luna curiosa
que me despiertas sin falta
noche a noche
para escuchar mis secretos.
luna que me envuelves toda
en halos plateados
ligeros.
luna desnuda de sombra
dame tu tiempo entero
efímero.
luna traficante de sueños
no escapes
detrás de los árboles
no huyas
por la montaña
luna…
luna serena
quiero contarte
lo que a nadie he dicho.
no te vayas luna
luna mía
luna
quédate un rato más
conmigo
duerme sonriente
en mi regazo
llena de paz
y peinaré tu cabello
con mis dedos.
entonces revelaré
en un susurro quedo
la ilusión más cristalina
limpia
solo para ti.
luna
mi aliento tibio
es caricia sutil
a tu oído
como ala de ángel
roza tu alma radiante
celestina.
luna confidente
ansiosa
atenta
te diré con la mirada
aquel deseo que mis labios
no han sabido pronunciar
…no han podido
nunca.
luna
inútiles mis manos
intentan atrapar
el más escondido anhelo
encubierto por mil miedos
encerrado
anulado.
luna
no encuentro tu beso
en mi piel.
escurridiza
mi pasión
se desvanece
de nuevo
luna
y sigo aquí
incapaz de mostrártela
ni siquiera en el delirio
de tu luz tan plena
o en tu ausencia enorme
llena de oscuras penas.
©2011 PSR
EL AGUA NOS DA VIDA, NOS CALMA, NOS NUTRE, NOS ENVUELVE, NOS PURIFICA Y NOS LIBERA ...Y A VECES CAE SOBRE NOSOTROS COMO GOTAS DE SOL Y LUNA
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miércoles, 30 de marzo de 2011
miércoles, 23 de marzo de 2011
QUERIDA TICA
San Juan, 23 de marzo de 2011 (a tan solo dos meses de tu cumpleaños…)
Querida Tica:
¡Darling! Espero que te encuentres bien y que el vuelo haya sido bueno. Supongo que estas líneas las leerás ya en tu nueva casa, de vuelta en tu tierra. Me alegra que estés allí, porque significa que lograste tu meta, cerraste un capítulo y comienzas otro que te traerá nuevas experiencias y más aprendizaje. (Sabes que a mí me encantan las experiencias y los aprendizajes, creo que soy una estudiante perenne…). Aprovecha que eres joven y aún te quedan muchas cosas fascinantes por aprender… tú sabes, nunca se termina de aprender. Por eso, te deseo infinitos días soleados de cielos azules y nubes fantásticas que sean el marco perfecto de tu nueva etapa, el ambiente ideal para asimilar cambios y divisar nuevos horizontes.
Te decía que me alegra que regreses a tu tierra porque sé que eso es lo que más deseabas desde que te conocí, hace seis años y medio. Lo primero que me dijiste esa noche fue que llevabas 12 años en la isla y que ya mismo regresarías a casa. Afortunadamente para mí, sin yo saberlo me hablaste en puertorro y así, el “ya mismo” que tanto trabajo me tomó aprender, recién sucede hoy, más de seis años después. Con tu sueño cumplido, te deseo que disfrutes la paz del terruño y te llenes de felicidad.
No te niego que me hará falta tu compañía física, los almuerzos con las chicas y cuando te recogía en el trabajo, donde ya todos sabían que había llegado tu chofer particular, jajaja. Tantos chistes, tantas preguntas, tantas anécdotas en esos poco más de seis años; me siento feliz de haberlo compartido todo contigo y te lo agradezco enormemente. ¿Pero sabes qué? Aunque te extrañaré, nunca será con tristeza, porque es mucho más grande la alegría que siento al saber que harás algo que te traerá tranquilidad y dicha, que cualquier sentimiento egoísta que pueda intentar aflorar en mí.
Fue una gran fortuna haberte conocido apenas llegué a la isla. Siempre me sentí plenamente cómoda en tu compañía. Hablar contigo me hace recordar un tanto a mis hermanas —aparte del trato, que me hace gracia por lo parecido—; supongo que será porque tenemos tanto en común en cuestiones familiares, en tradiciones y en la manera de habernos criado. Eres la viva mezcla de alemana y latinoamericana; dos culturas opuestas que has amalgamado sin dejar ninguna veta visible, soldadas sin punto de costura. Comprendes la geometría cerebral de los alemanes y sabes lidiar con la informalidad latinoamericana. Eres muy correcta y honesta; sin embargo esa sensatez tan tuya no te impide ser alegre y disfrutar de la vida en cualquier lugar que estés, haciendo siempre lo que puedes con lo que hay. Tienes buen humor y una sonrisa hermosa; es fácil hacerte reír y eso me gusta mucho (sabes cuánto me agrada hacer reír a la gente). Eres amable, bella por dentro y por fuera. Es una gran dicha para quienes te rodean poder estar cerca de ti, experimentando cómo tu alma ilumina todo a tu alrededor. Así, es uno de mis mayores deseos que cada día tengas algún motivo para sonreír y brillar.
En estos años comprobé una y otra vez que la familia y la amistad valen mucho para ti. Puedes sacrificarte mucho por tu familia, que está por encima de cualquier otra cosa. Eres luchadora y eso lo admiro y respeto muchísimo. Te ocupaste bien en transmitirles los mejores valores a tus hijas, que han aprendido muy bien de ti y se están desenvolviendo como mujeres responsables que saben lo que quieren y van en pos de ello. ¡Enhorabuena! Deseo que tengas el mejor de los reencuentros con tu familia y tus amigos de toda la vida, y que también hagas nuevos amigos con quienes estrenes y compartas esta emocionante etapa. Y sobre todo te deseo salud; la tuya y la de los tuyos, siempre.
Por suerte tuve suficiente tiempo para descubrirte como una mujer leal, noble y perseverante… ¡y persistente! Eres paciente (¡me consta! jajaja) y tienes una actitud positiva ante las cosas; eres emprendedora y no te dejas vencer por cualquier contratiempo. Son muchas las características positivas que te definen y que hacen que la gente te recuerde siempre con tanto cariño. Sé que has dejado huella en muchas personas que trataste en la isla, y que esa marca ha sido invariablemente positiva; lo afirmo porque soy un ejemplo de ellas. Constantemente te vi ayudando a los demás y resolviendo cosas para otros, y no solo en asuntos laborales. Y ya que estamos en eso, quería decirte que siempre es un gran honor y un placer trabajar contigo; eres muy seria y buena en tu trabajo, y sé que más de uno tiene la misma opinión. Así, deseo que aproveches las oportunidades que descubras a tu paso para que sigas llevando una vida plena en todos los sentidos y que aceptes aquellos desafíos que te mantengan motivada en lo que haces y sientes.
Tica, eres grande en tamaño y espíritu; una de esas pocas personas que me transmiten paz. Me siento muy afortunada de haberte conocido y estoy aún más orgullosa de tenerte como amiga. Recuerda que sigues contando conmigo y con muchos otros para lo que sea, cuando sea y como sea; no hay nada que pueda impedir que un amigo ayude a otro si se tiene la voluntad de hacerlo. Por eso, deseo que conserves las buenas relaciones que has ido forjando a lo largo del camino y que fueron enriqueciendo tu alma. De la manera que yo lo veo, físicamente solo moviste el barco del Puerto a la Costa, pero en mi pecho esos lugares están juntos en el lado izquierdo, y tu barco permanece anclado y sin permiso de salida.
Darling, sabes que te quiero mucho. Te deseo que siempre te rinda el tiempo y que encuentres el momento para sentarte y respirar profundamente, orgullosa de todo lo que has logrado. Disfruta de todas esas cosas que hacen que la vida sea bella; las más sencillas, las que no se pueden tocar. Y recuerda hacer tus sueños realidad; tú eres la única responsable de ellos. Recibe el mejor de los abrazos junto a un millón más de buenos deseos, siempre. Cuídate y sé feliz. ¡Hasta pronto!
Patricia
Querida Tica:
¡Darling! Espero que te encuentres bien y que el vuelo haya sido bueno. Supongo que estas líneas las leerás ya en tu nueva casa, de vuelta en tu tierra. Me alegra que estés allí, porque significa que lograste tu meta, cerraste un capítulo y comienzas otro que te traerá nuevas experiencias y más aprendizaje. (Sabes que a mí me encantan las experiencias y los aprendizajes, creo que soy una estudiante perenne…). Aprovecha que eres joven y aún te quedan muchas cosas fascinantes por aprender… tú sabes, nunca se termina de aprender. Por eso, te deseo infinitos días soleados de cielos azules y nubes fantásticas que sean el marco perfecto de tu nueva etapa, el ambiente ideal para asimilar cambios y divisar nuevos horizontes.
