosiego
me ha encontrado atenta
lo recibiré.

Ánima franca
en medio de mi vida
descubrí la paz.


© 2016 PSR


jueves, 15 de octubre de 2015

RISA


Radiante luces
surcos de tantos rostros
plenos de dicha.

Ilumíname
de risa contagiosa
flores en mi alma.

Sonrisa fácil
vuélvete carcajada
en las entrañas.

Alégrame hoy
y de mi propia vida
Fénix nacerá.


©2015 PSR


miércoles, 26 de diciembre de 2012

B R I N D I S



Brindo por todos
los que me acompañan
de cerca y lejos.

Recuerdos vivos
entre miles de instantes
irrepetibles.

Infancia feliz
sueños maravillosos
en aire puro…

Nunca es tarde
para felicitarnos
por nuestros logros.

Dentro del alma
llevo los que partieron
de esta dimensión.

Infinita luz
brilla en el deseo
de sosiego y paz.

Salud y dicha
para nuestro futuro
en el ahora.


©2012 PSR


miércoles, 28 de diciembre de 2011

F E L I C I D A D


Fiel solo a ti
es tu misión de vida
buscas la dicha.

En tu ser unes
mil hebras de colores
luces brillantes.

Limpias el alma
de mentiras, rencores
quedando pura.

Inquieta y libre
nos contagias a todos
bella plenitud.

Corazón amplio
henchido de emociones
sonrisa inmensa.

Invitas a andar
por este mundo grande
ayudándonos.

Dudas, nunca más
armonía divina
das tranquilidad.

Artista innata
rima mis versos nuevos
con tu música.

Dime que vienes
y respiraré libre
suspirando hondo…



©2011 PSR



miércoles, 23 de noviembre de 2011

B E L L A


Buscas belleza…
encuentra lo hermoso
en el espejo.

Eres el alma
que crece entre momentos
de dicha y dolor.

Luz propia, intensa
mas no te dejan brillar
a tu alrededor.

Las notas dulces
resuenan dentro de ti
bella armonía.

Ámate libre
dueña de cuerpo y vida
bella por siempre.


©2011 PSR


miércoles, 16 de marzo de 2011

VIDA

La vida es un suspiro divino que nos deja sin habla. Es lo más importante que tenemos; inusitadamente frágil y enormemente compleja. El instante de tiempo en que transcurre nuestra vida es tan breve pero tan intenso que bien vale la pena defenderla hasta las últimas consecuencias.

Es la propia vida lo que nos define en este mundo. Somos porque vivimos, y al mismo tiempo, la vida es un regalo que recibimos. El más importante, porque es lo que nos constituye; aquello de lo que estamos hechos. La vida es eso absolutamente invaluable que generalmente consideramos obvio, quizá tan solo porque no podemos imaginamos el mundo sin nosotros. Pero la vida nos fue dada, no la adquirimos. Alguien más nos engendró; no fue nuestra idea y mucho menos consecuencia de algo en lo que pudiéramos influir, ni de nada que hayamos hecho; no es nuestra por mérito propio. Nadie pide venir al mundo, mas una vez aquí, luchamos por mantenernos bien y ser dichosos. Así, deberíamos estar agradecidos por tal precioso don y concentrarnos en buscar la felicidad, el estado anímico que mejor le va a ese estado físico que llamamos “vida”. Somos los únicos responsables de nuestra felicidad y, al mismo tiempo, debemos aprovechar todas las oportunidades que tenemos para hacer felices a quienes nos rodean.

Sin lugar a dudas, la vida es bella. Es maravilloso estar conscientes de que podemos ir en pos de la justicia, de la paz y la dicha, de nuestra salud, prosperidad, tranquilidad, de aquello que necesitamos, que deseamos, que soñamos. Sabemos que aunque la situación se vuelva difícil, cuando pareciera que se acaban el camino o las opciones, siempre podremos luchar más y más por las cosas que nos mueven, por lo que es realmente importante. Somos vencedores en cuanto nos enfrentamos a nuestros miedos y decidimos dar la batalla, cuando damos el primer paso que nos llevará al desenlace. La vida seguirá siendo bella, a pesar de que siempre aparezcan quienes quieran arruinárnosla. De nosotros depende que no lo logren; debemos ser más inteligentes y más perseverantes que ellos. El odio, la intolerancia, la envidia, el rencor y la codicia son fuerzas humanas capaces de destruir pueblos completos, naciones enteras, y si no les hacemos frente, a la larga sufrimos las consecuencias a menor o mayor escala. Esos sentimientos negativos nos hacen más salvajes que cualquier animal de rapiña, cuando se supone que la especie humana posee raciocinio y conciencia de sí misma, que deberían ayudarla a vivir en armonía con sus congéneres en el ambiente que la rodea. Pero no es así. Lamentablemente, las características humanas como la espiritualidad, el amor, el perdón, la misericordia, el respeto, la solidaridad y la caridad no se han desarrollado al mismo ritmo que la ciencia y la técnica, quedando rezagadas al principio del camino. La tecnología avanza veloz en todas direcciones, pero los resultados no siempre son seguros ni positivos; en demasiadas ocasiones son extremadamente perjudiciales. El mundo está llegando al límite de su capacidad de carga y aún no se nos ocurre siquiera buscar la palanca del freno. A veces parecemos olvidar que nuestro planeta está vivo y debemos cuidarlo porque, al igual que nuestra vida, es uno solo y no tiene repuesto…

