“…Aún
puedo ir a la piscina a nadar un poco. Me hace falta sentir el abrazo del agua,
aunque sólo sea esta versión clorada. El contacto con el agua es sensual,
íntimo y energizante a la vez. Me hace recordar que estoy viva; revelando la
esencia de mi persona.
Llego a
la piscina. Hoy es toda para mí. Alisto una silla de extensión con una toalla y
la arrimo hacia la sombra. Hace calor pero hay una agradable brisa que sopla
entre las palmeras. Me siento cómodamente y respiro profundo, cerrando los
ojos. Poco a poco me voy relajando; mi mente se va quedando en blanco con cada
bocanada de aire que se escapa.
Unos
minutos después entro al agua. Está perfecta; cálida y amable. Me dejo recibir
por su manto al tiempo que yo misma lo recibo, dejándome llevar por la falta de
gravedad, elevándome, flotando junto a las nubes que me cubren ligera.
La
relación entre el agua y mi piel es de atracción y necesidad perennes. Lo veo
una y otra vez al sumergir la mano en el agua. Mi piel estalla en mil
sensaciones cuando me arropo en la seguridad poderosa que me brinda ese
elemento primordial. Al fin me siento libre, dueña del momento. Aquí,
acompañada de mi soledad, me reencuentro con la gota que se queda fija en el
dorso de mi mano cuando la saco del agua. Siempre en el mismo lugar, esa
pequeña gota ovalada brilla al sol, reventando infinitos arco iris en su
superficie. Lisa, limpia, prístina. Una fracción de agua que no quiere dejarme
ir, empeñada en quedarse hasta que el calor de mi cuerpo la desintegra,
liberándola en el aire. Mi piel la recibe sedienta de compañía y juega con ella
mientras se funde en su caricia, para luego confiarle mis dudas indecibles y
mis sueños más secretos. Es fiel, aparece invariablemente en el mismo punto sin
importar cuántas veces o cuán seguido sumerja la mano en el agua. Una perla
viva que respira junto a mí, cargándose de energía para luego pasar a otro
estado más elevado. ¡Cómo quisiera convertirme en gota y moverme a mi gusto
entre el agua y el cielo, formando yo sola un abanico de color sin nada que me
lo impida! O cayendo estrepitosa desde una enorme y pesada nube negra sobre un
campo de maíz en flor. O tal vez entrando como brisa húmeda en el cuerpo de esa
mujer que se sienta a soñar en una silla de extensión en la piscina, hoy que no
pudo ir a ver el mar.
Pero
esa gota leal también me transmite una sensación de inmovilidad; de que todo se
queda igual. Me aterra pensar que la gota sea premonitoria y que mi vida se estanque,
pegada a alguien que no se percata realmente de mi presencia. Es cierto,
quisiera que muchas cosas buenas no cambiaran nunca; que no se acabara la
amistad, la salud ni la vida. Que conserváramos la alegría y la energía de la
juventud, y que pudiéramos seguir creando indefinidamente. Pero sé que los
cambios son necesarios para el desarrollo y la madurez. Lo estoy sintiendo
ahora en carne propia; el imperativo de definir mi existencia”.
©2007 PSR
Fragmento tomado de un trabajo en proceso