Te decía que me alegra que regreses a tu tierra porque sé que eso es lo que más deseabas desde que te conocí, hace seis años y medio. Lo primero que me dijiste esa noche fue que llevabas 12 años en la isla y que ya mismo regresarías a casa. Afortunadamente para mí, sin yo saberlo me hablaste en puertorro y así, el “ya mismo” que tanto trabajo me tomó aprender, recién sucede hoy, más de seis años después. Con tu sueño cumplido, te deseo que disfrutes la paz del terruño y te llenes de felicidad.
No te niego que me hará falta tu compañía física, los almuerzos con las chicas y cuando te recogía en el trabajo, donde ya todos sabían que había llegado tu chofer particular, jajaja. Tantos chistes, tantas preguntas, tantas anécdotas en esos poco más de seis años; me siento feliz de haberlo compartido todo contigo y te lo agradezco enormemente. ¿Pero sabes qué? Aunque te extrañaré, nunca será con tristeza, porque es mucho más grande la alegría que siento al saber que harás algo que te traerá tranquilidad y dicha, que cualquier sentimiento egoísta que pueda intentar aflorar en mí.
Fue una gran fortuna haberte conocido apenas llegué a la isla. Siempre me sentí plenamente cómoda en tu compañía. Hablar contigo me hace recordar un tanto a mis hermanas —aparte del trato, que me hace gracia por lo parecido—; supongo que será porque tenemos tanto en común en cuestiones familiares, en tradiciones y en la manera de habernos criado. Eres la viva mezcla de alemana y latinoamericana; dos culturas opuestas que has amalgamado sin dejar ninguna veta visible, soldadas sin punto de costura. Comprendes la geometría cerebral de los alemanes y sabes lidiar con la informalidad latinoamericana. Eres muy correcta y honesta; sin embargo esa sensatez tan tuya no te impide ser alegre y disfrutar de la vida en cualquier lugar que estés, haciendo siempre lo que puedes con lo que hay. Tienes buen humor y una sonrisa hermosa; es fácil hacerte reír y eso me gusta mucho (sabes cuánto me agrada hacer reír a la gente). Eres amable, bella por dentro y por fuera. Es una gran dicha para quienes te rodean poder estar cerca de ti, experimentando cómo tu alma ilumina todo a tu alrededor. Así, es uno de mis mayores deseos que cada día tengas algún motivo para sonreír y brillar.
En estos años comprobé una y otra vez que la familia y la amistad valen mucho para ti. Puedes sacrificarte mucho por tu familia, que está por encima de cualquier otra cosa. Eres luchadora y eso lo admiro y respeto muchísimo. Te ocupaste bien en transmitirles los mejores valores a tus hijas, que han aprendido muy bien de ti y se están desenvolviendo como mujeres responsables que saben lo que quieren y van en pos de ello. ¡Enhorabuena! Deseo que tengas el mejor de los reencuentros con tu familia y tus amigos de toda la vida, y que también hagas nuevos amigos con quienes estrenes y compartas esta emocionante etapa. Y sobre todo te deseo salud; la tuya y la de los tuyos, siempre.
Por suerte tuve suficiente tiempo para descubrirte como una mujer leal, noble y perseverante… ¡y persistente! Eres paciente (¡me consta! jajaja) y tienes una actitud positiva ante las cosas; eres emprendedora y no te dejas vencer por cualquier contratiempo. Son muchas las características positivas que te definen y que hacen que la gente te recuerde siempre con tanto cariño. Sé que has dejado huella en muchas personas que trataste en la isla, y que esa marca ha sido invariablemente positiva; lo afirmo porque soy un ejemplo de ellas. Constantemente te vi ayudando a los demás y resolviendo cosas para otros, y no solo en asuntos laborales. Y ya que estamos en eso, quería decirte que siempre es un gran honor y un placer trabajar contigo; eres muy seria y buena en tu trabajo, y sé que más de uno tiene la misma opinión. Así, deseo que aproveches las oportunidades que descubras a tu paso para que sigas llevando una vida plena en todos los sentidos y que aceptes aquellos desafíos que te mantengan motivada en lo que haces y sientes.
Tica, eres grande en tamaño y espíritu; una de esas pocas personas que me transmiten paz. Me siento muy afortunada de haberte conocido y estoy aún más orgullosa de tenerte como amiga. Recuerda que sigues contando conmigo y con muchos otros para lo que sea, cuando sea y como sea; no hay nada que pueda impedir que un amigo ayude a otro si se tiene la voluntad de hacerlo. Por eso, deseo que conserves las buenas relaciones que has ido forjando a lo largo del camino y que fueron enriqueciendo tu alma. De la manera que yo lo veo, físicamente solo moviste el barco del Puerto a la Costa, pero en mi pecho esos lugares están juntos en el lado izquierdo, y tu barco permanece anclado y sin permiso de salida.
Darling, sabes que te quiero mucho. Te deseo que siempre te rinda el tiempo y que encuentres el momento para sentarte y respirar profundamente, orgullosa de todo lo que has logrado. Disfruta de todas esas cosas que hacen que la vida sea bella; las más sencillas, las que no se pueden tocar. Y recuerda hacer tus sueños realidad; tú eres la única responsable de ellos. Recibe el mejor de los abrazos junto a un millón más de buenos deseos, siempre. Cuídate y sé feliz. ¡Hasta pronto!
Patricia
miércoles, 16 de marzo de 2011
VIDA
La vida es un suspiro divino que nos deja sin habla. Es lo más importante que tenemos; inusitadamente frágil y enormemente compleja. El instante de tiempo en que transcurre nuestra vida es tan breve pero tan intenso que bien vale la pena defenderla hasta las últimas consecuencias.
Es la propia vida lo que nos define en este mundo. Somos porque vivimos, y al mismo tiempo, la vida es un regalo que recibimos. El más importante, porque es lo que nos constituye; aquello de lo que estamos hechos. La vida es eso absolutamente invaluable que generalmente consideramos obvio, quizá tan solo porque no podemos imaginamos el mundo sin nosotros. Pero la vida nos fue dada, no la adquirimos. Alguien más nos engendró; no fue nuestra idea y mucho menos consecuencia de algo en lo que pudiéramos influir, ni de nada que hayamos hecho; no es nuestra por mérito propio. Nadie pide venir al mundo, mas una vez aquí, luchamos por mantenernos bien y ser dichosos. Así, deberíamos estar agradecidos por tal precioso don y concentrarnos en buscar la felicidad, el estado anímico que mejor le va a ese estado físico que llamamos “vida”. Somos los únicos responsables de nuestra felicidad y, al mismo tiempo, debemos aprovechar todas las oportunidades que tenemos para hacer felices a quienes nos rodean.
Sin lugar a dudas, la vida es bella. Es maravilloso estar conscientes de que podemos ir en pos de la justicia, de la paz y la dicha, de nuestra salud, prosperidad, tranquilidad, de aquello que necesitamos, que deseamos, que soñamos. Sabemos que aunque la situación se vuelva difícil, cuando pareciera que se acaban el camino o las opciones, siempre podremos luchar más y más por las cosas que nos mueven, por lo que es realmente importante. Somos vencedores en cuanto nos enfrentamos a nuestros miedos y decidimos dar la batalla, cuando damos el primer paso que nos llevará al desenlace. La vida seguirá siendo bella, a pesar de que siempre aparezcan quienes quieran arruinárnosla. De nosotros depende que no lo logren; debemos ser más inteligentes y más perseverantes que ellos. El odio, la intolerancia, la envidia, el rencor y la codicia son fuerzas humanas capaces de destruir pueblos completos, naciones enteras, y si no les hacemos frente, a la larga sufrimos las consecuencias a menor o mayor escala. Esos sentimientos negativos nos hacen más salvajes que cualquier animal de rapiña, cuando se supone que la especie humana posee raciocinio y conciencia de sí misma, que deberían ayudarla a vivir en armonía con sus congéneres en el ambiente que la rodea. Pero no es así. Lamentablemente, las características humanas como la espiritualidad, el amor, el perdón, la misericordia, el respeto, la solidaridad y la caridad no se han desarrollado al mismo ritmo que la ciencia y la técnica, quedando rezagadas al principio del camino. La tecnología avanza veloz en todas direcciones, pero los resultados no siempre son seguros ni positivos; en demasiadas ocasiones son extremadamente perjudiciales. El mundo está llegando al límite de su capacidad de carga y aún no se nos ocurre siquiera buscar la palanca del freno. A veces parecemos olvidar que nuestro planeta está vivo y debemos cuidarlo porque, al igual que nuestra vida, es uno solo y no tiene repuesto…
En los últimos años, la Tierra pareciera estar incómoda. Es como si quisiera encontrar una posición más confortable al estirarse en todas direcciones. Cuando lo hace, nos muestra la enorme fuerza que duerme en su interior, haciendo que recordemos lo infinitamente minúsculos que somos. Ciertamente, no podemos hacer nada por impedir las catástrofes naturales, pero sí podemos comportarnos de manera más consciente y respetuosa con el mundo y nuestros semejantes. Podemos dejar actuar a nuestro lado humano, que aún necesita ejercitarse y crecer. Cada quien sabe cómo ayudar, o al menos, a quién preguntarle de qué forma puede ser útil a la hora de mostrar solidaridad y caridad a sus semejantes.