En los últimos años, la Tierra pareciera estar incómoda. Es como si quisiera encontrar una posición más confortable al estirarse en todas direcciones. Cuando lo hace, nos muestra la enorme fuerza que duerme en su interior, haciendo que recordemos lo infinitamente minúsculos que somos. Ciertamente, no podemos hacer nada por impedir las catástrofes naturales, pero sí podemos comportarnos de manera más consciente y respetuosa con el mundo y nuestros semejantes. Podemos dejar actuar a nuestro lado humano, que aún necesita ejercitarse y crecer. Cada quien sabe cómo ayudar, o al menos, a quién preguntarle de qué forma puede ser útil a la hora de mostrar solidaridad y caridad a sus semejantes.

Peores aún son los desastres humanos ocasionados por la implacable intolerancia de las ideologías extremistas y fundamentalistas, que solo traen consigo dolor y pesar. El ser humano es egoísta y nunca falta quien se aproveche de los momentos de debilidad espiritual de los demás para beneficiarse o imponer sus ideas. Debemos combatir y hacer todo por erradicar aquellos sentimientos de maldad, avaricia y violencia que llevan a la desmoralización y la destrucción de los pueblos. Como sociedad que quiere llamarse “civilizada”, se hace necesario ser abiertos y aceptar que existen miles de opiniones y más de una manera de hacer las cosas. Todos tenemos el mismo derecho a ser felices; nadie nos lo puede quitar porque sí. No hay quien pueda encadenarnos el espíritu sin nuestro consentimiento; nosotros somos los responsables de nuestra libertad y los autores de nuestra dicha.

Así como la vida es hermosa, el mundo también lo es. Saber que podemos disfrutar de ambos a lo largo de nuestro tiempo es algo maravilloso y por eso los protegemos instintivamente, para mantenernos felices. Al fin y al cabo, vinimos al mundo con la única misión de encontrar la felicidad y vivir en ella.

Sentirnos vivos y plenos es algo inmensamente hermoso, y sucede cuando somos dichosos. Las emociones fuertes de cualquier naturaleza nos hacen recordar que estamos aquí ahora. No sabemos cuándo cambiaremos de dimensión, pero mientras estemos en este mundo, con todas sus imperfecciones, sus bondades, sus defectos y virtudes, estamos en la obligación de buscar aquello que nos llene de satisfacción y sosiego, que nos siembre una sonrisa en el rostro que sea imposible de borrar. Ese nirvana sólo lo podemos encontrar en nosotros mismos, cuando nuestro espíritu nos eleva por encima de los problemas, los objetos y las situaciones terrenales.

En medio de cualquier circunstancia plácida o extrema, comprobamos que cada mañana sigue saliendo el sol, iluminando a todos por igual. De noche, la luna y las estrellas están en el firmamento para quien desee admirarlas, tomándose un respiro nocturno. Lo mismo sucede con la lluvia, el viento y los demás elementos; no son propiedad de nadie, y al mismo tiempo, son de todos los seres que habitamos este planeta. Cuánta perfección hay en las alas de una mariposa, en los pétalos de una flor silvestre, en las miles de hojas de aquel árbol que nos brinda su sombra al mediodía, en el perro sin dueño que va cojeando sin darse por vencido y agradece los huesos que sobran de una parrilla en el parque. Cuánta paz hay cuando encontramos un momento para adueñarnos del tiempo y sentarnos junto al mar, escuchando tan solo el arrullo de las olas y dejando que el viento acaricie nuestro rostro, despeinándonos. Cuánta belleza hay en las piedras pulidas que encontramos a la orilla de un río, en las conchas marinas, en las piñas de las secuoyas, en el diseño de una ballena, en las sombras que vamos haciendo al caer la tarde. Cuánta energía hay en el fuego, en un tornado, en un terremoto… A veces la Tierra nos llama la atención para recordarnos que sigue siendo inmensamente más fuerte y poderosa que nosotros, para que no dejemos de ser humildes.

