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sábado, 25 de abril de 2009

TODOS SOMOS EXTRANJEROS... CASI EN TODAS PARTES

Toda la vida he sido extranjera; en el país de mis hijos, en el de mis padres y en todos los demás. Incluso en mi propio país. De alguna manera mi nombre siempre va acompañado del adjetivo de algún país. En Venezuela soy “Patricia la alemana”, y en Alemania soy “Patricia la venezolana”. Aquí en Puerto Rico he sido ambas, igual que en Nueva York. Soy de varias partes y no soy de ninguna. Pero lo importante es que, como quiera que sea, soy. Soy una mezcla de culturas, de pasiones y de historia. Valga esta reflexión personal para explicar lo que pueden sentir tantas personas como yo, que no llegan nunca a ser consideradas de algún lugar en particular.

La humanidad está comenzando el siglo XXI de la era común. A lo largo de la historia hemos ido desarrollando la cultura humana: las ciencias naturales, la tecnología, la medicina, la filosofía, la religión y las artes. Pero, ¿qué hay del desarrollo social de la humanidad? Algunos hablarían sobre la evolución de las sociedades como grupos aislados, desde el momento en que se pronunció la primera palabra en la estepa africana, hasta el instante en que escribo estas líneas en la computadora. Yo, en cambio, me refiero al desarrollo social del género humano como un todo formado por cada una de las personas que habitan nuestro planeta. En este aspecto, difícilmente podría decirse que hemos superado nuestros instintos más básicos de primates territoriales.

Curiosamente, el concepto de “humanidad” incluye, entre otras acepciones, la naturaleza y el género humanos, así como también la sensibilidad ante las desgracias de nuestros semejantes. Sin embargo, vemos que quienes defienden el supuesto desarrollo social y cultural de la humanidad no pueden explicar lo que pasa con las relaciones humanas y la tolerancia. Se supone que el progreso debería conllevar a un mayor respeto por el prójimo. Lamentablemente, esto no sucede. ¿Por qué? Simplemente porque el ser humano sigue siendo un animal territorial.

Al igual que en las demás especies de animales, está en la naturaleza del ser humano buscar su bienestar. Es un asunto de supervivencia. Nómada o sedentario, el ser humano lucha por perdurar. Cada quien hace lo que puede para echar adelante. Las personas migran por diversas razones: una vida mejor, libertad, amor y mejores oportunidades de conseguir empleo. El movimiento de los diversos pueblos ha tenido lugar a lo largo de la historia. El clima, la guerra, las enfermedades y la escasez de alimento están entre los factores principales que influyen en dichas migraciones. Existen grupos étnicos que migran con mayor frecuencia que otros, adaptándose con mayor facilidad a su nuevo ambiente. En general, los grupos del Mediterráneo muestran una mejor adaptación a lugares nuevos, asimilándose con mayor rapidez a la cultura, las costumbres y las ideas, mientras que los ingleses y asiáticos son más conservadores y por lo tanto no se adaptan con tanta facilidad.

Debido al flujo en la población, las ciudades tienden a crecer, mientras que en el campo la cantidad de habitantes disminuye. Este movimiento de gente puede ocurrir en el mismo país, así como también entre diferentes países. Las grandes ciudades siempre han sido destinos migratorios importantes para muchos. Así, encontramos personas quienes a pesar de tener la misma nacionalidad y hablar el mismo idioma, también son “extraños” en estas ciudades grandes. Sin embargo, es evidente que la gente que viene de afuera casi siempre es más conspicua que aquellos que migran dentro del mismo país. Los extranjeros no hablan como las personas originarias de ese país; tienen una cultura, valores y maneras de pensar diferentes, y a veces incluso son físicamente distintos de la población a la que llegan.

La primera generación de inmigrantes –aquellos que dejan su tierra natal– tiene que enfrentarse a muchos obstáculos para adaptarse y ser aceptados por el resto de la población. A veces, la cultura a la que llegan no es muy abierta a las costumbres de los inmigrantes; así que, en general, la primera generación hará todo lo posible por hacer el camino para ellos y sus hijos, incluso a costa de dejar de lado su propia cultura e idioma. (No es este el caso en los guetos, donde las personas de un mismo origen, raza o religión viven marginadas del resto de la sociedad y no hacen ningún esfuerzo por asimilarse).