Peores aún son los desastres humanos ocasionados por la implacable intolerancia de las ideologías extremistas y fundamentalistas, que solo traen consigo dolor y pesar. El ser humano es egoísta y nunca falta quien se aproveche de los momentos de debilidad espiritual de los demás para beneficiarse o imponer sus ideas. Debemos combatir y hacer todo por erradicar aquellos sentimientos de maldad, avaricia y violencia que llevan a la desmoralización y la destrucción de los pueblos. Como sociedad que quiere llamarse “civilizada”, se hace necesario ser abiertos y aceptar que existen miles de opiniones y más de una manera de hacer las cosas. Todos tenemos el mismo derecho a ser felices; nadie nos lo puede quitar porque sí. No hay quien pueda encadenarnos el espíritu sin nuestro consentimiento; nosotros somos los responsables de nuestra libertad y los autores de nuestra dicha.
Así como la vida es hermosa, el mundo también lo es. Saber que podemos disfrutar de ambos a lo largo de nuestro tiempo es algo maravilloso y por eso los protegemos instintivamente, para mantenernos felices. Al fin y al cabo, vinimos al mundo con la única misión de encontrar la felicidad y vivir en ella.
Sentirnos vivos y plenos es algo inmensamente hermoso, y sucede cuando somos dichosos. Las emociones fuertes de cualquier naturaleza nos hacen recordar que estamos aquí ahora. No sabemos cuándo cambiaremos de dimensión, pero mientras estemos en este mundo, con todas sus imperfecciones, sus bondades, sus defectos y virtudes, estamos en la obligación de buscar aquello que nos llene de satisfacción y sosiego, que nos siembre una sonrisa en el rostro que sea imposible de borrar. Ese nirvana sólo lo podemos encontrar en nosotros mismos, cuando nuestro espíritu nos eleva por encima de los problemas, los objetos y las situaciones terrenales.
En medio de cualquier circunstancia plácida o extrema, comprobamos que cada mañana sigue saliendo el sol, iluminando a todos por igual. De noche, la luna y las estrellas están en el firmamento para quien desee admirarlas, tomándose un respiro nocturno. Lo mismo sucede con la lluvia, el viento y los demás elementos; no son propiedad de nadie, y al mismo tiempo, son de todos los seres que habitamos este planeta. Cuánta perfección hay en las alas de una mariposa, en los pétalos de una flor silvestre, en las miles de hojas de aquel árbol que nos brinda su sombra al mediodía, en el perro sin dueño que va cojeando sin darse por vencido y agradece los huesos que sobran de una parrilla en el parque. Cuánta paz hay cuando encontramos un momento para adueñarnos del tiempo y sentarnos junto al mar, escuchando tan solo el arrullo de las olas y dejando que el viento acaricie nuestro rostro, despeinándonos. Cuánta belleza hay en las piedras pulidas que encontramos a la orilla de un río, en las conchas marinas, en las piñas de las secuoyas, en el diseño de una ballena, en las sombras que vamos haciendo al caer la tarde. Cuánta energía hay en el fuego, en un tornado, en un terremoto… A veces la Tierra nos llama la atención para recordarnos que sigue siendo inmensamente más fuerte y poderosa que nosotros, para que no dejemos de ser humildes.
Nadie sabe con certeza cuánto tiempo tiene, pero durante el mío, seguiré amando la vida y el mundo de la única manera que conozco: con todas mis fuerzas. Siento la vida presente en cada célula de mi cuerpo, haciéndome quien soy y permitiéndome disfrutar de la dicha que habita dentro de mí. Me deleito ante los animales fantásticos que se esconden en las nubes del cielo azul intenso mientras saboreo el mango más delicioso y rozagante en una tarde fresca de mayo. Cuando lo deseo, encuentro el momento de tranquilidad para sentarme a escuchar el rumor del riachuelo que está cerca de mi casa. Me dejo envolver por el olor de la tierra después de la lluvia, del café recién colado, de las palabras ancladas en el papel de un libro nuevo. Soy feliz cada vez que tengo la oportunidad de pintar una sonrisa en el rostro de alguien, aunque sea por unos instantes. Me llena el alma recibir el abrazo perfecto en el instante justo, cuando más lo necesito. Poder compartir mis inquietudes y escuchar las de otros es algo muy especial que me mueve por dentro. Llenar mis pulmones ante un paisaje majestuoso, asombrarme una y otra vez al descubrir la perfección del cuerpo humano, de los animales y las plantas, y maravillarme frente a la energía y belleza de un rayo en una tormenta son cosas que nadie puede hacer por mí. Me encanta lo que siento cuando suspiro; respiro hondo para dejar entrar en mí todo lo hermoso que me rodea, lo guardo adentro un instante para llenarme de ello y luego lo dejo salir de golpe, haciendo que regrese donde estaba para que me siga envolviendo. Así mismo es la vida, un suspiro…
©2011 PSR
Es la propia vida lo que nos define en este mundo. Somos porque vivimos, y al mismo tiempo, la vida es un regalo que recibimos. El más importante, porque es lo que nos constituye; aquello de lo que estamos hechos. La vida es eso absolutamente invaluable que generalmente consideramos obvio, quizá tan solo porque no podemos imaginamos el mundo sin nosotros. Pero la vida nos fue dada, no la adquirimos. Alguien más nos engendró; no fue nuestra idea y mucho menos consecuencia de algo en lo que pudiéramos influir, ni de nada que hayamos hecho; no es nuestra por mérito propio. Nadie pide venir al mundo, mas una vez aquí, luchamos por mantenernos bien y ser dichosos. Así, deberíamos estar agradecidos por tal precioso don y concentrarnos en buscar la felicidad, el estado anímico que mejor le va a ese estado físico que llamamos “vida”. Somos los únicos responsables de nuestra felicidad y, al mismo tiempo, debemos aprovechar todas las oportunidades que tenemos para hacer felices a quienes nos rodean.
Sin lugar a dudas, la vida es bella. Es maravilloso estar conscientes de que podemos ir en pos de la justicia, de la paz y la dicha, de nuestra salud, prosperidad, tranquilidad, de aquello que necesitamos, que deseamos, que soñamos. Sabemos que aunque la situación se vuelva difícil, cuando pareciera que se acaban el camino o las opciones, siempre podremos luchar más y más por las cosas que nos mueven, por lo que es realmente importante. Somos vencedores en cuanto nos enfrentamos a nuestros miedos y decidimos dar la batalla, cuando damos el primer paso que nos llevará al desenlace. La vida seguirá siendo bella, a pesar de que siempre aparezcan quienes quieran arruinárnosla. De nosotros depende que no lo logren; debemos ser más inteligentes y más perseverantes que ellos. El odio, la intolerancia, la envidia, el rencor y la codicia son fuerzas humanas capaces de destruir pueblos completos, naciones enteras, y si no les hacemos frente, a la larga sufrimos las consecuencias a menor o mayor escala. Esos sentimientos negativos nos hacen más salvajes que cualquier animal de rapiña, cuando se supone que la especie humana posee raciocinio y conciencia de sí misma, que deberían ayudarla a vivir en armonía con sus congéneres en el ambiente que la rodea. Pero no es así. Lamentablemente, las características humanas como la espiritualidad, el amor, el perdón, la misericordia, el respeto, la solidaridad y la caridad no se han desarrollado al mismo ritmo que la ciencia y la técnica, quedando rezagadas al principio del camino. La tecnología avanza veloz en todas direcciones, pero los resultados no siempre son seguros ni positivos; en demasiadas ocasiones son extremadamente perjudiciales. El mundo está llegando al límite de su capacidad de carga y aún no se nos ocurre siquiera buscar la palanca del freno. A veces parecemos olvidar que nuestro planeta está vivo y debemos cuidarlo porque, al igual que nuestra vida, es uno solo y no tiene repuesto…
En los últimos años, la Tierra pareciera estar incómoda. Es como si quisiera encontrar una posición más confortable al estirarse en todas direcciones. Cuando lo hace, nos muestra la enorme fuerza que duerme en su interior, haciendo que recordemos lo infinitamente minúsculos que somos. Ciertamente, no podemos hacer nada por impedir las catástrofes naturales, pero sí podemos comportarnos de manera más consciente y respetuosa con el mundo y nuestros semejantes. Podemos dejar actuar a nuestro lado humano, que aún necesita ejercitarse y crecer. Cada quien sabe cómo ayudar, o al menos, a quién preguntarle de qué forma puede ser útil a la hora de mostrar solidaridad y caridad a sus semejantes.