Nadie sabe con certeza cuánto tiempo tiene, pero durante el mío, seguiré amando la vida y el mundo de la única manera que conozco: con todas mis fuerzas. Siento la vida presente en cada célula de mi cuerpo, haciéndome quien soy y permitiéndome disfrutar de la dicha que habita dentro de mí. Me deleito ante los animales fantásticos que se esconden en las nubes del cielo azul intenso mientras saboreo el mango más delicioso y rozagante en una tarde fresca de mayo. Cuando lo deseo, encuentro el momento de tranquilidad para sentarme a escuchar el rumor del riachuelo que está cerca de mi casa. Me dejo envolver por el olor de la tierra después de la lluvia, del café recién colado, de las palabras ancladas en el papel de un libro nuevo. Soy feliz cada vez que tengo la oportunidad de pintar una sonrisa en el rostro de alguien, aunque sea por unos instantes. Me llena el alma recibir el abrazo perfecto en el instante justo, cuando más lo necesito. Poder compartir mis inquietudes y escuchar las de otros es algo muy especial que me mueve por dentro. Llenar mis pulmones ante un paisaje majestuoso, asombrarme una y otra vez al descubrir la perfección del cuerpo humano, de los animales y las plantas, y maravillarme frente a la energía y belleza de un rayo en una tormenta son cosas que nadie puede hacer por mí. Me encanta lo que siento cuando suspiro; respiro hondo para dejar entrar en mí todo lo hermoso que me rodea, lo guardo adentro un instante para llenarme de ello y luego lo dejo salir de golpe, haciendo que regrese donde estaba para que me siga envolviendo. Así mismo es la vida, un suspiro…



©2011 PSR

miércoles, 15 de diciembre de 2010

des-ESPERANZA


No es fácil plasmar en unas líneas la ansiedad y la angustia que a veces llevamos dentro. No es fácil, porque los sentimientos se encuentran muy en el fondo y no siempre logran salir a flote.
No es fácil luchar contra la corriente cuando esta nos arrastra sin piedad.
No es fácil amar a alguien cuando no sabemos si somos correspondidos.
No es fácil correr a ti si tus brazos no están abiertos, esperando estrecharme en ellos.
No es fácil decir lo que se piensa y se siente, ni gritar a viva voz lo que se oculta en las profundidades de nuestro ser y se ahoga en el mar de nuestra alma.
No es fácil escuchar los silencios de otro cuando existen tantos ruidos de fondo.
No es fácil oír lo que otros hablan y entender lo que realmente quieren decir.
No es fácil creer en los demás si reiteradamente somos engañados.
No es fácil pensar que todo anda bien y que al fin habrá paz, si a nuestro alrededor el egoísmo y el odio son más fuertes que el amor.
No es fácil celebrar algo bello y alegrarnos con esa idea, mientras vemos que en el mundo pasean tranquilos el hambre, la miseria, la guerra y la indiferencia.
No es fácil sonreír, y mucho menos hacer sonreír a otro, cuando sentimos que nos hacen daño.
No es fácil hacer buenas obras si nuestra llama interna se apaga.
No es fácil amar sin condiciones y ser amado de igual manera por la misma persona.
No es fácil ser transparente cuando se vive en un mundo desprovisto de tolerancia.
No es fácil hablar con franqueza y esperar de los demás la misma sinceridad que nosotros regalamos.
No es fácil sentirnos realizados y plenos cuando sabemos que no somos aceptados.
No es fácil caminar por esta vida dura y complicada que nos somete a tantas subidas y bajadas.
No es fácil soñar con el futuro cuando tenemos dificultad en sobrevivir el presente.
No es fácil liberar nuestro espíritu cuando nos hemos ocupado de encadenarlo irremediablemente a la rutina.
No es fácil extasiarse ante un paisaje contaminado y corroído, destruido por la avaricia y la desidia.
No es fácil palpar algo que no existe sino en nuestra imaginación; saborear el delicioso néctar de flores mágicas que crecen en los campos tranquilos y apacibles del alma.
No es fácil respirar el aire que tú respiras sin acercarme demasiado para que no te des cuenta, para que no adviertas mi corazón desbocado al sentir tu cercanía.
No es fácil cubrir la tierra de amor y llenar de alegría el mundo, si no tenemos ni un segundo de paz interior.
No es fácil esperar algo de los demás cuando sabemos que son pocos a quienes les gusta dar.
No es fácil cantarle al viento las verdades grandes y hermosas, los sueños y las fantasías que llevo en mi alma.
No es fácil construir sobre escombros, edificar sobre suelo blando, sanar algo podrido o arreglar un cristal hecho añicos.
No es fácil buscar lo que se nos esconde, encontrar algo perdido, visitar lugares prohibidos, si no estás a mi lado para alcanzar esos sitios donde sólo dos personas, juntas, pueden alguna vez llegar.
No es fácil abrir nuestras alas al viento y volar sin que una turbulencia amenace con llevarnos adonde no queremos.
No es fácil ver la luz en los ojos de quien ha muerto, percibir el aliento de un ser que no respira, sentir el calor de un cuerpo helado y latir junto a un corazón que no palpita.
No es fácil llamarte entre la multitud y hacerme oír por ti cuando lo que está a tu alrededor te quita la atención y te distrae.
No es fácil apoyarme en tu hombro ni llorar en tu pecho si no estás aquí.
No es fácil entregarte mi vida, abrir mi ser a ti, volar en tu alma si no me dejas, si no te importo.
No es fácil esperar en mi ventana por alguien que ni sé si existe o si va a llegar algún día.
No es fácil andar entre las sombras, deslizarse por la niebla ni correr sobre brasas para alcanzarte.
No es fácil volar por encima de las nubes, llegar al pico más alto y abandonarlo todo para llegar a ti.
No es fácil. No, no lo es.
No es fácil, y sé que debo intentarlo.
No es fácil, pero venceré.


