Mi garganta ya no encerraba un excesivo
calor; ahora era presa de un enorme nudo que no me dejaba articular palabra.
Esa noche descubrí que el odio podía ser frío. Que la decepción era muda. Que
la incertidumbre era blanca. Saberme traicionada me abrió los ojos a la
inmensidad llena de estrellas, de nuevas posibilidades. Dentro del golpe sentí
un embrión rompiendo la piel de su semilla y supe que mi destino era renacer.
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