Peores aún son los desastres humanos ocasionados por la implacable intolerancia de las ideologías extremistas y fundamentalistas, que solo traen consigo dolor y pesar. El ser humano es egoísta y nunca falta quien se aproveche de los momentos de debilidad espiritual de los demás para beneficiarse o imponer sus ideas. Debemos combatir y hacer todo por erradicar aquellos sentimientos de maldad, avaricia y violencia que llevan a la desmoralización y la destrucción de los pueblos. Como sociedad que quiere llamarse “civilizada”, se hace necesario ser abiertos y aceptar que existen miles de opiniones y más de una manera de hacer las cosas. Todos tenemos el mismo derecho a ser felices; nadie nos lo puede quitar porque sí. No hay quien pueda encadenarnos el espíritu sin nuestro consentimiento; nosotros somos los responsables de nuestra libertad y los autores de nuestra dicha.
Así como la vida es hermosa, el mundo también lo es. Saber que podemos disfrutar de ambos a lo largo de nuestro tiempo es algo maravilloso y por eso los protegemos instintivamente, para mantenernos felices. Al fin y al cabo, vinimos al mundo con la única misión de encontrar la felicidad y vivir en ella.
Sentirnos vivos y plenos es algo inmensamente hermoso, y sucede cuando somos dichosos. Las emociones fuertes de cualquier naturaleza nos hacen recordar que estamos aquí ahora. No sabemos cuándo cambiaremos de dimensión, pero mientras estemos en este mundo, con todas sus imperfecciones, sus bondades, sus defectos y virtudes, estamos en la obligación de buscar aquello que nos llene de satisfacción y sosiego, que nos siembre una sonrisa en el rostro que sea imposible de borrar. Ese nirvana sólo lo podemos encontrar en nosotros mismos, cuando nuestro espíritu nos eleva por encima de los problemas, los objetos y las situaciones terrenales.
En medio de cualquier circunstancia plácida o extrema, comprobamos que cada mañana sigue saliendo el sol, iluminando a todos por igual. De noche, la luna y las estrellas están en el firmamento para quien desee admirarlas, tomándose un respiro nocturno. Lo mismo sucede con la lluvia, el viento y los demás elementos; no son propiedad de nadie, y al mismo tiempo, son de todos los seres que habitamos este planeta. Cuánta perfección hay en las alas de una mariposa, en los pétalos de una flor silvestre, en las miles de hojas de aquel árbol que nos brinda su sombra al mediodía, en el perro sin dueño que va cojeando sin darse por vencido y agradece los huesos que sobran de una parrilla en el parque. Cuánta paz hay cuando encontramos un momento para adueñarnos del tiempo y sentarnos junto al mar, escuchando tan solo el arrullo de las olas y dejando que el viento acaricie nuestro rostro, despeinándonos. Cuánta belleza hay en las piedras pulidas que encontramos a la orilla de un río, en las conchas marinas, en las piñas de las secuoyas, en el diseño de una ballena, en las sombras que vamos haciendo al caer la tarde. Cuánta energía hay en el fuego, en un tornado, en un terremoto… A veces la Tierra nos llama la atención para recordarnos que sigue siendo inmensamente más fuerte y poderosa que nosotros, para que no dejemos de ser humildes.
Nadie sabe con certeza cuánto tiempo tiene, pero durante el mío, seguiré amando la vida y el mundo de la única manera que conozco: con todas mis fuerzas. Siento la vida presente en cada célula de mi cuerpo, haciéndome quien soy y permitiéndome disfrutar de la dicha que habita dentro de mí. Me deleito ante los animales fantásticos que se esconden en las nubes del cielo azul intenso mientras saboreo el mango más delicioso y rozagante en una tarde fresca de mayo. Cuando lo deseo, encuentro el momento de tranquilidad para sentarme a escuchar el rumor del riachuelo que está cerca de mi casa. Me dejo envolver por el olor de la tierra después de la lluvia, del café recién colado, de las palabras ancladas en el papel de un libro nuevo. Soy feliz cada vez que tengo la oportunidad de pintar una sonrisa en el rostro de alguien, aunque sea por unos instantes. Me llena el alma recibir el abrazo perfecto en el instante justo, cuando más lo necesito. Poder compartir mis inquietudes y escuchar las de otros es algo muy especial que me mueve por dentro. Llenar mis pulmones ante un paisaje majestuoso, asombrarme una y otra vez al descubrir la perfección del cuerpo humano, de los animales y las plantas, y maravillarme frente a la energía y belleza de un rayo en una tormenta son cosas que nadie puede hacer por mí. Me encanta lo que siento cuando suspiro; respiro hondo para dejar entrar en mí todo lo hermoso que me rodea, lo guardo adentro un instante para llenarme de ello y luego lo dejo salir de golpe, haciendo que regrese donde estaba para que me siga envolviendo. Así mismo es la vida, un suspiro…
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miércoles, 9 de marzo de 2011
LA MUJER
El Día Internacional de la Mujer. Cien años de luchas organizadas, y tanto que queda por hacer. Hay tantas cosas que se han dicho sobre las mujeres y sus maravillas, tantos clichés inundan las mentes de la gente, tantos sentimientos evoca un rostro femenino. El triste hecho es que todos conocemos a las mujeres como seres fascinantes desde cualquier ángulo: mezclas de misterio, ternura, sensualidad, fortaleza, heroísmo, terquedad, nobleza, pasión e instinto de supervivencia; pero en el fondo no nos gusta recordar que generalmente tienen todas las de perder. Sin embargo, estoy orgullosa de saberme parte de ellas, que en su afán de perdurar e imponerse dignamente, siguen desafiando la realidad despótica que les tocó vivir. Me cuesta creer que miles de millones de mujeres maltratadas en todo el mundo celebren este día “internacional”. A pesar de tantos esfuerzos, no han llegado a ellas los avances de las campañas por la reivindicación femenina; en la práctica ni siquiera las ha alcanzado el movimiento de los derechos humanos por el respeto o la igualdad como individuos.
Tanto camino recorrido por la humanidad, tanta historia, tantos siglos y tantos supuestos avances de las civilizaciones, y aún hoy en día las mujeres siguen siendo víctimas de sociedades, religiones, sistemas y hombres que las dominan y abusan de ellas de todas las maneras posibles. A mis ojos, todavía no hemos terminado de salir de las cavernas, y realmente nos falta bastante para acercarnos a la luz.
No voy a convertir esto en una descarga feminista contra los hombres, es solo que la realidad femenina de cada día me intranquiliza, llenándome de coraje y tristeza a la vez. Aunque compartimos la naturaleza humana desde el punto de vista biológico, evolutivo y espiritual, las mujeres y los hombres son diferentes en su esencia. Es cierto que hay buenas y malas personas independientemente de su género, pero lamentablemente, los hombres que de verdad respetan a las mujeres son pocos. De hecho, son demasiado pocos. Y como el mundo sigue casi en su totalidad en manos de la gran mayoría de los hombres, las mujeres no tienen mucha oportunidad de mejorar su situación de manera significativa. Las mujeres siguen sometidas a leyes discriminatorias hechas por hombres que en su momento estaban totalmente convencidos de su superioridad frente a ellas, y aunque hoy en día se percibe un ligero avance en las legislaciones de ciertos países, demasiadas veces los cambios no van mucho más allá del papel.
Aunque hay sociedades más primitivas y otras supuestamente más avanzadas, en todas, las mujeres son vejadas. No existe justificación para el maltrato físico y emocional que soportan las mujeres en cada rincón del planeta. Hay momentos en los que percibo sobre mi piel el odio enfermizo que sienten algunos hombres hacia las mujeres únicamente por su género. Un odio inmenso al que solo le encuentro explicación en el miedo a lo desconocido y en la intimidación que se experimenta frente a quienes resisten tantas afrentas estoica y dignamente.
Las mujeres constituyen una minoría social, y como tal, están marginadas en distintos aspectos que muchas veces les impiden desarrollarse a plenitud. Todavía hay demasiados pueblos que violan los derechos humanos de las mujeres, anulándolas con la excusa de la tradición cultural o la religión, sobre todo entre los grupos fundamentalistas. Se les acusa de ser el motivo de perdición de los hombres, lo que justifica vejarlas mediante diversas prohibiciones de comportamiento o vestimenta; a veces incluso a punta de insultos o castigos corporales. Es inconcebible que todavía haya mujeres condenadas a lapidación a consecuencia de la puesta en práctica de leyes anacrónicas, machistas e injustificablemente crueles. De la misma forma, la peligrosa circuncisión y mutilación femenina con la excusa de ritual cultural, solamente existe para mantener a la mujer en total sumisión frente al marido. Y no olvidemos el aborto de las hijas hembras por preferencias culturales y sociales… Esta misoginia cultural y religiosa, junto con la diferencia en sus derechos comparados con los de los hombres, mella irremediablemente el espíritu de las mujeres, que continúan siendo vistas como una simple propiedad y todavía hoy se saben menos valiosas para sus maridos que un animal de carga. Como mujer, no puedo evitar sentirme ofendida cada vez que me topo con un escenario aberrado como esos.