Normalmente, la segunda generación se adaptará mejor como consecuencia de crecer en el nuevo ambiente, el cual le resulta natural. Ellos compartirán la herencia cultural de sus ancestros –incluso el idioma– así como también las nuevas costumbres que aprendan. Así, hablarán ambas lenguas con naturalidad, sin ningún acento que los pueda hacer distintos del resto de la población. Usualmente la segunda generación se verá a sí misma como oriunda del lugar, pero tendrá sentimientos mezclados cuando se le pregunte “¿de dónde vienes?” o “¿de dónde es originalmente tu familia?” ya que aún está en la fase de transición que comenzó con sus padres. No ayuda para nada que los lugareños los sigan considerando “extranjeros”, sin terminar de aceptarlos sólo por el hecho de que llevan un apellido raro, o que sus abuelos no sembraron esa tierra. La tierra. El territorio y su dominio son más fuertes que la tolerancia; siempre aparecen en algún momento. Lo he podido comprobar una y otra vez a lo largo de mi vida como hija de inmigrantes, y como inmigrante de primera generación. Nunca se termina de admitir una crítica que venga por parte de un “llegado”, aunque tenga muchísimos años de haberlo hecho. Igual pasa con sus hijos; todo está bien mientras mantengan la boca cerrada y sus opiniones silentes. A muchos se les olvida que aquellos que van a otro lugar, generalmente resuelven hacer de ese sitio su nuevo hogar. Se convierten en “lugareños por decisión”, no porque les tocó nacer allí. Le toman cariño, lo viven y se alegran o sufren por las cosas que allí suceden. Allí echan raíces, allí tienen a sus hijos. Todo muy bien, todo bello; pero si se les ocurre decir algo que no esté totalmente de acuerdo con lo que los demás quieren escuchar, rápidamente salta alguien con la trillada frase: “Si no te gusta, vete”. No es tan fácil. “¿Por qué me voy a ir, si yo también soy de aquí? A mí también me afecta lo que pasa, igual que a ti. Si tú hubieras hecho el comentario, todo estaría bien. Pero lo hice yo. Entonces, ¿cuál es la razón por la que me echas de mi tierra?”. De nuevo la tierra. No podemos escapar de nuestra naturaleza territorial.

Una vez que la segunda generación se casa con alguien autóctono, los hijos no tendrán ningún problema con su identidad. Al fin y al cabo, aunque llevan la carga cultural de sus ancestros, ellos son de ese lugar, igual que sus padres, pero resultan aceptados con mayor facilidad por el resto de la población. Dependiendo de cada persona, le darán más o menos importancia a la herencia foránea en su vida diaria, y criarán a sus hijos principalmente de la manera autóctona. En este sentido, la mezcla de las culturas ya ha comenzado, resultando a largo plazo en una civilización más rica en ingredientes universales que serán asimilados de forma natural por todos.

Por otro lado, a nivel social, aunque el resultado de las migraciones puede ser muy positivo, eventualmente pueden ocurrir choques como consecuencia indirecta de diversos problemas que enfrentan los países destino y que resultan, entre otros, en una mayor carga que lleva al aumento de los impuestos para la población. Normalmente el acercamiento entre las culturas propicia la tolerancia hacia las distintas razas y religiones, pero cuando se pasa por dificultades como el desempleo y la falta de dinero para los programas de seguridad social, comienzan los resentimientos. Nuevamente aflora el instinto de territorialidad. La escasez de recursos ocasiona conflictos entre la población oriunda del lugar y los inmigrantes, aumentando la tensión a la vez que se reduce la tolerancia, tan importante para mantener la paz en el mundo de ahora y en el de nuestros hijos. Los problemas culturales –el rechazo al posible aporte foráneo– pueden llevar a la xenofobia y al racismo, expresiones más exacerbadas de la territorialidad primitiva y la ignorancia, que no aportan nada al desarrollo social de la humanidad, sino que más bien producen en la población una sensación de angustia y desasosiego, además de un malestar generalizado que puede crear fisuras insalvables.

Es preciso ver las migraciones como una oportunidad para el enriquecimiento de las culturas, la ocasión de crecer de ambas partes, en lugar de tener temor a que se nos despoje de algo. La tolerancia es crucial en las buenas relaciones entre los individuos y entre los pueblos. La intolerancia conduce al odio y la violencia, y estos a su vez llevan a problemas más graves que incluso pueden terminar en guerras. Es hora de pensar en el ser humano como un “ciudadano del mundo”, olvidando las diferencias en el origen de cada quien. Por el bien de la humanidad, debemos ser tolerantes, abiertos, sencillos y suficientemente humildes para aceptar que los demás no necesariamente tienen que ser iguales a nosotros. De esto dependerá que podamos vivir en armonía.


