LIBROS POR PATRICIA SCHAEFER RÖDER

¡Atrévete! Regala libros originales: A la sombra del mango; relatos breves. Yara y otras historias; 34 relatos, 34 sorpresas. Divina: la mujer en veinte voces; antología latinoamericana de cuentos. Andares; cuentos de viajes. Siglema 575: poesía minimalista; una nueva manera de vivir la poesía. Di lo que quieres decir: Antología de siglemas 575; resultados de los Certámenes Internacionales de Siglema 575. Por la ruta escarlata, novela de Amanda Hale traducida por Patricia Schaefer Röder. El mundo oculto, novela de Shamim Sarif traducida por Patricia Schaefer Röder. Por la ruta escarlata y Mi dulce curiosidad, novelas de Amanda Hale traducidas por Patricia Schaefer Röder, ganadoras de Premios en Traducción en los International Latino Book Awards 2019 y 2020. A la venta en amazon.com y librerías.

¡Encuentra mis libros en el área metro de San Juan, Puerto Rico! Librería Norberto González, Plaza Las Américas y Río Piedras; Aeropuerto Luis Muñoz Marín, Carolina.

Mostrando entradas con la etiqueta playa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta playa. Mostrar todas las entradas

miércoles, 9 de julio de 2014

La sirena




La sirena divisó su playa a lo lejos. Seductora, rozaba el cuerpo entre las olas, posándose en la misma roca. Una vez más, cantaba enamorada. Entonaba notas mágicas que poco a poco se colaban entre mangles y palmeras, entre almendros y uveros, pasando traviesas por veredas y senderos, hasta la aldea de pescadores. En la oscuridad, la luna aún dormía como la gente del pueblo. La sirena cantaba y cantaba, segura de que pronto vendría a hacerle compañía. Su melodía dulce al fin tocó los oídos justos, que la esperaban cada mes con ansias y al mismo tiempo con tanta serenidad. Musitaba mirando la orilla, anhelando que apareciera. Entonces sucedió. Con la salida de la luna, una figura caminaba por la playa, comenzando a arrojar una leve sombra sobre la arena, mientras se acercaba al borde del mar. La sirena sintió el corazón latir más fuerte y en medio de su canto, la sonrisa se volvió más amplia. Había venido. Finalmente, la figura entró en las aguas, dirigiéndose hacia ella con la placidez de quien se reconoce en un espejo. La sirena se deslizó por la espuma ondulante, nadando hacia el divino encuentro. Llegó, e inmersa en el abrazo tan deseado, acarició su cabellera larga y plomiza, y la besó con infinita ternura en medio de la luz plateada que llenaba la bahía. De nuevo era noche de luna llena.

©2013 PSR  


"La sirena" aprece en A la sombra del mango por Patricia Schaefer Röder 
Ediciones Scriba NYC 2019 
ISBN 9781732676756 

Mención de Honor en los ILBA 2020 
 


miércoles, 5 de febrero de 2014

MI MEJOR AMIGO


“…Conozco a mi amigo desde que tengo memoria. Han pasado muchos años ya desde la primera vez que jugamos juntos, y sin embargo seguimos teniendo esa relación pura y transparente que tuvimos desde el principio. Mi amigo y yo compartimos vivencias, sueños y juegos. Teníamos todo el tiempo del mundo en nuestras manos y hablábamos sobre cuanta cosa nos pasara por la cabeza. Podía confiar ciegamente en él; sabía que nunca me defraudaría. Lo que prometía, lo cumplía sin falta. Nunca me mintió ni hizo nada que me doliera. Tampoco me cambió por nadie; estaba segura de que ninguna otra persona podía quitarme del puesto en que me tenía.

Recuerdo con ternura las tardes que fuimos a montar a caballo, y cuando recogíamos caracoles a la orilla de la playa. Siempre que había algo que hacer, mi amigo me acompañaba. Y sé que lo hacía con el mayor de los gustos, porque él también disfrutaba mi compañía tanto como yo disfrutaba la suya. En la playa volábamos cometas cuando había suficiente viento, o nadábamos juntos en la bahía de aguas serenas a la que solíamos ir. También íbamos a montar bicicleta y al parque del caballo blanco. “Yo me quiero subir a la cola del caballo”, le decía, y él asentía con una gran sonrisa. “Pero es más divertido si te montas en el lomo”, me contestaba. “Está bien, primero en la cola y después en el lomo”, decía yo. Y sin falta, en algún momento, me retaba a meter la mano en aquella boca roja del caballo blanco del parque, y me decía que tuviera cuidado de que no me mordiera. Siempre acepté su desafío; el caballo blanco nunca me mordió.