Si bien a lo largo del tiempo han surgido mujeres importantes que influyeron de manera decisiva en diferentes episodios de la historia de la humanidad, ellas constituyen casos aislados, ya que la inmensa mayoría no ha podido levantar cabeza desde el mismo instante que les dieron por primera vez con el garrote. Entre tantas otras cosas, se les ha condenado a muerte con la excusa de ejercer la hechicería, son vendidas y esclavizadas con fines sexuales, son víctimas de crímenes de odio únicamente por su condición femenina y han sido convertidas en objetos con la excusa de hacerlas deseables para los hombres, con el solo fin de complacerlos. Por eso mismo ha surgido la exigencia irracional de una gran parte de las mujeres, de ajustarse a ciertos cánones de belleza que les impone la población masculina. Ciertamente, es delicioso sentirse deseada, pero debo reconocer que me desconcierta el hecho de que a tantas mujeres les importe más lo que piensen los hombres que lo que ellas mismas puedan querer o pensar a la hora de escoger la ropa que se pondrán. Tiendo a ver un problema de autoestima aquí, tal vez porque siempre he sido de la opinión que cada quien debería cuidar su aspecto para sentirse bien consigo mismo; al fin y al cabo, nosotros somos las personas más importantes en nuestras vidas.
Las mujeres tienen una voluntad y una fuerza interna tremendas. Son quienes gestan y paren los hijos, los cuidan y se ocupan del resto de la familia. Para la inmensa mayoría de la gente, este hecho hace suponer que ellas son responsables del mantenimiento del hogar, con la obligación innata de servir al marido y la familia. Del mismo modo que la crianza de los hijos, el trabajo del hogar es uno de los más arduos y poco reconocidos, y nunca se da por terminado. Así que, con el paso del tiempo, muchas mujeres perciben una presión excesiva por parte de la familia, el trabajo y la sociedad, que las hace sentir utilizadas. Al no recibir a cambio el respeto y agradecimiento de los demás, se ven abandonadas y con la autoestima lastimada. Entonces corren el riesgo de deprimirse y recurrir a alguna gratificación externa como el alcohol o los fármacos. Me duele tanto saber de casos como estos con demasiada frecuencia.
La percepción tergiversada de una misma actitud por parte de los hombres o las mujeres resulta injusta como mínimo. Si un hombre tiene varias relaciones al mismo tiempo, la sociedad sonríe y lo llama mujeriego, mientras que si una mujer hace lo mismo, la condenan y la llaman prostituta. En realidad, ambos solo son promiscuos, pero la mujer se gana los insultos con la excusa de que es o será madre, y por lo tanto, es distinta del hombre.
Para cualquier mujer, ser madre es una opción, no una obligación. En general, los instintos más primordiales llevan a las mujeres a cuidar de los demás, pero esto no significa que necesariamente deban tener hijos o casarse; estas son decisiones muy personales en las que no debería influir la cultura, la religión ni la familia. Tener hijos es algo muy hermoso y muy serio; son el compromiso más grande en que se incurre a lo largo de la vida. Hay mujeres que aparte de ser madres desean realizarse en los estudios o laboralmente; hay otras que necesitan trabajar para vivir. Me desalienta comprobar que aún existen demasiados obstáculos en cuanto al avance profesional y laboral con la excusa de que los hijos puedan distraer o impedir el rendimiento de estas mujeres en el trabajo. En general, las mujeres reciben una menor remuneración que los hombres por llevar a cabo la misma tarea, y en demasiados casos la mano de obra femenina es abusada con malas condiciones laborales, algunas incluso esclavizadoras. No, las mujeres no disfrutan de los mismos derechos que los hombres. Igual pasa con la educación escolar y universitaria, a la cual demasiados millones de mujeres en todo el globo todavía no tienen acceso.
Me extraña un tanto cuando escucho a diferentes personas afirmar que en ciertos países desarrollados la situación de la mujer es buena. Tal vez en esos países no existan presiones culturales o religiosas que justifiquen algunos tipos de maltrato, pero se sabe que lamentablemente la violencia y los crímenes de género van en aumento en todo el mundo. Parece que en lugar de desarrollarnos como sociedad humana, más bien vamos retrocediendo. ¿Acaso es tan difícil entender que debemos respetarnos, tolerarnos y aceptarnos los unos a los otros? A todos los niveles, la falta de respeto hacia la mujer por parte del hombre y la sociedad es algo tan común que comienza a levantarme ronchas; me estoy volviendo alérgica a tanta desfachatez. Simplemente se da por sentado que el mundo siempre ha sido así, y que por lo tanto es algo natural. De lo que mucha gente no se percata, es que decir eso es confirmar que el ser humano no ha dejado de comportarse como un animal y todavía no hemos decidido bajar de los árboles. Igual que en muchas otras especies, en la humana por lo general el hombre es más grande y tiene una mayor fuerza física que la mujer; esto le permite dominarla como una manera de reafirmar su hombría. Al saberse superior, el hombre se siente cómodo amedrentando y maltratando a la mujer, que generalmente no encuentra otra salida sino aceptar las reglas y dejarse someter. Hay casos de hombres que de alguna manera se sienten amenazados por la valentía y la fortaleza de las mujeres, y su instinto es agredirlas cobardemente. En otros casos más, los hombres vierten sus propios complejos en las mujeres y por eso las maltratan. Estos comportamientos primitivos tienen que ver con la ventaja que para el macho representa la intimidación ocasionada por la diferencia en talla. Vemos que sucede lo mismo entre otros animales; generalmente los grandes dominan a los pequeños. Otro ejemplo más cercano lo vivimos todos días en las ciudades, cuando mujeres y hombres que conducen autos grandes se creen dueños de la vía y hacen caso omiso de los vehículos pequeños, muchas veces lanzándose imprudentemente sobre ellos. Claro que siempre hay excepciones; en la naturaleza están los animales pequeños y muy peligrosos que advierten a los demás del riesgo mediante señales externas como ciertos colores, sonidos o formas. En los hombres pequeños equivale a la amenaza, el uso de armas y la dominación psicológica.
Muchos hombres sencillamente odian a las mujeres, entre otras cosas, porque tal vez nunca nadie les enseñó a respetarlas y quererlas. Lamentablemente, la educación que reciben en casa es la razón por la que el machismo y el maltrato siguen perdurando a través del tiempo. En general, el machismo lo fomentan las propias mujeres; madres, hermanas y parejas ven este comportamiento como el más natural y enérgico, digno de todo un hombre. Si en las sociedades machistas la violencia física y el abuso psicológico contra la mujer son bien vistos, ¿qué les depara el futuro a tantas mujeres?
Se supone que la mujer está mejor en los países que tradicionalmente no son machistas. Por desgracia, hay demasiados casos en los que, a pesar de la ausencia del maltrato físico, es la actitud del hombre la que golpea espiritualmente a la mujer. La falta de respeto, comprensión y apoyo la van destruyendo poco a poco. El chantaje financiero y emocional, sentir que el marido no tiene interés en ellas, saberse rechazadas, tratadas con indiferencia y el solo hecho de tener que pedir permiso para salir, son cosas que nunca he podido entender.
En general, las relaciones de maltrato físico giran alrededor de la falsa percepción de que él la quiere pero es muy temperamental, por eso ella tolera el hecho de que la degrade. El hombre le pega a la mujer pero luego le pide perdón, le dice que la ama y que no lo volverá a hacer. Con chantajes de toda clase se va desarrollando una relación sadomasoquista en la que la mujer se vuelve dependiente del hombre que la humilla y la agrede, siempre con la esperanza de que él cambie por amor a ella. Hay demasiadas muertes por relaciones de este tipo cada día en todo el mundo, todas ellas injustificadas, todas ellas por falta de amor… de amor propio. Me da temor recordar que todavía hay demasiadas culturas en las que es común escuchar tanto a mujeres como a hombres, decir frases como: “si tu marido no te pega es porque no le importas”, “si no te cela es porque no te quiere”, “hay que pegarle a la mujer para que aprenda” y “le pego para que sepa quién es el que manda”. Sé que los mensajes en pro de la mujer están avanzando, pero mientras se continúe sembrando y cultivando el atraso en las mentes de las personas, los esfuerzos por darle dignidad a la mujer requerirán cada vez de más tiempo y energía.
Finalmente quiero mencionar que me siento profundamente insultada cada vez que presencio cualquier expresión artística en la que se justifica o embellece la violencia hacia la mujer. Me parece indignante que se produzca música con mensajes misóginos, y más aún, que las mujeres la apoyen por pensar que de alguna manera se trata de algo romántico. Esto es una muestra alarmante de la poca autoestima de aquellas mujeres que participan en la difusión de esos mensajes. Lo mismo sucede con la publicidad, que por el mero afán de atraer al consumidor, cada vez convierte más a la mujer en un trozo de carne que está a la disposición del que la pueda pagar.
