Bienvenidos
al palacio. El hogar de la realeza; donde nos trataban
como reinas y reyes. En sus salas cobraban
vida las artes dramáticas y nos enterábamos de las noticias en la época de oro
del cine. El palacio era el lugar en que se conjugaban infinitos sucesos incorpóreos,
creando sensaciones que nos llenaron de sueños y sembrando sentimientos que
marcaron nuestras vidas.
Cada uno era
diferente de los demás. Y todos eran grandiosos, concebidos por inspiración en lugares
lejanos. Los grandes palacios llevaban lo exótico a su máxima expresión, adquiriendo
personalidad propia. Estaban vivos. Sus magníficas entradas, sus refinados
salones y vestíbulos que recreaban carnavales extranjeros nos hacían volar con
la imaginación a otros lares y otras épocas. Los palacios era modernos y
clásicos, llenos de detalles que revelaban su importancia. Las puertas amplias
nos recibían a todos por igual con aires de mucho lujo. Los grandes vestíbulos
nos hacían sentir a nuestras anchas. En los palacios, cada uno de nosotros
formaba parte de la nobleza. Eran majestuosos; esperaban siempre saludarnos en
nuestras mejores galas. Los asientos nos acogían en un cómodo agasajo. Sus
espacios fantásticamente diseñados nos invitaban a vivir incontables historias.
A disfrutar la elegancia. A sentir la maravilla de un viaje inesperado y a la
vez tan deseado.
El
palacio era el punto de encuentro para los amantes del cine, el teatro, la
música y el vaudeville. Del palacio partían diariamente miles de caminos; tantos
como espectadores lo visitaban. Era el lugar donde convergían imágenes y
música; estrellas y mortales. Nosotros, su público
fiel, éramos su razón de existir; lo que le daba vida. El palacio era un ente que respiraba y latía,
contagiándonos, gestando en nosotros todos los anhelos. Acompañados de un trago
en el intermedio, compartíamos con los demás, rodeados de la fastuosa
decoración. En la pantalla, las divas se volvían
diosas, los héroes se convertían en leyendas y a nuestros deseos les nacían
alas y volaban hacia el infinito. En el palacio crecimos junto a aquellas
luminarias de las épocas pasadas que nos hicieron vibrar, reír, llorar,
maravillarnos. Quienes, gustosos, escucharon nuestros suspiros y se deleitaron
con nuestro asombro. El palacio era la morada de las primeras actrices y los galanes
que, desde el escenario, nos recibían siempre con los brazos abiertos, con
agrado, como iguales.
El palacio nos abría
sus puertas para soñar. Nos daba la libertad de descubrir qué era lo que nos
movía. Nos recordaba cuáles eran las pasiones que se escondían en nosotros y
nos permitía vivirlas una y otra vez. El
palacio estaba habitado por todos los seres y todas las almas. Era muy especial
visitarlo, y para ello vestíamos nuestros trajes más elegantes. Las pantallas
plateadas nos traían y se llevaban aventuras, emociones, alegrías y tristezas.
El palacio conocía nuestros secretos, verdades y miedos. Sabía de los gustos
que moraban dentro de cada uno. Era adonde acudíamos para entretenernos,
compartir y sorprendernos. El palacio estaba dentro de nosotros al igual que
una parte de nosotros le pertenecía a él. Nuestras emociones abrazaban sus
cimientos y él nos recibía sin hacer preguntas. En el
palacio nos elevábamos sobre los candelabros y explorábamos aquellos anhelos
que aún no habíamos descubierto, más allá de las cúpulas estrelladas. En el
palacio vivimos impresiones indelebles todo el tiempo. Cada detalle llenaba los
instantes de la magia y la gloria del arte. Nos deleitamos entre decoraciones
majestuosas de finas pinturas que resaltaban sobre las espléndidas alfombras y
cortinas de terciopelo. Entre esculturas exóticas y cenefas magníficas. Entre
candelabros y lámparas con cristales brillantes. Entre columnas y tronos dignos
de templos de dioses y musas. Y allí dimos rienda suelta a nuestra imaginación.
El palacio era
el lugar donde nacían las ilusiones y se creaban momentos inolvidables. Donde
surgían las fantasías que nos deleitaban en placeres sutiles y desbocados.
Pasar la tarde en el palacio era todo un evento. Al entrar, el vestíbulo se nos
abría con el estilo de quien se sabe especial. Los acomodadores eran los genios
que nos llevaban del ala en esas travesías, flotando entre aquellos espacios
fastuosos. Las luces iluminaban la sala, dejándonos ver sus maravillas.
Llegábamos a nuestros lugares. En cuanto ocupábamos los asientos, una fuerza
casi magnética nos transportaba a otra dimensión, regalándonos una experiencia
emocionante, intimista y profunda. El telón estaba abajo. Las luces se apagaban
lentamente, centrándose solo en el cortinaje grandioso. El ambiente estaba
inundado de una solemnidad total. Pasaban unos momentos y el lienzo se corría
en todas direcciones, dejando al descubierto la pantalla plateada. Estábamos
listos para dejarnos sorprender, para viajar, para volver a ser niños y
dejarnos envolver en la magia de tantas estrellas que inundaban la pantalla,
goteando desde el modelo astral que nos cubría. Toda esa experiencia compleja y
amplia hacía que nuestro espíritu se hinchara y se elevara, llenando el volumen
de la enorme sala. La música en vivo en los intermedios nos brindaba la
continuidad de toda esa magia imperecedera. Con los amigos disfrutamos en el
bar, comentando las películas, las noticias y las piezas en vivo.
Hoy en día, el
palacio nos lleva de vuelta a una época romántica, de sublime placer artístico,
divina. A pesar del paso del tiempo, el palacio
sigue siendo universal y único. Este es el Palacio.
©2014 PSR
http://m.imdb.com/title/tt3564442/
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