Él estaba en el estacionamiento; egregio, elegante, expresivo. Entre emociones encontradas esperaba el efímero entreacto. Ella entraría escondida, envuelta en encajes encolados en ese elongado embrollo extravagante, esencial. Educada, endulzaría entretanto el espacio embebido en excesivos episodios empañados, ejecutando el ejercicio erótico eficaz en el ecuador elástico, eléctrico, elemental. Entonces, embriagada, espontánea, extremadamente emancipada, extraería espaciada el elíxir emergente entre ecos en enardecidas exclamaciones extenuadas, elípticas. Era ella existencial en extremo: ecuánime, exacta, ética, ejemplar; empero exhibía espectacular ego en elaborar el eje en edema edificado, eclipsando enteramente el enarbolado estandarte eclesiástico. Él, edecán enaltecido, enamorado, enrojecido, echaría el efluvio en efusivo estruendo, ensimismado en ella, ejemplo exaltado ebullendo ebrio en el exilio enmascarado. Entretenidos, extrañarían el edredón efectivo, enmarañado en el estanco estimulantemente enfriado. Eran ellos esculturas entrelazadas elaboradas en ébano encendido, elegido entre elementos excepcionales, eclécticos, ecológicamente esenciales. Ella, él, en edad exquisita, erizados, excitados, enamorados. Enajenados en espectacular elevación, eliminaron egoísmos en ese evento especial estrenándose, entregándose, estirándose, estremeciéndose, estrechándose, estrellándose efusivamente en estrepitoso estampido; empachados, entremezclados eternamente. Ellos eran especialistas en esa empresa extasiante, enloquecedora, envolvente, enviciante; esperaban empepinadamente encontrar el enésimo estimulante encubierto en el enquistado entendimiento, entrecortando exhalaciones envejecidas, esquiladas, entristecidas, engrandeciendo ese éter espiritual evidenciado en el estallante existir. Entonces entrarían, expertos ejercitados, en el eterno edén.
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