©1993 PSR

miércoles, 22 de septiembre de 2010

FRENTE AL FUTURO

Sentada en el malecón mirando el mar me tranquilizo. Ver su inmensidad, sentir su fuerza imbatible conteniendo tanta vida, saber que nos proporciona mucho del oxígeno que respiramos y del alimento que nos nutre, y ver las olas que nunca dejan de moverse me hace comprobar que el tiempo no se detiene, el camino siempre continúa y que al final todo estará bien.

Todos nacemos con el mismo potencial para ser dichosos, aunque las circunstancias en que nos desarrollemos sean infinitamente variadas. Sea cual fuere la nuestra, siempre queremos y buscamos que todo esté bien, porque así es como debería ser, ¿no? Lamentablemente, de tanto en tanto comprobamos que no es así. A pesar de que pongamos mucho de nuestra parte para ser felices, a veces suceden cosas que, como enormes barricadas, se van amontonando dentro y fuera de nosotros, impidiendo que alcancemos la tan anhelada dicha. Es entonces que debemos reaccionar y actuar con más ánimo y energía para deshacernos de las cosas negativas que se interponen en nuestro camino.

Concibo la felicidad como un estado espiritual; todos la llevamos dentro, tan sólo debemos activarla para que se muestre en su máximo esplendor. Somos felices cuando nos sentimos satisfechos por algún logro, cuando nos complace poseer o disfrutar alguna cosa o situación. La tranquilidad es uno de los elementos que más contribuye a nuestra felicidad. La salud es otro, igual que el amor. Si nos sentimos sanos, en paz y contentos, muy probablemente no nos haga falta mucho más para percatarnos de que somos felices. Entonces, pasamos el interruptor y dejamos que la felicidad nos inunde y se desborde por nuestros ojos, boca, piel, cabello, músculos, voz y alma.

Cuando somos felices de pronto nos damos cuenta de la existencia de tantas cosas bellas que nos rodean e instintivamente suspiramos. Comenzamos a respirar muy hondo para incorporar en nosotros todo aquello que disfrutamos y nos hace bien, lo dejamos dentro por unos momentos para que nos llene e impregne nuestra alma y luego lo dejamos salir de golpe para que regrese donde estaba y nos siga envolviendo y abrigando. Al recordar un sueño bonito también suspiramos y muchas veces sonreímos. En todo caso, cuando somos felices se nos nota, y eso es bueno porque podemos contagiar a los demás, aunque sea por un rato.

Me siento feliz cuando hago sonreír a alguien; más aún si logro hacerlo reír. Y si ese alguien es un desconocido, mi felicidad se multiplica. Aquí en Puerto Rico es fácil hacer reír a la gente, tal vez porque los boricuas son más tranquilos y tienen buen humor. En las calles se siente la buena disposición y la alegría de la gran mayoría, cosa que en otros países lamentablemente se ha perdido. Los puertorriqueños son educados y tienen esa paciencia isleña que tanto bien les hace para sobrellevar la rutina del diario vivir con sus altos y bajos.

