LIBROS POR PATRICIA SCHAEFER RÖDER

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miércoles, 22 de octubre de 2014

JUSTICIA

Jóvenes sanos
en busca de la igualdad
de corazones.

Unidos todos
no habrá obstáculos
muros ni abismos.

Saben de siempre
que hormigas y abejas
trabajan juntas.

Todo el tiempo
energía y empeño
rendirán frutos.

Inacabada
la historia contaremos
sigue adelante.

Corrupción y odio
producen desatino
en celdas frías.

Ideas limpias
guían por sendas de luz
a la dignidad

Amanecerá
vencerá la justicia
del Bravo Pueblo.


©2014 PSR

miércoles, 22 de junio de 2011

HEROÍNA SIN HÉROE

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Muchachito con la jeringuilla, recostado torpemente en los escalones de aquella iglesia preparándote la próxima dosis, la que necesitas ahora mismo y que resultó interrumpida cuando salí del edificio. Muchacho joven con la vida hecha añicos, con los sueños deshilachados igual que el trapo que traías en la mano. Veintipocos años, demasiado pocos para malgastarte el futuro de esa manera, muchachito que un día fuiste guapo, pero que ahora no eres ni tu propia sombra en el charco que está a tu lado.

Niño sin porvenir, no sabes que al placer máximo se le llega por otra vía; no, no lo sabes… y nunca lo sabrás. Sentiste vergüenza cuando tuve que pasar por encima de ti para salir de aquel pasillo; yo, llaves en mano rumbo a mi carro y tú con los sesos derretidos, la jeringuilla en la mano izquierda y el fondo virado de la lata de refresco en la derecha, recogiendo la última gota que te faltaba. La pena es grande y compartida, entre tú y quienes te rodean, aunque cada quien la viva a su manera. Pareciera que te gusta darle pena a los demás… pero eso no dura mucho; al fin y al cabo, lo importante es lo que viene ahora que ya llegué al carro y estás solo de nuevo.

Tu mirada vidriosa y vacía, sin percibir lo que está a tu alrededor, me hace pensar que nunca aprendiste que tan solo tienes un número fijo de neuronas que puedes fundir, que aún no sabes que tus otros órganos jamás se recuperan por completo de cada culatazo que les das cuando te impulsas emocionado al querer volar. Muchachito, ya sabes cómo es despegar, y cómo te sientes cuando aterrizas. Sin embargo, lo intentas de nuevo y te vuelves a dar duro. No te importa nada más, solo la oportunidad de sentir por unos momentos un placer escurridizo y cada vez más devaluado. En esos instantes brevísimos alzas tímido el vuelo, solo para chocar contra un muro blindado del más puro cristal antibalas. Otra vez te desmoronas y caes, como un mamotreto barato y destrozado. Te convertiste en un garabato, agotado de sueños, de sentimientos, de dignidad… ya ni tu propia sombra te respeta.

Muchacho con la jeringuilla, te estás dando un tiro fatal en cámara lenta. Y esa bala va directo al blanco, sin escapatoria, a menos que te sacudas y la dejes pasar de largo. Pareciera que ya tomaste tu decisión y estás en tu derecho. Has de sentirte muy valiente, capaz de todo, pero tú y yo sabemos que a nadie le gusta sufrir. Lo irónico es que, habiendo tantas maneras de suicidarse, tú hayas escogido esta, la más cruel…

