LIBROS POR PATRICIA SCHAEFER RÖDER

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miércoles, 15 de octubre de 2014

S I G L E M A


Soy un poema
que respira palabras
en cien mil voces.

Imagen viva
se mueve entre líneas
y me levanta.

Grandes conceptos
crecen en mis estrofas
limpias, sencillas.

Luz de las letras
desdóblame en el papel
ve por el viento.

Espárcete en mí
minúsculo núcleo
potente idea.

Me invitas a ir
al final del gran mundo
y descubrirlo.

Adentro y fuera
soy pequeño e inmenso
en mil respuestas.


©2014 PSR


miércoles, 20 de noviembre de 2013

DIVINA



Divina es la mirada limpia que me devuelves
entre tantas otras que huyen incómodas
por miedo a los desconocidos
Divina es tu compañía
suave y tranquila
cual cielo albiceleste de verano
llenando de paz los lugares que habitas
Divina es la esencia femenina
genuina, impecable, madura
quinientas rosas que se abren
sublimando de tu cuerpo a cada instante
Divina es tu paciencia
infinita y sabia
reino de muchas inteligencias
particulares
simbióticas
que coexisten en complemento
Divina es la sensibilidad
que te hace ver más lejos
un arco iris rodeado por tormentas
dulce perspicacia que revelas
en nuestro trato
Divina es tu expresión insondable
llena de universos nuevos que explorar
quisiera pasear por tus ideas…
Divina es tu faz hermosa
diseñada con maestría y delicadeza
ojos profundos
boca delicada iluminada de sonrisas
cutis perfecto
Divina esa figura entera de diosa generosa
agradable
querible
amable
hogar de tu espíritu guerrero
indómito
Divinas las piernas que tanto te placen
estremeciéndote entera al roce de otra piel
nuevas manos
labios
pétalos
tierna y apasionada
Divina es la experiencia
que conviertes en arte
con la magia de tus letras
regalada a los demás
Divina es la luz que emana de tu alma
inundando todo de belleza
sutil
contundente
Divina eres
Divina siempre, querida amiga.


©2013 PSR


miércoles, 23 de febrero de 2011

PALABRAS... EN TODOS LOS IDIOMAS

Son infinitas. Nacen, se transforman, evolucionan, decaen, crecen, se mueven, se pelean, se aceptan, se imponen… Son señales que utilizamos para comunicarnos con los demás; las piezas fundamentales del lenguaje verbal que representan nuestras ideas: son las palabras.

Las palabras son el vehículo por el cual los recuerdos perduran, transmitiéndose de generación en generación. Son maravillosas; moldeables, ágiles, dinámicas, se ajustan a lo que deseamos transmitir. Son bellas; tienen una armonía y ritmo propios que las hacen flotar inmersas en una música perenne. Son versátiles; sirven para absolutamente todo, y cumplen sus funciones a la perfección. Son un instrumento contundente que posee toda la fuerza y la precisión que se le quiera dar, de la manera exacta que se desee hacerlo. Por eso hay que aprender a usarlas, para aprovechar todo el potencial y el esplendor que encierran.

No trato aquí de quitarle mérito a las acciones o a los hechos, ni tampoco al valor del silencio. Hay momentos en que las palabras no tienen cabida, unas veces porque no se necesitan, y otras porque no se desean. Es cierto, una imagen puede decir más que mil palabras y un hecho puede contarnos más que toda una enciclopedia, pero en general, el uso de las palabras nos ayuda a razonar, a comprender y a explicar las cosas que suceden a nuestro alrededor.

Las palabras no son buenas ni malas, su significado varía según el contexto en que se encuentren y la intención con que se expresen. No existen palabras prohibidas, lo que hay son conceptos que nos perturban. El mejor o peor significado que pueda tener una palabra viene solo por la idea que nos hayamos acostumbrado a asociarle. Las palabras se inventan para expresar cuanto pensamos, sentimos, deseamos, soñamos. Tan solo están allí, neutras, esperando que las usemos. De nosotros depende lo que hagamos con ellas.