Me encanta comprobar que la gente se respeta entre sí a pesar de cualquier diferencia que pueda existir, dirigiéndose al otro sin odios ni rencores infundados. Poder hablar con alguien y que no me respondan de mala manera es algo muy agradable; y que las conversaciones sean a un volumen bajo es extremadamente cómodo, lo admito. Todo es apacible aquí, incluso el tono de voz del boricua. Definitivamente, es fácil acostumbrarse a las cosas buenas que no encontramos en otras partes.

Muy cerca de Venezuela, en pleno Mar Caribe, Puerto Rico tiene una naturaleza, unos paisajes y una raza muy parecidos a los de mi país. Me he enamorado de esta bella isla y de su gente; lo encuentro todo tan similar a lo que solía ser Venezuela antes de irme, hace no muchos años atrás, cuando éramos felices y no lo sabíamos. El puertorriqueño es tolerante y no discrimina; vive y deja vivir a los otros. Es amistoso y buen anfitrión, quiere que los demás se sientan bien en su tierra. No concibe la injusticia y se compadece de los demás. Tiene esa picardía que hace que sus ojos brillen cuando sonríe, porque afortunadamente, aún tiene motivos para sonreír. Y una de las cosas más importantes: aquí todavía se puede disfrutar de la vida y ser feliz.

Vivir en este bello país que me ha abierto sus puertas para seguir creciendo como persona es un regalo invaluable que aprecio profundamente. Aquí me siento arropada, libre y dueña de mis derechos; no temo por mi vida por el sólo hecho de salir a la calle o de poseer algo de valor que lleve conmigo; puedo opinar sin pensar que me echarán de mi empleo o sufriré alguna otra represalia; los servicios públicos funcionan; la calidad de vida le permite a la gente salir adelante y trabajar para convertir sus sueños en realidad; existe la solidaridad porque todos aquí están conscientes de que comparten el mismo suelo y la misma historia, con sus aciertos y sus fallas.

Llegué a Puerto Rico con mi familia hace algunos años ya, por razones laborales. Mis hijos han pasado más de la mitad de sus vidas aquí, disfrutando de la tranquilidad que brinda este trocito de tierra antillana. Como madre que soy, cuido a mis hijos y velo por ellos. Trabajo para darles una buena educación y un futuro sólido en el que crezcan como ciudadanos de bien en un país libre, de la misma manera que lo hicieron mis padres conmigo en aquella Venezuela bella y próspera donde tuve la suerte de nacer. Al igual que tantos otros, mis padres emigraron de su país en busca de un mejor porvenir y llegaron a esa tierra de gracia con mil sueños y dos maletas. Mi caso fue diferente; fui a hacer una especialización profesional en el exterior para luego regresar a casa y poner en práctica lo que hubiese aprendido, pero en el camino mi vida cambió y me mudé a otro país. Eso fue ya hace 16 años. En todo ese tiempo he vivido en diferentes sitios sin dejar nunca de sentirme venezolana; eso no es algo que se borre por el simple hecho de pisar otro suelo. El amor es un sentimiento profundo que llevamos dentro y no depende de cuán cerca o lejos nos encontremos de aquello que amamos.

Hoy aquí, tan cerca de mi tierra natal, y viviendo en paz y con libertad, puedo ver a mis hijos a los ojos con la tranquilidad de saber que, con los valores morales y éticos que les enseño, serán responsables de hacer realidad sus propios sueños sin tener que seguir forzosamente un guión ideológico preconcebido, sin dejarse llevar por odios ni rencores prestados ni discriminaciones artificiales, tan sólo haciendo lo que les dicte la conciencia y la razón. Tendrán el poder para buscar y encontrar su propia felicidad; y eso solamente se puede lograr en libertad. Yo he tenido la fortuna de entender todo eso que me inculcaron mis padres y ahora se lo transmito a mis hijos como algo imprescindible, impostergable e imperativo en la vida. De nosotros y de nadie más depende lo que resulte de ellos; nuestro presente es la semilla de su futuro. Tan sólo debemos dar el ejemplo demostrándole a la siguiente generación que de verdad aprendimos las cosas importantes que nos enseñó la anterior.

Estamos claros; cada quien sabe exactamente lo que debe hacer.



©2010 PSR

miércoles, 12 de mayo de 2010

DICHA (DES) DICHA

“…Aparece como una enorme ola en medio de la noche sin luna. Una pared monstruosa, infranqueable, que arrasa con lo que encuentra a su paso; una aplanadora que viaja dentro de nosotros, destrozándonos el alma y mutilando nuestro espíritu. De pronto sentimos que la parte posterior de la lengua se vuelve muy sensible y pesada al mismo tiempo, presionando nuestra garganta hacia abajo, mientras el corazón desgarrado en el pecho ardiente, congelado, busca inútilmente una salida por el cuello, que resulta demasiado estrecho para aquel órgano hinchado por no poder latir. El estómago se retuerce, su acidez se desborda quemándonos las entrañas en ondas punzantes, lacerantes. Los músculos de nuestro rostro y mandíbula quedan paralizados en una mueca incontrolada y contusa…”.

