En el estudio de mi padre hay un retrato de las manos de mi abuelo, el ginecólogo obstetra Dr. Georg Ernst Schaefer, realizado por su amigo el pintor KGe en 1934. El artista plasmó su percepción de aquellas manos que habían traído al mundo a tantos niños y habían ayudado a tantas mujeres a lo largo de muchos años en Gera, Alemania. Sí, las manos de mi abuelo hicieron mucho bien… al igual que las manos de todos nosotros.
No tuve la dicha de conocer a mi abuelo ya que él murió un año antes de yo nacer; así que nunca pude tocar sus manos. Sin embargo, podía verlas cuando quisiera en ese cuadro. De alguna manera es inevitable mirarlo cada vez que entro al estudio, aún hoy que mi padre ya no está. Las manos de mi abuelo fueron entrenadas para la labor que debían realizar; eran manos trabajadoras y sanadoras, listas para intervenir drásticamente en cualquier emergencia y para dar consuelo frente a los desenlaces difíciles. No me extraña que alguien se hubiese sentido interesado e incluso fascinado por lo que significaron esas manos famosas en Gera hasta pasada la primera mitad del siglo pasado.
Lógicamente me siento contenta por mi abuelo, pero lo que más me encanta de sus manos es que no tenían nada especial; su importancia era debida al uso que él les daba, convirtiéndolas en diversos instrumentos según la necesidad del momento. Y eso era exactamente lo que hacía mi otro abuelo, Gustav Röder en Königsberg, por otro lado de Alemania cuando como maestro albañil utilizaba las manos para construir casas y edificios. También su esposa, mi abuela Liesbeth, usaba sus manos al cortar patrones en telas para coserlas después, convirtiéndolas en prendas de vestir. Por su parte, en Marburg, mi emancipada abuela Paula Mahr utilizaba las manos para expresar sus ideas escribiendo ensayos sobre teología y religión. Estoy muy orgullosa de mis cuatro abuelos; cada uno de ellos creó algo diferente pero todos usaron sus manos, manos como las de cualquier persona. ¿Y de qué otra manera podrían ser, sino iguales a las nuestras?
Las manos. ¡Cuánta perfección y cuánta belleza encerradas en un par de palmas, esperando la indicación exacta para actuar, dejando salir entonces miles de emociones y conceptos! Cuánto pueden revelar un par de manos acerca de su dueño… Y cuánto pueden contarnos nuestras manos, si tan sólo prestamos atención a las señales que nos transmiten. Las manos son uno de los medios de comunicación más importantes, desde el mismo sentido del tacto, pasando por la creación de cualquier obra y llegando al lenguaje de señas y la lectura braille. En cuanto a la transferencia instantánea de información, no hay nada que se compare a un apretón de manos; es un contacto breve e intenso entre dos personas que dan el primer paso para conocerse. Sin embargo, hoy en día hay mucha gente que por diferentes razones ya no quiere dar la mano al saludar. Para mí, la presentación de una persona queda incompleta si no me da la mano; ese intercambio energético momentáneo es prioritario porque me da una mejor idea del carácter de quien acabo de conocer. Las dimensiones, forma, temperatura y textura de la mano, junto con la manera de engancharla, la presión, la expresión del rostro, la mirada y la duración del evento son indispensables en esa primera impresión tan importante que puede definir el curso de una relación.
En la inmensa mayoría de las actividades que llevamos a cabo todos los días están involucradas las manos. Ellas ejecutan las instrucciones que les damos, y siendo nosotros duales por naturaleza, les cargamos un lado luminoso y otro oscuro. De la misma manera que las manos pueden crear cosas importantes y hermosas, también son capaces de destruir cuanto existe: pueden dar vida o pueden quitarla, acercar y comunicar o alejar, rechazar y bloquear todo intento de encuentro. También pueden arreglar, reparar cualquier obra destruida; incluso son capaces de curar y de hacer soñar. Las manos pueden aferrarse fuertemente a algo y no dejarlo ir jamás o aflojarse, soltarlo, empujarlo y luego escapar; pueden abrirse para saludar o convertirse en un insulto o un puño que ofenda o hiera. Pueden defender nuestras ideas de manera pacífica, protegernos de cualquier peligro o atacar sin misericordia y con todo el odio del mundo; pueden llenarnos de energía, elevándonos por encima del mundo o drenarnos, pisoteando nuestra alma, silenciándola irremediablemente. Las manos comienzan todas las obras y las acaban también; pueden cuidarlas o maltratarlas, regalar amor o robar la felicidad, aniquilando al ser. Nuestras manos pueden lograr todo esto y mucho más… y justamente ese es su sentido: son los instrumentos más perfectos de que dispone el espíritu.