Por eso no concibo las guerras. Estoy convencida de que cualquier conflicto debe poder solucionarse por la vía diplomática; para eso están los embajadores, a quienes por cierto se les paga muy bien. Automáticamente recuerdo aquel dicho popular que nos enseña que “hablando se entiende la gente”. Si el ser humano fuese de verdad tan civilizado como alardea —o como pretende convencerse a sí mismo de serlo, desarrollando las ciencias y las tecnologías al límite—, no habría necesidad alguna de que los pueblos se enfrentaran entre sí, ya que utilizarían el mejor recurso que nos diferencia de los animales: la palabra.

Mi trabajo me exige estar en contacto constante con las palabras. Como traductora y editora manejo las palabras de los demás, ayudando a darles el sentido que cada autor les quiera dar. Pero a pesar de que es mi oficio y debo ocuparme de ellas de manera profesional, no me canso de admirarlas. Me atraen con una fuerza increíble, sé que estoy enganchada sin remedio alguno y disfruto este idilio de la forma más intensa.

Una de mis grandes pasiones es jugar con mis propias palabras. Puede hacerse todo con ellas; crear y destruir, propagar amor y sembrar odio, elevar y deprimir, cultivar sueños o romperlos, aclarar, confundir, contar algo y desmentir otro tanto, decir la verdad y engañar, manipular… Las palabras son sumamente importantes; de su mano podemos ir camino a la cordura o perdernos en los laberintos de la insensatez. Pueden darnos seguridad, pero también pueden ser muy peligrosas. Podemos usarlas para defendernos, pueden sanar nuestro cuerpo y nuestra alma devolviéndonos la vida o la libertad, y por otro lado pueden recluirnos o herirnos de muerte. Son un escudo y un arma a la vez; son extremadamente poderosas.

Amo las palabras y el poder ilimitado que tienen. Con las palabras adecuadas podemos abrirnos, contar nuestra verdad y decirlo todo, llegando adonde queremos… o no decir nada y dar mil vueltas en círculos.

Cada palabra tiene una fonética precisa que la hace especial. Me gusta mucho lo que siento con las letras m, n, s, r, d, l, y sobre todo con la ñ. Me seduce la melodía de las palabras. Las diferentes combinaciones de sonidos las convierten en acordes impecables de notas puras en tiempos perfectos. Las palabras adecuadas susurradas al oído me estremecen hasta el tuétano. Así, coincido por completo con Isabel Allende cuando dice que el verdadero punto G está en el oído.

Las palabras escritas tienen una belleza estética única, sobre todo cuando leemos algo escrito en letra cursiva. Tienen una impecable armonía áurea y sin embargo están llenas de carácter, personalidad y esa magia que hace que nos imaginemos su timbre inigualable, su voz propia. ¡Qué delicia leer ciertas palabras que van raudas como flechas, directo al alma! Sí, en mi caso estoy convencida de que también tengo una extensión del punto aquel en la vista…

Más que fascinada, me siento unida irremediable y divinamente a las palabras. Sin embargo, en los últimos tiempos y en contra de mi voluntad, las palabras se me están escondiendo. De pronto se desvanecen en el aire, no las puedo atajar cuando se desprenden de las ideas, liberándose violentas, perdiéndose rumbo a otros horizontes. Las busco sin éxito debajo de las pilas de sueños amontonados, empolvados, amarillentos del sol que entra por mis pupilas. Sobre todo las primeras palabras, las más evidentes, se están volviendo tan escurridizas como una serpiente marina.

Espero encontrar pronto el hilo perdido de las palabras para poder respirar de nuevo en paz. Lo admito, estoy profundamente enamorada de ellas. ¿La palabra que más me gusta? Pasión.