Hay quienes piensan que el sufrimiento es el único medio gracias al cual tenemos conciencia de existir. Lo dijo primero Oscar Wilde y no lo comparto. A pesar de que es cierto que el dolor nos sacude por dentro, no puedo evitar rebelarme ante esta afirmación tan tajante y me niego rotundamente a justificarla. Prefiero definirme, saberme y sentirme viva a través del amor y la felicidad plena, no del dolor y el sufrimiento. Por otro lado, Charles Dickens dijo una vez: “el destino nos dio la vida con la condición de defenderla valientemente hasta el último momento”. Estoy totalmente de acuerdo y amplío este aforismo con una frase de Gertrude Atherton, quien escribió: “la vida nos fue dada para disfrutar la máxima felicidad de la que somos capaces individualmente, sin importar qué otras cosas estemos obligados a soportar”. En otras palabras: vivamos felices y defendamos esa felicidad a toda costa, sobreponiéndonos al sufrimiento.

La vida es un viaje lleno de aventuras en cuyo trayecto crecemos y maduramos. Conocemos gente y nos movemos en un medio más o menos amplio, participando en sucesos o presenciándolos, registrando infinidad de sentimientos y sensaciones. A ratos la ruta es plácida y fácil, otras veces se torna escarpada y complicada. Pero por más curvas y recovecos que tenga el camino, la vida siempre nos lleva hacia adelante, nunca hacia atrás. Esa maravillosa travesía está hecha de momentos, infinidad de ellos, que agrupamos en episodios. Por supuesto, hay episodios muy buenos y otros que no lo son tanto; épocas llenas de luz y fases sombrías. Y de igual manera que suceden aquellas cosas que nos dan felicidad y que tanto disfrutamos, también aparecen las que nos traen sufrimiento. Es inevitable. La felicidad y el sufrimiento son piezas complementarias acopladas que hacen andar el motor de nuestra existencia. La dicha y el dolor moran dentro de nosotros, sólo basta descubrirlos. Sé que ambos son reales, pero debo confesar que prefiero coleccionar piezas de felicidad y me inclino descaradamente por ella.

Así como nadie puede vivir nuestra vida, es imposible que alguien sienta nuestra felicidad o sufra nuestro dolor. Si un grupo de personas comen de una misma fruta, no habrá dos de ellas que perciban igual sabor, aroma, textura y color en esa misma experiencia. Aunque al celebrar o desahogarnos expresemos de mil formas la alegría o el pesar que nos causa algo —contagiando incluso en cierto grado a otros—, siempre será una vivencia interior, íntima, que nadie más puede sentir. Todos somos únicos y cada quien tiene su propia realidad, así que reaccionamos de diferente manera a los estímulos y situaciones que nos trae la vida. De nuestra actitud dependerá cómo sobrellevemos el tormento y qué tanto disfrutemos la felicidad. La dicha plena nos eleva, hinchándonos de emociones positivas, mejora nuestra salud, nos pone una sonrisa en el rostro y otra en el alma y nos llena de paz. Contrario a esto, a veces el sufrimiento psíquico se vuelve dolor físico, pudiendo incluso enfermar y hasta matar de pena. Y así como existen incontables piezas de felicidad que coleccionar —que todos conocemos muy bien—, también hay infinitos motivos de tormento; podemos sufrir por intolerancia, odio, mentiras, celos, envidia, ignorancia, desesperación, frustración, falta de compasión, pobreza, hambre, enfermedad, incapacidad, muerte, desastres, guerras, separación, problemas laborales, falta de realización, indiferencia, soledad, amor… son demasiadas causas, lamentablemente. Mientras el dolor físico es una señal innegable de que algo anda mal, generalmente en nuestro cuerpo, muchas veces el sufrimiento psíquico lo creamos nosotros mismos cuando sabemos que hay algo que nos impide alcanzar una meta. En ambos casos, el primer paso para sobreponernos a una situación dolorosa es admitir que estamos sufriendo y que debemos actuar. Es entonces cuando buscamos soluciones y las ponemos en práctica.

