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Amaneciendo,
Alex abrazaba a Andrea. Afroditas asidas al auténtico antojo, ánimas ávidas atrapaban
arterias apretadas alrededor, anilladas, anudadas, alucinando arenas ardientes,
antorchas apocalípticas avolcanadas, apezonadas. Aunque avanzaban ansiosas,
aquellas amantes anunciaban al ambiente aludes amorosos, arrinconando al
atributo arrobado.
Ante alcoba apacible,
Alex avizoraba ágapes amorosos agigantados albergando alforjas amplias aprovisionadas,
albedríos alborozados. Andrea, Artemisa argéntea, añoraba activamente amamantar
apetecibles astros animados, arropando amoldada anatomías ausentes.
Atraídas al área
ardiente, ambas anfitrionas arrancáronse atrevidas atributos arcaicos,
apoderando anteriores apariencias apostadas; ahora apuradas ante argumentos
antepasados. Abriéndose al albor ambarino, Alex, Amazona aceitunada, aró ávida
ánforas atadas a albicelestes ancas ardientes, algodonadas. Alabándola, Andrea
alardeaba artes al agitarse; apuraba a Alex a amarse alborotadas al abreviado atardecer
anónimo, alcanzando alturas astronómicas. Alex, aspirando acelerada, adentraba alma:
aire, agua, aromas azules, al ámbito agreste, alegre, azaroso, atrapando
ambigüedades apasionadas.
Alimentando
alientos áureos, Andrea, acertada, amasó abundantes aceites aderezados almacenados,
acariciando a Alex acentuadamente. Alex, almohada acoplada, acomodó alas
amarillas angulosas, articuladas; aves azucaradas acicalando a Andrea. Arqueándose
azoradas, ambas amantes ávidas arrancaron azucenas albas, amapolas, al anochecer
aplomado, armónico, antojándoseles antiguos ángeles anclados a alcobas
aledañas.
Alunadas,
alumbradas, amantadas, afroditas artistas aproximaron armonías arrebatadoras
ante ampliado altar amatorio, acariciándose adelante, arriba, afuera, atrás, abajo,
adentro; ascendiendo al apogeo, arañando arrogancias anónimas aprensivas,
amnésicas. “¡Amor! ¡Amor!”, aseveraban airosas Amazona, Artemisa; águilas ágiles
aleando alejadas, aisladas, ambas altamente agradecidas, aclamando al amor
auténtico, afortunado, aflorado, agradable, aseado. Anocheciendo, andaban
ajenas al albur áureo alcanzado; alhaja ahora ahogada ante alaridos amativos
antojados, ansiosos, aplaudidos.
Años anteriores,
Andrea amaba a Alex apoyando apreciablemente aprendizajes apresurados, aprobando
alguna acción ardiente, apretada, alborotada, abierta, ágil ante audiencias
atorrantes, arrogantes, axiomáticas, amargadas, alacranadas. Apenas antes, Alex,
Andrea, amantes atónitas, actuaban armadas ante ataques anónimos, asociados, agrios,
agudos, atribuidos al astuto atropello atrevido, acumulado, aumentado; animadas
avanzando audaces al abrir aletas auspiciosas. Ahora, al aventurar avatares,
aún atraviesan ávidas algunas áreas alejadas avejentadas, avinagradas,
afortunadamente aisladas. Asombradas al ampliar ambos asuntos, amadas amantes
advirtieron amenazas, ataduras arcaicas, agónicas, asemejando aspectos asonantes,
ásperos. Apremiadas, apartaron automáticamente aquellas aventuras, aprovechando
aspectos amnésicos anteriores arrimados al argumento anárquico alterno.
Aclarando, acogiéronse
a acometer, acompañadas, adheridas, acrobacias acuarianas adoradoras, afectuosas.
Aquí, allá, alzábanse alteradas, avizorando arcángeles, árboles, almendras,
avellanas, arcos; andamios articulados ascendentes al amplificado aprecio
apostado. Amaneciendo auroras actuales, Alex, Andrea, aliviadas, ajustadas, almibaradas,
acariciándose aterciopeladamente, aprovechan asegurar anatomías ancestrales:
anteceder abrazos al acto amatorio augurado; antepasados apropiados amistosos,
auténticos, afirmándose así, acertadas, al avivado amor apasionado: al amor
abierto, amén.
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