Buscando la paz, encontré los árboles de
mi ciudad totalmente desbordados de delicadas y perfectas flores en primavera,
estallando todos en mil colores al mismo tiempo. Entre la locura del tráfico
pude oír a las aves cantar y vi a una pareja de guacamayas haciendo piruetas en
el cielo azul. Sentí el calor del sol caribeño sobre mi piel y luego me
envolvió la noche fresca adornada de un manto de estrellas. Otro día se
presentó ante mí un magnífico arco iris en medio del gris que se deshacía
encima de mi persona. Sonreí de dicha ante el simple hecho de poder caminar
descalza por la playa y disfrutar de un paseo por el bosque. Respiré profundo
al recordar que tengo una hermosa familia, que contamos con un techo, que no pasamos
frío ni nos falta el pan, y que tenemos el enorme privilegio de recibir una
buena educación en un país libre y democrático. Me percaté de lo bello que es
tener metas e ilusiones y poder soñar bonito con mi propia realidad; de lo
liberadora que resulta una risa espontánea, sincera, y de cuánto puede iluminar
una mirada limpia. Al estar feliz consigo mismo, no hay nada de qué
preocuparse, no existen las posesiones, se lleva el corazón y el alma desnudos,
no es necesario pedir perdón, no hay que decir nada, la expresión es plena, los
ojos se cierran plácidos… Entonces, en medio de mi propia vida, entendí que
encontramos la paz cuando nos damos cuenta de que no necesitamos de nada ni de
nadie más.
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