©2005 PSR

** "Todos somos extranjeros...casi en todas partes" mereció el Segundo Premio en el 1er. Certamen Nacional de Poesía, Cuento y Ensayo de la American University of Puerto Rico en Manatí, Puerto Rico 2009.

EINE FRAU ZU SEIN

Ich bin eine Frau und kann nicht aufhören, mich darüber zu wundern.

Das Bewußtsein über meine Weiblichkeit gibt mir gemischte Gefühle, die zusammenkommen um ein so kompliziertes und herrliches Ergebnis zu formen, daß es wirklich schwer ist, es mit Wörtern zu erklären.

Ich bin eine Frau und ich freue mich darüber. Weil jede Frau etwas von Mutter, Gefährtin, Freundin und Kind hat. Weil wir leidenschaftlich, verständnisvoll und nobel sind. Weil wir Kämpferinnen sind; wir können viele Sachen für unsere Kinder machen, für unseren Partner, für unsere Familie. Weil wir uns opfern und undenkbare Taten eingehen können, wenn wir glauben, daß es sich lohnt. Weil wir lieben, fühlen, glauben und denken in einer ganz bestimmten, einmaligen art. Weil unser Körper wunderbar ist; wir können lieben, leben zeugen und es dann ernähren. Weil von uns das Leben kommt, welches uns überleben wird und unsere Verlängerung ist. Weil, sowohl wir fähig sind um zu bekommen, wir nie aufhören zu geben. Weil wir die seelische und moralische Stütze der Familie sind. Weil wir unheimlich schwere Lasten tragen können, und trotzdem noch ein mutiges Wort für die haben, die müde sind. Weil wir uns weigern runterzukommen; immer suchen wir den Weg um vorwärts zu gehen, trotz aller Schwierigkeiten. Weil unsere Seele voll schöner Blumen ist. Weil wir mit Zärtlichkeit das Leiden der anderen mindern können. Weil wir durch unser dasein die Geschichte ändern können. Weil unsere Liebe die unglaublichsten Sachen erreichen kann. Weil wir sehr tief fühlen. Weil wir lieben ohne Bedingungen zu stellen, wir geben uns ganz und sind unserer Liebe treu. Weil wenn wir lieben, es mit allen unseren Sinnen tun, mit Körper und Seele. Weil wir die Oase unseres Partners sind. Weil wir geduldig und tolerant sind. Weil wir unseren Zielen nachgehen ohne die anderen auszuschließen, die wir lieben. Weil wir mit einen Lächeln die anderen glücklich machen können. Weil in unseren Herzen viel Platz für die anderen ist. Weil wir unsere Kinder behüten und sie für das Leben optimistisch vorbereiten. Weil wir fähig sind unser Leben für unsere Kinder zu opfern. Weil wir sensibel sind. Weil wir unsere Weiblichkeit natürlich ausleben. Weil wir Komplimente mögen, die einen Grund haben. Weil, obwohl uns das alles bewußt ist und uns dadurch stark wissen, wir trotzdem zart bleiben. Weil, obwohl wir beruflich auf gleicher Ebene wie die Männer sind, wir Wert legen auf Achtung und Respekt von ihnen. Weil uns aber auch wichtig ist, daß wir als Frauen im besten, einzig wahren und gültigen Sinne behandelt werden. Weil wir es nicht nötig haben, uns jederzeit zu beweisen wieviel wir wert sind; das ist eine Tatsache und alle wissen es. Deswegen ist es so schön und faszinierend unser Dasein vollständig auszuleben, weil wir wichtig und unentbehrlich sind. Nie sollten wir es vergessen und noch weniger verstecken: wir sind Frauen und müssen stolz darüber sein.


©1995 PSR 
 

jueves, 23 de abril de 2009

AVENTURA EN CARACAS

Aventura en Caracas

Por Tile Schaefer

Su rostro tenía aquel tono pardusco que muchas veces adquiere la piel de los europeos después de una larga estadía en el trópico, cuando no se vuelve colorada debido al elevado consumo de oporto y whisky. Con su pequeña estatura, cabello escaso y lentes de montura dorada y gran aumento, a través de los cuales pestañeaban dos ojos grises, lucía como cualquier otro. Parecía un pequeño contador o comerciante.