Definitivamente, nuestra especie todavía no ha aprendido a andar erguida.
©2011 PSR
Tanto camino recorrido por la humanidad, tanta historia, tantos siglos y tantos supuestos avances de las civilizaciones, y aún hoy en día las mujeres siguen siendo víctimas de sociedades, religiones, sistemas y hombres que las dominan y abusan de ellas de todas las maneras posibles. A mis ojos, todavía no hemos terminado de salir de las cavernas, y realmente nos falta bastante para acercarnos a la luz.
No voy a convertir esto en una descarga feminista contra los hombres, es solo que la realidad femenina de cada día me intranquiliza, llenándome de coraje y tristeza a la vez. Aunque compartimos la naturaleza humana desde el punto de vista biológico, evolutivo y espiritual, las mujeres y los hombres son diferentes en su esencia. Es cierto que hay buenas y malas personas independientemente de su género, pero lamentablemente, los hombres que de verdad respetan a las mujeres son pocos. De hecho, son demasiado pocos. Y como el mundo sigue casi en su totalidad en manos de la gran mayoría de los hombres, las mujeres no tienen mucha oportunidad de mejorar su situación de manera significativa. Las mujeres siguen sometidas a leyes discriminatorias hechas por hombres que en su momento estaban totalmente convencidos de su superioridad frente a ellas, y aunque hoy en día se percibe un ligero avance en las legislaciones de ciertos países, demasiadas veces los cambios no van mucho más allá del papel.
Aunque hay sociedades más primitivas y otras supuestamente más avanzadas, en todas, las mujeres son vejadas. No existe justificación para el maltrato físico y emocional que soportan las mujeres en cada rincón del planeta. Hay momentos en los que percibo sobre mi piel el odio enfermizo que sienten algunos hombres hacia las mujeres únicamente por su género. Un odio inmenso al que solo le encuentro explicación en el miedo a lo desconocido y en la intimidación que se experimenta frente a quienes resisten tantas afrentas estoica y dignamente.
Las mujeres constituyen una minoría social, y como tal, están marginadas en distintos aspectos que muchas veces les impiden desarrollarse a plenitud. Todavía hay demasiados pueblos que violan los derechos humanos de las mujeres, anulándolas con la excusa de la tradición cultural o la religión, sobre todo entre los grupos fundamentalistas. Se les acusa de ser el motivo de perdición de los hombres, lo que justifica vejarlas mediante diversas prohibiciones de comportamiento o vestimenta; a veces incluso a punta de insultos o castigos corporales. Es inconcebible que todavía haya mujeres condenadas a lapidación a consecuencia de la puesta en práctica de leyes anacrónicas, machistas e injustificablemente crueles. De la misma forma, la peligrosa circuncisión y mutilación femenina con la excusa de ritual cultural, solamente existe para mantener a la mujer en total sumisión frente al marido. Y no olvidemos el aborto de las hijas hembras por preferencias culturales y sociales… Esta misoginia cultural y religiosa, junto con la diferencia en sus derechos comparados con los de los hombres, mella irremediablemente el espíritu de las mujeres, que continúan siendo vistas como una simple propiedad y todavía hoy se saben menos valiosas para sus maridos que un animal de carga. Como mujer, no puedo evitar sentirme ofendida cada vez que me topo con un escenario aberrado como esos.
Si bien a lo largo del tiempo han surgido mujeres importantes que influyeron de manera decisiva en diferentes episodios de la historia de la humanidad, ellas constituyen casos aislados, ya que la inmensa mayoría no ha podido levantar cabeza desde el mismo instante que les dieron por primera vez con el garrote. Entre tantas otras cosas, se les ha condenado a muerte con la excusa de ejercer la hechicería, son vendidas y esclavizadas con fines sexuales, son víctimas de crímenes de odio únicamente por su condición femenina y han sido convertidas en objetos con la excusa de hacerlas deseables para los hombres, con el solo fin de complacerlos. Por eso mismo ha surgido la exigencia irracional de una gran parte de las mujeres, de ajustarse a ciertos cánones de belleza que les impone la población masculina. Ciertamente, es delicioso sentirse deseada, pero debo reconocer que me desconcierta el hecho de que a tantas mujeres les importe más lo que piensen los hombres que lo que ellas mismas puedan querer o pensar a la hora de escoger la ropa que se pondrán. Tiendo a ver un problema de autoestima aquí, tal vez porque siempre he sido de la opinión que cada quien debería cuidar su aspecto para sentirse bien consigo mismo; al fin y al cabo, nosotros somos las personas más importantes en nuestras vidas.
Las mujeres tienen una voluntad y una fuerza interna tremendas. Son quienes gestan y paren los hijos, los cuidan y se ocupan del resto de la familia. Para la inmensa mayoría de la gente, este hecho hace suponer que ellas son responsables del mantenimiento del hogar, con la obligación innata de servir al marido y la familia. Del mismo modo que la crianza de los hijos, el trabajo del hogar es uno de los más arduos y poco reconocidos, y nunca se da por terminado. Así que, con el paso del tiempo, muchas mujeres perciben una presión excesiva por parte de la familia, el trabajo y la sociedad, que las hace sentir utilizadas. Al no recibir a cambio el respeto y agradecimiento de los demás, se ven abandonadas y con la autoestima lastimada. Entonces corren el riesgo de deprimirse y recurrir a alguna gratificación externa como el alcohol o los fármacos. Me duele tanto saber de casos como estos con demasiada frecuencia.
La percepción tergiversada de una misma actitud por parte de los hombres o las mujeres resulta injusta como mínimo. Si un hombre tiene varias relaciones al mismo tiempo, la sociedad sonríe y lo llama mujeriego, mientras que si una mujer hace lo mismo, la condenan y la llaman prostituta. En realidad, ambos solo son promiscuos, pero la mujer se gana los insultos con la excusa de que es o será madre, y por lo tanto, es distinta del hombre.
Para cualquier mujer, ser madre es una opción, no una obligación. En general, los instintos más primordiales llevan a las mujeres a cuidar de los demás, pero esto no significa que necesariamente deban tener hijos o casarse; estas son decisiones muy personales en las que no debería influir la cultura, la religión ni la familia. Tener hijos es algo muy hermoso y muy serio; son el compromiso más grande en que se incurre a lo largo de la vida. Hay mujeres que aparte de ser madres desean realizarse en los estudios o laboralmente; hay otras que necesitan trabajar para vivir. Me desalienta comprobar que aún existen demasiados obstáculos en cuanto al avance profesional y laboral con la excusa de que los hijos puedan distraer o impedir el rendimiento de estas mujeres en el trabajo. En general, las mujeres reciben una menor remuneración que los hombres por llevar a cabo la misma tarea, y en demasiados casos la mano de obra femenina es abusada con malas condiciones laborales, algunas incluso esclavizadoras. No, las mujeres no disfrutan de los mismos derechos que los hombres. Igual pasa con la educación escolar y universitaria, a la cual demasiados millones de mujeres en todo el globo todavía no tienen acceso.
Me extraña un tanto cuando escucho a diferentes personas afirmar que en ciertos países desarrollados la situación de la mujer es buena. Tal vez en esos países no existan presiones culturales o religiosas que justifiquen algunos tipos de maltrato, pero se sabe que lamentablemente la violencia y los crímenes de género van en aumento en todo el mundo. Parece que en lugar de desarrollarnos como sociedad humana, más bien vamos retrocediendo. ¿Acaso es tan difícil entender que debemos respetarnos, tolerarnos y aceptarnos los unos a los otros? A todos los niveles, la falta de respeto hacia la mujer por parte del hombre y la sociedad es algo tan común que comienza a levantarme ronchas; me estoy volviendo alérgica a tanta desfachatez. Simplemente se da por sentado que el mundo siempre ha sido así, y que por lo tanto es algo natural. De lo que mucha gente no se percata, es que decir eso es confirmar que el ser humano no ha dejado de comportarse como un animal y todavía no hemos decidido bajar de los árboles. Igual que en muchas otras especies, en la humana por lo general el hombre es más grande y tiene una mayor fuerza física que la mujer; esto le permite dominarla como una manera de reafirmar su hombría. Al saberse superior, el hombre se siente cómodo amedrentando y maltratando a la mujer, que generalmente no encuentra otra salida sino aceptar las reglas y dejarse someter. Hay casos de hombres que de alguna manera se sienten amenazados por la valentía y la fortaleza de las mujeres, y su instinto es agredirlas cobardemente. En otros casos más, los hombres vierten sus propios complejos en las mujeres y por eso las maltratan. Estos comportamientos primitivos tienen que ver con la ventaja que para el macho representa la intimidación ocasionada por la diferencia en talla. Vemos que sucede lo mismo entre otros animales; generalmente los grandes dominan a los pequeños. Otro ejemplo más cercano lo vivimos todos días en las ciudades, cuando mujeres y hombres que conducen autos grandes se creen dueños de la vía y hacen caso omiso de los vehículos pequeños, muchas veces lanzándose imprudentemente sobre ellos. Claro que siempre hay excepciones; en la naturaleza están los animales pequeños y muy peligrosos que advierten a los demás del riesgo mediante señales externas como ciertos colores, sonidos o formas. En los hombres pequeños equivale a la amenaza, el uso de armas y la dominación psicológica.
