En la orilla norte del río Guaire hay una anciana que invoca a los espíritus. Vive no muy lejos del nuevo parque residencial de buses habitacionales, en una casa de friso blanco y techo de tejas rojas.
La mujer hace aparecer a los difuntos en la pantalla de un antiguo televisor de tubos catódicos; una especie de bola mágica encerrada en un vejestorio de finales del siglo pasado. Se trata de un clásico Sony de 23 pulgadas con mando a control remoto. ¡Cómo me divertí viendo películas en uno de esos cuando era niño!
Qué tiempos aquellos, cuando teníamos todo y no lo sabíamos. En cambio ahora, cincuenta años más tarde y viviendo en un mundo privado de electricidad, los chicos no sabrían qué hacer con un televisor como ése, sino desarmarlo y usar sus partes para construir aparatos mecánicos, o hasta para hacer esculturas. ¡Qué diferencia con la infancia de mi generación! Muchísimos de nuestros juguetes y aparatos de uso diario funcionaban con baterías o electricidad: autos, computadoras, teléfonos, cámaras, aparatos de música, artefactos del hogar. Las cosas divertidas o importantes andaban con corriente. En mi época todo dependía de la energía eléctrica y todo giraba alrededor de ella; la economía, la política, los empleos. Quien poseía la energía, tenía algo que decir. Ahora es distinto. El meteorito aquel del 2025 desvió para siempre el curso de la humanidad, regresándola de golpe a una vida artesanal y rudimentaria, después de haber experimentado adelantos técnicos casi inimaginables para el hombre. Me resulta un tanto irónico que ahora, en pleno 2045, nos encontremos en medio de este renacimiento que nos impuso el destino. Al menos las artes y las humanidades están cobrando nueva fuerza, a raíz del descubrimiento obligado del espíritu dormido. Religión, ciencias ocultas, metafísica; todo está avanzando a pasos agigantados. El mundo entró en una nueva etapa mística, y la mística se fue colando poco a poco en la gran mayoría de la gente.
Muchas personas le han pedido ayuda a la anciana del Guaire para establecer contacto con seres queridos que ya no están entre nosotros. Dicen que es capaz de invocar cualquier espíritu y que además les habla con confianza, como una amiga. Hace poco fui a ver a la anciana también. Quería comunicarme con mi esposa, que se había quitado la vida dos años antes, víctima de depresiones. Aunque no estaba totalmente seguro de que la anciana me pudiera ayudar, decidí intentarlo. Necesitaba saber que Isabel estaba bien; le quería decir que la seguía amando y que la recordaba todos los días.
Llegué en mi vieja bicicleta bajo el abrasador sol del mediodía. Mi ropa está totalmente embebida en sudor; algo a lo que aún no me termino de acostumbrar, pero con lo que he tenido que vivir forzosamente por falta de aire acondicionado. Me seco y me pongo otra camisa para estar más presentable.
La casa está huérfana en un camino de tierra cercano a la orilla del río. Sólo la acompañan las ruinas desmembradas de una vieja torre eléctrica. Se nota que fue construida hace muchísimo tiempo, pero nadie sabe con certeza cuándo. Toda esa zona solía estar prácticamente deshabitada hasta hace poco, pero ahora el gobierno local decidió llevar cincuenta módulos de buses-casas refaccionados para crear un elegante complejo vacacional en las cercanías.
Aunque no está en su mejor momento, la casa me recuerda aquellas sobrias construcciones coloniales del siglo diecinueve, con sus paredes blancas y los techos rojos a dos aguas, altos y elegantes. Sus ventanas largas, adornadas con rejas de hierro forjado, dan a un pasillo abierto y techado que corre alrededor de la casa, regalándole frescura al interior. Parecería la casa grande de alguna hacienda que no pudo sobrevivir a la industrialización, o tal vez a la globalización; quién sabe.