–¿Conoce usted Caracas? –preguntó–. Yo vivo aquí desde hace casi cuarenta años. En aquel momento, durante la gran quiebra bancaria en Alemania, usted sabe, al comienzo de la crisis, junté todos mis ahorros y vine aquí a probar suerte.
>>Hoy en día se encuentra aquí, junto a la practicidad gerencial y la objetividad del sentido comercial, no sólo la exquisita educación y cultura de los Amos del Valle, sino que de vez en cuando se topa uno con el don de la contemplación intuitiva, el contacto con lo sobrenatural; aquella relación con la naturaleza que yace adormecida bajo la superficie de una raza resultante de la mezcla de indios, negros y blancos.

El pequeño hombre bebió un sorbo de vino, carraspeó ligeramente y prosiguió:
–Debo decirle que soy agente de seguros. No tengo una gran oficina, no, no, sólo una empleada que contesta el teléfono y se encarga del papeleo, pero soy independiente.
>>Hace un par de meses encontré una tarde, al regresar de las visitas a mis clientes, una nota de ella donde decía que pasara ese mismo día por una casa en la Avenida El Bosque, en la urbanización La Florida, en relación con un seguro.
>>Después de comer un bocadillo tomé mi maletín con los documentos y me dirigí hacia la puerta. Aunque todavía era de tarde, ya estaba totalmente oscuro, ya que aquí el crepúsculo pasa muy rápido. A pesar de que estaba bastante caliente y húmedo decidí ir a pie.
>>Pronto comenzó a caer una fina llovizna. Aceleré el paso y finalmente me encontré algo jadeante frente a la casa indicada. Sin problema alguno llegué a la puerta, flanqueada por dos enormes agaves y mal alumbrada por un farol de opaca y escasa luz. Toqué el timbre y de lejos me respondió un tono quedo que se apagó rápidamente. Entonces se abrió chirriante la puerta de madera y hierro, y entré.
>>Un anciano negro de cabellos blancos vestido como sirviente me dejó entrar. Mencioné mi nombre y le dije que me esperaban. Él me pidió tomar asiento y esperar un momento mientras anunciaba mi llegada al señor de la casa.
>>Poco a poco se fue atenuando la luz de la gran lámpara de araña que colgaba del techo de vigas, ¿o tal vez sólo me lo pareció? El cansancio se apoderó de mí. Sentado en el sillón, justo cuando se me cerraban los ojos, vi por las ventanas cómo empezaban a caer rayos a la vez que retumbaban fuertes truenos. Entonces comenzó a caer uno de esos aguaceros tropicales que convierten instantáneamente cualquier paisaje en un lago. La lluvia golpeaba el techo de la casa de tal manera que la hacía temblar.
>>Al fin se arrastraron unos pasos, y desde el pasillo del fondo se me acercó un señor de tez morena con un traje impecablemente blanco. Imagínese usted, curiosamente olvidé sus facciones por completo. Solamente sus ojos, de un amarillo verdoso y con una rara expresión inanimada, son lo único que puedo recordar. Eso y su aspecto distinguido, con un toque de resignación y fatiga.
>>Me apresuré a presentarme y exponer el motivo de mi visita. Se mantuvo quieto durante un momento y luego movió la cabeza de un lado al otro, lentamente, penetrándome con la mirada. Así estuvimos parados, uno frente al otro, no sé por cuánto tiempo. Entonces, con un movimiento repentino, volvió la mitad derecha de su rostro hacia mí y dijo: "Se equivoca señor, hoy hace cuarenta años me quité la vida". Y vi cómo de un pequeño orificio dentado y rojiazul en su sien bajaba lentamente un delgado hilo de sangre.
>>En ese momento un rayo especialmente intenso iluminó la sala deslumbrándolo todo, y junto con el ensordecedor trueno que le siguió perdí el conocimiento.

>>Desperté al sentir que la humedad cubría mi rostro. Me incorporé aturdido. Estaba tendido en la calle, junto al viejo muro del jardín. Las hojas del enorme árbol de caucho, sacudidas por el viento, me echaban sus gotas en la cara. Había dejado de llover y una delgada medialuna me miraba parpadeando maliciosamente. No sé cómo llegué allí. Mi maletín ya no estaba, debí haberlo perdido. A duras penas me levanté y me fui tambaleando a casa.

