LIBROS POR PATRICIA SCHAEFER RÖDER

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miércoles, 22 de junio de 2011

HEROÍNA SIN HÉROE

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Muchachito con la jeringuilla, recostado torpemente en los escalones de aquella iglesia preparándote la próxima dosis, la que necesitas ahora mismo y que resultó interrumpida cuando salí del edificio. Muchacho joven con la vida hecha añicos, con los sueños deshilachados igual que el trapo que traías en la mano. Veintipocos años, demasiado pocos para malgastarte el futuro de esa manera, muchachito que un día fuiste guapo, pero que ahora no eres ni tu propia sombra en el charco que está a tu lado.

Niño sin porvenir, no sabes que al placer máximo se le llega por otra vía; no, no lo sabes… y nunca lo sabrás. Sentiste vergüenza cuando tuve que pasar por encima de ti para salir de aquel pasillo; yo, llaves en mano rumbo a mi carro y tú con los sesos derretidos, la jeringuilla en la mano izquierda y el fondo virado de la lata de refresco en la derecha, recogiendo la última gota que te faltaba. La pena es grande y compartida, entre tú y quienes te rodean, aunque cada quien la viva a su manera. Pareciera que te gusta darle pena a los demás… pero eso no dura mucho; al fin y al cabo, lo importante es lo que viene ahora que ya llegué al carro y estás solo de nuevo.

Tu mirada vidriosa y vacía, sin percibir lo que está a tu alrededor, me hace pensar que nunca aprendiste que tan solo tienes un número fijo de neuronas que puedes fundir, que aún no sabes que tus otros órganos jamás se recuperan por completo de cada culatazo que les das cuando te impulsas emocionado al querer volar. Muchachito, ya sabes cómo es despegar, y cómo te sientes cuando aterrizas. Sin embargo, lo intentas de nuevo y te vuelves a dar duro. No te importa nada más, solo la oportunidad de sentir por unos momentos un placer escurridizo y cada vez más devaluado. En esos instantes brevísimos alzas tímido el vuelo, solo para chocar contra un muro blindado del más puro cristal antibalas. Otra vez te desmoronas y caes, como un mamotreto barato y destrozado. Te convertiste en un garabato, agotado de sueños, de sentimientos, de dignidad… ya ni tu propia sombra te respeta.

Muchacho con la jeringuilla, te estás dando un tiro fatal en cámara lenta. Y esa bala va directo al blanco, sin escapatoria, a menos que te sacudas y la dejes pasar de largo. Pareciera que ya tomaste tu decisión y estás en tu derecho. Has de sentirte muy valiente, capaz de todo, pero tú y yo sabemos que a nadie le gusta sufrir. Lo irónico es que, habiendo tantas maneras de suicidarse, tú hayas escogido esta, la más cruel…

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