Me acerco titubeante al porche. La pesada puerta de madera está entreabierta. Llamo y escucho una voz en la lejanía que me dice que entre. Muevo un poco la puerta para pasar. La diferencia de luz me ciega por un instante. Mis ojos se van acostumbrando poco a poco, hasta que logro ver los pesados muebles distribuidos por el salón. La luz del sol entra por las ventanas que dan al patio interno, iluminando el interior a través de ligeras cortinas de encaje color crema. Un mantel desteñido por los años cubre la mesa del comedor, y en la vitrina las copas lucen opacas y la platería manchada. Los cojines de terciopelo de los sillones se ven gastados. Todo está en ese orden particular que tienen las casas abandonadas hace mucho tiempo. Parece que no hubiera nadie, y sin embargo sé que la anciana vive aquí. Además, me dijo que entrara, ¿pero dónde estará?
Avanzo hacia la siguiente sala buscando la voz que me dio paso. De pronto la escucho detrás de mí. Me presento y me disculpo por irrumpir en la tranquilidad de su casa. Ella me mira serena y dice que no me preocupe.
Es una mujer de aspecto agradable y sencillo. Lleva puesta una bata blanca con estampado de florecitas. Su contextura es delgada, de baja estatura y tez morena. Tiene el cabello gris, recogido justo detrás de las orejas, en un moño que asemeja una cebolla. Me mira a través de sus lentes con unos ojos grandes y negros, muy expresivos, al igual que las líneas que definen su rostro. Tendrá unos setenta años, pero se conserva muy bien. ¿Será que esta anciana vive sola en una casa tan grande?
La anciana comenta que me parezco a su hijo, que debe tener más o menos mi edad. Le pregunto si vive con él y dice que no. Se fue de la casa hace veinte años, justo después del meteorito. Me cuenta que lleva tiempo esperando que su hijo venga a verla. Lo extraña mucho, pero él no la visita nunca. Pensé en mi madre, ¡cómo me gustaría poder visitarla! Pero ella también había abandonado este mundo, igual que Isabel. Se me ocurrió que si todo salía bien hoy, tal vez podría pedirle ayuda a esta mujer para comunicarme con mi madre en otra oportunidad.
Pasamos a la pequeña sala donde está el televisor. Preguntó si había traído algún objeto de Isabel para establecer el contacto, y yo le di un pañuelo bordado que ella siempre llevaba consigo. La mujer tomó el pañuelo en una mano y posó la otra sobre el televisor durante unos minutos, cerrando los ojos mientras decía: “Isabel, Isabel… Querida Isabel, ¿estás ahí? Nicolás te vino a visitar”.
De pronto comenzaron a verse unos destellos brillantes en la negra pantalla del televisor. Una voz conocida salía de los altavoces. Era Isabel que me hablaba, a la vez que los destellos vibraban y cambiaban de color. Se le oía tranquila, apacible. La nostalgia me estremeció. Le dije que la amaba y que siempre pensaba en ella. Ella lo sabía. Siempre lo había sabido, pero a mí me gustaba decírselo. Era como un juego; repetíamos el mismo diálogo una y otra vez, hasta que uno de los dos se daba por vencido. Hoy la dejé ganar a ella. Una emoción inmensa invadió mi pecho cuando dijo que ella también me seguía queriendo. Las lágrimas se derramaron mudas por mis mejillas y al rato me despedí de ella, dejándola regresar a su nuevo sitio.
Le agradecí a la anciana desde el fondo de mi corazón. Camino a la puerta, le pregunté qué le podía dar a cambio por tan inmenso favor. Se limitó a decirme que no podía hacer nada con los bienes materiales, y que lo único que ella deseaba era que su hijo la viniera a visitar. Cómo me hubiera gustado ayudarla con eso; pero nunca me dijo su nombre ni dónde lo podía encontrar.
En el camino de regreso vi a un grupo de personas que se dirigían a la casa de la anciana. Es verdad que la mujer es famosa, pero lo que más me impresionó fue su gran generosidad.
