Inés comía mango a la sombra del árbol. Antes
se había subido con su amiguita por aquel tallo grueso, rama por rama,
ayudándose mutuamente. Paradas sobre las ramas fuertes, se estiraron buscando
los mangos color atardecer que colgaban de las más delgadas, sacudiéndolas para
tumbarlos al suelo. Aquellas frutas caían como granizo dorado sobre la tierra
fresca del campo. Cuando ya no hubo más mangos amarillos que tumbar, las dos
niñas bajaron del árbol y los recogieron en bolsas para llevarlos a sus casas. La
amiguita tenía prisa y así, Inés se quedó sola, disfrutando el sabor glorioso,
dulce y perfumado de los crepúsculos sustanciosos que habían caído del árbol
para saciar su hambre con alegría y alimentar los recuerdos de la niñez,
mientras soñaba con su futuro.
©2014 PSR
Bellisimo este microcuento
ResponderEliminarahhhh, comer mango por esas calles, cuando era chamo, ...divino!
ResponderEliminarHermoso... Nos transportamos al sitio... Saludos.
ResponderEliminarCuantos recuerdos dormidos...
ResponderEliminarEvocador...
ResponderEliminarHermoso!
ResponderEliminarme encanto! Los mangos
ResponderEliminarEn un atardecer en Barlovento; en mis manos tengo nudillos decía el viejo poema.
ResponderEliminarmmmm, dan ganas de comer mangos =)
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