Eran las 5:30 de la mañana. Antonio regresaba
más temprano de lo regular. Se sintió mal en el trabajo y había llamado al
relevo de las 8:00 para que adelantara el turno. Se preparó un café, como lo
hacía cada día al llegar. No pasó a la habitación para no despertar a Ana, que
dormía cansada la rutina de la semana. Taza en mano, se recostó en el sofá,
sorbiendo poco a poco. Entonces, justo antes de las seis, con el cantar del
gallo, se abrió la puerta de la casa, dejando entrar a Ana.
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