Era su derecho, pero también su deber. Así
se lo habían dicho, desde que tenía memoria. Creció sabiéndose parte de un
sistema un tanto curioso, pero que parecía funcionar. Cada cierto tiempo, un
carnaval frenético protagonizado por figuras circenses destruía su tranquilidad,
invadiendo todos los aspectos de su vida y la de los demás, empujándolos inexorablemente
a protagonizar aquel rito que tanto conocían. Una y otra vez se repetía la
misma historia; el espectáculo se desarrollaba con mayor o menor júbilo para
terminar invariablemente igual. No había sorpresas, de antemano se sabía cómo
sería el desenlace. Y sin embargo, la inercia le empujaba a participar una vez
más. Como siempre, se levantó temprano. Se alistó, desayunó bien y salió a
cumplir con su deber. Con su derecho. Llegando al lugar —que, como de costumbre,
estaba fuertemente custodiado— encontró a otros que habían llegado un tanto
antes y tomó su lugar en la fila. Manteniendo silencio, escuchaba a los demás
charlar un poco en voz baja por la intimidación que se respiraba en el ambiente.
Eso tampoco cambiaba. Verificó sus datos, buscó su nombre en la lista, dejó su
impresión dactilar y firmó, como le tocaba hacerlo cada vez. Le dieron una
tarjeta grande y multicolor, junto con un marcador indeleble “para que se
expresara con seguridad y confianza”. Ejercería su derecho a través de su
deber. Así, llegado el momento, pasó detrás de unos cartones verticales
colocados sobre una mesita y como tantas otras veces, hizo la marca que ya
conocía de memoria. Todo era igual que siempre. Absolutamente. Dobló la tarjeta
por la mitad, luego de nuevo y una vez más, como lo había hecho tantas veces
antes. Ahora le tocaba llevarla a su destino final, una caja cuadrada de cartón
en el centro de la sala. Algunos miraban, otros no. Entonces lo vio todo claro.
Después de tantos años, al fin comprendió. Su deber era serle fiel a su
derecho. Respiró profundamente, dio unos pasos y, sin titubear, introdujo el
papel doblado en el contenedor preciso que siempre lo había esperado: la
papelera.
©2012 PSR
Excelente, como siempre. Saludos!
ResponderEliminarEl suspenso esta presente desde el comienzo…La intriga hacia el personaje te va llevando en la lectura y cierras con una sorpresa inesperada…Fabuloso!!!…Se percibe el ánimo y la moral “desmoralizada” del personaje… Bellísimo!!!
ResponderEliminarTu y tus virajes inesperados! Me encantan :)
ResponderEliminara veces.......a la papelera o a la urna, da igual donde caiga!!!!
ResponderEliminarBellísimo!!! =^..^=
ResponderEliminarUn orgullo de amiga, una excelente escritora!
ResponderEliminarMuy bueno!
ResponderEliminar40 años desapresiando la democracia...
ResponderEliminarMuy bien Patricia Schaefer Roder
ResponderEliminarWow, esto es muy cierto, mil gracias
ResponderEliminarMe gustó la narrativa el estilo. Simple pero envolvente.
ResponderEliminarEn un juego de metáforas entre lo moral y lo afectivo dice lo que la mayoría al tiempo, que quedan indemnes la agudeza del lector y su libertad de disfrutar de una buena lectura.
ResponderEliminarUna "Revelación" en medio de la cultura cívica de un pueblo...entre el derecho y el deber,siempre vigentes bajo el manto de una auténtica libertad...¡Magnífico,Patricia!
ResponderEliminarQuè maravilla de trabajo! yo buscando otra cosa y olvìde meterle el ojo a esto. Gracias Patricia Schaefer Roder
ResponderEliminarEs muy bueno, pero me dio tristeza. Siento que es lo que hemos hecho, una y otra vez...
ResponderEliminarMuy bueno... pero qué no cunda la desesperanza...
ResponderEliminarLamentable, pero cierto......sin ningún mínimo de temblor en sus manos fue a parar justo a la papeleara donde no tendría destino solo olvido, como tantos otros sumados!!! :(
ResponderEliminarFuerte!...pero siempre votare, valga o no,ya pudimos constatar que si fueron contados nuestros votos en el exterior...sumados dentro los 6 millones que queremos el progreso de nuestro pais
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