Muchos hombres sencillamente odian a las mujeres, entre otras cosas, porque tal vez nunca nadie les enseñó a respetarlas y quererlas. Lamentablemente, la educación que reciben en casa es la razón por la que el machismo y el maltrato siguen perdurando a través del tiempo. En general, el machismo lo fomentan las propias mujeres; madres, hermanas y parejas ven este comportamiento como el más natural y enérgico, digno de todo un hombre. Si en las sociedades machistas la violencia física y el abuso psicológico contra la mujer son bien vistos, ¿qué les depara el futuro a tantas mujeres?
Se supone que la mujer está mejor en los países que tradicionalmente no son machistas. Por desgracia, hay demasiados casos en los que, a pesar de la ausencia del maltrato físico, es la actitud del hombre la que golpea espiritualmente a la mujer. La falta de respeto, comprensión y apoyo la van destruyendo poco a poco. El chantaje financiero y emocional, sentir que el marido no tiene interés en ellas, saberse rechazadas, tratadas con indiferencia y el solo hecho de tener que pedir permiso para salir, son cosas que nunca he podido entender.
En general, las relaciones de maltrato físico giran alrededor de la falsa percepción de que él la quiere pero es muy temperamental, por eso ella tolera el hecho de que la degrade. El hombre le pega a la mujer pero luego le pide perdón, le dice que la ama y que no lo volverá a hacer. Con chantajes de toda clase se va desarrollando una relación sadomasoquista en la que la mujer se vuelve dependiente del hombre que la humilla y la agrede, siempre con la esperanza de que él cambie por amor a ella. Hay demasiadas muertes por relaciones de este tipo cada día en todo el mundo, todas ellas injustificadas, todas ellas por falta de amor… de amor propio. Me da temor recordar que todavía hay demasiadas culturas en las que es común escuchar tanto a mujeres como a hombres, decir frases como: “si tu marido no te pega es porque no le importas”, “si no te cela es porque no te quiere”, “hay que pegarle a la mujer para que aprenda” y “le pego para que sepa quién es el que manda”. Sé que los mensajes en pro de la mujer están avanzando, pero mientras se continúe sembrando y cultivando el atraso en las mentes de las personas, los esfuerzos por darle dignidad a la mujer requerirán cada vez de más tiempo y energía.
Finalmente quiero mencionar que me siento profundamente insultada cada vez que presencio cualquier expresión artística en la que se justifica o embellece la violencia hacia la mujer. Me parece indignante que se produzca música con mensajes misóginos, y más aún, que las mujeres la apoyen por pensar que de alguna manera se trata de algo romántico. Esto es una muestra alarmante de la poca autoestima de aquellas mujeres que participan en la difusión de esos mensajes. Lo mismo sucede con la publicidad, que por el mero afán de atraer al consumidor, cada vez convierte más a la mujer en un trozo de carne que está a la disposición del que la pueda pagar.
Definitivamente, nuestra especie todavía no ha aprendido a andar erguida.
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miércoles, 2 de marzo de 2011
REPARACIONES
En mi estudio hay un rincón donde se amontonan poco a poco, uno por uno, los objetos rotos de mi casa. Son aquellas cosas que por mucho usarlas, por descuido, por el paso del tiempo, por rabia o sin querer se van deteriorando. A veces tan solo han cambiado de apariencia; se ven viejos y desvencijados, y en otros casos están tan afectados que ya no pueden cumplir su tarea correctamente.
De vez en cuando decido hacer un alto en mi eterna carrera contra el reloj, y me siento a componer lo que se fue acumulando. Inevitablemente, cuando lo hago pienso en mi padre. Me parece verlo a él sentado reparando cualquiera de los artefactos que se descomponían en la cocina de mi casa de la niñez. Mis padres, alemanes al fin, fueron educados para ser cuidadosos con las cosas porque era necesario que “duraran toda la vida”, y el hecho de que tuvieran que vivir la Segunda Guerra Mundial en carne propia evidentemente reforzó esa actitud. En casa no se tiraba nada a la basura si aún servía; antes se regalaba a alguien que lo pudiera usar. Lo que había se mantenía en las mejores condiciones posibles y siempre se intentó rescatar lo que se averiara, usándolo y guardándolo solamente si quedaba bien reparado, funcionando adecuadamente. Si no, había que desecharlo. Personalmente lo veo como el respeto que puede sentirse hacia quien fabricó el objeto y hacia el objeto en sí, como obra de manufactura. Lo otro que me sucede, es que de alguna manera siento que cada cosa usada trae consigo su pasado; recuerdos que pueden ser mejores o peores, y no puedo evitar relacionarlas con esos instantes de vida en que vienen envueltas. Una vez alguien me dijo “en tu casa cada cosa tiene una historia”. Es cierto. Y me encanta. Claro que eso no significa que los objetos deban acumularse indiscriminada, ilimitada e indefinidamente. Aunque grande, la casa también es un objeto, y por lo tanto hay que mantenerla en buen estado. Por eso, entre otras cosas, limpiamos, recogemos, organizamos, nos deshacemos de lo que no nos interesa y reparamos lo que haga falta. Así mantenemos la armonía del espacio en que vivimos.
Hoy en día, en el país en que vivo, es imposible encontrar alguien que repare artefactos eléctricos o electrónicos; lo único que puede hacerse es enviarlos de vuelta a los fabricantes. Los estándares de producción son suficientemente bajos para darle a los aparatos una vida media de unos pocos años, y los costos de envío de los mismos a los fabricantes para tal vez cambiar una pieza son tan altos que resulta más barato comprar un artículo nuevo. Lo que interesa ahora es la producción y la venta; a ninguna empresa le conviene que sus productos sean duraderos. No puedo negar que esta actitud me molesta mucho, sobre todo cuando pienso en la inmensa cantidad de desechos innecesarios que se producen tan solo por la codicia corporativa. Yo misma no puedo ni sé reparar equipos eléctricos ni electrónicos, así que he optado por devolverlos a los fabricantes, para que dispongan de ellos de la mejor manera que puedan.
Lo más natural es cuidar lo que tenemos; sabemos que generalmente nosotros o alguien más ha invertido energía, tiempo y dinero en crearlo o adquirirlo. Pero a pesar del cariño y la atención que le demos a las cosas, el tiempo pasa y su uso hace ineludible el desgaste. Sucede de igual manera con cualquier objeto, lugar, relación, trabajo, organización, sistema y país. Incluso con nosotros mismos; debemos estar atentos a nuestra salud física, emocional y espiritual. La gente sonríe cuando les comento que a mí las cosas “me duran mucho”, y mientras yo sonrío de vuelta, irremediablemente pienso que esa marca indeleble me la dejaron mis padres. Las cosas que no deseo y que están en buen estado las dono a quien pueda necesitarlas.
Cuando tomamos la decisión de arreglar un problema serio en nuestras vidas, tendemos a comenzar por poner orden en nuestras casas. Vaciamos armarios, sótanos, desvanes y cajas almacenadas; revisamos lo que tenemos, lo clasificamos y decidimos con qué nos quedamos y con qué no. Realizamos un trabajo físico y espiritual que puede resultar agotador, pero al final nos sentimos profundamente satisfechos. El afán de arreglar nuestra vida demuestra que nos mueve el deseo de ser felices y de seguir adelante en paz.
Últimamente me he dado cuenta de que cada vez soy más diestra en arreglar los objetos que se van estropeando. Y siempre que lo hago, vuelvo a comprobar que darse a la tarea de reparar algo me resulta una actividad terapéutica y sanadora. Tomar la decisión de conservar algo averiado con la intención de restaurarlo implica que tengo la voluntad de enmendar, de corregir. Encontrar el tiempo y sentarme a poner manos a la obra es dar los pasos necesarios para convertir ese deseo en realidad. Reparar algo es un acto de amor, respeto y humildad que implica el renacer de ese objeto. En las cosas con historia puedo sentir el cariño, la indiferencia o el rencor que traen asociados; eso me ayuda a decidir si quiero conservarlas o no.
