El sudor sulfúrico te delataría si no
vivieras en aquel codo ciego de la cloaca principal de la ciudad. Aunque insistas
en bañarte en una mezcla de colonias puedo percibir las partículas hediondas
que exudan los pliegues inmundos de tu piel pegajosa. Te acercas en silencio,
absorbiendo todo el aire limpio que encuentras a tu paso y exhalando vapores
tóxicos. No tengo escapatoria; esta vez me atrapaste en el momento más
vulnerable.
En medio del horror, no puedo sino sentir
una infinita lástima por ti. Demasiados complejos, demasiada inseguridad,
demasiada pobreza de espíritu. Demasiados miedos cristalizaron, convirtiéndote
en este monstruo abominable, rebosante de la más pura envidia, del más genuino
rencor. Un ser que destila odio de una manera casi sublime. Transformaste el
abuso y el maltrato en un arte oscuro con el que violentas a tus víctimas de
mil maneras distintas. Tanto amor, tanto tiempo invertí, intentando hacerte un
ser humano… un ser humano. Sin embargo, todo fue inútil; el veneno que corre
por tus venas no tiene antídoto.
Te inclinas sobre mí, imponiendo tu silueta
mórbida en medio de las almas oscuras que te rodean. Tu rostro busca el mío,
creando un vacío gélido por el cual intento escapar, y que traspasas chupando
el calor y la luz agonizante que aún emite mi alma aterrada. La distancia se
acorta cada vez más. En la penumbra, percibo el aliento a hiel que despide tu
boca descompuesta. Es el fin; sé lo que me espera. Vas a ejecutarme con un beso
envenenado, quemando mi garganta con tu saliva corrosiva. Entonces, mi vida se
desintegrará jirón a jirón, volviéndose una masa amorfa, inerte, amontonada en
la misma cañería junto con tus miserias. Así, te nutrirás de mí hasta que caiga
tu próxima víctima… o hasta que las ratas al fin se den cuenta de que no eres
mejor que ellas.
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