Nos volvimos expertos en todas las artes; desarmábamos cada obra en trocitos minúsculos y la volvíamos a crear como mejor nos parecía. Nos asombrábamos ante las cosas sencillas y maravillosas del mundo, y a la vez no había nada que nos escandalizara. No existían temas prohibidos ni tabúes ocultos; la tolerancia y el respeto abrieron nuestras mentes en las ciencias y la religión. “Vive y deja vivir, pero siempre con dignidad”, era el lema. Nada escapaba a nuestra atención; desde el musgo sobre las piedras y la brisa en las palmeras, hasta la protesta por el derecho a vivir o a morir. Desde un concierto de la banda marcial hasta una exposición de arte contemporáneo, pasando por el sermón del párroco cualquier domingo o la primera plana del periódico; todo merecía algún comentario, alguna reflexión, alguna discusión.

Siempre estaba ahí. Siempre tenía tiempo para acompañarme en alguna aventura o para ayudarme en algún proyecto que se me ocurriera. Como lo demás, también eso era recíproco, sólo que a veces tenía que esperar un poco por mí. Es inevitable; de alguna manera hago esperar a los que me quieren, como si instintivamente quisiera poner a prueba su resistencia. Pero mi amigo siempre fue paciente y siempre me esperó.

Todas las tardes, alrededor de las tres, tomábamos café con el pastel que hubiese ese día. Si no había pastel, comíamos galletas. Nos deleitábamos compartiendo ese ritual diario que terminó volviéndose algo casi sagrado. Si había alguien más, lo incluíamos momentáneamente en nuestra ceremonia, sabiendo que sería sólo una situación puntual, efímera y sin mayor trascendencia. Es que mi amigo era una enciclopedia viviente; a todos les gustaba hablar con él sobre cualquier cosa. Y yo, feliz de escucharlo.

Mi amigo y yo nos preocupábamos el uno del otro. Cuando tenía algún problema, me ayudaba y me daba ánimo para seguir adelante, pero también respetaba mis decisiones y mis puntos de vista. Su mirada inquisitiva, profunda y clara a la vez, me daba confianza y me convencía de que yo era lo suficientemente fuerte para lograr cualquier cosa que me propusiera, siempre. Así mismo fue cuando me entusiasmé con la oportunidad de estudiar afuera. Conocería otra cultura, otra gente. Tendría la oportunidad de ampliar mis horizontes y abrir mi mente a nuevas ideas; podría terminar de madurar lejos de la familia y tomar las riendas de mi vida. Él sabía que necesitaba hacerlo, y a pesar de que fue duro para los dos, estábamos conscientes de que era por mi propio bien. De nuevo me apoyó, y aunque no fue la última vez que lo hizo, fue la más decisiva de todas. A mi amigo le debo en parte el rumbo que tomó mi vida y por eso le estoy infinitamente agradecida. Él fue lo suficientemente noble y fuerte como para dejarme ir a perseguir mis sueños, quedándose ansioso a la espera de las noticias que le enviara de tan lejos. ¡Cómo lloramos al despedirnos! Nunca olvidaré la expresión de profunda tristeza que había en su rostro, la misma que tantos años después me sigue estrujando el corazón, casi impidiéndome respirar. Sin embargo, tenía que ser así; tenía que irme…”.

©2006 PSR

Fragmento de "Loba" ©2006 PSR 
"Loba" aparece en la antología Yara y otras historias, de Patricia Schaefer Röder.
Ediciones Scriba NYC
ISBN 978-0-9845727-0-0

 

miércoles, 18 de septiembre de 2013

EL MAYOR OBSTÁCULO...

 
"...A pesar de que le tenía confianza como amigo, nunca hubo un intercambio táctil aparte del acostumbrado beso al saludar, y ese “beso” difícilmente se podía considerar como tal. Más bien era una especie de choque de mejillas con un chasquido incorporado; un golpe con sonido bucal automático lanzado al viento. Siempre había cultivado mucho los límites del espacio personal, manteniendo una zona de seguridad entre los demás y yo. Pero con Eric me estaba pasando algo extraño. Quería que me tocara. Anhelaba sentir un roce suyo, aunque fuera sin intención. Necesitaba sortear el obstáculo más grande que me pone mi propio carácter: el infranqueable mito del tacto. ¿Pero cómo? 
 