Aunque en el fondo sabemos que las cosas más importantes de la vida son también las más simples en su naturaleza —como nuestra alma, que alberga tanto a la dicha como al tormento—, hay varios elementos que se confabulan para agravar el sufrimiento. Uno de ellos es el sentimiento de culpa, que nos tortura y nos incapacita para ser felices. Desde que somos niños nos enseñan que ya nacemos pecadores. Lo lamento, pero no creo en el pecado original. Simplemente no existe, porque ya Dios expulsó a Eva y Adán del Paraíso como castigo suficiente y necesario por comer del árbol de la sabiduría; cosa por la cual les estoy además profundamente agradecida, ya que con ello me dieron el raciocinio y el libre albedrío. Después, Jesús se convirtió en mártir para lograr el perdón de los pecados de la humanidad. Y como si todo esto fuese poco somos bautizados, eliminando así de nuevo el pecado original. ¿Por qué tanta insistencia en reparar algo que ya fue arreglado por el mismo Dios en el Libro del Génesis? Lo que Dios hace, lo hace perfecto, así que no debemos limpiar sobre limpio, sencillamente no hace falta. Sin embargo, ese sentimiento de culpa nos marca como mancha de acero, acompañándonos innecesariamente a lo largo de nuestras vidas, haciéndonos sentir que a pesar de todo, nunca estaremos completamente libres de pecado y por lo tanto nunca podremos optar a la felicidad plena. No, de nuevo, no. El pecado tan sólo es falta de amor, y es esa falta de amor lo que origina el sufrimiento. Cuando nacemos no le negamos nuestro amor a nadie, por lo tanto no pecamos. Así que no debemos ser demasiado duros con nosotros mismos. En cualquier caso, somos inocentes de todo pecado hasta que se compruebe lo contrario, y no a la inversa. Tenemos que darnos la oportunidad de ser felices de verdad. Tampoco comparto el concepto de que venimos a este mundo a sufrir. Es absurdo pensar algo así; entonces la gente querría morir pronto para pasar al próximo mundo, donde supuestamente no hay tormento. Simplemente no soporto la idea de sufrir, así como tampoco soporto ver o hacer sufrir a nadie. Debemos luchar por nuestra salvación del sufrimiento, del dolor y del desamor en esta vida, y eso lo logramos cuando trabajamos nuestros tormentos y nos imponemos sobre ellos. Somos muy afortunados si tenemos algo o alguien que en medio de nuestro dolor nos consuele, nos arrope, nos tranquilice y nos de paz; para unos puede ser Dios, para otros quizás un amigo, y habrá quienes lo logren haciendo introspección o meditando.

Una de las causas de sufrimiento más inauditas es el amor, o mejor dicho, la falta de éste. Aunque muchos estén convencidos de que los sentimientos tienen vida propia y hacen con nosotros lo que desean, no pudiendo someterlos a lo que la conciencia aconseje o decida, es muy cierto que hay maneras de canalizarlos positivamente para ser felices. Los amores no correspondidos e incluso los amores imposibles se pueden sublimar, transformándolos en algo mucho más grande y poderoso que una simple relación romántica y carnal. Por otro lado, el amor que destruye evidentemente no es amor; es todo lo opuesto a él. La persona que nos hace sufrir no nos ama, es así de simple. El amor nos eleva, nunca nos hace caer ni nos daña. Así que bajo ningún concepto debemos sufrir por amor. No hay excusa que valga; el amor debe ser parte de las piezas de felicidad que coleccionemos, nunca del sufrimiento. Y como sólo podemos vivir nuestra vida y no la de los demás, debemos querernos y respetarnos, no permitiendo que otros nos manejen en ningún aspecto. Quienes nos rodean sólo pueden hacernos daño si nosotros lo aceptamos, si de alguna manera consciente o inconsciente estamos de acuerdo en eso. Así que cada quien es responsable de sus actos y de su felicidad, y debe correr con las consecuencias de ellos.

Sabemos que las cosas no siempre son como queremos o esperamos que sean, simplemente porque sólo una minúscula parte de lo que nos rodea depende de nosotros. Más bien debemos querer a las personas y cosas por lo que son, en lugar de vivir entre los escombros de anhelos rotos. En este sentido, el sufrimiento nos enseña a ser humildes. Funciona como una bofetada moral que en muchas ocasiones nos hace regresar súbitamente a un nivel de arrogancia menor. Cuando sufrimos intensamente por algo muy grave nos sentimos sacudidos y comenzamos a ver aquello que antes no veíamos por estar distraídos con esas cosas que nos ocupan, pero que realmente no tienen ninguna trascendencia. Entonces comenzamos a darle valor a las cosas verdaderas e importantes de la vida, abriendo los sentidos y el corazón a cuanto y a quienes nos rodean. Incluso en muchos casos reconocemos que estábamos equivocados con respecto a una situación, a otra persona o a nosotros mismos, haciéndonos reflexionar y tomar medidas para corregir lo que podamos. Así, si todo esto sucede de manera genuina, habremos ganado en humildad y con ello estaremos más dispuestos a buscar consuelo y soluciones a la situación que nos produce el sufrimiento, y también estaremos más abiertos a recibir la ayuda de quienes nos rodean.