©2011 PSR

miércoles, 14 de abril de 2010

INTERCAMBIO

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil. Los jóvenes viajeros, que visitan otro país durante un tiempo algo más prolongado del que se suele dedicar a un simple viaje turístico, se convierten en embajadores de sus culturas y tradiciones en otras tierras que los reciben y, a su vez, amplían sus horizontes conociendo nuevos puntos de vista, valores y maneras de vivir. Todo esto contribuye al aumento de la tolerancia entre los pueblos: resulta más fácil comprender lo que se conoce, lo que se ha vivido. La experiencia propia en el aprendizaje vale más que todas las teorías del mundo.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil, emocionada porque iba a conocer gente diferente, lugares distintos, costumbres particulares que no guardan relación con las que ella practica. Estaba contenta de tener la oportunidad de enseñarles a los europeos algo de su cultura y su idiosincrasia. Sabía que aquel intercambio sólo podía ser positivo para ambas partes.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil con el alma llena de flores. Llegó allá entusiasmada, maravillándose por todo lo que descubría distinto de cualquier experiencia que ella trajera consigo y, al mismo tiempo, comentando las diferencias, grandes y pequeñas, con la patria que ella amaba tanto y de la que se sentía tan orgullosa.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil a vivir con una familia europea promedio. No pasaron muchos días y la muchacha se empezó a percatar de que las diferencias no eran sólo culturales; la manera de vivir la vida allá era otra. Aunque le encantaba todo lo que veía, extrañaba a su familia y los llamaba por teléfono, contándoles asombrada de aquel mundo paralelo que tenía la suerte de explorar.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil y comenzó a vivir la vida normal de una familia europea promedio. Poco a poco se fue acostumbrando a la realidad cotidiana de aquella familia en una ciudad europea y se dio cuenta de que, en el fondo, todo lo que a ella le maravillaba tanto, era tan sólo la manera más natural de vivir la vida, no únicamente en Europa, sino en cualquier lugar del mundo. No hacía falta racionar la electricidad ni el agua porque las industrias, la infraestructura y los equipos correspondientes estaban a cargo de personas responsables que se ocupaban de su debido mantenimiento, además de que la gente había sido educada desde siempre para amar la naturaleza y no despilfarrar los recursos naturales.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil y fue cayendo en cuenta de que la calidad de vida normal de aquella familia promedio en esa ciudad europea estaba muy por encima de lo que ella había vivido siempre en su querida patria. De pronto se sintió segura caminando por las calles a cualquier hora del día, sin la paranoia de que le fueran a arrancar la cadenita, los zarcillos o el reloj. Le comenzó a parecer obvio que podía regresar de noche sola a casa sin temer ser asaltada o violada. Ya no se asombraba de que los servicios públicos funcionaran bien, esa era la manera en que debía ser y no otra. Cuando visitó a su profesora que acababa de tener a su bebé en el hospital público, pensó que se trataba de una clínica privada, pero no le costó entender que en otros países se le da prioridad a la salud.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil con una familia promedio tomando clases en una escuela pública a la que asistían todos los muchachos del vecindario, excelentemente dotada de recursos y donde recibían la mejor educación en un ambiente positivo y agradable. Todos los días iba y regresaba de la escuela en bicicleta por calles limpias y sin huecos, sin temer ser atropellada por algún conductor que no respetara una luz roja o que manejara contra el tránsito. Al cabo de muy poco tiempo esto también le pareció natural.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil y le gustó mucho vivir la vida normal de una familia europea promedio. Se dio cuenta de que nadie le preguntaba sobre su postura política y que a nadie le interesaba cuánto dinero ganaban sus padres ni dónde vivían. Más bien querían saber qué tenía pensado hacer en el futuro, cuáles eran sus metas y sus ideales. Se percató de que la gente allá tenía tiempo para ocuparse del ambiente, la política, la ciencia y el arte, todo de manera seria, pero sin llegar a insultarse ni agredirse. Pagaban sus impuestos, trabajaban para su comunidad y hacían labores sociales por los menos afortunados. Y nadie se debía vestir de un color u otro para ello.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil y aprendió muy rápido a vivir la vida normal de una familia europea promedio. Tenía acceso a todos los medios de comunicación y libertad para ver, escuchar o leer lo que quisiera. En la televisión nunca se encontró con programas interminables donde alguien hablara durante horas solamente por el placer de escucharse a sí mismo, interrumpiendo de manera sistemática la programación de todos los canales de señal abierta. De inmediato sintió el trato respetuoso con que los políticos se dirigían a la gente y se relacionaban entre ellos, concientes de que son ellos quienes sirven al pueblo y no al revés.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil y disfrutó naturalmente aquella vida normal de una familia europea promedio, ayudando en casa en las labores del hogar. Cuando debía ir al supermercado, llevaba bolsos de tela para evitar usar bolsas plásticas que contaminaran el ambiente. Encontraba los anaqueles llenos de mercancía de toda clase; nunca faltaba nada, mucho menos los alimentos básicos. Por supuesto, eso le pareció lógico, como debe ser. También fue normal que nadie le preguntara su nombre, dirección y número de cédula de identidad a la hora de pagar por lo que compraba. Luego aprendió a reciclar para conservar el mundo en que vivimos todos, no sólo ella y su familia, y esto también era algo completamente natural.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil y se dio cuenta de que prácticamente todos los padres de sus compañeros de clase tenían empleo y que muchos de sus amigos y amigas trabajaban durante el verano para ganarse un dinerito extra. La ciudad tenía una economía sana que contaba con producción propia e inversiones en industrias y servicios, haciéndola sustentable e independiente.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil y aprovechó al máximo vivir la vida natural de una familia europea promedio. Un día llamó a sus padres y les preguntó qué hacían ellos en un país donde la vida diaria no era normal: “Por qué cuesta tanto trabajo intentar vivir bien y de manera decente allá?”, dijo. “No es normal pasarse la vida atormentados, con miedo, insultados, en una constante penuria, teniendo que luchar a brazo partido por hacer respetar nuestros derechos y por exigir cualquier cosa que debería estar a disposición a través de los impuestos que se pagan. No, eso no es normal”.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil y durante ese tiempo logró vivir, por primera vez, la vida normal de una familia promedio en cualquier lugar del resto del mundo civilizado. Abrió los ojos y el alma a lo que realmente era una vida normal, y a pesar de que en el fondo no quería regresar, tuvo que hacerlo. Aprendió una gran lección que recordaría el resto de su vida. Por su parte, el intercambio estudiantil fue todo un éxito.

Una jovencita venezolana se fue a Europa por unos meses en un intercambio estudiantil. ¿Y qué pasó con el estudiante europeo que iría a Venezuela a cambio de ella? Pues nunca fue, porque aquel país suspendió esa parte del programa debido al problema de la inseguridad...



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