Me parece curioso que aunque sé que soy una persona emotiva se me hace imposible tocar a la gente. Sin embargo, cuando alguien me toca, el eco de esa sensación táctil reverbera durante largo rato en mí. La temperatura, la presión, la textura y la calidad del estímulo tardan mucho en disolverse en mi piel. ¿Será justamente porque no soy una persona que anda todo el tiempo tocando a los demás, que mi sentido del tacto se encuentra en un estado basal más bajo de lo normal, con menos “ruido” cotidiano que despiste los nuevos estímulos? Es como si mi piel se mantuviese constantemente en una condición casi virginal, impoluta, que la dejara reaccionar con mucha mayor intensidad frente a cualquier provocación que recibe.
 
Quería asolearme un rato. Me puse bronceador por todas las partes del cuerpo a las que llegaba fácilmente y, mientras lo hacía, me di cuenta de que el destino me ayudaba: le pedí a Eric que me pusiera crema en la espalda. Accedió, y por primera vez sentí sus dedos recorriendo mi piel desnuda. Una sensación tibia y profunda invadió todo mi cuerpo, haciendo que buscara instintivamente la silla de extensión para tenderme al sol, dejando que me arropara con su intenso calor. No puedo. No voy a estropear mi relación con Eric, pensé..."
 
  
Fragmento de "Día de playa" ©2006 PSR 
"Día de playa" aparece en la antología Yara y otras historias, de Patricia Schaefer Röder.
Ediciones Scriba NYC 
ISBN 978-0-9845727-0-0 

-->
"El mayor obstáculo", fragmento de "Día de playa", (incluido en la antología "Yara y otras historias") apareció en la 32 edición de la revista El Faro Editor, correspondiente a octubre de 2013, págs. 4-6.  
 
 

miércoles, 22 de agosto de 2012

J A V I E R


 
Joyero del mar 
en coronas de espumas
tuviste que irte.
 
Alegre estabas
jugando en las olas
con tus chiquillas.
 
Vibrabas pleno
de amor a los tuyos
profundo y limpio.
 
Importante eres
en los recuerdos vivos
entre nosotros.
 
Estás presente
como la luz brillante
del mes de abril.
 
Remonta alturas
en mil ondas perfectas
de sal y viento.
 
 
©2012 PSR 
 


miércoles, 23 de junio de 2010

SOY

Soy… Soy yo. Yo soy. Soy una mujer. Ante todo, una mujer. Soy madre también, pero antes de eso ya era una mujer. Soy esposa, pero desde siempre he sido una mujer. Soy hija, hermana, tía, amiga, compañera; mujer. Soy genuina, apasionada y honesta. Soy de las que quieren que todo sea correcto, como debe ser. Soy de aquellas personas que aún se maravillan y se sorprenden ante las pequeñas florecitas que crecen entre el cemento de la calle. Soy quien todavía cree en la bondad de la gente. Soy alguien que no soporta la injusticia ni el dolor ajeno. Soy una soñadora irremediable. Soy quien se estremece cuando la abrazan y siente fluir la energía del otro en un apretón de manos; aquella a quien aún le salta el corazón cuando le regalan una bella sonrisa. Soy alguien que prefiere disfrutar de un café con sus amigas en vez de enviarles mensajes de texto. Soy aquella que necesita tener el escritorio frente a la ventana para ver el cielo y las nubes. Soy alguien que honra a los ancianos, ama la naturaleza y reverencia a los árboles. Soy un tanto testaruda e insistente. Soy Patricia, a la que le gusta caminar en la lluvia para dejarse empapar por completo; quien se convierte en tortuga marina cuando las olas de la playa la seducen. Soy la única persona responsable de mis actos, sean acertados o equivocados. Soy ciudadana del mundo; resultado de una bella mezcla de historias, tradiciones y culturas. Soy yo misma, aunque a veces no sepa quién soy; aunque a veces no me reconozca. Soy quien siempre he querido ser; soy quien me estoy haciendo, construyendo día a día, palmo a palmo. Soy quien fui y soy quien voy a ser. No puedo ser igual siempre. No soy estática, cambio todos los días. Cambio a cada instante. Mi ser yo misma fluye desde el pasado hasta este presente continuo que toma prestados instantes microscópicos de futuro. Porque el futuro se me abre adelante, convirtiéndose en presente a cada instante. Fui, soy y seré siempre quien yo quiera ser y nadie más. Aún no me arrepiento de nada. Tengo el futuro todo para mí, no importa cuánto dure. El pasado está ahí; sobre él construyo mi presente y desde el presente veo hacia ese futuro abierto. Mi pasado me constituye, me forma de manera básica, íntima. Mi presente me moldea y mi futuro me espera. Soy la única dueña de mi historia, de mi hoy y de mi destino, eternamente. Soy. Aún sigo siendo. Soy yo misma. No quiero ser otra más que yo. Nunca ser como los demás. Sin embargo, soy una persona común; simplemente soy yo.