Mi padre solía recordarme que debemos aprovechar toda oportunidad de hacer felices a los demás. Ya de adulta, tomé esto como una máxima para mi vida. De la misma forma, Dios siempre quiere nuestra felicidad. Dios nos ama, nos consuela y nos guía; no nos castiga. El castigo divino no existe, así que dejemos de achacarle a Dios la responsabilidad de las cosas negativas que pasan. No es justo que insistamos en conferirle ese lado oscuro que simplemente no es parte de su naturaleza. Sí, las cosas malas suceden, pero hay una razón para ello, y no es precisamente que Dios las envíe o las permita por algún motivo sombrío; sencillamente hay cosas que ni siquiera Dios puede controlar, como por ejemplo el libre albedrío. También está el equilibrio cósmico: en el universo existe la energía positiva o creadora y la energía negativa o destructora. Es por la interacción entre ellas que suceden todos los fenómenos naturales, desde el choque de estrellas hasta la liberación de un electrón en el proceso de la respiración. Así, Dios es la energía positiva, creadora, que se encuentra en constante tensión con la energía inversa y complementaria en un equilibrio dinámico universal.

Por otro lado, no debemos olvidar que vinimos a este mundo y estamos en él para ser felices. La felicidad mora en nuestro fuero interno; tan sólo debemos encontrarla y disfrutarla. ¿Pero hasta qué punto podemos perseguir algo que creemos nos hará felices, si con ello perjudicamos a alguien más? ¿Cuál felicidad es más valiosa, la nuestra o la del otro? Recordemos que tan sólo somos seres humanos, llenos de defectos y virtudes. Tendemos a ser egoístas e insaciables, sobre todo con aquello que nos da placer o nos hace dichosos. Así, muchas veces cuando corremos detrás de lo que pensamos nos dará felicidad, en nuestro afán por atrapar eso que se nos antoja —en ocasiones tan sólo por satisfacer un capricho momentáneo— nos llevamos por delante a otros, atropellándolos mientras tropezamos con su existencia, desordenándolo todo, como sucede en aquella escena de persecución en medio de un mercado en una película de acción. Cuando esto pasa, la sensación de felicidad que logramos generalmente resulta efímera y se ve enturbiada por el halo de remordimiento que trae consigo el haber sido la causa de la desdicha ajena. Esa culpa se enquista entonces en un lugar de nuestra alma, de donde sólo podrá salir a su vez con dolor. Así no vale la pena todo el enredo, porque lo que creemos que nos hará felices no nos podrá llenar por completo; nunca llegaremos a tener la paz que se necesita para lograr la tan ansiada dicha y en su lugar mantendremos encendidos los tizones del sufrimiento.

En realidad no necesitamos de nadie ni de nada para ser felices; el estado de felicidad plena se logra cuando estamos satisfechos y en paz con nosotros mismos y con el resto del mundo. Y en ese estado, el sufrimiento se reduce tan sólo a un concepto teórico que no nos tocará más.

“…Como suave rocío, gotita a gotita se va colando en nuestro ser, sin pedir permiso y sin avisar siquiera. Poquito a poco, discreta, plácida, sonriente y luminosa, va empapando nuestra alma como un fluido precioso; un maná cálido y fresco a la vez que llega a todos los resquicios de nuestra conciencia, trayendo consigo el alivio del mejor tónico existente. Comenzamos a ver la belleza del crepúsculo con todos los tonos naranjas del mundo, escuchamos el concierto perfecto en el susurro de la brisa y el agua, el canto de las aves, el llamado de los animales y las hojas de los árboles cuando el viento juega con ellas. De pronto nos maravillamos ante una minúscula flor que aparece entre la nieve de la primavera temprana y ante los dedos perfectos en las manos de un bebé. Sentimos el alivio de la lluvia sobre la tierra seca, cubriéndola para hacerla reverdecer y fructificar una vez más. Nos dejamos contagiar por una sonrisa y con ello contribuimos a propagar la luz que nace en las almas buenas. Lenta pero segura, nuestra conciencia va descubriéndose a sí misma, comprendiéndonos como humanos, con todo lo que ello implica y aprendiendo a querernos tal como somos. Entonces, paso a paso, comenzamos a entender el mundo que nos rodea, con todas las personas y cosas que hay en él, hasta llegar a un estado de paz espiritual en el que nos sentimos en armonía con nosotros mismos y con el universo…”.



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