Los objetos pueden desgastarse y romperse de infinitas maneras, requiriendo distintos arreglos. Cuando reparamos algo, dejamos de ser simples observadores o usuarios circunstanciales y nos acercamos más para entrar en su intimidad. Poco a poco vamos conociendo mejor el artefacto, entendemos el problema y podemos decidir cómo componerlo. Hay cosas que sólo requieren el cambio de una pieza para volver a funcionar igual que antes, hay otras que necesitan un poco de cariño y mantenimiento, y hay otras más que se encuentran destartaladas pero decidimos volver a armarlas, como si fuesen un rompecabezas. La idea de restaurar un objeto es bella e implica un esfuerzo, pero puede que no siempre rinda los frutos esperados. Hay veces que el arreglo es sencillo y completo y el artefacto vuelve a funcionar igual que antes, pero en ocasiones no es así. Aunque no se note a simple vista, un objeto restaurado no es el mismo, algo cambió en su esencia. Incluso es posible que funcione mejor que antes, pero nunca será el mismo. Puede que un jarrón pegado no gotee, pero siempre conservará alguna cicatriz.
En los últimos meses me he visto a menudo componiendo una cantidad de cosas, siempre con la mejor de las intenciones y la consideración que merecen. Y mientras lo hago, no puedo dejar de comparar esos objetos físicos con lo que sucede alrededor, en mi vida, y adentro, en mi alma. Allí, muy al fondo, hay una esquina en la que voy acumulando sentimientos desgastados, a veces magullados y otras destruidos; de vez en cuando un rasguño, un desgarramiento, una herida punzo penetrante, una cortada en medio del corazón. Cada cierto tiempo el espíritu me sacude molesto, obligándome a recoger, limpiar y clasificar todas las alegrías, satisfacciones, placeres, tristezas, temores, rencores e indiferencias que en algún momento he dejado entrar por voluntad propia. Debo entonces deshacerme de lo que me estorba o me hace daño y renovar lo que tiene remedio. La tarea de arreglar sentimientos, relaciones, situaciones y malos entendidos es vital, pero al mismo tiempo ardua e incluso puede llegar a ser muy dolorosa. Hay que tener mucho valor cuando se trata de reparar el alma. Componer nuestra alma es el primer paso para restaurar nuestra vida. Y recordar lo verdaderamente importante de nuestras vidas es esencial para salvar a nuestro país.
©2011 PSR
De vez en cuando decido hacer un alto en mi eterna carrera contra el reloj, y me siento a componer lo que se fue acumulando. Inevitablemente, cuando lo hago pienso en mi padre. Me parece verlo a él sentado reparando cualquiera de los artefactos que se descomponían en la cocina de mi casa de la niñez. Mis padres, alemanes al fin, fueron educados para ser cuidadosos con las cosas porque era necesario que “duraran toda la vida”, y el hecho de que tuvieran que vivir la Segunda Guerra Mundial en carne propia evidentemente reforzó esa actitud. En casa no se tiraba nada a la basura si aún servía; antes se regalaba a alguien que lo pudiera usar. Lo que había se mantenía en las mejores condiciones posibles y siempre se intentó rescatar lo que se averiara, usándolo y guardándolo solamente si quedaba bien reparado, funcionando adecuadamente. Si no, había que desecharlo. Personalmente lo veo como el respeto que puede sentirse hacia quien fabricó el objeto y hacia el objeto en sí, como obra de manufactura. Lo otro que me sucede, es que de alguna manera siento que cada cosa usada trae consigo su pasado; recuerdos que pueden ser mejores o peores, y no puedo evitar relacionarlas con esos instantes de vida en que vienen envueltas. Una vez alguien me dijo “en tu casa cada cosa tiene una historia”. Es cierto. Y me encanta. Claro que eso no significa que los objetos deban acumularse indiscriminada, ilimitada e indefinidamente. Aunque grande, la casa también es un objeto, y por lo tanto hay que mantenerla en buen estado. Por eso, entre otras cosas, limpiamos, recogemos, organizamos, nos deshacemos de lo que no nos interesa y reparamos lo que haga falta. Así mantenemos la armonía del espacio en que vivimos.
Hoy en día, en el país en que vivo, es imposible encontrar alguien que repare artefactos eléctricos o electrónicos; lo único que puede hacerse es enviarlos de vuelta a los fabricantes. Los estándares de producción son suficientemente bajos para darle a los aparatos una vida media de unos pocos años, y los costos de envío de los mismos a los fabricantes para tal vez cambiar una pieza son tan altos que resulta más barato comprar un artículo nuevo. Lo que interesa ahora es la producción y la venta; a ninguna empresa le conviene que sus productos sean duraderos. No puedo negar que esta actitud me molesta mucho, sobre todo cuando pienso en la inmensa cantidad de desechos innecesarios que se producen tan solo por la codicia corporativa. Yo misma no puedo ni sé reparar equipos eléctricos ni electrónicos, así que he optado por devolverlos a los fabricantes, para que dispongan de ellos de la mejor manera que puedan.
Lo más natural es cuidar lo que tenemos; sabemos que generalmente nosotros o alguien más ha invertido energía, tiempo y dinero en crearlo o adquirirlo. Pero a pesar del cariño y la atención que le demos a las cosas, el tiempo pasa y su uso hace ineludible el desgaste. Sucede de igual manera con cualquier objeto, lugar, relación, trabajo, organización, sistema y país. Incluso con nosotros mismos; debemos estar atentos a nuestra salud física, emocional y espiritual. La gente sonríe cuando les comento que a mí las cosas “me duran mucho”, y mientras yo sonrío de vuelta, irremediablemente pienso que esa marca indeleble me la dejaron mis padres. Las cosas que no deseo y que están en buen estado las dono a quien pueda necesitarlas.
Cuando tomamos la decisión de arreglar un problema serio en nuestras vidas, tendemos a comenzar por poner orden en nuestras casas. Vaciamos armarios, sótanos, desvanes y cajas almacenadas; revisamos lo que tenemos, lo clasificamos y decidimos con qué nos quedamos y con qué no. Realizamos un trabajo físico y espiritual que puede resultar agotador, pero al final nos sentimos profundamente satisfechos. El afán de arreglar nuestra vida demuestra que nos mueve el deseo de ser felices y de seguir adelante en paz.
Últimamente me he dado cuenta de que cada vez soy más diestra en arreglar los objetos que se van estropeando. Y siempre que lo hago, vuelvo a comprobar que darse a la tarea de reparar algo me resulta una actividad terapéutica y sanadora. Tomar la decisión de conservar algo averiado con la intención de restaurarlo implica que tengo la voluntad de enmendar, de corregir. Encontrar el tiempo y sentarme a poner manos a la obra es dar los pasos necesarios para convertir ese deseo en realidad. Reparar algo es un acto de amor, respeto y humildad que implica el renacer de ese objeto. En las cosas con historia puedo sentir el cariño, la indiferencia o el rencor que traen asociados; eso me ayuda a decidir si quiero conservarlas o no.
Los objetos pueden desgastarse y romperse de infinitas maneras, requiriendo distintos arreglos. Cuando reparamos algo, dejamos de ser simples observadores o usuarios circunstanciales y nos acercamos más para entrar en su intimidad. Poco a poco vamos conociendo mejor el artefacto, entendemos el problema y podemos decidir cómo componerlo. Hay cosas que sólo requieren el cambio de una pieza para volver a funcionar igual que antes, hay otras que necesitan un poco de cariño y mantenimiento, y hay otras más que se encuentran destartaladas pero decidimos volver a armarlas, como si fuesen un rompecabezas. La idea de restaurar un objeto es bella e implica un esfuerzo, pero puede que no siempre rinda los frutos esperados. Hay veces que el arreglo es sencillo y completo y el artefacto vuelve a funcionar igual que antes, pero en ocasiones no es así. Aunque no se note a simple vista, un objeto restaurado no es el mismo, algo cambió en su esencia. Incluso es posible que funcione mejor que antes, pero nunca será el mismo. Puede que un jarrón pegado no gotee, pero siempre conservará alguna cicatriz.
En los últimos meses me he visto a menudo componiendo una cantidad de cosas, siempre con la mejor de las intenciones y la consideración que merecen. Y mientras lo hago, no puedo dejar de comparar esos objetos físicos con lo que sucede alrededor, en mi vida, y adentro, en mi alma. Allí, muy al fondo, hay una esquina en la que voy acumulando sentimientos desgastados, a veces magullados y otras destruidos; de vez en cuando un rasguño, un desgarramiento, una herida punzo penetrante, una cortada en medio del corazón. Cada cierto tiempo el espíritu me sacude molesto, obligándome a recoger, limpiar y clasificar todas las alegrías, satisfacciones, placeres, tristezas, temores, rencores e indiferencias que en algún momento he dejado entrar por voluntad propia. Debo entonces deshacerme de lo que me estorba o me hace daño y renovar lo que tiene remedio. La tarea de arreglar sentimientos, relaciones, situaciones y malos entendidos es vital, pero al mismo tiempo ardua e incluso puede llegar a ser muy dolorosa. Hay que tener mucho valor cuando se trata de reparar el alma. Componer nuestra alma es el primer paso para restaurar nuestra vida. Y recordar lo verdaderamente importante de nuestras vidas es esencial para salvar a nuestro país.
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