Las manos son los principales órganos con que manejamos el mundo que nos rodea. Su diseño y constitución las hace extremadamente versátiles en cuanto a su funcionalidad, siendo capaces de realizar infinidad de movimientos en muchos grados de precisión. Principalmente, las manos
hacen. Hacen algo, lo que sea, pero siempre
hacen. Son el vehículo del que disponemos para dominar el ambiente a nuestro antojo: al cumplir órdenes ellas trabajan, luchan, siembran y después cosechan. Son capaces de indicar, atajar, cocinar, vestir, limpiar y llamar; traen y recogen todo lo que haga falta en un hogar cada vez que sea necesario. Nuestras manos crean obras de arte, nos emocionan produciendo música, dibujan y escriben para entretenernos, para plasmar nuestros sueños o como medio para subsistir. Ellas comienzan las cosas, colocan todo en el lugar exacto, ejecutan las acciones que deben, siempre acatando nuestros mandos para tomar las armas y embestir o para juntarse como si fuesen un espejo, llevándonos a un estado espiritual elevado en el cual logramos orar o meditar.
Pero estas maravillosas herramientas empotradas de que dispone nuestro cuerpo no sólo sirven para trabajar y producir; se consideran también las mejores representantes del sentido del tacto. En las puntas de los dedos hay una enorme cantidad de terminaciones nerviosas que nos dan información sobre el entorno a la vez que nos permiten manipularlo. El procesamiento instantáneo de infinitos estímulos y sensaciones crea un panorama completo e irremplazable según el cual reaccionaremos. Definitivamente, las manos son perfectas; señalan algo que nos interesa, encuentran objetos, los alcanzan, agarran, palpan, sienten su superficie, textura, dureza o suavidad comunicándonos cada detalle instantáneamente, constantemente, fielmente. Ellas son capaces de descubrir menudencias casi imperceptibles, ver en la oscuridad absoluta, sentir las vibraciones de la música, un grito, una explosión, el golpe de algo que cae y un susurro; pueden escuchar lo que nuestros oídos no son capaces y llevar cualquier mensaje al destino preciso, explicando el objeto o la circunstancia. Al describir nuestro mundo en detalle, las manos detectan, sitúan y ubican, notan y examinan, aprecian y observan, manifiestan y revelan los elementos y el conjunto, sorprendiéndonos constantemente. Así, nos hablan afirmando aquello que nos envuelve y son capaces de recordar todas las sensaciones aprendidas en un evento.
Nuestra alma utiliza las manos como su extensión física y son el mejor medio de que dispone para expresarse. Con ellas nos dedicamos a repartir amor a quienes nos rodean. Traemos vida al mundo, la cuidamos, alimentamos y ayudamos de mil maneras diferentes. Las manos son importantes al momento de enfrentar cualquier peligro; podemos envolver en ellas algo o a alguien para defenderlo o impedir una desgracia, transmitir seguridad con una simple palmada en el hombro, confortar a otro con el calor de nuestro tacto y ayudar a los demás a sanar por sí mismos con la energía que pasa a través de nosotros y emana de nuestras palmas. Las manos nos ayudan a consolar a quien lo necesita, estrechándolo en un gesto protector de la más pura entrega. Son elementos curativos en toda la extensión de la palabra; con ellas damos masajes y aplicamos tratamientos, revitalizando a los demás al recibirlos y a nosotros mismos por la oportunidad de darlos.
Y por supuesto, las manos son muy importantes a la hora de expresar los sentimientos. ¡Qué delicia sentir esa caricia anhelada en el momento oportuno! ¡Qué regalo tan especial llegar a posar las manos sobre la piel del otro, entregándole la tibieza de nuestras palmas y descubrir su calor... su tremor… la explosión de su erizamiento inminente como consecuencia de un inesperado escalofrío. Las manos llegan adonde más se necesitan; ofrecen toda la suavidad y la ternura del universo, dan cariño, palpan, tocan, aprietan, desean, sienten, reciben, disfrutan, son delicadas, quieren, complacen, aman… y en el instante menos esperado, aquellas manos que tan obedientes siguen siempre nuestras instrucciones de pronto se rebelan, se emancipan y se liberan, perdiéndose a ratos por las sendas ocultas de las emociones…
Las manos. Mientras más las descubro, más me maravillan.
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