©2010 PSR

miércoles, 14 de octubre de 2009

TANAGUARENA

Cuando era joven solía ir a un lugar en la costa donde había una playa peligrosa con mucho oleaje y una pequeña bahía de aguas tranquilas. Ambas eran opuestas pero se complementaban de la manera más profunda dentro de mí.

La playa peligrosa era fascinante, intensa, mientras que la mansa era apacible y transmitía una sensación de sosiego sin igual. En la primera se sentía la violencia de la naturaleza en el rugir del viento salado con las olas, y en la segunda se escuchaba el mantra de las ondas en la orilla junto al canto de la brisa suave entre las hojas de las palmeras.

Las dos playas estaban separadas por un terreno empinado; la playa mansa quedaba en la parte inferior y la peligrosa en la superior. Hoy en día me resultaría extraño que pudiera suceder algo así, porque sé que en realidad ambas están al mismo nivel. Pero en aquel tiempo no me preocupaba de esas cosas; era así y ya. Hablábamos de “subir a la playa peligrosa” y “bajar a la playa mansa”, y nadie pensaba que decir eso era un absurdo. Era esa una época inocente como nosotros.

Para nadar en la playa peligrosa debía bajar por una gran defensa de enormes rocas pardas que generalmente estaban bañadas por el mar, porque en esa zona la marea rara vez bajaba lo suficiente como para dejar al descubierto la gruesa arena de piedritas pulidas del fondo. Una vez abajo y en el agua podía caminar abriéndome paso por las olas, que chocaban contra mí intentando derribarme, hasta que cedía y nadaba por entre los estruendosos aludes salados, alejándome de la costa amurallada. Allí, detrás de esas olas estaba la libertad; inmensa, indomable, maravillosa.

Por fin llegaba al lugar deseado; el corazón de la playa, donde las tímidas ondas del mar crecen de repente y se convierten en enormes barreras turquesas, formando luego con sus coronas de espuma la verdadera monarquía del litoral.

Una, dos, tres olas se acercan. ¿Cómo sortearé esas paredes gigantes para llegar al ansiado refugio abierto, donde el alma se desprende del cuerpo y se escapa entre la estela de fina llovizna que cada ola va dejando tras de sí? ¿Me dejaré llevar hasta la cresta, impulsada por mi deseo de volar con aquella gaviota, o preferiré sumergirme hasta el fondo, fundiéndome en el cuerpo azul profundo del gigante que se inclina al recibirme, para luego renacer en un grito ahogado, estrepitoso, buscando la bocanada vital y emancipadora?

Cuatro, cinco, seis. Este grupo viene más unido. Las preguntas son las mismas, pero el caso es diferente. Mi reacción es mi camino para llegar a la libertad, partiendo a la vez de un estado de libertad plena. En el horizonte aparecen más montañas azules. Una y otra vez se repite la toma de decisiones instintiva, las acciones no pensadas. Lo importante es compenetrarme con el mar; dejarme llevar y saber sobrevivir al final. En este instante lo único verdadero somos el mar y yo, esa conexión íntima y poderosa que me envuelve y me energiza. He ahí la libertad total, el ser humano invadido por la máxima expresión de la naturaleza, que llena todos sus sentidos y lo embriaga en una sensación de éxtasis indescriptible e inigualable.

Una vez saturada mi conciencia y transformada mi alma en sol y mar, salgo del agua en busca del lugar perfecto para dejar descansar al cuerpo. Voy hacia la bahía con su fina arena blanca y sus aguas llanas y cristalinas en busca de la tranquilidad que necesito para completar el nirvana. En ese ambiente plácido que me envuelve recupero parte de la esencia que dejé entre las olas, y al rato me siento lista para relajarme a la sombra de aquella palmera cuyas hojas tiemblan por la tersa brisa del atardecer; la misma brisa cálida que acaricia todo mi cuerpo. El canto del mar me arrulla y no puedo ni quiero quitarme la sonrisa de paz de los labios y la cara. He recuperado mi ser original.

Allí regreso con mi pensamiento y mi alma cuando quiero ser libre de nuevo. La sensación que producen el sol, la sal y la brisa sobre mi piel hace que me remonte a un tiempo lejano en el que la vida era intensa y apasionada, y el espíritu danzaba en el fuerte viento marino junto a los pelícanos y el salitre.


©2005 PSR