© 2011 PSR

miércoles, 26 de enero de 2011

TRABA

un universo nevado
se abre gélido
frente a mí
profundamente blanco
sin líneas que lo interrumpan
desierto avasallante
sin puntos
ni uno solo
perdido en el camino
ni por error.

mil ideas
laten en la mente
burbujeantes
cada una peleando
por salir primero
por llegar
palabras, sueños
conceptos, anhelos
deseos…
tantas historias
buscan realizarse
sin encontrar una chispa
que encienda la mecha.

una vez más lo intento
preparo todo
resuelvo cuanto asunto pendiente
pudiera quedar
recojo
organizo mi vida
al fin
me hago dueña del tiempo
del mío
cierro los ojos
mis pulmones se llenan
hasta el fondo
deliciosamente
de pronto
un resplandor me deslumbra
llegó el momento
lo presiento
eufórica
miro mis manos
veo la hoja
…nada.


©2011 PSR

jueves, 23 de diciembre de 2010

TRAZOS

Trazo líneas sobre el papel
más largas, más cortas
gruesas, finas
en pequeños grupos
…o más grandes
las organizo de muchas formas
particulares
precisas.

Las reúno
las separo
las combino
de tantas maneras distintas
las creo y las destruyo
dándoles o quitándoles
aliento
vida
diferentes siluetas
infinitos sentidos
con mil significados
eternidad de rumbos
en todos los horizontes.

Trazo a trazo
dibujo con mi pluma encantada
contornos mágicos de sueños
deseos no pronunciados
conceptos, hechos
realidades
verdades contundentes
ideas que fluyen libres
por los ríos de la mente
desde aquel manantial del alma
cayendo sin prisa
gota a gota
en este folio nevado.

Tal vez un día
alguien sepa darle uso
a esos trazos espontáneos
líneas curvas naturales
rectas
sinuosas
que emergen de mi mano
en un halo de polvo de estrellas.

Pinto tiempos en mi tiempo
unos que no conozco
sitios desconocidos
momentos que aparecen de pronto
...y desaparecen en el vacío.

Formo nuevos universos
lentamente
poco a poco
mundos que están conmigo
otros a los que yo emigro
buscando tal vez
un punto
geográfico
ortográfico
biográfico
cronográfico
…siempre gráfico
en el que sienta
que la vida puede ser
lo que mi pluma quiera.

Tantas rayas
marcas
rasgos
tantos signos
se dibujan
con vida propia
a través de mi mano
sorprendida
escurriéndose luego
entre las líneas
como un sueño en la alborada
una lágrima en la mejilla.

En un instante cualquiera
sin aviso previo
los trazos
las formas
vuelven a convertirse en línea pura
todo regresa a su esencia
recobrando de nuevo
color
carácter
silueta.

Las palabras se desdibujan
en mi memoria
delicadas
frágiles
el papel las guarda con celo
para que no escapen
no se pierdan
ni se escondan
para mostrártelas
en sueños compartidos
y juntos
de paseo por su senda
volar al infinito...


©1993 PSR

miércoles, 29 de septiembre de 2010

RITUAL DEL BAÑO

Hay un lugar en la casa donde se pierden las dimensiones y los parámetros. Cada vez que entro en mi baño me sucede algo muy raro. Es como si el mundo cambiara súbitamente; las paredes giran entre el piso y el techo, distorsionando el espacio y torciendo el mobiliario. Me siento insegura y a veces hasta pierdo el equilibrio.

Parece un universo paralelo. Apenas cierro la puerta tras de mí, las rectas comienzan a doblarse, lentas pero seguras, derritiéndose cual obra de Dalí. Los vértices del techo pierden la continuidad, haciendo que su rígida plataforma se suavice; moviéndose como una gran bandeja invertida que oscila inclinada sobre un eje invisible. En las paredes, las baldosas vibran a un ritmo y la bañera a otro. Las plantas se estiran y encogen como si fuesen de goma. La luz encubre algunos objetos a la vez que descubre formas geométricas nuevas para mí. Hay en el espacio una calma atrapada en el aire de recambio, como un fluido en suspensión dentro de otro más pesado; alumbrado por la mezcla de neón y luz natural que se cuela por la ventana.