Tres semanas después se cumplían cinco años de la muerte de mi madre y decidí ir a la casa de la anciana, a ver si podía ponerme en contacto con ella. De nuevo me recibió con mucha amabilidad y pasamos a la salita del televisor. Estaba a punto de darle el rosario de mi madre para que la invocara, cuando escuché a alguien entrar en la casa. La mujer dio un salto y exclamó: “¡Mi hijo! ¡Al fin vino!”. Volteé la cabeza en dirección a la puerta, y vi venir a un hombre corpulento de unos sesenta años que compartía las facciones de la anciana. Parecía no entender qué hacía yo allí, sentado frente al televisor con un rosario en la mano. Me preguntó quién era y por qué había entrado en su casa. Intenté explicarle que su madre había sido tan amable de ayudarme unas semanas atrás con el asunto de mi esposa, y que ahora me estaba ayudando a ponerme en contacto con mi propia madre. El hombre me miraba perplejo e insistía en que yo había entrado sin permiso en una propiedad privada, a lo que le contesté que su madre me había dejado entrar, igual que a tantas otras personas que venían a pedirle ayuda todo el tiempo.
“¡¿Pero de qué cuernos me habla usted?! ¡Esta casa ha estado cerrada desde hace veinte años! ¡Aquí no vive nadie!” gritó, mientras buscaba algo en una gaveta del recibidor. Sacó una foto a blanco y negro de una tumba en la que se leía claramente: Idalisa Vegas, 1955-2025. “¡Mi madre murió hace veinte años. Se electrocutó durante el choque del meteorito, mientras buscaba el canal de las noticias en la televisión! ¡Ahora lárguese de aquí!”.
Furioso, se dirigió hacia la puerta, donde su madre lo esperaba con los brazos abiertos, y pasó a través de la anciana que se quedó inmóvil, llorando el llanto quedo de los que se han tenido que conformar.
© 2007 PSR
** "2045" obtuvo el Tercer Premio en el 16 Concurso Literario del Instituto de Cultura Peruana en Miami, Estados Unidos, en 2007.
"2045" aparece en la antología Yara y otras historias de Patricia Schaefer Röder
Ediciones
Scriba NYC
ISBN
978-0-9845727-0-0
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Hola me encanta lo que escribes!
ResponderEliminarespero que estes muy contenta!
hola Paty, leer tus cuentos me deja "buen sabor de boca", aunque éste lo he leído varias veces en "Poetas y Narradores del 2007" sigo saboreándolo y ahora por el internet, leerlo me lleva a lugares lejanos ahora conocidos (en mi mente), bueno, es algo bonito que deseo seguir haciendo. Recibe un fuerte abrazo.
ResponderEliminarla historia me encantó, sobrecoge un poco pero es preciosa... muy buena
ResponderEliminarMacabro, esotérico, sarcástico.....bien bueno.
ResponderEliminarI always knew you could SING....
ResponderEliminar....but I didn't realize you were a WRITER, too!!!
I just FINALLY read your short story -- and I really liked it! Sorry it too me so long, but I'm a VERY busy person (not really -- just
very disorganized...) I'm really impressed!!! No wonder you're winning awards! You
deserve it!
Love
Vaya!!! te metiste en metafísica!!! esoterismo!!! el más allá... (temas que
ResponderEliminarpor demás a mi me apasionan)!.
Es chévere la historia y está descrita muy bonito, puedes imaginar la casa, el ambiente, los personajes... todo chévere!!!
Y además, desde el personaje de un hombre, bien bueno el relato.
Te felicito.
Saludos
paty, que imaginación la tuya y además me gusta mucho la manera en que narras porque puedo imaginar todos los detalles, me gusta mucho paty.
ResponderEliminarPatricia:
ResponderEliminarAcabo de leer el cuento 2045 y me gusto muchísimo, te felicito.
Very nice Patricia --Keep up the good work!!
ResponderEliminarGracias ... Recuerdo que en la FIL en Guadalajara durante la presentación de tu libro "Yara y otras historias" una persona del público comento tu habilidad y destreza para imaginar una historia así, no cualquiera lo logra Paty, muchas felicidades
ResponderEliminar#nublado, #carabobo, #lluvioso, #valencia, abundan los espectros en nuestras leyendas rurales, "buena caza" esta noche bruja.
ResponderEliminarExcelente relato Patricia! Gracias!
ResponderEliminarPatricia Schaefer Roder, excelente lo que escribes, tus escritos son sensacionales. Mil felicitaciones y es un placer leerte.
ResponderEliminarExcelente.
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