–¿Qué me dice usted al respecto? –continuó–. ¿Alucinación? ¿Sueño? Puede ser, ¿quién sabe? Por lo demás le aseguro que nunca antes en mi vida me había pasado algo parecido. Pero escuche el final de la historia: por supuesto que pesqué un buen resfriado, incluso estuve en cama por dos días. Pero el incidente me robó la tranquilidad.
>>Lo primero que hice cuando regresé a la oficina fue preguntarle a la secretaria por aquella llamada telefónica. Resultó ser que la señorita se equivocó al anotar la dirección. En realidad se trataba de una calle del mismo nombre en otra urbanización de Caracas. El señor también había vuelto a llamar. ¿Así que todo no fue sino una coincidencia? Se imaginará que esa explicación no me satisfizo de ninguna manera y que aquel asunto no me dejaba en paz.
>>El jardín yacía quieto bajo el sol resplandeciente, no había ni una brisita que moviera la gran palmera, sólo un par de iguanas se trepaban lentamente por las ramas del árbol de caucho. Sacudí el portón; estaba cerrado. Desconcertado, observé la casa que parecía mirarme de manera sombría y amenazante.
>>Me di la vuelta y caminé hacia la casa de al lado, una pequeña quinta pintada de amarillo y sin patio delantero. Una anciana criolla con ropa dominguera estaba sentada en la terraza del frente, leyendo el diario mientras fumaba un tabaco. Me acerqué saludándola de manera cortés y le pregunté si sus vecinos habrían salido, porque el portón estaba cerrado. "Señor –respondió la vieja, mirándome fijamente y con desconfianza– debe estar equivocado, esa casa lleva muchos años vacía. Pero si está interesado en alquilarla, sepa que yo tengo la llave y se la puedo mostrar". Le respondí afirmativamente, ella buscó un llavero y nos dirigimos hacia la calle mientras me contaba que nadie quería alquilar ni comprar esa casa, porque se decía que allí había espíritus, ánimas.
>>Entramos por el portón hacia la casa, caminando por el sendero de baldosas. Con algo de esfuerzo le dio vuelta a la llave en el cerrojo pesado y oxidado. Pasamos. Sí, esa era la antesala que ya yo conocía, ¡pero estaba vacía! Aquí desde luego que no había vivido nadie desde hacía años. Los alféizares de las ventanas estaban cubiertos de una gruesa capa de polvo y un vidrio roto parecía servirle de entrada al escondrijo a algunas mariposas nocturnas enormes que estaban pegadas al techo. Telarañas en las esquinas, por todo el suelo había pedazos de papel y los restos de una caja rota.
>>La vieja criolla me miró sin comprender. Negando con la cabeza me di vuelta para irme. Cuando tomé el pomo de la puerta, mi vista cayó hacia la parte trasera de la entrada. ¡Allí estaba mi maletín negro!

El pequeño hombre bebió un sorbo de su vaso, apagó su cigarrillo y me dijo:
–Y ahora señor, le pregunto: ¿qué opina usted de todo esto?


©1969 TILE SCHAEFER
TRAD. ©2009 PSR

ABENTEUER IN CARACAS

miércoles, 22 de abril de 2009

TORTUGA

La tortuga es mi tótem, mi animal espiritual. Lo ha sido siempre. Personifica la casa, la madre, la sabiduría. Es muy antigua; no ha cambiado en millones de años y se ha adaptado a su medio, logrando mantenerse.

En la mitología se solía representar a la tortuga llevando al mundo sobre su caparazón; esa fortaleza le da cierto carácter terco en el que nos parecemos. Las tortugas están atadas irremediablemente a su pesado y rígido carapacho, presas de la gravedad y totalmente a merced del mundo; en este sentido son frágiles. Lo maravilloso es que, a pesar de ser tan indefensas, pueden vivir muchos años. Su caparazón les sirve de protección, pero también les impide moverse ágilmente para atacar. El mismo carapacho les confiere una gran resistencia y durabilidad, y es justamente su punto débil; ya que si por algún infortunio resultan volteadas boca arriba, morirán sin remedio. Por otro lado, cualquier sitio puede ser su hogar porque, paradójicamente, van a todas partes con su casa a cuestas.

La gran cantidad de huevos que pone en una sola desovada le confiere un fuerte componente femenino y delicado. Por ser animales tan lentos, se relacionan con la tranquilidad y la calma, y por extensión, con la seguridad. La tortuga transmite una sensación de paz y tolerancia, y es un excelente emblema para los movimientos pacifistas.

La tortuga encarna las cosas que persigo. Es longeva y existe desde hace muchísimo tiempo; atributos que le dan perennidad y una sabiduría implícita. Como símbolo es versátil, porque representa una imagen universal, a la vez que tiene la dualidad del animal terrestre y el marino, haciéndola compleja y muy interesante.

