LIBROS POR PATRICIA SCHAEFER RÖDER

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miércoles, 17 de octubre de 2012

REVELACIÓN



Era su derecho, pero también su deber. Así se lo habían dicho, desde que tenía memoria. Creció sabiéndose parte de un sistema un tanto curioso, pero que parecía funcionar. Cada cierto tiempo, un carnaval frenético protagonizado por figuras circenses destruía su tranquilidad, invadiendo todos los aspectos de su vida y la de los demás, empujándolos inexorablemente a protagonizar aquel rito que tanto conocían. Una y otra vez se repetía la misma historia; el espectáculo se desarrollaba con mayor o menor júbilo para terminar invariablemente igual. No había sorpresas, de antemano se sabía cómo sería el desenlace. Y sin embargo, la inercia le empujaba a participar una vez más. Como siempre, se levantó temprano. Se alistó, desayunó bien y salió a cumplir con su deber. Con su derecho. Llegando al lugar —que, como de costumbre, estaba fuertemente custodiado— encontró a otros que habían llegado un tanto antes y tomó su lugar en la fila. Manteniendo silencio, escuchaba a los demás charlar un poco en voz baja por la intimidación que se respiraba en el ambiente. Eso tampoco cambiaba. Verificó sus datos, buscó su nombre en la lista, dejó su impresión dactilar y firmó, como le tocaba hacerlo cada vez. Le dieron una tarjeta grande y multicolor, junto con un marcador indeleble “para que se expresara con seguridad y confianza”. Ejercería su derecho a través de su deber. Así, llegado el momento, pasó detrás de unos cartones verticales colocados sobre una mesita y como tantas otras veces, hizo la marca que ya conocía de memoria. Todo era igual que siempre. Absolutamente. Dobló la tarjeta por la mitad, luego de nuevo y una vez más, como lo había hecho tantas veces antes. Ahora le tocaba llevarla a su destino final, una caja cuadrada de cartón en el centro de la sala. Algunos miraban, otros no. Entonces lo vio todo claro. Después de tantos años, al fin comprendió. Su deber era serle fiel a su derecho. Respiró profundamente, dio unos pasos y, sin titubear, introdujo el papel doblado en el contenedor preciso que siempre lo había esperado: la papelera.


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