LIBROS POR PATRICIA SCHAEFER RÖDER

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miércoles, 16 de abril de 2014

RECOMENZAR


hay aves que nunca alzan el vuelo
pero todos los peces nadan

recomenzar no existe
todo en la vida tiene un solo inicio
luego hay continuaciones de lo primero
aquello que una vez empieza nunca llega a un final

recomenzar es un sueño
la realidad está en mantener el hilo
cambiar, ajustar lo que ya está
para seguir

hay aves que nadan
otras corren, brincan
algunos peces saltan fuera del agua intentando volar
pero todos los peces nadan

recomenzar sólo es respirar
sentir que nos damos una oportunidad
para esforzarnos más
trabajando
para amar más
aceptando
para tener la paciencia que no quisimos antes
sin borrón ni cuenta nueva

recomenzar puede ser redefinirse
redescubrirse
reencontrarse
puede ser redimirse
replantearse la vida de una manera insospechada
pero siempre sobre la senda que marcamos
la que lleva el desgaste de nuestras suelas
la única
la verdadera

no hay caminos alternos
ni atajos
nada se detiene

hay aves que bailan
para impresionar a su pareja
otras migran lejos
y en el momento preciso regresan
el ser humano hace lo mismo
copia a las aves
cree que imitándolas puede tomar impulso
para recomenzar
así se engaña, complacido
piensa que cada día es un nuevo comienzo
olvida que todos los peces nadan
sin parar
no es un círculo la vida
en todo caso es una espiral
no hay historia que pueda volver al principio
cuando ya se echó a andar.


©2014 PSR


miércoles, 29 de junio de 2011

CONCLUSIÓN

parpadeo despacio
diviso esa silueta silente
la misma sombra de siempre
que se aleja
inclemente
una vez más.

solo aire frío y seco
a mi alrededor
un vacío tan grande
me aplasta por los cuatro costados
comprimiéndome
ahogándome
desnuda de tiempo
y vida.

araño los recuerdos
cálidos
cuando en la penumbra
tus labios buscaban mi boca
tus manos vestían mi piel
rozando tu aliento suave
mi oído encendido
en mil llamas
inextinguibles.

te busco en cien océanos
en medio de mí misma
sin suerte alguna.
paso a paso
amor mío
ahogaste cauteloso
sin piedad
tanto cariño
arponeaste preciso
cualquier rastro de sentimiento
que pudiera flotar a la deriva
tiñendo mi mar
del escarlata más brillante.

mis venas laten sombrías
solo lo necesario
para respirar
esta capa tan fina
que me envuelve
…mi propio aire reciclado.

escombros por todas partes
el corazón desmembrado
busca refugio
inútilmente
lejos
en aquel pueblo fantasma
que ocupa amplio
el lado opuesto del pecho.

ese abrazo se destiñó en mi piel
como el trapo corroído
de tu mal querer
en la primera luz
aquella mañana
cuando me echaste.

ya fue.
por fortuna
tu voz no resuena más
en el centro de mi mente.
descanso al fin
adiós.
mi alma respira hondo
vivo de nuevo
libre.


©2011 PSR

miércoles, 11 de mayo de 2011

SILENCIOS

“…Al fin llegamos. Al abrir la puerta de la casa, la luz se apagó de repente. De pronto todo quedó en calma, incluso los niños quedaron silentes. Entramos cada quien a lo suyo, junto al silencio que se abrió paso de golpe en el espacio, llenándolo de una quietud abrumadora. En el aire hay una presión y un peso que nunca antes había experimentado; el silencio intenta perforarme los oídos y el cerebro. La calma total es apabullante, es la ausencia de cualquier cosa. Es la aniquilación, la muerte; peor aun: la no existencia. La ausencia de todo sonido crea esa paz fantasmagórica que tienen los objetos inertes, inanimados. No queda ni un murmullo, ni rastros del rumor de alguna máquina, ni el trinar de las aves o los sonidos ásperos de los insectos. El silencio que se apoderó del atardecer me subyuga, aplastándome, haciéndome incapaz de articular palabra. Ni siquiera puedo hacer ruido porque el silencio se lo tragaría. Romper el silencio es una tarea titánica; es vencer el mayor obstáculo en mi vida en este preciso instante. Sería equivalente a destruir el entramado de cristales que forma el espejo de un lago en pleno invierno; se rompería la estructura. La calma es más poderosa que el ruido. Es más fuerte que mil cadenas. El sonido implica desorden, es entrópico; la calma es fuerte porque depende del orden. El silencio puede aniquilar cualquier intento de explicación o razonamiento. El silencio es sublime y tiránico a la vez. Puede destrozarnos o liberarnos, pero siempre tiene el poder de la última palabra. El silencio gana. Al principio de todo había silencio, y al final también lo habrá. El nacimiento y la vida del universo suceden gracias al amable interludio de sonido que nos regala el silencio dueño de las dimensiones, que volverá a invadirlo todo cuando ya todo haya acabado.

En medio de este silencio universal, comienzo a divagar igual que lo hacía cuando era niña. En aquel entonces pasaba horas sentada frente a un objeto magnífico, esperando que algo sucediera. En realidad sucedía cada media hora, pero yo pasaba paciente toda la tarde, atenta al momento preciso para no perderme de nada. Así lo veía varias veces, y me quedaba maravillada siempre. A pesar de verlo una y otra vez, no me cansaba. Cada nueva ocasión era un nuevo regalo, una nueva oportunidad de experimentar la magia, una nueva manera de recomenzar, tal vez. Eran momentos de grata espera, en los que la imaginación viajaba a través del pasillo nublado de mi casa hacia bosques encantados, llenos de seres fantásticos y personajes mágicos. Entonces huía del lobo o me enfrentaba a la bruja, luchaba con el dragón o ayudaba a las hadas; pero siempre salía victoriosa y me reunía con el príncipe valiente en un final feliz. Todo eso sucedía mientras estaba sentada en el suelo, en silencio, mirando hacia lo alto de la pared en una especie de hipnosis que llegaba a su punto culminante cada vez que la aguja larga señalaba al cielo o a la tierra. Una bella pieza de madera tallada con motivos de árboles y pájaros, con manecillas blancas que paseaban por números romanos. Me miraba imponente desde aquel lugar inalcanzable, y sin embargo, estaba suficientemente cerca para poder observarlo en detalle, desde el mismo punto del pasillo, todos los días de mi niñez. Concentrándome en su presencia pura podía dejarme ir lejos y soñar. Era exacto. Era perfecto. Era maravilloso. Nunca me falló, no me decepcionó ni me engañó jamás. En mi imaginación subía por las cadenas y llegaba al centro de su mecánica. Como el príncipe de Rapunzel, deseaba conocer al que cantaba y se escondía detrás de la ventana. Quería saber quién hacía funcionar el mecanismo y cómo lo hacía con tanta precisión. Pasaba el tiempo observando minuciosamente todos los cortes en la madera, las figuras, los adornos. La fantasía y la realidad se fundían en mi conciencia despertando cada fragmento de memoria, liberando el pensamiento que estallaba en miles de ideas nuevas, ansiosas de que la niña en mí les diera vida. Y de pronto, cuando menos lo esperaba, el cucú cantarín salía a saludarme, amable y fugaz. Me alegraba verlo de nuevo. Y me quedaba sentada, soñando durante otra media hora, para volverlo a ver…”.


(fragmento tomado de un trabajo en proceso)

© 2009 PSR