La tortuga de tierra carga al mundo entero sobre su caparazón, mientras que la marina se sumerge en él, dejándose envolver en la inmensidad del océano. La tortuga de tierra está presa dentro de un carapacho voluminoso y pesado que le impide realizar muchos movimientos; camina con su casa a cuestas y se desplaza con fuerza y aplomo, pero sin agilidad. La tortuga marina es rápida y puede “volar” con gracia en las aguas, sin nada que se lo impida. La veo más libre; su cuerpo es hidrodinámico y su hogar es el mar. Tiene movimientos ligeros y es capaz de reaccionar a una velocidad mucho mayor.

Mi relación con la tortuga ha cambiado un tanto. En mi juventud me veía reflejada en la de tierra; sentía que a pesar de que era un ser humano frágil, podía aguantar el mundo y lo que contiene sobre mi espalda; hacerme cargo de todos los problemas de los demás y los míos propios, refugiándome en mi caparazón para defenderme. Ahora lo veo de otra manera; me siento más identificada con la tortuga marina, que en lugar de cargar con el peso del mundo, se zambulle en sus aguas y lo vive desde dentro. No hay gravedad que la ate a nada; al contrario, vuela por los mares con movimientos ágiles y armoniosos. El tiempo me ha enseñado que es imposible llevar el peso de toda la humanidad a cuestas; no me quedaría suficiente energía para nada más. Para poder hacer algo bueno por el mundo, debo tomarlo como es y vivir en él a plenitud y con libertad.


©2006 PSR

SER MUJER

Soy mujer y no puedo dejar de maravillarme por ello.
 
El estar consciente de mi condición femenina me llena de una serie de sensaciones, de sentimientos que se complementan para formar algo tan complejo y hermoso que resulta difícil explicarlo con palabras.
 
Soy mujer y me alegra serlo. Porque cada mujer tiene algo de madre, de compañera, de amiga y de niña. Porque somos apasionadas, comprensivas y nobles. Porque somos luchadoras y capaces de hacer muchas cosas por nuestros hijos, por nuestra pareja, por nuestra familia. Porque somos sacrificadas y podemos llegar a cosas insospechadas si sentimos que valen la pena. Porque amamos, sentimos, creemos y razonamos de una manera particular, única. Porque nuestro cuerpo es maravilloso; podemos amar, dar vida y alimentarla después. Porque de nosotras sale la vida que nos sobrevivirá, vida que es la continuación de la nuestra. Porque siendo capaces de recibir, no nos cansamos nunca de dar. Porque somos el apoyo moral y espiritual de la familia. Porque podemos llevar cargas increíblemente pesadas y sin embargo tener una palabra de aliento para alguien que está cansado. Porque nos resistimos a sucumbir, siempre buscamos la forma de salir adelante a pesar de las dificultades. Porque tenemos el alma llena de flores. Porque con ternura podemos aminorar el dolor de los demás. Porque con nuestra presencia podemos cambiar el curso de los acontecimientos. Porque nuestro amor es capaz de lograr lo imposible. Porque sentimos en profundidad. Porque amamos sin condición, nos entregamos y somos fieles a nuestro amor. Porque al amar, lo hacemos con todos los sentidos, con el cuerpo y con el alma. Porque somos pacientes y tolerantes. Porque perseguimos nuestras metas sin excluir a los que amamos. Porque con un gesto amable, con una sola sonrisa, podemos hacer felices a los demás. Porque en nuestro corazón hay mucho sitio para los que nos rodean. Porque cuidamos a nuestros hijos y los preparamos con optimismo para la vida. Porque somos capaces de dar nuestra propia vida por la de nuestros hijos. Porque somos sensibles. Porque vivimos nuestra feminidad naturalmente. Porque nos gustan los cumplidos con fundamento. Porque, estando conscientes de todo esto, nos sabemos fuertes y sin embargo somos delicadas. Porque, aunque profesionalmente estemos en un mismo nivel con los hombres, nos gusta ser respetadas y tratadas como mujeres en el mejor sentido, en el único sentido real y válido. Porque no necesitamos estar demostrándonos constantemente lo mucho que valemos; es un hecho y todos lo saben. Por todo esto resulta tan hermoso y fascinante vivir nuestra existencia a plenitud, porque somos importantes e imprescindibles. No debemos ocultarlo nunca y mucho menos olvidarlo.
 
Soy mujer y estoy orgullosa de ello.
 
 
 
©1995 PSR