“…La luna llena ilumina la jungla con hilos plateados que se
reflejan en el río y la laguna, a cuya orilla se encuentra el campamento. De
pronto siento la atracción de la luna en el agua. Algo me llama con
insistencia. Escucho el canto de las toninas y los manatíes que nadan en la
claridad de la medianoche del día en que volví a nacer. Vuelvo a percibir el
delicioso cosquilleo en la base de mi cabeza y sé que tengo que hacer algo. Me
levanto de la hamaca sin pensar y me acerco a la orilla. Ahí está la luna, esperándome
vibrante en el espejo metálico y oscuro del agua. Una brisa cálida acaricia mi
rostro cuando levanto la mirada para verla de frente en el cielo. Hay una calma
llena de voces que parecen decir mi nombre a gritos. Me desnudo en un acto de
respeto a la naturaleza que me rodea y, solemne, dejo mis ropas en la playa. Ya
no las necesito.
Entro lentamente en las tibias aguas del
remanso que forma la laguna. No tengo ninguna prisa, soy dueña del tiempo.
Deseo arroparme en su fluido dulce y peligroso mientras corre por la zona más
antigua de la Tierra. Bebo el líquido del cual una vez bebieron mis antepasados
hasta saciarse. Hoy es mi turno. Me sumerjo dejando que el agua penetre todos
los pliegues de mi piel; extremidades, manos, pies, cuello, cabello. Al fin soy
una con la naturaleza; la siento como parte de mí en un éxtasis total. Mi
emoción se traduce en un placer infinito que no pienso dejar ir jamás.
Nado. Nado contra la corriente, haciendo
fuerza para conquistar el río dueño de las aguas. Cuando me canso, me dejo
llevar un trecho hacia atrás y vuelvo a emprender mi ascenso. Minuto a minuto
me voy alejando de la orilla. Ningún ser humano me puede ver, y yo misma me
siento parte del paisaje primitivo y embrujado. Nado más. Nado. Sigo nadando,
pero el río gana. Abandono la lucha, dejando que el torrente me arrastre a su
antojo. Las aguas me llevan hacia el fondo, donde no hay corriente alguna. Es
el lugar de la paz. Instintivamente intento subir a la superficie para respirar
y de nuevo me atrapan las aguas del rápido, que se ha vuelto más estrecho.
Entre los remolinos logro tomar aire y moverme hacia un grupo de rocas que
sobresalen del agua. Estoy a salvo.
Escucho algo que asemeja el canto de un
manatí, pero es mucho más grave que el de esta tarde. Miro hacia la orilla y en
medio del oscuro y brillante paisaje distingo la cabeza de un gran macho
plateado que me observa con interés. Hacemos contacto con la mirada y me
percato de que mi campo de visión se hace más amplio. Una vez más siento el
hormigueo en la nuca y sé que debo continuar. A pesar de que la noche es
cálida, un extraño frío recorre mi cuerpo. Me siento pesada sobre esta piedra;
lo mejor es que regrese al agua…”.
Fragmento de
"Selva" ©2006 PSR
"Selva"
aparece en la antología Yara y otras historias, de Patricia Schaefer
Röder.
Ediciones
Scriba NYC
ISBN 978-0-9845727-0-0
ISBN 978-0-9845727-0-0
Twitter: @PatriciaSchaefR