El tiempo va y viene en muchos sentidos. Se pierde la estructura horaria, descosiéndose en un haz infinito de instantes que se mueven al ritmo de mis párpados hacia adentro y hacia afuera, de un lado a otro, de arriba hacia abajo, al futuro y al pasado. A veces se vuelve circular, otras veces se transforma en una espiral, pero no fluye; más bien lo invade todo instantáneamente; suave e implacable.

En ese espacio y ese tiempo trastocados, las ideas entran y salen de mi cabeza, siguiendo el pulso de los objetos inmersos en el ambiente intratemporal. Mi mente se deja llevar por el tráfico desordenado de pensamientos que se agolpan en cada resquicio de materia gris para intentar ver la luz a través de mis ojos. Ni me tomo la molestia de intentar organizarlos, prefiero dejarme llevar por ellos y participar en esa suerte de malabarismo caótico que me empujará a descubrir algo inimaginado hasta ese mismo momento.

Mucho más que un refugio del pensamiento, el baño se ha convertido en mi celestina espiritual y física. Es allí donde me encuentro con mi amante. Me visita cada noche, escondido en algún lugar de la casa, donde nadie lo puede encontrar. Paciente, espera el instante en que entro al baño, siguiéndome de cerca pero sin que lo perciba. Dejo la puerta entreabierta en una invitación perenne, segura de que no me defraudará.

Mi ritual del baño es lo más importante del día. Es la oportunidad de olvidar por un rato la rutina del diario vivir; de deshacerme y volverme a hacer a mí misma. La bañera se convierte en mi pedacito de mar particular; el inverso perfecto de una isla privada, bordeada por velas que regalan la luz precisa para el descanso del espíritu. La taza de té caliente exhala su aroma a vainilla desde el saliente izquierdo, y sobre el derecho descansan dos trufas de chocolate amargo. Todo está listo. Abandono las ropas que me atrapan inclementes y, solemne, entro a la bañera, donde aguarda el elemento sanador.

El agua salada y tibia relaja mis sentidos, limpiándolos de cualquier resto de sensación que haya quedado atrapada en mi cuerpo por error. La luz tenue y el divino maná tranquilizan mi alma, desahogándose entera en un hondo suspiro.

Es entonces cuando mi amante viene a mí. La única intromisión permitida en mi nirvana. Sutil, se desviste y entra a hacerme compañía en mi paraíso acuático. Se me acerca por la espalda, despacio, recorriéndola de abajo hacia arriba con las manos abiertas en abanico. Me abraza luego por los hombros y, ceñido a mí, besa suavemente mi cuello una y otra vez. Con cada beso, la piel de todo mi cuerpo se va erizando más y más, imitando una tunera brava en flor. El placer es tal, que por un momento nos convertimos en tortugas marinas y danzamos al compás de los tímidos cirios de la noche.

Mi amante no me da tregua; me ataca y me cuida, besándome, acariciándome, abrazándome con todas sus fuerzas para después soltarme, gentil y delicado, seguro de que regresaré inmediatamente a buscar refugio en su pecho. Jugamos, reímos, sentimos, amamos. Compartimos la relación más profunda y honesta, sin condición ni préstamo de emociones. Nos volvemos energía pura en la intimidad del baño, mientras que en el resto de la casa la rutina continúa su camino, inclemente, definiendo las vidas de quienes se dejan llevar por ella. Me alivia saber que eso no me sucederá a mí. En ese rato existimos sólo dos, y nos deja sin cuidado cualquier otra cosa que pueda suceder.

Al final, extasiados y llenos de vida, mi amante secreto se despide en silencio, los ojos prometiéndome que volverá mañana. Luego se desvanece, dejando en la alfombra sólo sus huellas mojadas junto a las mías. Una vez más, he recobrado mi alma.



©2005 PSR
fragmento tomado de un trabajo en proceso