(Sí, ya sé; no sólo las madres somos seres humanos, también los padres lo son. Pero en esta oportunidad me ocuparé sólo de las madres, en vista de que soy una de ellas).
En realidad, casi todas las mujeres tenemos algo de madres. Está en nuestra naturaleza cuidar de alguna manera de alguien o de algo. No hay que tener hijos para poseer este instinto y desarrollarlo. Vaya entonces este escrito a todas aquellas mujeres que son madres en el sentido más amplio de la palabra.
Antes que nada, las madres somos mujeres. La gran mayoría de nosotras fuimos mujeres antes de ser madres. Teníamos una vida propia con metas personales, sueños y anhelos, entre los que también figuraba, en muchos casos, formar una familia. Aquellas mujeres que tenemos una familia sabemos lo difícil que puede resultar encontrar unos minutos de tranquilidad para una misma, en una etapa de la vida en la que todas las responsabilidades parecieran girar alrededor de nosotras como una espiral descendente, cayendo al final con todo su peso justo encima de nuestras cabezas ya embotadas por las preocupaciones diarias.
Somos madres y queremos a nuestras familias. Los hijos, la pareja, los familiares –padres, hermanos, abuelos, tíos y otros– forman parte de nuestras vidas y son importantes para nosotras. Tenemos el deber de atender a sus necesidades y de estar allí para ellos, y generalmente lo hacemos con gusto. Sentimos la obligación de ayudarles en todo lo que se proponen, criamos a nuestros hijos de la mejor manera que podemos y cuidamos de niños y ancianos con el mismo esmero. Además de todo eso, generalmente nos toca mantener el orden en la casa y la familia. Y como todo el mundo sabe, el trabajo de la casa no termina nunca; ni siquiera cuando se tiene ayuda para ello. Siempre hay mil cosas de las cuales debemos estar pendientes: las necesidades básicas de alimentación y vestido, el orden de la casa, la salud, las cuentas, la escuela, las tareas, el ocio sano, el esparcimiento y los compromisos de todo tipo. Obviamente, para que todo esto funcione se requiere una buena organización del tiempo. Ah, el tiempo… El tiempo es el recurso que por lo general tiende a escasear más en la vida diaria de cualquier persona citadina como yo.
Somos muchas las mujeres que aparte del trabajo del hogar también desempeñamos un trabajo profesional. En estos casos la distribución del tiempo resulta vital si queremos mantener algún rastro de cordura en nuestras vidas. Tenemos que estar bien organizadas para poder hacerle frente al día a día de manera eficaz. Todas sabemos que no es fácil; si no tenemos cuidado, la calidad de nuestra labor puede verse afectada, ya sea en el hogar o en el trabajo. Y como esto no nos gusta, hacemos de tripas corazón para que nos rinda el valioso tiempo, el recurso no renovable más importante que tenemos. Resulta importante entonces definir nuestras prioridades para decidir qué cantidad de tiempo podemos concederle a los diferentes aspectos de nuestras vidas: la familia, la pareja, el trabajo y la casa. Así, organizamos las horas de que disponemos en la forma más justa que encontramos, y vivimos de esa manera y a ese ritmo por una temporada que puede ser más o menos larga, hasta que nos damos cuenta de que hay un problema con la ecuación anterior: ¡no nos incluimos a nosotras a la hora de repartir el tiempo!
Es muy fácil olvidarse de una misma cuando se tienen mil obligaciones diarias y sólo se dispone de 24 horas cada día para resolverlas. Generalmente se tiende a dar mayor prioridad a las cosas de los demás y a dejar las de una para “cuando tenga más tiempo”. Ésa es la trampa más frecuente del ritmo de vida acelerado que llevamos las mujeres de las ciudades: creer que más tarde tendremos tiempo para nosotras. Resulta que ‘más tarde’ suceden otras cosas que requieren nuestra atención, y así volvemos a perder la oportunidad de hacer lo que teníamos pensado inicialmente.
Necesitamos tener un tiempo para respirar en paz. La falta de tiempo causa estrés, ansiedad y angustia. Cuando sentimos que aumenta la presión, nos ponemos más nerviosas y perdemos la paciencia con mayor facilidad, pudiendo incluso llegar a experimentar una sensación de hastío. Admito que esto me sucede de vez en cuando, sobre todo cuando tengo mucho trabajo y me tengo que trasnochar varias veces seguidas. Estoy consciente de que me encuentro lejos de ser la madre perfecta, pero también sé que intento hacer todo de la mejor manera que puedo. Al igual que el resto de la gente, las madres necesitamos aire. Tenemos que poder disfrutar de ratos libres para hacer catarsis, o para utilizarlos en actividades creativas o de esparcimiento. Nosotras también nos merecemos un tiempo propio en el que podamos decidir simplemente no hacer nada, si eso es lo que se nos antoja. Tenemos el derecho a realizarnos y a ser felices sin necesidad de sentirnos culpables. No por esto dejaremos de querer y de cuidar a nuestras familias. Al fin y al cabo, las madres también somos seres humanos.
©2005 PSR