“…Al fin llegamos. Al abrir la puerta de la casa, la luz se apagó de repente. De pronto todo quedó en calma, incluso los niños quedaron silentes. Entramos cada quien a lo suyo, junto al silencio que se abrió paso de golpe en el espacio, llenándolo de una quietud abrumadora. En el aire hay una presión y un peso que nunca antes había experimentado; el silencio intenta perforarme los oídos y el cerebro. La calma total es apabullante, es la ausencia de cualquier cosa. Es la aniquilación, la muerte; peor aun: la no existencia. La ausencia de todo sonido crea esa paz fantasmagórica que tienen los objetos inertes, inanimados. No queda ni un murmullo, ni rastros del rumor de alguna máquina, ni el trinar de las aves o los sonidos ásperos de los insectos. El silencio que se apoderó del atardecer me subyuga, aplastándome, haciéndome incapaz de articular palabra. Ni siquiera puedo hacer ruido porque el silencio se lo tragaría. Romper el silencio es una tarea titánica; es vencer el mayor obstáculo en mi vida en este preciso instante. Sería equivalente a destruir el entramado de cristales que forma el espejo de un lago en pleno invierno; se rompería la estructura. La calma es más poderosa que el ruido. Es más fuerte que mil cadenas. El sonido implica desorden, es entrópico; la calma es fuerte porque depende del orden. El silencio puede aniquilar cualquier intento de explicación o razonamiento. El silencio es sublime y tiránico a la vez. Puede destrozarnos o liberarnos, pero siempre tiene el poder de la última palabra. El silencio gana. Al principio de todo había silencio, y al final también lo habrá. El nacimiento y la vida del universo suceden gracias al amable interludio de sonido que nos regala el silencio dueño de las dimensiones, que volverá a invadirlo todo cuando ya todo haya acabado.
En medio de este silencio universal, comienzo a divagar igual que lo hacía cuando era niña. En aquel entonces pasaba horas sentada frente a un objeto magnífico, esperando que algo sucediera. En realidad sucedía cada media hora, pero yo pasaba paciente toda la tarde, atenta al momento preciso para no perderme de nada. Así lo veía varias veces, y me quedaba maravillada siempre. A pesar de verlo una y otra vez, no me cansaba. Cada nueva ocasión era un nuevo regalo, una nueva oportunidad de experimentar la magia, una nueva manera de recomenzar, tal vez. Eran momentos de grata espera, en los que la imaginación viajaba a través del pasillo nublado de mi casa hacia bosques encantados, llenos de seres fantásticos y personajes mágicos. Entonces huía del lobo o me enfrentaba a la bruja, luchaba con el dragón o ayudaba a las hadas; pero siempre salía victoriosa y me reunía con el príncipe valiente en un final feliz. Todo eso sucedía mientras estaba sentada en el suelo, en silencio, mirando hacia lo alto de la pared en una especie de hipnosis que llegaba a su punto culminante cada vez que la aguja larga señalaba al cielo o a la tierra. Una bella pieza de madera tallada con motivos de árboles y pájaros, con manecillas blancas que paseaban por números romanos. Me miraba imponente desde aquel lugar inalcanzable, y sin embargo, estaba suficientemente cerca para poder observarlo en detalle, desde el mismo punto del pasillo, todos los días de mi niñez. Concentrándome en su presencia pura podía dejarme ir lejos y soñar. Era exacto. Era perfecto. Era maravilloso. Nunca me falló, no me decepcionó ni me engañó jamás. En mi imaginación subía por las cadenas y llegaba al centro de su mecánica. Como el príncipe de Rapunzel, deseaba conocer al que cantaba y se escondía detrás de la ventana. Quería saber quién hacía funcionar el mecanismo y cómo lo hacía con tanta precisión. Pasaba el tiempo observando minuciosamente todos los cortes en la madera, las figuras, los adornos. La fantasía y la realidad se fundían en mi conciencia despertando cada fragmento de memoria, liberando el pensamiento que estallaba en miles de ideas nuevas, ansiosas de que la niña en mí les diera vida. Y de pronto, cuando menos lo esperaba, el cucú cantarín salía a saludarme, amable y fugaz. Me alegraba verlo de nuevo. Y me quedaba sentada, soñando durante otra media hora, para volverlo a ver…”.
(fragmento tomado de un trabajo en proceso)
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Me gusta mucho este fragmento. Tiene niveles de narracion asi como niveles temporales; y se crea un suspenso cuando se entra en la indagacion sobre el poder del silencio antes de retomar la historia.
ResponderEliminarQuiero leer maaaaaas!!!!...gracias siempre!!!
ResponderEliminarQue texto mas prometedor!!!!!, se intuye un gran trabajo!!!!
ResponderEliminar:)... que bello, imagino a esa niñita alli, con esa expresión de asombro, que linda narración paty, que retrato hablado tan bello.
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